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Sólo la muerte

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Recargados en la valla de metal contemplábamos el paso de las muchachas bellas y no tan bellas. Ellas, al igual que los varones no escapábamos a la insana costumbre de recibir un sobrenombre. Había especialistas en el fino arte de encontrar características físicas o de carácter, esos rasgos nos definían, y determinaban, por lo menos durante tres años de educación secundaria, la forma en que los compañeros iban a comunicarse con nosotros y nosotros con ellos.

Aunque no todos tenían sobrenombre, había también quienes se oponían a recibir un apelativo que no fuera, por lo menos, su apellido paterno. En el primero B destacaban, entre las mujeres: Mosca, Topoyiya y Wolf. Entre los varones estaban Come salchichas, Sapo, Abre cocos, León negro, Mafafo y Flaco.

Este último había recibido su mote debido a su constitución física: era menudo, delgado, de ojos saltones y redondos, y piel tostada, casi verdosa: como las lagartijas, justamente. Mafafo era reservado, podría decirse que era un estudiante promedio, nada extraordinario. Primo hermano de Flaco, galán del plantel, pretendido por féminas hasta cuyos oídos habían llegado las virtudes del doncel, notables a simple vista: abultada entrepierna, capaz de promover los mejores escarceos al amparo de las bardas altas, detrás de los talleres de cocina y belleza.

En resumen, Mafafo y Flaco sólo compartían apellido, de ninguna forma su constitución física estaba emparentada.

Como en toda buena clase que se jacte de un mínimo prestigio, estaba Maya, otro galán de la clase, pedante y agresivo. El patán, provocador de conflictos y cobarde, cual víctima de espectro ultraterreno a la hora de los golpes. Maya era su apellido paterno, por lo tanto, pertenecía al selecto, reducido grupo que no contaba con una credencial de afiliación a la penitenciaría en la que estaríamos recluidos durante tres años.

Maya, contrario a Mafafo, había rebasado la línea que divide al estudiante promedio del mediocre. Era, en términos prácticos, el personaje que se colaba en el costal de la concesión de los profesores, aquella que busca cumplir con una cuota establecida de alumnos que deben aprobar, y, al mismo tiempo, impulsa la mediocridad de quienes no debieron. Maya poseía ciertas galanterías y habilidades rastreras que le permitían aprobar con la mínima calificación y el mínimo esfuerzo. Qué importaban los seis y los siete en la boleta, si podía navegar suave, libre y pretensioso en un mundo sin exigencias.

Durante tres años, cada personalidad fue tomando su propio derrotero. Aprendimos a conocernos y a evitarnos. A pensar que nos enamorábamos y, de inmediato, a desenamorarnos. Era tanta la variedad, la oferta y la demanda que las hormonas brincoteaban jubilosas dentro de nuestros cuerpos en constante transformación. Aprendimos a mirarnos con otros ojos, a desear, a sufrir. Por primera vez experimentamos la frustración y el desamor. El odio y el arrepentimiento. Los sentidos alterados que nuestros tutores enfriaban con cubos de realidad congelante.

Fue en el tercer año escolar que esa realidad empezó a alcanzarnos. Debíamos decidir hacia dónde continuaríamos. Éramos hijos de una generación que no tuvo la oportunidad de recibir una educación media superior. De hecho, buen número de quienes integrábamos el tercero B y del resto de los grupos, no pudieron continuar preparándose, muchos se emplearon en el negocio u oficio familiar: carpinteros, costureros, albañiles, empleados de limpieza en oficinas de gobierno, tenderos, herreros, plomeros, cocineros…

Cuando faltaban menos de tres meses para que concluyéramos el tercer grado, y con ello nuestra educación secundaria, nuestras hormonas comenzaron a estallar como una fábrica de pirotecnia descontrolada. Las faldas de las compañeras se acortaron —lo que recibimos con gran beneplácito—, mostrando diferentes tipos de piernas, las había delgadas, bien torneadas, de rodillas percudidas; las había de una perfecta composición entre muslos, rodillas y pantorrillas; también había finas y estilizadas como de bailarina clásica, anchas y macizas como piernas ahumadas de jamón serrano. Descubrimos tonos de piel que por casi tres años estuvieron vedados a las miradas curiosas.

—¿Dónde tuviste escondido ese color tan bonito que te sube de las rodillas con rumbo hacia el ombliguito? —era el piropo que todos parecíamos compartir, pero sólo nos atrevíamos a pensar. En este rubro, las mujeres empezaron su despertar con antelación mayor a los varones. No sólo se trataba de reducir la falda hasta su mínima y permitida, socialmente, expresión, sino que las jóvenes mujeres habían ido más allá en su arreglo personal, eran conscientes de sus dotes seductoras, y se daban el lujo de optar entre una gran variedad de simios rabiosos que transpirábamos testosterona. Habían descubierto que el control social puede empezar por el control sexual, que jalan más dos… en fin, que ellas ordenaban el mundo, que bastaba guiñar un ojo, menear una pestaña, hacerse las desentendidas, para que los Ilusos Paris cayeran, una y otra vez, y por toda la eternidad, en la tentación de raptar Helenas de Esparta para desencadenar verdaderos conflictos.

Y aunque usted que está leyendo esta historia, pudo haber pensado que la narrativa empezaba a tomar rumbo hacia la tragedia griega que cito, le ruego dispense mis desvaríos. Mi intención primera fue ofrecer a usted un panorama breve pero sustantivo del entorno. Pero mis ingenios fueron presa de recuerdos, arrebatos y comezones que el cuerpo, al fin cuerpo, siempre recordará, pese a las condiciones en que la zalea se encuentre.

Dicho lo anterior, procedo a retomar el cauce: una tarde en que me empeñaba en acomodar las rubias superiores en el refrigerador, se presentó, del otro lado del mostrador donde me desempeñaba como dependiente en el negocio de mi abuela, un tipo alto de figura espigada y voz de barítono que, a pesar de los años transcurridos, identifiqué prontamente como la voz de mi compañero de escuela secundaria: Mafafo.

Cosa no fácil de explicar, en tanto, procesos diversos pretendieron acomodo en mi cabeza. Era más fácil pensar en la distribución de latas y cajas sobre los anaqueles, hacer las cuentas por tal o cual pedido o disponer el efectivo para liquidar saldos de proveedores refresqueros, fritureros o cerveceros.  El asunto es que sentí contento por encontrarme con mi compañero de grupo, ahora digno elemento de las fuerzas armadas e ingeniero en ciernes. No obstante, sólo el pantalón delataba el pulcro uniforme con el que pudiese identificársele como marino, excepto por el comentario salido de boca suya:

—Me da mucho gusto verte. Tengo este fin de semana franco y quise volver al barrio un rato. Vine a ver unos amigos que son tus vecinos. Quién diría que te iba a encontrar, que tendría la oportunidad de saludarte. ¿cómo te ha ido? ¿Seguiste estudiando? —preguntó con mirada de interés, no sin antes soltar un disimulado exabrupto, consecuencia de una posible ingestión de bebidas etílicas, adivinable por la simple expresión gustosa del borracho que transita por el estado eufórico.

Procedí a responder sus cuestionamientos. Una especie de orgullo recorrió mi lengua que se espabiló y cual alfombra nueva se desenrolló en historias varias, empezando por aquella en la que mencioné mis estudios casi concluidos de periodismo en la UNAM. También le comenté sobre la prosperidad alcanzada con la tienda de abarrotes de mi abuela, y no pasé por alto mi beneplácito de compartirle, como un viejo amigo que trae gratos recuerdos, un par de bebidas (yo refresco, él cerveza) cortesía de la casa.

Así transcurrieron los minutos de plática en torno de un mostrador de tienda de abarrotes, donde, cual dos alegres bohemios que desentierran recuerdos y anécdotas aparentemente olvidadas, él y yo, dos jóvenes-viejos conocidos se reencontraban. Ese día comprobé que nuestra historia, en particular, la historia de nuestra adolescencia revive la cadavérica memoria, rescatándonos de nuestra vejez prematura forzada por olvidos, aquella que se acostumbra a contabilizar sólo desdichas.

—Quiero matar al Maya —me dijo aquel hombre que se decía mi amigo. En un micro instante recordé la mirada de Maya, aquel tipo pedante, agresivo y cobarde con quien tuve algún desaguisado que derivaron en una efímera, pero no menos estruendosa, bronca donde ambos salimos lastimados en el rostro, pero que sirvió para marcar distancias y respetos.

—¿Por qué lo quieres mandar al mundo de las calacas pelonas? —pregunté, no sin mostrarle mi asombro, considerando que un tipo con una carrera prometedora en las fuerzas armadas, según mis criterios, no debería andar por ahí pretendiéndose un Lee Van Cleef de barrio. Di un sorbo a mi refresco y me sentí atragantado por unos segundos. Luego intenté sostener mi mirada en la suya, a fin de escudriñar profundamente las verdaderas intenciones de este moderno Hermann Göring. Pero no quise adelantar juicios y me dispuse a escuchar sus argumentos:

—Faltaban unos meses para que termináramos la secundaria. Había empezado ya mis trámites para ingresar a las fuerzas armadas. Pensé que por mi estatura no me iban a admitir. Recordarás que yo era un tipo bajo, más bien chaparro. De hecho, me decían Mafafo como la lagartija fotógrafa del programa de televisión Odisea burbujas, no sé si lo recuerdes —fingí demencia juvenil y dije que no recordaba su sobrenombre. ¿Quién en su sano juicio se pone a las trompadas con un militar zafado que habla de matar a alguien? ¿Quién me garantizaba que, de haber recordado su apelativo estudiantil, no me hubiese condenado a ser el nuevo blanco de su mira asesina?

Maya nos tenía hartos a muchos —coincidimos—. Decidimos llevar un arma a la escuela. La pistola era de mi tío, el papá de Flaco. León negro llevó las balas, cuatro. Antes del descanso fuimos al baño; ahí, en un cubículo, Abre cocos cargó el arma con las balas. León negro la guardó en una mochila y regresó al salón para entregarla a Flaco. Entonces, cuando el arma estaba lista y contábamos con un plan improvisado, nos dimos cuenta de que nadie tendríamos el valor de acabar con Maya, de dispararle con el arma. Ahí estaba, en medio de nosotros, una pistola cargada dentro de una mochila escolar. La matona parecía mirarnos a través del cierre entreabierto. Parecía decirnos “bola de cobardes”, “pocas bolas”. Éramos cuatro muchachos intentando acabar con las vejaciones matando a nuestro verdugo. —Guardé silencio por un momento, no se antojaba otro trago de bebida. Mafafo estaba diciendo otras cosas con otras palabras, no eran cosas de borrachos. Estaba hablando desde la rabia, desde el dolor que no se olvida, desde el infierno permanente del rencor. Sólo era asunto de escucharlo, de guardar silencio, de leer el cuaderno boca abajo o de espaldas, hasta que su alma se vaciara. Él retomó su historia:

—Maya tenía rabia porque Flaco tenía suerte con las chavas. Mi primo Flaco era enamorado, le gustaba cachondear con sus ninfas detrás del taller de cocina. Que yo sepa, ninguna de las chicas se sintió agredida, por el contrario, la fama de Flaco rebasó fronteras y de los otros grupos le llegó clientela. Un día que Flaco entró al baño, ahí estaban Maya y sus cuates: Marrana y Loco. Cada uno en lo suyo en los mingitorios. Entonces Maya intentó provocar a Flaco diciéndole que, si a poco era cierto que calzaba grande, que puros cuentos, que nomás era un diez de canela. Mi primo no le hizo caso: se subió el cierre del pantalón y fue hasta el lavamanos. Maya siguió su intento de provocarlo. Total, que Flaco le dijo algo así como que “tu mamá está contenta con mis servicios y si ella es feliz, yo también”. Esto enfureció a Maya, quien pidió a sus compinches que cerraran la puerta y sujetaran a Flaco.  —Mi amigo hizo una pausa. Tragó una gran bocanada de aire y continuó:

— Maya violó a Flaco con la ayuda de sus cuates. Cuando acabó le dijo: “A ver si eres capaz de decirle a todas tus novias que ya perdiste la virginidad”. Maldito cobarde degenerado. Dos años después, Flaco se suicidó. Nunca le dijo a nadie. No siguió estudiando, no pudo continuar. Los chochos antidepresivos le alivianaban, pero no pudo superarlo. Antes de quitarse la vida me pidió que mandara a Maya al infierno. Yo se lo prometí. Tú me vas a decir, hermano, dónde vive Maya, el mayatón. Lo voy a matar y nadie tiene el poder de impedírmelo. Te lo juro, así como se lo juré a Flaco.

Quedé en silencio. Eran demasiados sentimientos en una sola historia. Escuchar la voz del dolor me había apretujado el corazón, sentí dentro del pecho un periódico hecho bola. También sentí empatía por mi amigo, y por Flaco, por los últimos días de su vida. Vinieron hasta mi mente los recuerdos de aquellas épocas cuando queríamos abandonar, a grandes zancadas, la infancia. Miré a Mafafo. Destapé otra cerveza para él y una para mí. En silencio, ambos levantamos los envases. Él esperaba una respuesta. Yo se la di:

— Mira, hermano. Agradezco tu confianza, esto es tan personal, tan duro. Te juro que sólo escuchar tus palabras me provocó sentir un agravio personal, impotencia. Hasta podría decirte que en otro momento te hubiera acompañado y ambos hubiéramos acabado con Maya de la peor forma posible, como una rata rabiosa, como la maldita alimaña que fue durante su vida. Veo hacia el pasado y sólo quiero recordar cosas agradables. Me enferma el dolor de los otros. Hoy te voy a pedir que olvidemos juntos —él me miró extrañado—. Te explico, le dije: la casa de Maya quedaba por la misma ruta que tomaba mi transporte cuando iba rumbo a la escuela en el bachillerato. Frecuentemente, tomaba asiento del lado de la ventana del transporte. Soy un curioso natural, me encanta ver a las personas, las cosas, las casas… Una tarde, mientras me embelesaba poniendo mi atención en una joven guapa que caminaba sobre la acera, me pareció distinguir un rostro conocido: era Maya. Casi indigente, nuestro compañero de escuela, el maldito de quien has venido a pedirme información para matarlo, inhalaba el solvente de una estopa. Con la mirada perdida, vestido con harapos, debo decirte, sentí pena por él. Nada quedaba de aquel tipo pedante, agresivo y abusivo, era una sombra triste que arrastraba los pies dentro de unos hilachos que, en otro tiempo, tal vez, fueron zapatos, vestía ropas recubiertas con innumerables capas de mugre. Sin embargo, ahí estaban esos ojos, inconfundibles, tristes hasta cuando intentaban hacer el mal.

—No me importa si se lo está llevando la tiznada —me interrumpió—. Ya te dije que lo voy a matar y que nadie tiene el poder para impedírmelo. —Volví a dar un sorbo a mi cerveza y atendí un par de clientes. Entonces le dije: no he terminado:

—Durante varios meses, tal vez un par de años, coincidí con aquella sombra gris en mi camino rumbo a la escuela. Una tarde, cuando para variar iba retrasado, mientras el autobús hacía la enésima parada para subir pasaje, yo imploraba que el tiempo no transcurriera porque mi profesor de literatura era un tipo mamón y sumamente exigente que consideraba los retrasos como inasistencias, y con tres inasistencias reprobabas el curso. Yo había acumulado dos faltas, estaba a un paso de perder el semestre de esa materia. Realmente estaba angustiado.

Entonces reparé en un grupo de indigentes que manoteaban entre sí como monos rabiosos. El autobús no avanzaba. Yo continuaba rezando y mirando con cierto desdén. Tres hombres increpaban a uno, a Maya, lo reconocí cuando avanzó un poco más el camión. La visión desde mi ventana quedaba justo enfrente del grupo de hombres. Uno de ellos hacía señas sobre la cara de Maya. Éste, con la mirada extraviada, tal vez con el cerebro desecho por el solvente, parecía no darse cuenta, parecía haberse fugado de la realidad. Entonces, uno de los hombres, el que estaba a la izquierda de nuestro conocido, sacó de entre sus ropas una punta de fierro, larga, enmugrada, y sin mayor argumento la clavó en el pecho de Maya, quien sólo abrió los ojos y cayó de rodillas sobre la banqueta, a unos pasos del arrollo vehicular. El hombre repitió la agresión, una y otra vez. Hasta que el cuerpo inerte del caído quedó enmarcado en un espejo extraño de sangre y el hombre exhausto sobre él. Hermano: la misma sangre con la que pretendes ensuciar tus manos, aquel día fue devorada por el mismo suelo con singular deleite. Yo fui testigo. No tengo por qué mentirte.

Aquel amigo me pidió que saliera del negocio, que superáramos la distancia que mediaba entre el mostrador y nosotros. Un fuerte abrazo selló nuestra amistad. Se despidió con un saludo militar y dio media vuelta. En poco tiempo, durante una corta pero emotiva charla, supimos que el tiempo había transcurrido en nuestras vidas. Después de que él se fue, tengo la seguridad de que ambos teníamos, por fin, la certeza de ser hombres.

*Imagen: Alfredo Arcos, artista de Neza.

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Alcalde por la redirección de Morena

Miguel Ángel Romero Ramírez

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En México, Morena no vivirá una crisis similar a la que viven hoy los demócratas en Estados Unidos en la que un presidente muy deteriorado en su salud, Joe Biden, además de renunciar a su relección, no encuentra opciones sólidas para reemplazarle y dar continuidad a su partido en el poder. De este lado, el presidente Andrés Manuel López Obrador garantiza que el movimiento que fundó se preserve con la próxima unción de Luisa María Alcalde como dirigente de Morena.

La comparación entre la situación en Estados Unidos y el panorama mexicano destaca una diferencia crucial en la dinámica de ambos países. Mientras que el Partido Demócrata lucha por encontrar una figura capaz de ofrecer no sólo continuidad, sino también una visión renovada para enfrentar a un implacable y popular Donald Trump, Morena tiene una ventaja estratégica con el liderazgo emergente de Alcalde. Su figura representa una amalgama entre juventud, experiencia y compromiso que puede revitalizar el movimiento sin perder de vista sus principios fundacionales.

En Estados Unidos, la falta de un relevo generacional claro y relevante ha puesto al Partido Demócrata en una posición de vulnerabilidad. La ausencia de jóvenes preparados para asumir el mando, junto con la creciente desconfianza hacia las figuras establecidas, ha generado un vacío que amenaza con desestabilizar por completo al partido. Esta crisis de liderazgo no sólo pone en riesgo la continuidad del legado de Biden y de los demócratas, sino que también refleja una anomalía de representación y obsolescencia partidaria.

En contraste, Luisa María Alcalde, en México, se consolida como una figura que, además de inyectar frescura y dinamismo al partido Morena –el cual padece un proceso anticipado de deterioro a partir del sectarismo y tribalismo– también se constituye como una fiel vigilante de que el proyecto delineado por el saliente presidente AMLO no tenga distracciones.

Con 37 años (en agosto), su ascenso en septiembre será una declaración de principios: un regreso a los valores originales del movimiento, impulsado por una visión progresista que buscará responder a las necesidades actuales de México y de América Latina.

En su paso por la Secretaría del Trabajo y Previsión Social y la Secretaría de Gobernación, Alcalde Luján ha venido reuniendo experiencia y nuevas capacidades que la facultan para enfrentar desafíos complejos en un momento muy particular para México y su lugar en la región. No será fácil y de su actuar dependerá, en parte, la permanencia del partido en el poder hacia adelante.

Los retos son vastos y de dimensiones diversas. Desde cómo construirá una narrativa que acompañe a la administración de la próxima presidenta, Claudia Sheinbaum; hasta la reconfiguración del tablero político en todos y cada uno de los rincones del país, siendo el elefante en la sala, el crimen organizado que ha logrado incrustarse y mimetizarse como militancia en algunas regiones de México.

Aunado a ello, la renovación del partido exige la evolución de un instituto político que, sin abandonar sus principios, deje atrás la polarización como un elemento primordial para la generación de adeptos.

Es también, una oportunidad para que la principal fuerza política en el país – que recibe dinero en función de los votos que obtuvo– se acerque a una madurez ideológica y supere el reduccionismo político de todo clasificarlo, según convenga, entre izquierda y derecha. En una sociedad progresista que busca la justicia social, dicha práctica es obsoleta y anticuada.

No cabe duda, el fundador de Morena, Andrés Manuel López Obrador, quien pasará a la historia como un poderoso gobernante populista de línea dura con señalamientos en su administración, también lo hará como un animal político excepcional que le abrió la puerta a México a tener la primer mujer presidenta y que construye el blindaje de su legado con una joven y poderosa Alcalde Luján, quien se erige como el verdadero relevo generacional.

Apuntes:

Resulta curioso e incluso cómico ver y escuchar a expriistas reconvertidos a morenistas asegurar que Luisa María Alcalde aporta certeza al partido de Morena. ¿Nerviosismo u oportunismo?

Miguel Ángel Romero Ramírez
Miguel Ángel Romero Ramírez: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
X: @MRomero_z

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Limitar sobrerrepresentación hace al Congreso local plural y equilibrado

Por Alejandro Gamboa C.

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La sobrerrepresentación política es un fenómeno electoral que distorsiona la voluntad popular, asignando más escaños a ciertos partidos de los que proporcionalmente les corresponderían según los votos obtenidos. En México, este problema se ha acentuado debido a brechas en el sistema de asignación de escaños y la tendencia de los actores políticos a maximizar su poder.

La democracia es un régimen que se nutre del pluralismo y reconoce la diversidad política. Murayama (2019) señala que transformar los votos en curules o escaños es una tarea que no ha sido sencilla en México, debido a su compleja evolución hacia un sistema más democrático.

Este principio es esencial para entender la importancia de reglas adecuadas que eviten la sobrerrepresentación y aseguren una representación justa y proporcional en el Congreso.

Rol del INE y el TEPJF. El Instituto Nacional Electoral (INE) y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) juegan un papel crucial en la regulación y resolución de problemas electorales. La autonomía constitucional del INE y la existencia del TEPJF permiten abordar y resolver cuestiones relacionadas con la sobrerrepresentación y otros vicios del sistema electoral.

El acuerdo INE/CG193/2021 introdujo el principio de militancia efectiva, que verifica la afiliación efectiva de los candidatos al momento del registro de la candidatura, garantizando así una asignación justa de curules.

El principio de militancia efectiva se justifica para lograr un mejor equilibrio entre la emisión del voto ciudadano y la asignación efectiva de curules en la Cámara de Diputados. Este principio asegura que los escaños se asignen de manera proporcional a los partidos, previniendo violaciones a los límites constitucionales de sobrerrepresentación, como las ocurridas en el proceso electoral de 2018.

La reforma constitucional del 10 de febrero de 2014 introdujo límites a la sobrerrepresentación y subrepresentación en los congresos locales, estableciendo que ningún partido puede tener una representación mayor o menor al 8% de la votación obtenida. En su momento se argumentó que la reforma es una norma completa y de eficacia plena, sin necesidad de ajustes normativos adicionales.

Limitar la sobrerrepresentación tiene el potencial de convertir al Congreso local en un órgano más plural y equilibrado, mejorando el control sobre las políticas públicas del Ejecutivo local. Este equilibrio fomenta el diálogo y evita que un solo partido domine la legislatura, a menos que gane por mayoría relativa en todos los distritos electorales.

La sobrerrepresentación política en México es un problema complejo que distorsiona la voluntad popular y afecta la representación proporcional en el Congreso. La introducción del principio de militancia efectiva y los límites establecidos por la reforma constitucional de 2014 fueron pasos importantes hacia la corrección de este problema.

¿Cómo conciliar la voluntad general que votó en 2024 de forma abrumadora y la sobrerrepresentación, sin atentar contra esa voluntad manifestada en las urnas?

La implementación de estas medidas y la intervención de las autoridades electorales son esenciales para asegurar una representación justa y equilibrada, que refleje verdaderamente la diversidad y pluralismo de la sociedad mexicana.

A pesar del problema, no hay otra opción que la continua vigilancia y adaptación y mejora continua de las normas electorales, con el objetivo de mantener la integridad y legitimidad del sistema democrático mexicano.

Por Alejandro Gamboa C.
Alejandro Gamboa C.
Licenciado en periodismo con estudios en Ciencia Política y Administración Pública (UNAM) Enfocado a las comunicaciones corporativas.
Colaboró como co editor Diario Reforma. En temas de ciencia y comunicación en Milenio y otros medios digitales. Cuenta con 15 años dedicado a las Relaciones Públicas. Ha colaborado en la fundación de la Agencia Umbrella RP. Ha realizado trabajos como corrector de estilo, creador de contenidos y algunas colaboraciones como profesor en escuelas locales.

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Dos Bocas, barril sin fondo en uso de recursos públicos

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Después de dos años de haber sido inaugurada, la refinería Dos Bocas (oficialmente, Refinería Olmeca) empezó a producir gasolina y diésel. Sin más información que el presunto procesamiento de 73 mil barriles diarios de diésel y 40 mil barriles de gasolina, es un alivio que la refinería sí refine porque ha tenido tantos problemas para entrar en operación que hasta su capacidad de producir combustibles se había puesto en duda.

La planta ubicada en Tabasco fue diseñada para producir 170,000 barriles diarios de gasolina y 120,000 barriles de diésel; fue inaugurada en julio de 2022 sin producir un solo barril de combustibles, pero sí ha sido un barril sin fondo en el uso de recursos públicos.

Hasta el momento, la producción no alcanza ni siquiera la mitad de la capacidad prevista, pero debemos confiar en que los problemas técnicos y operativos que ha presentado la magna obra sean solventados en algún momento.

Esa obra insignia del presidente Andrés Manuel López Obrador costaría -en un inicio- 8 mil millones de dólares y terminará con una inversión de 16 mil millones de dólares, es decir lo doble de lo previsto Desde su planeación, la séptima refinería de México ha generado controversias porque hay quienes piensan que se trata de un gasto innecesario porque lo inn son los autos eléctricos, pero al menos hasta el 2050 persistirá la demanda de petrolíferos.

El proyecto buscaba reducir la dependencia energética y alcanzar la autosuficiencia en la producción de combustibles del país; sin embargo, el deterioro del resto de las refinerías y el aplazamiento de esta nueva han ocasionado que las compras de gasolinas y diésel representen casi el 60% y más del 50%, respectivamente.

En mayo de 2019, el presidente Andrés Manuel López Obrador informó que sería Petróleos Mexicanos la responsable de la construcción de la refinería, bajo la administración de la Secretaría de Energía al mando de Rocío Nahle. Su construcción llevaría tres años.

Con dos años de retraso, es de esperarse que la Refinería Olmeca ahora sí opere a toda su capacidad para demostrar que es un proyecto rentable, porque se han invertido recursos públicos derivados de impuestos.

Los petrolíferos que produzca contribuirían a reducir las compras en el extranjero para abastecer el mercado nacional y, al reducir las compras en el extranjero se generan ahorros significativos para el presupuesto público, mejorando y fortaleciendo la economía nacional.

Además, la operación de la refinería impulsa el desarrollo económico de la región sureste del país, generando empleos directos e indirectos y atrayendo inversiones en infraestructura y servicios.

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