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Con el dedo gordo del pie derecho, ella levantó sus calzones hasta izarlos como la bandera minúscula de un velero. Sus piernas tenían un tono apiñonado, y tiene dos igual de buenas —pensó él, y tomó un vaso de plástico para servirse un poco de ron con cola.

—A las doce nos corren de este cuarto —dijo ella con cierto desgano. Después encendió un cigarrillo, dio una fumada y lo puso sobre el pequeño cenicero de barro, a un costado de las bebidas. En el cenicero, aunque borroso, podía leerse el nombre del hotel.

—Me gusta tu espalda, siempre me ha gustado —dijo la mujer y se tendió boca abajo sobre la cama, como un minino perezoso que espera una caricia sobre el lomo.

Él fingió no escucharla, se limitó a guardar silencio, pero no pudo evitar sentirse halagado. Se sentó al borde de la cama, mirándose al espejo. Estaba desnudo. Parecía identificar en su propio reflejo a otra persona, alguien ajeno, un desconocido que, al igual que él, en ese momento preciso, también fumaba un cigarrillo y miraba las volutas de humo interponerse fantasmal entre aquellas dos secciones de un mismo hombre: allá el espíritu, acá el cuerpo.

La mujer rodó sobre la cama hasta ponerse boca arriba. Miraba la lámpara en el techo y sonreía. Parecía estar preparando el mejor argumento, el de mayor filo, el más punzante. Entonces preguntó sin matices:

—¿Qué vas a cenar con tu familia el treinta y uno de diciembre? 

Él volvió a unir su alma con su cuerpo, y volteó para mirar a la mujer, mezcla de curiosidad y de disimulado enojo, sólo identificable en el rojo intenso del torrente sanguíneo agolpado en sus orejas. Se mantuvo en silencio, mentalmente recorría, una a una, cada palabra del acuerdo que ambos establecieron dos años atrás: nuestras vidas familiares son tema aparte. Entonces ella contraatacó:

—De las dos, ¿con quién tienes mejor sexo? —lo dijo sin abandonar su pose felina, apoyando ambos puños sobre la cama sin dejar de mirarlo fijamente: había que estudiar cada una de las reacciones del oponente. Con la mitad del cuerpo echada hacia arriba, avanzó unos centímetros. Él se levantó de la cama, instintivamente, echando mano de un mecanismo de defensa primitivo que lo obligaba a guardar distancia; fue hasta el buró nuevamente. Permaneció de espaldas a la mujer. Ella insistió:

—¿Podrías ser hombre, siquiera una vez, y responderme?

Él arrastró los pies sobre la alfombra. La sintió abrasiva como una lija en la parte más sensible del cuerpo. Apretó las nalgas y los músculos de sus piernas se tensaron. Ella rodó por la cama sin dejar de observarlo. El cigarro que ella encendiera minutos antes se había transformado en un gusano frágil sobre el lecho negro del cenicero. Se dispuso a encender otro. Él la tomó por las muñecas y la miró a los ojos:

—¿A dónde quieres llegar?

—No te molestes. Total, si no quieres contestar, pues no lo hagas y asunto arreglado —dijo ella, como una serpiente que se dispone a emprender un nuevo ataque más letal.

Él volvió a establecer una distancia prudente respecto de ella. El corazón empezó a latirle con más fuerza. Empezaba a sentirse vulnerable, a empequeñecerse. Todo en él se hacía pequeño.

Ella tomó el calzón de él con el dedo gordo, ahora del pie izquierdo, y lo izó como una bandera, como un trofeo de guerra. Él la miró hacia arriba desde su pequeña estatura, ella parecía tan grande como un barco pirata, él era un simple pez hecho empujado hacia un costado de la corriente por aquel animal emocional que era capaz de arrasarlo todo a su paso.

Como una bestia herida, totalmente acorralado, él preguntó:

—¿Y si viviéramos juntos? —aquella pregunta fue confeccionada con los restos del orgullo de otros tiempos. Esperó la respuesta arqueando las cejas. Dio un último trago al vaso que ahora contenía sólo unas gotas que lentamente escurrieron desde el asiento hasta caer lentamente sobre su lengua. La miró de reojo. Ella sonrió y se mesó los cabellos con ambas manos en señal de desaprobación.

A ella le incomodaba sólo pensar cualquier posible argumento. La propuesta estaba fuera de lugar. Le molestaba aquel intento desesperado por pasar el balón, sabía que se trataba de una fallida estrategia de su oponente para ganar tiempo, para darle oportunidad de razonar a su cerebro, para urdir un nuevo ataque. Pero era tan predecible, tan inocuo, que sintió pena por él, por su intento de batallar aun estando en el suelo, obviando que estaba sometido por completo.

En silencio, ella comenzó a vestirse lentamente. Él preguntó:

—¿No te vas a bañar?

—No hace falta, quiero recordarte, este día cuando menos. Llevarme tu aroma —respondió ella, buscando de reojo un zapato perdido.

Sobre la silla frente al tocador, las ropas de ambos formaban un amasijo, eran una metáfora de la noche anterior. Tal vez la última que pasarían juntos. Él encendió otro cigarrillo y volvió a tomar asiento en el borde de la cama.

—Me gusta cuando te enfadas. Pones cara de león y aprietas los puños, parece que quisieras golpearme, pero no te atreves. Eres tan cobarde, siempre lo has sido.

Él no contestó. Instintivamente extendió las palmas de las manos sobre sus muslos desnudos. Después apretó con fuerza sus rodillas. Ella continuó vistiéndose.

—¿Has visto mis calzones? —preguntó ella mientras sacudía las sábanas en busca de la prenda. Él continuó en silencio. Otra vez empezaba a fugarse, a disociarse entre el hombre del espejo que asemejaba un alma atormentada, y el hombre sentado sobre la cama, un simple recipiente vacío que había olvidado por completo que alguna vez contuvo algo importante.

Habían pasado la noche bebiendo y teniendo sexo. En dos años de relación, sólo quedaba el placer como punto de unión. En cierto momento, ambos compartieron el deseo de decirse mutuamente que se amaban, pero tal aseveración no estaba prevista en sus planes individuales. Tampoco existían proyectos en conjunto. No tenían nada.

—Voy a casarme —dijo ella, secamente. Él sintió un golpe directo en las sienes. Apretó nuevamente los puños. En este nuevo asalto, él volvía a visitar la lona. La contrincante había estado preparando la estocada final, y él, iluso, estuvo haciendo sombra con los guantes puestos, como un perfecto estúpido que nunca se percató del sonido de la campana.

—¿Lo conozco?

—Ni falta que hace —respondió ella mientras delineaba sus labios con el carmín que a él le gustaba.

—¿Volveremos a vernos?

—Así no son las cosas. No te voy a ofender pidiéndote que madures. Sólo te pido que comprendas. Es algo que ambos veíamos venir. No es tiempo de tangos. Los tiempos cambian. Las personas pasan. El amor acaba.

—Ahora me vas a salir con la filosofía de José José. No seas absurda. Dices que no quieres insultarme y lo estás haciendo con singular alegría. Déjate de tonterías y aclaremos esto: cuando tú me necesites ahí estaré y tú sabes que también estarás para mi…

Ella lo interrumpió para preguntar de nueva cuenta por sus calzones. Él se sintió ofendido por lo abrupto del cambio de tema. Ella lo miró reflejado en el espejo, acercándose con los puños apretados.

—No me vengas con dramas, por favor. Sabías que esto sucedería. ¿Has pensado qué pasará cuando sea vieja? Si tú encontraras una mujer más joven y atractiva, ¿qué harías? Ponte en mis zapatos. Debo pensar en mi futuro: a estas alturas mis opciones son limitadas. En fin, el punto es que tengo una oportunidad y debo tomarla. No debería darte explicaciones, pero, por los buenos tiempos, debes saber que él es una persona buena, que me ofrece estabilidad en todos los sentidos. Lo demás puedes deducirlo.

—¿Yo no soy bueno?

—¿Quieres compararte? — la mujer separó la mirada del espejo donde terminaba de dar los últimos toques de sombra a sus ojos; al mismo tiempo, lo miraba en el reflejo. Algo la hizo recular y prefirió adoptar una pose maternal:

—Detengámonos, a nadie beneficia esta discusión.

—No me dejes. ¿Qué quieres que sea para ti? Seré lo que tú quieras, lo que desees, a la hora que lo quieras.

Ella corroboró que su oponente había perdido la dignidad. Lo percibió devastado, frágil, cuando buscó seguridad en el borde de la cama, desnudo como un pollo al que se le ha expulsado del cascarón. Los puños, otrora amenazantes, eran un par de palmas abiertas, juntas, en medio de las piernas; en medio de sus manos, su sexo, ahora diminuto, estaba tan muerto como el cigarrillo extinto sobre el cenicero.

Él se puso en pie e intentó aproximarse a ella, tomando aire para recuperar el aplomo. Estaba pálido como un cadáver. La sostuvo por detrás y con ambas manos le separó los muslos. Cerró los ojos y aspiró el desgastado, casi imperceptible, aroma de su cuello. Ella siguió retocando sus ojos con el delineador.

Ahora le resultaba patética la actitud de él. No quedaba nada del hombre que apenas ayer fuese un amante decoroso. Sentía aquel cuerpo untarse sobre su espalda como una lapa, como una sanguijuela pervertida, decidida a extraerle un último gesto de aprecio mínimo. Aunque le pareció indigno, durante unos segundos lo dejó hacer. Él quiso imaginarse imprescindible, necesario. Si por lo menos hubiese estado enterado de que sería la última vez…, él repitió en su mente como un mantra. Entonces, ella escapó de aquel caparazón inútil que la atenazaba, que intentaba poseerla sin deseo.

En ese instante, ella se dio cuenta de que él se había puesto sus calzones. Primero se mostró sorprendida. Conforme transcurrieron los segundos, una carcajada subió desde su vientre y escapó de su boca para revolotear como un murciélago desorientado sobre las paredes del cuarto, hasta instalarse en los oídos de él, quien sólo atinaba a mirarla tristemente.

Ella se acercó a él, y de un solo movimiento le atenazó el sexo para obligarlo a devolverle la prenda. Más por instinto, él quiso alejarla de su cuerpo, de su sexo. Debido al empellón, la mujer trastabilló hasta golpear de espaldas con su cráneo en el filo del tocador.

Él la miró tristemente, como se mira un canario muerto sobre la acera. Así permaneció durante varios minutos. Después tomó la blusa, el pantalón negro de ella, y los sobrepuso en su propio cuerpo. Tomó el labial, volvió al borde de la cama e intentó delinear sus propios labios, imaginando que aquel reflejo era de otro, del verdadero dueño del alma que se le había escapado. Sintió su cuerpo llenarse con el alma de ella, eso le hizo sentir aliviado. El tiempo del cuarto estaba por vencer: faltaban cinco minutos para las doce del día.

Foto: Internet

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Ébano y el periodismo cultural en México

Por: Alejandro Gamboa C.

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Hace algunos años, una amistad, Stephanie Esparza, me regaló un libro extraordinario: Ébano de Ryszard Kapuściński. Desde las primeras páginas, me atrapó su estilo único, una mezcla de periodismo fresco y casi poético que me llevó a lugares desconocidos y me enseñó nuevas formas de entender el oficio de contar historias.

Kapuściński, según la revista Gatopardo, no era un periodista cualquiera. Fue un hombre que vivió intensamente, cubriendo 27 revoluciones, sobreviviendo 40 arrestos y 4 sentencias de muerte. Su enfoque narrativo era singular; lograba fusionar la poesía con el periodismo de una manera tan natural que sus crónicas se convertían en una suerte de obra literaria.

Sus textos abordaban la descolonización en África y las tensiones de la Guerra Fría, pero siempre desde una perspectiva humana, lo que lo hizo cercano a figuras como Gabriel García Márquez y lo llevó a recibir el Premio Príncipe de Asturias en 2003.

Ébano, publicado en 1998, es un testimonio de la vida africana durante las décadas de 1950 a 1990, un periodo de descolonización lleno de contradicciones. En este libro, Kapuściński no solo narra la pobreza, la violencia y las dictaduras, sino que también captura la esencia cultural y espiritual de un continente en transición. Su estilo combina la observación detallada con una reflexión profunda sobre la humanidad, lo que me dejó, al finalizar la lectura, con una sensación de vacío y una urgente necesidad de saber más sobre él y su obra.

Hoy día, esto también me ha llevado a cuestionar el estado actual del periodismo cultural. Pareciera que hemos perdido a esos periodistas que, como Kapuściński, podían conjugar la narrativa literaria con la descripción precisa de los hechos.

Recuerdo con nostalgia aquellos suplementos culturales de El Nacional o El Financiero, que eran verdaderas joyas del periodismo. O la revista Siempre!, en su antiguo formato, que contaba con plumas envidiables que llenaban sus páginas de cultura e inteligentes análisis. Hoy, lamentablemente, muchos de estos espacios han desaparecido o se han convertido en simples plataformas propagandísticas.

En su obra Historia del periodismo cultural en México, Humberto Musacchio nos recuerda que el periodismo cultural en México tiene una rica historia que se remonta a las hojas volantes de la época colonial. Este tipo de periodismo ha sido fundamental para informar, analizar y criticar las manifestaciones artísticas e intelectuales, además de conectar generaciones de escritores y artistas. Sin embargo, en la era digital actual, el periodismo cultural enfrenta nuevos retos y transformaciones.

Con la expansión de las redes sociales, el internet y la inteligencia artificial, vemos surgir un nuevo tipo de periodismo cultural. Jóvenes creadores, motivados por el deseo de compartir sus aficiones y perspectivas, apoyados en la tecnología han comenzado a ocupar el espacio que antes pertenecía a los medios tradicionales.

Aunque este nuevo periodismo emergente ofrece una variedad de opciones y voces, también está manchado por la proliferación de fake news, un problema que esperamos se regule en favor de un periodismo documentado y veraz.

Todo esto, a propósito de Ébano y de Kapuściński, me motivó a desempolvar el libro y hojearlo de nuevo, inspirado por la relevancia de este nuevo periodismo emergente, que sigue siendo vital para conocer otras perspectivas y mantener viva la llama de la narrativa cultural.

Alejandro Gamboa C.
Licenciado en periodismo con estudios en Ciencia Política y Administración Pública (UNAM) Enfocado a las comunicaciones corporativas. Colaboró como co editor Diario Reforma. En temas de ciencia y comunicación en Milenio y otros medios digitales. Cuenta con 15 años dedicado a las Relaciones Públicas. Ha colaborado en la fundación de la Agencia Umbrella RP. Ha realizado trabajos como corrector de estilo, creador de contenidos y algunas colaboraciones como profesor en escuelas locales.

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Reforma Judicial, con premios a alineados

Por: Miguel Ángel Romero Ramírez

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Mientras miles de trabajadores del Poder Judicial de la Federación salen a las calles para reclamar el despropósito de una reforma que, además de alterar su circunstancia laboral lastima el orden constitucional al propiciar un desequilibrio entre los Poderes de la Unión, las negociaciones de alto nivel cobran relevancia.

Magistrados del Tribunal Electoral afines al oficialismo mantienen reuniones en las que Ricardo Monreal, próximo coordinador legislativo del oficialismo en la Cámara de Diputados y Arturo Zaldívar, próximo titular del Tribunal de Disciplina Judicial, les aseguran asientos en la eventual conformación de la nueva Suprema Corte.

La calificación del proceso electoral 2024 –sin mayor autocrítica– en la que ganó Claudia Sheinbaum, la permanencia de Alito Moreno al frente del Partido Revolucionario Institucional, PRI, –favorable al oficialismo por su perenne autodestrucción– así como la ratificación de la sobrerrepresentación en el Congreso de la coalición de Morena, el Partido Verde y el Partido del Trabajo en el Congreso, son algunas de las decisiones que podrían ser la moneda de cambio con la que el bloque de magistrados del Tribunal Electoral, afín al oficialismo, tengan posibilidades de transitar a ministros en la eventual nueva conformación de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Diversas fuentes consultadas aseguran que la oferta de quien se asume el próximo titular del –todavía inexistente– Tribunal de Disciplina Judicial, Arturo Zaldívar es exclusiva para los magistrados: Mónica Soto (presidenta del Tribunal Electoral), así como Felipe de la Mata Pizaña y Felipe Alfredo Fuentes Barrera, quienes conforman el bloque de tres magistrados que con sus resoluciones logran “mayoritear” a los otros dos integrantes de la Sala Superior: Janine Otálora y Reyes Rodríguez.

Una Sala Superior que, hoy por hoy, funciona con dos integrantes menos (en vez de cinco deberían de ser siete) gracias a que Morena en el Congreso se negó a nombrar en las sillas vacantes a sabiendas de que el proceso electoral del 2024 sería sumamente complejo.

Estas negociaciones, llevadas a cabo en las sombras y lejos del escrutinio público, ponen en evidencia una peligrosa tendencia de concentración del poder y el debilitamiento de las instituciones que deberían servir como contrapeso en un sistema democrático.

La posibilidad de que los magistrados afines al oficialismo sean recompensados con asientos en la nueva Corte, a cambio de decisiones que favorecen a los intereses del partido en el poder, no solo pone en duda la imparcialidad de la justicia electoral sino que además socava la confianza en el sistema judicial en su conjunto. ¿Sirve de algo que miles de trabajadores marchen cuando están lejos de los pactos que se hacen por encima de ellos?

La reforma judicial, está claro, lejos de fortalecer el Estado de Derecho, está orientada a consolidar un control político sobre el Poder Judicial, debilitando así uno de los pilares fundamentales de la democracia.

Miguel Ángel Romero Ramírez: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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SCJN, ¿cómplice pasivo de reforma judicial?

Por Miguel Ángel Romero Ramírez

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La actitud de la Suprema Corte, ante una reforma judicial tan destructiva, no sólo ha sido decepcionante, sino también alarmante.

El silencio ensordecedor le imprime un sello de complacencia al atropello del sistema judicial que podría tener consecuencias desastrosas para la democracia mexicana. Horas después de que la ministra presidenta, Norma Piña aplaudiera de pie la entrega de constancia de Claudia Sheinbaum como presidenta electa de México, cerca de 55 mil trabajadores del Poder Judicial organizaron un paro nacional… pero sin su respaldo… a su suerte.

La Corte no sólo ignora su deber de proteger a sus trabajadores sino parece haberse convertido en cómplice pasivo de su propia desmantelación. El aplauso de pie de Norma Piña a Claudia Sheinbaum sería irrelevante y podría ser considerado una mera cortesía política si meses atrás ella misma no hubiera protagonizado un momento clave en la ceremonia de celebración del 106 aniversario de la Constitución cuando no se levantó de su asiento y tampoco celebró la entrada al auditorio del presidente Andrés Manuel López Obrador. ¿Las cosas cambiaron? ¿Ahora sí se somete?

El cambio de señales constante en la Suprema Corte de Justicia en la Nación exhibe, además del poco oficio político y la candidez, el nulo compromiso con los intereses superiores de la Nación. Puede ser entendible que la ministra presidenta y su equipo encuentren en Claudia Sheinbaum un respiro después de los embates coléricos del saliente presidente Andrés Manuel López Obrador, pero en los hechos no cambia absolutamente nada.

La estrategia del oficialismo que busca cooptar el sistema judicial para evitar resistencias a la instalación de un régimen autoritario sigue en curso y con más bríos que antes.

¿De qué sirve que los empresarios, académicos, asociaciones y barras de abogados, e incluso la ONU se desgarren las vestiduras con sendos comunicados, posicionamientos y entrevistas en medios de comunicación cuando la titular del Máximo Tribunal simplemente no sale y tampoco dice nada… y cuando aparece lo hace para aplaudir al oficialismo? Sin un liderazgo fuerte ¿cuánto podrá resistir el paro nacional de trabajadores que no goza del respaldo institucional? ¿Hasta dónde podrán llegar divididos?

¿Será que influye la actualización del dictamen que discutirá el Congreso sobre dicha reforma? Ahí, entre otras cosas, el oficialismo abre la puerta para que los ministros de la SCJN que decidan no estorbar en la demolición del Poder Judicial puedan acceder a su pensión vitalicia (conocido como haber de retiro). Sí, la misma pensión de la cual gozan Arturo Zaldívar y Olga Sánchez Cordero, exministros de La Corte que hoy desde el partido en el poder acusan de “privilegios” a sus colegas… “privilegios” que siguen gozando y que a ambos les da aversión renunciar a dicha prestación. ¿Cuántos de los hoy 11 ministros van a preferir su pensión vitalicia?

Hace algunas semanas, en este mismo espacio, redacté una carta de renuncia ficticia de la ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la cual se mantiene vigente. La crítica es la misma. En ningún momento ha podido explicar por qué 36 millones de votos no significa ni tiene implícito que un gobierno legalmente constituido pueda alterar el estado constitucional. Nada ni nadie, en una democracia, puede alterar el equilibrio de poderes. Claro, a menos de que pasemos a ser un país con un régimen autoritario en el que a la ya de por sí mediocre clase política sea imposible exigirle cuentas.

Apuntes:

Ernesto Canales, destacado abogado egresado de la Escuela Libre de Derecho y primer fiscal anticorrupción en el país (Nuevo León) está por lanzar su nuevo libro: ¡Hay Justicia! Una crónica audaz sobre el rol que le ha tocado jugar dentro del sistema de justicia mexicano, particularmente en casos mediáticos.

Si no fuera real sería una entretenida novela sobre corrupción, socialités, políticos corruptos y connotados empresarios dispuestos a todo para ganar un juicio. Un estimulante texto que edita Planeta y que pronto estará en todas las librerías del país y mismo que su autor promocionará en ferias de libro y, sobre todo, en espacios académicos.

Miguel ángel Romero Ramírez: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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