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Meméxico lindo y…

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Ha pasado la primera semana del año 2022 y la violencia en México no para. Los primeros siete días de este nuevo año nos dejaron imágenes espeluznantes: en Zacatecas, un grupo delincuencial dejó en pleno centro histórico de esta bella ciudad, una camioneta con 10 muertos, cuyos cuerpos mostraban huellas de asfixia.

En Veracruz, sobre la autopista La Tinaja-Cosoleacaque, fueron abandonados ocho cuerpos desnudos, entre los que se encontraba el cadáver de una mujer, todos ellos maniatados y severamente golpeados. El remate de este grotesco espectáculo fue una cartulina que amenazaba a funcionarios del gobierno estatal encabezado por Cuitláhuac García Jiménez.

Otra estampa de esta semana fue la publicación de una fotografía del gobernador de Morelos, Cuauhtémoc Blanco, con presuntos integrantes de la delincuencia organizada, entre los que se encontraban líderes de las bandas Guerreros Unidos y el Cártel Jalisco Nueva Generación.

Cabe señalar que estos funestos hechos se dieron en entidades gobernadas por Morena, es decir, ya no es una casualidad que la mayor inseguridad se dé en localidades gobernadas por el partido guinda, es más bien una causalidad provocada por la mala estrategia en materia de inseguridad implementada por los gobiernos locales y el federal.

Es un hecho que la estrategia de “abrazos y no balazos” es una burla y como tal la ven los grupos del crimen organizado. Lo sucedido en estos primeros días del año es una afrenta al Estado mexicano, quien nada más no atina a responder de manera efectiva. La respuesta es flanquear al gobernador veracruzano con mandos de la Marina, el Ejército y la Guardia Nacional.

Esta muestra de militarización de la seguridad tampoco espanta a los criminales, pues días después en esa misma entidad fueron calcinadas dos mujeres, convirtiendo al estado en uno de los más violentos de México sólo atrás de Michoacán, localidad también gobernada por Morena.

Las acciones para erradicar esta violencia nada más no aparecen, ni a nivel federal, lo que si surgen de forma inmediata son las justificaciones y las culpas al pasado. De nada ha servido la estrategia de seguridad por parte del gobierno de López Obrador para recuperar la paz en Zacatecas, plan que incluye un mayor despliegue de elementos de la Guardia Nacional o el aumento de programas para el bienestar

El presidente no entiende a más de tres años de su mandato que militarizar la seguridad o dar dádivas a la gente no es combatir la inseguridad, hacerle frente es ir en contra de su sistema financiero, cerrarle el paso al dinero y a la corrupción que impera en los tres niveles de gobierno, sólo así se dará un real golpe al crimen organizado. Mientras, como dijo el malogrado gobernador zacatecano, David Monreal, “hay que encomendarnos a Dios”.

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La narrativa del miedo y cómo la violencia se convierte en control

***Alejandro Gamboa C.

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La violencia no es sólo un acto físico. En los últimos años he observado algo nada nuevo pero que vale la pena volverlo a señalar: cómo se convierte la violencia en una herramienta política, un espectáculo mediático cuyo propósito principal es sembrar el miedo.

En América Latina, los medios de comunicación y los grupos de poder han sabido jugar con este temor, manipulando la realidad para mantener sociedades controladas y sumisas.

El caso de Colombia es emblemático. Durante décadas, el conflicto armado ha dominado los titulares de los periódicos, especialmente en las zonas rurales. En el interior de esas noticias no siempre se cuenta el contexto completo. Se muestran los actos de violencia de manera aislada, creando una narrativa que, en lugar de buscar soluciones, alimenta la percepción de que la violencia es inevitable. Esta representación ha ayudado a crear una cultura donde el miedo no solo paraliza, sino que normaliza lo inaceptable​

Este enfoque fragmentado es una herramienta efectiva para evitar conversaciones profundas sobre las raíces de los conflictos.

En México, el narcotráfico ha aprovechado esta capacidad mediática para construir su propio discurso de poder. Los cárteles han adoptado la violencia como un mensaje, transformando sus crímenes en espectáculos diseñados para infundir pavor. La brutalidad, captada por las cámaras y luego transmitida masivamente, contribuye a una atmósfera de inseguridad que afecta a la población, generando el terror necesario para mantener su dominio​

Los medios, principalmente comerciales de comunicación, al difundir estas imágenes, se convierten en amplificadores de la estrategia del miedo, tal vez sin intencionalidad (o tal vez sí), pero definitivamente con consecuencias devastadoras.

Lo más alarmante es que esta misma estrategia no se limita a grupos armados. Gobiernos en la región han aprendido a manipular el miedo para justificar acciones que atentan contra las libertades civiles.

En Argentina y Chile, durante las dictaduras, los gobiernos militares utilizaron la violencia del estado como una herramienta silenciosa, apoyados en una narrativa mediática que presentaba a los opositores como enemigos peligrosos. El miedo era la llave para mantener a la sociedad bajo control y aceptar lo inaceptable​.

El uso del miedo también se ha modernizado. En la era de la información instantánea, las redes sociales han demostrado ser un campo fértil para la difusión de noticias que influyen en el comportamiento social.

Durante la pandemia de COVID-19, el miedo al virus fue exacerbado por la sobreexposición a la información, creando ansiedad y pánico en la población. Las redes, que amplifican el contenido que genera más emociones, mostraron lo peligrosas que pueden ser como vehículo del miedo​

La violencia en nuestro país ha sido amplificada y convertida en espectáculo por los medios de comunicación comerciales, donde las noticias sensacionalistas y el uso de narrativas melodramáticas capturan la atención de las audiencias y mantienen a los espectadores en un ciclo constante de entretenimiento morboso.

Un claro ejemplo de esta construcción de narrativas fue el uso de recreaciones de crímenes y eventos violentos en cine y televisión durante el México posrevolucionario. Películas como El automóvil gris (1919) y La banda del automóvil (también de 1919) dramatizaban la violencia real o la mezclaban con escenas ficcionadas, convirtiendo los crímenes en espectáculos visuales destinados a generar impacto emocional y captar el interés de la audiencia.

Estas producciones, que mezclaban documental y ficción, ayudaban a los medios a construir una visión sensacionalista de la criminalidad y el peligro en la vida cotidiana.

Actualmente, este enfoque no solo persiste, sino que se refuerza en programas de noticias, series y reality shows que explotan crímenes y actos violentos. Muchos de estos contenidos incluyen escenas re-creadas, manipuladas o narradas de manera sensacionalista para maximizar la respuesta emocional de los espectadores.

Esta exposición intensiva a imágenes y relatos violentos fomenta una percepción desproporcionada de inseguridad y una especie de fascinación morbosa, lo que contribuye a un estado de vigilancia constante en la población, atrapándola en un ciclo de consumo de violencia como entretenimiento.

Este fenómeno convierte a los espectadores en participantes involuntarios de un espectáculo que perpetúa el miedo y la desconfianza en el entorno social, manteniéndolos enganchados en un contexto donde la violencia no es solo una realidad, sino un producto de consumo continuo que define y refuerza la visión del mundo de quienes lo observan.

Debemos cuestionar el rol de los medios en nuestra percepción del miedo. ¿Hasta qué punto somos partícipes involuntarios de esta maquinaria de terror? ¿Estamos consumiendo noticias que informan o que manipulan nuestras emociones? La violencia es real, pero su representación a menudo es un reflejo distorsionado con fines oscuros.

Es momento de que dejemos de ser víctimas de estas narrativas y recuperemos nuestra capacidad crítica. No podemos permitir que el miedo siga siendo el arma favorita de quienes desean mantenernos sometidos. La violencia no solo deja marcas físicas; deja cicatrices profundas en nuestra percepción de la realidad. Pero lo más disruptivo es que el miedo, ese enemigo invisible, puede que sea más peligroso que el mismo acto violento.

***Alejandro Gamboa C. Licenciado en periodismo con estudios en Ciencia Política y Administración Pública (UNAM) Enfocado a las comunicaciones corporativas. Colaboró como co editor Diario Reforma. En temas de ciencia y comunicación en Milenio y otros medios digitales. Cuenta con 15 años dedicado a las Relaciones Públicas. Ha colaborado en la fundación de la Agencia Umbrella RP. Ha realizado trabajos como corrector de estilo, creador de contenidos y algunas colaboraciones como profesor en escuelas locales.

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Opinión

Regreso de Trump activaría el rancio patrioterismo mexicano

*** Miguel Ángel Romero Ramírez

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El posible regreso de Donald Trump a la Casa Blanca le ofrece a Claudia Sheinbaum una oportunidad de oro para consolidarse como la gran “protectora” de México frente a un vecino hostil. Sin embargo, detrás de esta aparente defensa de soberanía, se podría esconder la estrategia que dicta el manual populista que ha venido siguiendo en su veloz decepción como nueva mandataria: consolidar su autoritarismo bajo el disfraz del nacionalismo.

Trump se convierte en el enemigo perfecto para que Sheinbaum refuerce su control, centralice el poder y aplaste cualquier crítica bajo la excusa de que un “peligro externo” exige unidad del pueblo y consenso de sus acciones.

Sheinbaum ha construido buena parte de su discurso en torno a la “protección de la soberanía” mexicana. Vimos cómo ahondó la crisis diplomática con España derivada de la solicitud de disculpas por La Conquista, con todo lo patético que pudo significar. Con el regreso de Trump, esta narrativa podría afianzarse y crecer: se presentaría como la única capaz de “contener” al líder estadounidense, justificando así una centralización del poder bajo la excusa de salvar a México de la amenaza externa.

Este enfoque le podría ayudar a desviar la atención de problemas internos y ocultar la falta de transparencia y rendición de cuentas en su gobierno, ya que cualquier crítica se convierte en un ataque “a la patria”. Este uso del nacionalismo no tiene como objetivo fortalecer a México, sino consolidar su control. El discurso de “soberanía” facilita la erosión de los contrapesos democráticos y limita la independencia de las instituciones bajo el pretexto de que la unidad es esencial para enfrentar la presión de un Trump hostil. El nacionalismo distorsionado y convertido en un patrioterismo infantil que para lo único que sirve es manipular y polarizar.

Trump, como figura antagonista, le ofrece a la mandataria mexicana un conveniente enemigo externo para dividir a México en dos bandos: los patriotas (quienes la apoyan) y los “traidores” que cuestionan sus políticas. Esta narrativa de “nosotros contra ellos” que usa y adapta para todos y cada uno de los conflictos que atraviesa, le permitirá acusar de alineación con Estados Unidos a quienes se oponen a su liderazgo, sofocando la disidencia y restringiendo el espacio para el debate público.

Este tipo de polarización, clásico de regímenes autoritarios, permitiría a Sheinbaum manipular el sentimiento nacionalista para promover una lealtad ciega, en la que cualquier forma de cuestionamiento a su gobierno es percibida como un acto de traición. Trump se convierte en el enemigo que le permite justificar un régimen de control y represión hacia sectores críticos, consolidando su poder sin obstáculos significativos.

La evidencia, hasta ahora -que no se limita al escaso mes en la silla presidencial, sino a su paso como jefa de gobierno y su sumisión doctrinaria al legado de AMLO- permite advertir que el regreso del monstruo naranja a la Casa Blanca podría ser más rentable para el régimen mexicano que si ganara Kamala Harris, a quien la distingue un pragmatismo más orientado a la protección los intereses económicos y de seguridad de Estados Unidos que la búsqueda de acciones mediáticas e impulsivas que caracterizan a Donald Trump.

A 7 días de las elecciones (5 de noviembre), los demócratas enfrentan la posibilidad real de perder. Mientras los gigantes tecnológicos, después de financiar a Kamala Harris, empiezan a buscar tender puentes de último momento con el equipo de Donald Trump, las encuestas ubican a la candidata demócrata con el 49% de preferencias y al republicano con 48%. Un empate técnico que, de momento, sabe más a derrota entre los demócratas por la evolución de la propia contienda. Los 7 estados indecisos que parece que terminarán por inclinar la balanza del Colegio Electoral son Pensilvania, Nevada, Wisconsin, Carolina del Norte, Michigan, Georgia y Arizona.

A pesar de sus diferencias ideológicas, Donald Trump y Claudia Sheinbaum comparten un conjunto de similitudes que pueden intensificar la polarización y debilitar el tejido social en cada uno de sus respectivos países. Su liderazgo populista, su inclinación hacia la centralización del poder, su uso estratégico del nacionalismo y su retórica polarizadora tienen como efecto una mayor división social y una tensión constante entre sectores.

Para el mundo, no será una buena noticia que regrese Trump a la Casa Blanca pero si ello llega a ocurrir, se antoja altamente probable que, desde Palacio Nacional, se procure y exalte el rancio patrioterismo mexicano.

Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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Gobierno sin respeto a la pluralidad y al equilibrio de poderes

*** Miguel Ángel Romero Ramírez

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Un gobierno que se fundamenta en el sometimiento, en lugar del consenso, erosiona su propia legitimidad. El uso de la fuerza para imponer decisiones y el desprecio por los contrapesos institucionales no es democracia. La estabilidad basada en el control autoritario es una ilusión destinada a desmoronarse. En lugar de asegurar un orden sólido, lo que se construye es una estructura frágil, cimentada en el miedo y la incertidumbre.

El caso de la presidenta Sheinbaum, desobedeciendo las resoluciones del Poder Judicial, ejemplifica cómo el afán de imponer autoridad se distorsiona y termina en autoritarismo cuando un gobernante busca instalarse por encima de la ley. Su victoria en las urnas no la habilitó para romper el equilibrio entre poderes. Al contrario, el mandato electoral -si es que en realidad nos asumimos en una democracia- es reforzar el respeto a las instituciones, pues eso da pauta a la estabilidad y verdadera legitimidad.

La legitimidad, en una democracia sana, no proviene exclusivamente de los votos, sino del respeto a la pluralidad y del equilibrio de poderes. Gobernar sin reconocer la existencia de otras voces y sin someterse al sistema de contrapesos es traicionar los principios y reglas del juego del propio sistema que usó para abrirse camino y llegar al poder. Un gobierno fuerte no es el que controla sin oposición, sino el que acepta la fiscalización y responde a los cuestionamientos.

Es aquí donde se revela la fragilidad de la llamada Cuarta Transformación, que rechaza los límites y rompe el orden constitucional para imponerse. En ese afán, la propaganda gubernamental, adoptada por nuevos intelectuales orgánicos, intentan instalar en el imaginario colectivo la idea de que el equilibrio de poderes es un obstáculo, cuando en realidad es un requisito fundamental de un sistema democrático. A menos de que estén listos para nombrar al régimen de otra forma.

La independencia del Poder Judicial no es solo un freno natural para los gobernantes, sino una garantía para todos los ciudadanos. Romper este equilibrio, como lo sugiere el comportamiento de la nueva presidenta, equivale a abandonar las reglas del juego democrático y encaminarse hacia un régimen donde las decisiones unilaterales reemplazan al diálogo y el respeto por las instituciones.

Uno de los mayores peligros de este enfoque autoritario es que, al concentrar el poder en una sola figura o grupo, se elude la rendición de cuentas. No es que el poder judicial sea intocable o que no exista la necesidad de una reforma que se adapte y mejore la impartición de justicia, sino que en este caso, todos los actores que participan tienen claro que ese no es el objetivo primario. Cooptar y eliminar un contrapeso es la meta actual.

Mientras la conversación pública se convierte en un precario espectáculo mediático, los verdaderos problemas pasan desapercibidos. El show en el que el Poder Judicial es llevado al patíbulo ha alcanzado un rating inmejorable entre las masas, quienes -como en un reality show- son partícipes de los métodos, amenazas y consignas que enfrentan esos “otros” mexicanos que por pertenecer a un contrapeso institucional natural han perdido cualquier derecho: observar la tómbola que determina el fin de la carrera judicial como fin recreativo.

La impartición de justicia en su más amplio sentido, podría mejorar si la presidenta Sheinbaum modifica la hoja de ruta que se le impuso. Si la mayoría del territorio dejara de estar bajo control del crimen organizado; si el Ejército dejara de tener participación en tareas de seguridad pública en las que -por error o por consigna- asesina; si los megaproyectos de infraestructura fueran más transparentes respecto al uso de miles de millones de recursos públicos; si los señalamientos de corrupción a los hijos del expresidente AMLO y sus amigos fueran aclarados por una investigación seria; y si las personas enfermas tuvieran atención digna y abasto de medicamentos; la justicia mejoraría significativamente.

La coerción, el desprecio por la pluralidad y la ausencia de rendición de cuentas son señales claras de un gobierno que está perdiendo su legitimidad. Un poder basado en la fuerza, sin respeto por las instituciones democráticas ni la responsabilidad ante la ciudadanía, es un poder frágil.

La legitimidad proviene de la aceptación de límites, de la construcción de consensos, el fortalecimiento de las instituciones y sobre todo, la rendición de cuentas, que permiten a la democracia sobrevivir a largo plazo. Sin estos principios, el gobierno se convierte en víctima de su propia inestabilidad, atrapado en una espiral de imposición y desconfianza.

Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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