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No dudará en usarla

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—Uy, abuelito: ya ni con chochos azules. Pero le vamos a hacer la lucha. Recuéstese un poco, así. Ándele, ponga su cabecita sobre la almohada y déjese llevar. Ande, así mero. No le va a doler, se lo aseguro; con cuidado. Capaz de que, si algo le pasara, me lo cobran como estudiante universitario —con calma, lentamente, la joven mujer levantó las piernas del viejo hasta colocarlas bien alineadas sobre la colcha de estampados naranjas, amarillos y azules.

El abuelo se puso cómodo. Con las puntas de los pies apoyándose en los talones se deshizo de los zapatos deportivos. Fue sintiendo cómo el cuerpo se le alaciaba hasta hacerlo perderse en la luz de la lámpara.

Era su cumpleaños. Había acumulado tantos que casi nadie sabía con certeza qué edad tenía. Pero los nietos insistieron en darle la oportunidad al viejo de echar una canita al aire, porque las vecinas ya murmuraban: Tengan cuidado con don Mumi, se le queda viendo a las muchachas con unos ojos iguales a los del puritito demonio de la lujuria. Casi las desviste con la mirada. No vaya siendo que un día pierda la cordura y le dé un susto a alguna. —Lo cierto es que ninguna de las vecinas conocía al meritito demonio de la lujuria. Si bien les iba, sólo lo presintieron durante algunos, contados, momentos de su efímera vida sexual. También, es cierto, que nadie puede desvestir con la sola mirada, ni por muchas dotes de David Copperfield que pudiera poseer alguien en el barrio.

La cordura del anciano no estaba a discusión, pero las leyendas oscuras que se contaban en torno a él lo habían convertido en una especie de ídolo no declarado de las féminas invernales, quienes habían encontrado, en la propia leyenda, un motivo para echar a revolotear la imaginación a sus anchas. Cada mujer, a su manera, no perdía la oportunidad de intercambiar palabra con el viejo, cuando éste dedicaba el domingo para ir a la misa de las doce de la mañana y luego encaminarse a la paletería para degustar un helado triple de vainilla en cono de harina, salpicado con trozos de nuez picada.

Nadie obligaba a ninguna de las damas a sentarse a un costado del viejo sobre las bancas de solera pintadas de colores rosa y blanco. Se hacían las aparecidas para entablar plática con el viejo. El hombre era receloso. O tal vez la carne vieja había dejado de simpatizarle. Estaba convencido de que las gallinas antiguas no hacen buen caldo, que, mejor dicho, ranciaban el aire con sus alharacas prejuiciosas y sus modos anacrónicos.

Tal vez las historias sobre su persona no estaban tan alejadas de sus apasionamientos carnales, pero los excesos deben ejecutarse lejos del hogar, recordaba haber escuchado alguna vez, muchos años atrás, en una clase de literatura de la secundaria.

La mujer tomó asiento y, como quien no quiere la cosa, abrió la boca para vaciar planteamientos, teorías, prejuicios y complejos sobre el entorno y sus habitantes. El viejo permaneció en silencio mirando cómo las bolas de su helado se hacían pequeñas hasta escurrirse sobre el cono hasta volverlo flácido. Era tal la desfachatez de la mujer que intentó solucionar lo que ella consideró un descuido del viejo: pidió un puño de servilletas a los dependientes de la heladería, extendió hacia el hombre un par de ellas e intentó limpiar las salpicaduras de helado caídas sobre la banca.

—Tenga cuidado. Mire, ya se manchó. Pero por suerte estoy aquí, para ayudarlo. Por cierto, ¿quién le lava y le plancha la ropa? Porque, si gusta, yo puedo hacerlo con gusto, y gratis. Nomás dígame cuándo puedo ir a su casa y a qué horas y le dejo limpia su ropa, hasta almidonada —dijo la mujer, y cuando mencionó la palabra almidón, al viejo le pareció escuchar una acentuación exacerbada: la grafía brincoteó desde el sonido y, en una pirueta parecida al salto mortal, se posó, cuan negra era, sobre aquellos labios cuarteados que pretendían ser sensuales e invitadores.

En microsegundos, todas las sílabas que integran la palabra al-mi-dón, reclamaron un trozo de existencia propia, se rebelaron ante la subordinación totalitaria, entendieron que aquella integralidad estaba dispuesta para que la máquina funcionara. Tomaron conciencia sobre la importancia de su trabajo y se rebelaron frente a la tiranía de la oración, después pensaron en quemar el párrafo completo hasta transformar la historia y reescribirla a su modo. Intentaron convocar a otros artículos, preposiciones, verbos y sustantivos igual de inconformes, pero antes de que la insurrección estallara en su mente, el viejo respondió a la oferta del lavado y planchado con una frase seca: —Le agradezco, me gusta hacerme cargo de mis propias cosas.

Aquella mujer no paraba de hablar y parecía no darse cuenta de su absurdo monólogo. Sus palabras eran tan edulcoradas, que atiborraban los oídos, y cada una de las frases empujaba a las otras en una lucha encarnizada por penetrar primero por el conducto auditivo del viejo; aquello se volvía en una pelea a muerte con armas punzocortantes que terminaba por exacerbar los ánimos del receptor. Sin que el emisor manifestara la más mínima piedad o consideración ante tal apabullamiento.

Por un momento, al viejo le pareció percibir que paletadas de estiércol llegaban hasta sus oídos, sintió que aquella mujer lo estaba transformando en una fosa séptica, en una fosa común donde los muertos se reanimaban para arrojarse trozos agusanados de carne que arrancaban, con sus propias manos, de su propio cuerpo. Una bacanal fétida donde él estaba amordazado, atado a una banca de metal pintada de colores rosa y blanco, como un inocente estúpido incapaz de reunir un poco de voluntad y retacar su flácido cono de helado en aquella bocaza inmunda. Pero, ante todo, se impuso la caballerosidad, se puso en pie y se despidió cortésmente, sin argumentar nada. Estaba asqueado.

Sin embargo, algo era cierto, algo tenía el viejo en la mirada que a lo largo de su vida le atrajo numerosos conflictos y enfrentamientos. Si la vista es muy natural, decía en su descargo. Pero no todos pensaban lo mismo. En cierta ocasión, en los mingitorios de una cantina, el mero entrecruzamiento accidental de miradas bastó para que un ebrio se sintiera agraviado y pretendiera, sin higiene de por medio, propinarle un par de bofetadas. Hasta que un grupo de meseros acudió para mediar las cosas y pedir amablemente al viejo que mejor se retirara para no importunar al “señor licenciado” quien era, además, agente del ministerio público.

En la familia se preguntaron por largo tiempo qué rasgo de él le había resultado atractivo a su mujer, hoy difunta. Porque ambos eran como dos opuestos irreconciliables. En ella, todo era dulzura y don de gentes. En él todo era marcialidad, control, subordinación, disciplina… hasta que los hijos se hicieron adultos y decidieron, por sí mismos, la forma de continuar con su vida, ya sin el yugo paterno.

A ratos se preguntaba en la oscuridad de su recámara: —¿Si el muerto fuera yo y mi mujer estuviera viva? ¿Qué haría ella en estos momentos?

Aquellas elucubraciones, frecuentemente, ocupaban su pensamiento hasta muy avanzada la madrugada. Hasta que los ojos gobernaban el cerebro y cerraban la ventanilla de atención de los asuntos inútiles. Todo sucedía en esa especie de burocracia existencial que no tiene ni pies, ni cabeza, ni razón de ser, en tanto, siempre conduce al mismo callejón sin salida por donde transitan quienes, en definitiva, tienen temor de vivir.

Una tarde, luego de varias horas de búsqueda, sus nietos le encontraron vagando al interior del mercado público. Desorientado, intentaba reconocer en cada rostro de los marchantes un indicio sobre sí mismo, pero sólo rondaba la indiferencia haciendo sus compras. Un sentimiento de angustia llegaba hasta él y luego se alejaba aleteando, como una mariposa frágil de la que no se precisan colores ni formas.

—Vente abuelo. Llevamos buscándote un buen rato. Fuimos a la heladería, y cuando vimos la banca vacía nos espantamos. Capaz que te hubiera pasado algo.

Los jóvenes tomaron al viejo por el brazo, uno a cada lado, como se toma un enfermo que no puede valerse por sí mismo. Por vez primera, el hombre sintió la necesidad de dejarse conducir, de entregarse a la voluntad del otro, de callar lo que pensaba para no importunar a sus atentos lazarillos.

Por la noche, los hijos recriminaron al viejo, convirtiendo el asunto en una especie de venganza esperada durante muchos años. Tal vez sólo se trataba de la continuación, del tiempo de cosecha de los frutos amargos, sembrados en sus vástagos. Pero la mente ya no daba para esa reflexión. Así se fueron suscitando nuevos episodios. Al viejo le dio por caminar desnudo en el patio. Por tomar agua del lavadero con la vieja jícara de plástico y verterla sobre su cuerpo, le gustaba sentir el agua deslizarse fría, desde su cabeza hasta sus pies. A sus nietos le divertían los aparentes disparates del anciano. Por eso, cuando sus padres no estaban en casa, se convirtieron en sus cómplices, en facilitadores de sus ocurrencias. Para ellos, no existía la mínima malicia, ni pudor alguno ensuciaba aquellos momentos cuando el viejo, desnudo, dibujaba ángeles de agua, tendido sobre las losetas del patio. Múltiples carcajadas brotaron de aquellos jóvenes recién salidos de la infancia, por tanto, expertos en esa clase de goces que permanecen en el alma por siempre.

Por varios meses, pese a las recomendaciones del médico, el abuelo siguió recibiendo su dosis de azúcar en forma de helado de vainilla salpicado de nuez picada. Como un niño, era llevado a la misa de doce por sus nietos. En silencio, sentado sobre las enormes bancas de madera, seguía atento el ritual. Algo en su interior le guiaba. Aunque las formas tuvieran menos significado, subyacía lo inexplicable proveyéndolo de un sentimiento reconfortante, como un abrazo, como un suéter nuevo hecho a la medida que se ajusta al cuerpo y que tiene la temperatura perfecta, deseada, ideal para quien lo usa.

En medio de aquel cúmulo de olvidos que vaciaban los recuerdos de su vida, como un pizarrón sobre el que se escribe nueva información, aunque efímera, el cuerpo del anciano recordaba. Porque una cosa es el recuerdo que ha de archivarse, el que se transformará en la memoria, para bien o para mal, a gusto de quien lo vive, y otro asunto es la biología que no tiene reparos en cobrar cuentas o ajustar presupuestos, y sacar del archivo muerto aquellas cosas que parecían olvidadas. Y el cuerpo recordó: sacó del aparente olvido la parte inerte del abuelo. Lo que fue motivo de risas para sus nietos:

—Al abuelo todavía se le para —festejaron lo jóvenes, chocando sus palmas abiertas con las del viejo que, desnudo y alegre, brincoteaba; como quien busca volver a dirigir la orquesta con la batuta en ristre.

Había que darse prisa: sus padres estaban por llegar y el abuelo estaba “armado”. —Está armado y no dudará en usarla —dijo uno de ellos y ambos soltaron la carcajada. Se dispusieron a secar con una toalla al abuelo y vestirlo, ante la inminente llegada de los nuevos tiranos del castillo.

Los días transcurrieron en calma, hasta que una noche, la mujer que ayudaba con la limpieza se quejó amargamente de la conducta inapropiada del viejo:

—Pues yo no quería decirles, pero el señor se estaba tocando ahí, debajo, mientras yo tendía la cama. La verdad, ya me dio miedo, porque él no está en sus cabales y, en una de esas, capaz que me agarra doblando las sábanas y me dobla a mí, y yo soy una mujer decente. Ahora que… si me suben el sueldo al doble, pues estaría dispuesta a correr el riesgo, porque la necesidad es canija, digo, la necesidad del dinero, claro. Y…

Los hijos del viejo aceptaron la renuncia de la mujer, no sin antes pagarle una semana extra por las molestias y para garantizar la completa secrecía por aquel desaguisado. Pese al acuerdo, todo se supo, y la leyenda del viejo languso creció y se extendió hasta ser parte de la comidilla de las beatas y las libres pensadoras. Se formaron dos facciones: una a favor y otra en contra de los hechos. Hubo quienes interpretaron el asunto como un tema biológico que estaba fuera del control del “enfermito”. Otros dijeron que el diablo no tiene reparos ni moral y se interna en los más débiles: He aquí un caso donde la oración es el único camino para expulsar al maligno de ese cuerpo inocente que ya se encuentra en la antesala del hoyo en la tierra. Ese chancludo cuernudo quiere arrebatar un alma al cielo mediante el pecado de lujuria.  

Los hijos se avergonzaron y prohibieron que el viejo tuviera cualquier contacto con personas ajenas a la familia. Incluso las visitas serían restringidas. Los nietos, quienes se alternaban para cuidar del anciano, durante la tarde y la mañana, dependiendo de sus horarios escolares, idearon una solución práctica: —Hay que llevar al abuelo con las muchachas de paga.

En definitiva, hay soluciones sensatas y soluciones prácticas. Pero ésta, en particular, parecía carecer de cualquier lógica. El viejo, que aún conversaba con sus nietos durante sus esporádicos lapsos de lucidez, se mostró complacido y aceptó la deferencia sellando el pacto con los jóvenes mediante un abrazo apretado de tres.

El siguiente paso fue convencer a sus padres de que el abuelo necesitaba salir a despejarse, que el encierro lo mataría. Así, entre argumentos lastimeros, provistos de cierta lógica, los jóvenes pusieron guapo al abuelo y lo subieron en el auto familiar, bajo el compromiso de llevarlo a caminar al parque. Incluso le mercaron ropa y zapatos deportivos. Para confeccionar de mejor manera la argucia metieron, en el Valiant amarillo, un par de balones y la bomba para inflarlos.

El plan se maduró durante un par de semanas. Estaba tan bien cronometrado que la chica contratada llegaría a cierta hora al hotel de paso señalado. Previamente, aunque no se estila así, la habitación donde sucederían los hechos ya estaba reservada: Por aquello de no te entumas y mejor tener todo bajo control. Pensaron en darle al abuelo una pastilla para desinhibirlo, pero lo descartaron, pues, precisamente, la desinhibición del abuelo los había conducido hasta ahí.

En la habitación, la muchacha miraba sorprendida la magia de la naturaleza. Sonrió y se dispuso a cumplir con su trabajo. En la recepción del hotel, los jóvenes se miraban y sonreían mientras cronometraban. Para romper la tensión del momento, uno de ellos dijo: Está armado y no dudará en usarla —una estrepitosa carcajada retumbó en la recepción.

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Opinión

Presidenta, lejos de construir nuevos liderazgos en el país

*** Por Miguel Ángel Romero

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El tablero en el que la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum, mueve sus fichas no solo es complejo, sino que ella no lo diseñó y muchas de las piezas que supuestamente debería poder usar y habilitar no responden a ella. Parece una natural consecuencia ante el elefante en la sala del cual nadie habla: para muchos actores políticos su legitimidad es de papel.

Los 36 millones de votos que obtuvo en la pasada elección son vistos como una consecuencia inercial y un reflejo del capital político que sí construyó el expresidente Andrés Manuel López Obrador. Por lo tanto, no son de ella, son prestados y el “respaldo” puede dejar de serlo o cambiar de sentido de ser necesario.

Bajo esa premisa, es totalmente entendible que la postura del partido Morena -que fue el vehículo para llevarla al poder- busque lucir con independencia al gobierno. La “institucionalización” del movimiento que fundó AMLO no pasa por respaldar incondicionalmente a quien hoy habita en Palacio Nacional, sino que corre de manera paralela con una estrategia de creación de cuadros y militancia que funcionará más como contrapeso que como soporte. Sheinbaum estará lejos de poder construir o impulsar nuevos liderazgos en todo el país.

Al menos, así lo dejó entrever Luisa María Alcalde en entrevista que le dio a El País en donde disfraza esa “sana distancia” entre el partido y la mandataria como una táctica para no caer supuestamente en los vicios que instauró el PRI cuando fue hegemónico, tal como ahora lo es Morena. El hijo del ex presidente AMLO, Andy López, (señalado por corrupción) como protagonista en las decisiones del instituto político que recibirá en 2025 más de 2 mil 500 millones de pesos de dinero público.

Otras pruebas de que el régimen se endurece sin el liderazgo de la presidenta son la reforma judicial, la incorporación de la Guardia Nacional al Ejército, la ratificación de Rosario Piedra al frente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos para complacer a los militares, así como la próxima eliminación de órganos autónomos constitucionales; a lo que se le suma que en la Ciudad de México, de donde salió y no logró imponer a Omar García Harfuch como Jefe de Gobierno y en vez de él se le instaló un dique más con Clara Brugada.

En el control de crisis y para no lucir lastimada, Sheinbaum está siendo orillada a abrazar determinaciones que están lejos de su alcance, y sobre, todo de su convicción. La próxima jugada en el tablero que podría continuar exhibiendo su poco margen maniobra será la definición del titular de la Fiscalía General de la CDMX, una posición clave, en donde todo indica será ungida Betha Alcalde Luján; es decir, se suma una figura de contención al tablero.

En el Congreso de la Unión, la presidenta tiene que lidiar con dos personajes que mantienen una franca e incluso grosera independencia de ella. Sirven al régimen (personificado en AMLO) pero no a la ahora inquilina de Palacio Nacional.

Adán Augusto en el Senado y Ricardo Monreal desde la Cámara de Diputados quienes, para cuidar y proteger su propio espectro de poder, alientan y promueven -de manera velada- la narrativa que Sheinbaum no guarda mayor capital político y que el título de presidenta es un membrete que no tiene mayor incidencia en el ámbito legislativo, un espacio en el que ellos dan continuidad a la agenda que marcó AMLO, como la eliminación de órganos autónomos, y desde donde incluso se aventuran a abrir nuevas discusiones, como lo es una reforma fiscal que, si bien luce necesaria, la presidenta se comprometió a no llevarla a cabo.

Es muy temprano para asegurar que esta tendencia continuará pero a escaso mes y medio en el poder queda claro que todos los actores políticos y piezas en el tablero que supuestamente deberían estar en sintonía con la presidenta están hoy en día funcionando como un contrapeso: una definición por sí misma problemática ya que, de momento, no parece haber incentivos para que todos esos diques y muros diseñados por AMLO para heredar su poder, quieran moverse o busquen la colaboración con Claudia Sheinbaum. Y, por el contrario, sí existen estímulos para que cada uno de ellos busque acotar y restringir a Sheinbaum: conservar su parcela de poder.

La presidenta no está feliz. Ha usado a sus voceros y propagandistas en medios de comunicación para, por lo menos, poner de manifiesto que muchas de las acciones que están endureciendo el régimen no las comparte, ya sea por la forma o por el fondo. Una proyección lógica a mediano plazo es que ambas visiones choquen: el andamiaje construido por AMLO versus el que busque instalar Sheinbaum.

Será interesante ver si el argumento que todos utilizan para maltratar a la presidenta se mantiene. ¿Hasta dónde podrá usar la legitimidad prestada para construir la propia? El problema no es menor y no se constriñe a ella, sino también a la forma en cómo los ciudadanos vamos a padecer ese natural encontronazo.

*** Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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Hoy, día clave para las relaciones México-EU. UU.

***Miguel Ángel Romero Ramírez

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La agenda binacional, de por lo menos los próximos 6 años, entre México y Estados Unidos tiene en este martes 5 de noviembre un día clave. Mientras concluyen las elecciones estadounidenses que podrían llevar de vuelta a Donald Trump a la Casa Blanca; en México, la Suprema Corte analiza el proyecto que podría frenar parcialmente el esfuerzo del oficialismo -ahora, con Claudia Sheinbaum a la cabeza- para romper el equilibrio entre poderes y así provocar una crisis constitucional sin precedentes. Sucesos históricos que traerán consigo profundas consecuencias.

A medida que ambos casos se desarrollan, vale la pena revisar cómo estos líderes, aunque desde espectros ideológicos distintos, mantienen similitudes que colocan en una franca desventaja a la región. Se trata de coincidencias enmarcadas en el manual del populismo que encuentra, cada vez más, espacio y margen de tracción derivado de un desencanto de los ciudadanos por un sistema democrático.

En lo que respecta a concentración de poder, ambos la buscan a partir de la figura del “pueblo” entendida esta como la imagen que los habilita y “autoriza” para cuestionar e ignorar las normas establecidas con la finalidad de acatar dicha “voluntad”.

Mientras Trump se presenta como una figura antisistema que “realmente” escucha al pueblo, Sheinbaum coloca como piedra angular de la reforma judicial, los 36 millones de votos obtenidos en las urnas para intentar instalar la falacia de que dicho resultado la autoriza y habilita para emprender cualquier acción, aunque estas vayan en contra de los principios democráticos.

Los líderes populistas tienden a dividir a la sociedad en “el pueblo” y “los otros”, generalmente representados como élites corruptas o adversarios. Trump se posiciona como el defensor de los “americanos reales” frente a una élite que presuntamente los menosprecia, consolidando una base leal que ve en sus enemigos los obstáculos al progreso.

Sheinbaum, también polariza al referirse a los opositores de la reforma judicial como “conservadores” que buscan frenar el cambio, estableciendo una división que genera desconfianza hacia quienes no comparten su peligroso proyecto de romper el orden constitucional mexicano.

Ambos comparten una estrategia de deslegitimación de sus detractores. Trump acusa a los medios y a los demócratas de conspirar en su contra, sugiriendo incluso que sus derrotas son producto de fraudes, lo que mina la confianza en las instituciones democráticas. Sheinbaum etiqueta a medios críticos como “conservadores” y denosta en sus conferencias a todo aquel sector o grupo de la sociedad que no comparte sus ideales autoritarios.

La oferta de soluciones simples y rápidas a problemas complejos es otra táctica común. Trump promete construir muros y negociar tratados, presentando estos temas complejos como resolubles por él solo. Sheinbaum, por su parte, promete una transformación radical en México, promoviendo la una reforma judicial que, como han admitido incluso sus propios asesores como el ex Ministro Arturo Zaldívar, no resuelve de fondo la impunidad que prevalece la sociedad mexicana porque su objetivo primordial es cooptar y eliminar un contrapeso esencial que establece un régimen democrático.

El control de la narrativa pública también distingue a los populistas. Trump empleó redes sociales, especialmente Twitter, para difundir sus mensajes sin mediadores, presentándose como el defensor de los “estadounidenses olvidados” y desacreditando a los medios como “fake news”. Sheinbaum utiliza el poderoso andamiaje de propaganda digital heredado de López Obrador para instalar como culpable de la crisis constitucional a la Suprema Corte de Justicia de la Nación que lo único que ha hecho es ejercer su natural papel de contrapeso.

Cabe destacar que la seducción de las mayorías por este tipo de liderazgos no es fortuita y no se limita a la región de Norteamérica. El virus del populismo tiene como un componente de efectividad en su propagación a sociedades desilusionadas porque no han encontrado respuestas puntuales a sus demandas. La generalizada mediocridad de la clase política gobernante ha tenido como una de las principales consecuencias el ensanchamiento de la brecha de desigualdad; y es ahí, en ese espacio en el que los líderes populistas encuentran margen de maniobra para capitalizar el resentimiento y el enojo.

La advertencia, en ambos casos, es que el poder concentrado en manos de una sola figura, en detrimento de la independencia de instituciones clave como el poder judicial, suele conducir a dinámicas autoritarias, donde la justicia se convierte en un mecanismo de persecución o protección de ciertos intereses.

La ansiedad binacional por lo que ocurra este martes en ambos lados del Río Bravo crece, y no es para menos, pues las consecuencias futuras pueden ser profundas y devastadoras tanto para la sociedad mexicana como para la estadounidense.

Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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La narrativa del miedo y cómo la violencia se convierte en control

***Alejandro Gamboa C.

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La violencia no es sólo un acto físico. En los últimos años he observado algo nada nuevo pero que vale la pena volverlo a señalar: cómo se convierte la violencia en una herramienta política, un espectáculo mediático cuyo propósito principal es sembrar el miedo.

En América Latina, los medios de comunicación y los grupos de poder han sabido jugar con este temor, manipulando la realidad para mantener sociedades controladas y sumisas.

El caso de Colombia es emblemático. Durante décadas, el conflicto armado ha dominado los titulares de los periódicos, especialmente en las zonas rurales. En el interior de esas noticias no siempre se cuenta el contexto completo. Se muestran los actos de violencia de manera aislada, creando una narrativa que, en lugar de buscar soluciones, alimenta la percepción de que la violencia es inevitable. Esta representación ha ayudado a crear una cultura donde el miedo no solo paraliza, sino que normaliza lo inaceptable​

Este enfoque fragmentado es una herramienta efectiva para evitar conversaciones profundas sobre las raíces de los conflictos.

En México, el narcotráfico ha aprovechado esta capacidad mediática para construir su propio discurso de poder. Los cárteles han adoptado la violencia como un mensaje, transformando sus crímenes en espectáculos diseñados para infundir pavor. La brutalidad, captada por las cámaras y luego transmitida masivamente, contribuye a una atmósfera de inseguridad que afecta a la población, generando el terror necesario para mantener su dominio​

Los medios, principalmente comerciales de comunicación, al difundir estas imágenes, se convierten en amplificadores de la estrategia del miedo, tal vez sin intencionalidad (o tal vez sí), pero definitivamente con consecuencias devastadoras.

Lo más alarmante es que esta misma estrategia no se limita a grupos armados. Gobiernos en la región han aprendido a manipular el miedo para justificar acciones que atentan contra las libertades civiles.

En Argentina y Chile, durante las dictaduras, los gobiernos militares utilizaron la violencia del estado como una herramienta silenciosa, apoyados en una narrativa mediática que presentaba a los opositores como enemigos peligrosos. El miedo era la llave para mantener a la sociedad bajo control y aceptar lo inaceptable​.

El uso del miedo también se ha modernizado. En la era de la información instantánea, las redes sociales han demostrado ser un campo fértil para la difusión de noticias que influyen en el comportamiento social.

Durante la pandemia de COVID-19, el miedo al virus fue exacerbado por la sobreexposición a la información, creando ansiedad y pánico en la población. Las redes, que amplifican el contenido que genera más emociones, mostraron lo peligrosas que pueden ser como vehículo del miedo​

La violencia en nuestro país ha sido amplificada y convertida en espectáculo por los medios de comunicación comerciales, donde las noticias sensacionalistas y el uso de narrativas melodramáticas capturan la atención de las audiencias y mantienen a los espectadores en un ciclo constante de entretenimiento morboso.

Un claro ejemplo de esta construcción de narrativas fue el uso de recreaciones de crímenes y eventos violentos en cine y televisión durante el México posrevolucionario. Películas como El automóvil gris (1919) y La banda del automóvil (también de 1919) dramatizaban la violencia real o la mezclaban con escenas ficcionadas, convirtiendo los crímenes en espectáculos visuales destinados a generar impacto emocional y captar el interés de la audiencia.

Estas producciones, que mezclaban documental y ficción, ayudaban a los medios a construir una visión sensacionalista de la criminalidad y el peligro en la vida cotidiana.

Actualmente, este enfoque no solo persiste, sino que se refuerza en programas de noticias, series y reality shows que explotan crímenes y actos violentos. Muchos de estos contenidos incluyen escenas re-creadas, manipuladas o narradas de manera sensacionalista para maximizar la respuesta emocional de los espectadores.

Esta exposición intensiva a imágenes y relatos violentos fomenta una percepción desproporcionada de inseguridad y una especie de fascinación morbosa, lo que contribuye a un estado de vigilancia constante en la población, atrapándola en un ciclo de consumo de violencia como entretenimiento.

Este fenómeno convierte a los espectadores en participantes involuntarios de un espectáculo que perpetúa el miedo y la desconfianza en el entorno social, manteniéndolos enganchados en un contexto donde la violencia no es solo una realidad, sino un producto de consumo continuo que define y refuerza la visión del mundo de quienes lo observan.

Debemos cuestionar el rol de los medios en nuestra percepción del miedo. ¿Hasta qué punto somos partícipes involuntarios de esta maquinaria de terror? ¿Estamos consumiendo noticias que informan o que manipulan nuestras emociones? La violencia es real, pero su representación a menudo es un reflejo distorsionado con fines oscuros.

Es momento de que dejemos de ser víctimas de estas narrativas y recuperemos nuestra capacidad crítica. No podemos permitir que el miedo siga siendo el arma favorita de quienes desean mantenernos sometidos. La violencia no solo deja marcas físicas; deja cicatrices profundas en nuestra percepción de la realidad. Pero lo más disruptivo es que el miedo, ese enemigo invisible, puede que sea más peligroso que el mismo acto violento.

***Alejandro Gamboa C. Licenciado en periodismo con estudios en Ciencia Política y Administración Pública (UNAM) Enfocado a las comunicaciones corporativas. Colaboró como co editor Diario Reforma. En temas de ciencia y comunicación en Milenio y otros medios digitales. Cuenta con 15 años dedicado a las Relaciones Públicas. Ha colaborado en la fundación de la Agencia Umbrella RP. Ha realizado trabajos como corrector de estilo, creador de contenidos y algunas colaboraciones como profesor en escuelas locales.

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