No debería sorprendernos que la agricultura y la producción de alimentos en México tengan una alta capacidad de adaptación, a pesar de los negativos en los entornos económico, de salud y social que se presentan en el país. Es un hecho que hicimos cambios personales, familiares y sociales en estos últimos 12 meses. Pero algo no cambia: la necesidad de alimentarnos.
Quizá no sea tan evidente para todos, pero desde hace 4,000 años los pobladores de esta región del planeta decidieron iniciarse en la agricultura y en la producción de alimentos. También es posible que no sea evidente que estos pueblos han pasado limitaciones, guerras, plagas, epidemias, siniestros ecológicos y depresiones económicas. Quizá el gran valor y aprendizaje que podemos tener de la pandemia del COVID 19 es que la agricultura y la producción de alimentos en México tiene una amplia gama de adaptación a las condiciones de su entorno.
Revisemos algunos números: la pandemia ha dejado a los mexicanos – según el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, el INEGI – con una pérdida del Producto Interno Bruto (PIB) del 8.2%, la peor que las diversas generaciones supervivientes hemos registrado desde aquellas crisis de los años 70 y 80 del siglo pasado.
Sin embargo, cuando revisamos a detalle sectorial estos resultados, observamos que el sector alimentario tiene un crecimiento del 3.9% a valor corriente (pesos en la actualidad) combinado entre agricultura y ganadería, dato superior inclusive al crecimiento promedio anual nacional de 2016 a 2019. Y que mantuvo – inclusive – una tasa de crecimiento del 7.9% en el segundo trimestre del 2020, justo cuando entre abril y junio, el PIB del país se hundía a un nunca visto -18 .4%.
¿A qué se debe lo anterior? Los indicadores nos señalan que hay un conjunto de factores (además del consumo interno) qué fortalecieron a este sector productivo del país: junto a la producción de frutas y hortalizas, otros segmentos que coadyuvaron en este crecimiento fueron la industria cárnica, la industrialización de productos del mar, las moliendas y harinas para pan y tortillas y la elaboración de alimentos para animales y mascotas.
La industria manufacturera alimentaria – es decir, los fabricantes de alimentos procesados – vieron en su conjunto un retroceso del 0.5% explicado por que las familias decidieron preparar sus propios alimentos para reducir gastos. Historia aparte merece el negocio restaurantero, hospitalario y de servicios alimentarios, con caídas entre el 50 y 60% en el año 2020.
Tome nota: los servicios relacionados a la producción agroalimentaria cayeron un 25% como consecuencia de la incapacidad de mantener la atención personalizada a sus clientes.
El sector forestal tuvo una caída del 12.3% ante la baja demanda de muebles (o la incapacidad de comprarlos por la caída del empleo y los ingresos) y en el sector pesquero se observó una reducción marginal del 2.3%, ya que muchos de estos productos se consideran de alto precio y pasan a la última fila de las proteínas que prefieren comprar los mexicanos.
Las empresas exportadoras también tuvieron un papel relevante en el crecimiento de este sector. Una revisión a la balanza agroalimentaria de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader), indica que las exportaciones agropecuarias y agroindustriales crecieron 5.19% en el 2020 para alcanzar 39.5 mil millones de dólares. También dejamos de comprar comida importada por un 5.4% contra el año pasado, como resultado de la baja del poder adquisitivo.
Solo a Estados Unidos incrementamos 8% las exportaciones mientras que en nuestro competidor más cercano, Canadá, creció un 2%. Nuestros crecimientos a doble dígito fueron en hortalizas frescas, cereales, carne, azúcar, grasas, lácteos, y fibras trenzadas. La mala noticia es que Estados Unidos representa el 85% del mercado total de nuestros productos exportables, lo cual nos seguirá haciendo vulnerables a los vaivenes de las políticas y relación que mantengamos con dicho país.
Quizás en este momento se haga la misma pregunta que yo: ¿no que el sector privado estaba muy deprimido y molesto porque el gobierno federal les quitó los programas de apoyo y subsidios con los que logran la competitividad? Cierto es que por instrucciones del presidente Andrés Manuel López Obrador se eliminaron todos los programas y subsidios que se otorgaban al sector productivo vía las organizaciones, asociaciones, sindicatos, uniones y sistemas producto.
Dice el gobierno actual que los canaliza directamente a los productores (con todos los vicios e ineficiencias del caso). No obstante, pareciera que los únicos que resintieron el cambio fueron los dirigentes de todas estas organizaciones, quienes han hecho públicas sus inconformidades por lo que ellos llaman “falta de impulso económico”.
Los números no dicen lo mismo y es notable que los resultados parciales del sexenio son superiores a aquellos obtenidos durante el sexenio anterior, en dónde existían toda clase de ventanillas de apoyo para todo tipo de proyectos productivos y aun así no crecieron con tanto dinamismo como en este año 2020.
Por supuesto, esto es sólo una cara de la moneda y el gobierno federal tendrá que ser muy creativo para seguir garantizando apoyos de cualquier tipo y forma al sector primario bajo los canales que mejor le parezcan (con todo el tema electoral que usted quiera), ya que empezará a resentir una posible desaceleración ante el potencial crecimiento de otros sectores de la economía.
Ante una eventual normalidad económica, los consumidores dejarán de enfocarse solo en la comida, los importadores podrán echar mano sobre inventarios y materias primas de bajo costo y los exportadores verán una competencia al alza contra sus pares de América Latina, China y Europa.
La administración del Presidente Joseph Biden de Estados Unidos suspendió la investigación anti-dumping contra las frutillas mexicanas, lo que puede indicar que no quiere guerras comerciales con México y eso es bastante atractivo, pero no descarte la respuesta del sector productivo estadounidense.
Empezaba la pandemia cuando el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro dijo “Sabemos que [el COVID19] conduce a la muerte… Con el debido respeto, el desempleo también conduce a catástrofes”. Y tiene razón: los administradores de las políticas públicas en los países en desarrollo como el nuestro deben procurar, antes que nada, que la gente siga alimentándose, aún a riesgo de su propia vida.
Los que sobrevivan al terminar esta tragedia seguirán comiendo y el sector agroalimentario mexicano estará ahí para asegurarse que esto suceda.