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Franqueza Energética

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Reguladores, piezas clave para un mejor país

Desde hace décadas ha existido el debate sobre la importancia que tienen los reguladores en el mundo, sobre todo, cuando en algún sector económico existen grandes empresas que tienen acaparado el mercado. Es natural, que cuando alguien tiene la mayor parte del mercado, se le dificulte permitir la entrada de otros participantes, pero entre más participantes existan se espera tener más opciones, mejores servicios y precios justos para la sociedad.

Los entes reguladores deben estar conformados por profesionales especializados en la materia de lo que se va a regular, deben ser capaces de monitorear, dar seguimiento, dialogar y aprobar diferentes temas de su sector, en los que se deben aplicar reglas claras para todos los participantes del mercado, con el propósito de dar certeza jurídica y confianza a los que desean realizar inversiones, pero, además, alinear los intereses públicos y los privados.

Los reguladores tienen la responsabilidad de realizar funciones especializadas que el poder legislativo no podría o le requeriría más tiempo para revisar a profundidad.

Los reguladores emiten disposiciones administrativas que permiten dejar clara la manera en la que se deben conducir las actividades del sector, y aunque esas reglas se van perfeccionando conforme el paso del tiempo, es muy importante que se cuente con los conocimientos especializados.

Si bien no existe la carrera universitaria, o por lo menos no se visualiza que alguien haya estudiado la carrera de regulador, ser regulador combina los conocimientos de diversas disciplinas; entender el funcionamiento del sector que regula y el marco jurídico que le permitirá realizar sus actividades, además, tiene la responsabilidad de poner las condiciones para hacer crecer el sector que será apoyo al desarrollo económico de su país.

Todos los reguladores, como los árbitros en los deportes, tendrán buenos y malos comentarios, lo que si debe quedar claro es que tiene una gran responsabilidad y participación para que a un país le vaya mejor. Nadie quiere llegar a un partido en el que todos se puedan dar patadas y no pase nada; o en el que se prepare todo y de repente se cancele el encuentro; o que desaparezcan los árbitros; la cancha no esté pintada o llegue un árbitro de beisbol para dirigir un encuentro de futbol.

Reguladores, además de ser transparentes; tener indicadores de desempeño; prepararse todos los días; analizar mucha información y estar revisando continuamente el marco jurídico y comportamientos de sus sectores para mejorar la regulación; tengan en cuenta que su actividad especializada no es entendida por muchos grupos de interés, por lo que deben trabajar más en comunicar a la sociedad sobre la importancia de su participación, como entidades encargadas de que tengamos un mejor país.

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Morena, el partido oficialista que perdió su mística

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Por Miguel Ángel Romero Ramírez*** La política no se sostiene solo con instituciones, sino con relatos. Toda fuerza que irrumpe en el poder necesita dotarse de una mística: una explicación moral de su existencia, una épica que distinga a los justos de los corruptos, un guion que convierta la administración del Estado en la continuidad de una batalla histórica. Morena lo entendió como pocos. Durante más de una década tejió una narrativa donde Andrés Manuel López Obrador era mucho más que un político: era el hombre que había esperado la historia para refundar la República.

La mística funcionó. No porque fuera verdadera, sino porque encontró los resortes necesarios para funcionar. Convenció a millones de personas de que no había contradicciones internas, sino enemigos externos; que no existía corrupción dentro del movimiento, sino infiltración de adversarios; que todo abuso era, en realidad, una forma de justicia histórica. Morena no era un partido. Era un mandato divino. Y AMLO, su profeta.

Pero las místicas, cuando no se institucionalizan, se desintegran con quien las encarnó. Hoy, lo que queda de esa historia fundacional es poco más que un cascarón. Una estructura sin alma. Y un país gobernado por un partido sin principios, sin límites y -sobre todo- sin liderazgo.

La presidenta Claudia Sheinbaum es la demostración viva de que la mística era, en el fondo, personalista. Formalmente, lidera la nación. Políticamente, está aislada, sitiada por una nomenklatura que la rebasa en todos los frentes.

En su gabinete coexisten operadores históricos del obradorismo con nuevos cuadros que responden a intereses territoriales, económicos o incluso criminales. En el Congreso, su bancada ya no obedece una línea, sino decenas de microlealtades que se cruzan y se neutralizan. Y en las entidades, los gobernadores morenistas se comportan como virreyes autónomos, más atentos a sus propias redes de poder que al proyecto nacional.

No hay dirección. No hay disciplina. No hay principio que funcione como ancla común. La presidenta habla, “sugiere” pero no manda. Observa, pero no impone. Su autoridad se diluye en el mar de cuotas, pactos y silencios que rige hoy a Morena.

La evidencia de ese desgobierno está en los hechos, no en la retórica. Adrián Rubalcava, exalcalde priista de Cuajimalpa, con múltiples señalamientos por vínculos criminales, fue premiado con la dirección del Metro de la Ciudad de México. ¿Quién lo puso ahí? ¿Qué lógica lo justifica? Nadie lo explica. Nadie lo asume. Solo se impone. Como si no hiciera falta responder ante nadie.

En Sinaloa, el gobernador Rubén Rocha Moya es el encargado de pacificar la entidad cuando ha sido acusado de proteger y mantener relaciones opacas con el Cartel de drogas más poderoso a nivel internacional y cuyos cabecillas son procesados en territorio estadounidense. ¿Paz o pacto? ¿Limpieza social? ¿Con qué fracción opera el gobernador? Preguntas que nadie en el partido quiere formular.

Y luego está Veracruz, en donde Rocío Nahle gobierna sin oposición efectiva, mientras su yerno recibe sin licitación más de mil millones de pesos por parte del IMSS para compra de medicamentos para tratar la diabetes y el cáncer con sobreprecios de hasta 800%. ¿Desde dónde se lidera el “movimiento” ahora que AMLO no está? El viejo mantra de “no mentir, no robar, no traicionar” se ha convertido en una muletilla vacía sin consecuencias, sin vigilancia y sin ética.

La degradación no es anecdótica. Es sistémica. En Morena ya no hay un “nosotros”. Hay tribus, cuotas, facciones, empresas. Hay senadores ligados al huachicol. Hay diputados que sabotean reformas laborales en nombre de los intereses privados que supuestamente se venían a combatir. Hay gobernadores que administran sus estados como franquicias privadas. Hay familias enteras incrustadas en la nómina federal, estatal y municipal que hablan y repiten -sin sonrojarse- que no hay nepotismo.

Lo más preocupante no es la traición a los principios. Es que esos principios, probablemente, nunca existieron fuera del discurso de un solo hombre. AMLO no creó un nuevo régimen. Creó una liturgia. Una cultura de lealtad personal que nunca se tradujo en instituciones. Hoy que ha dejado el poder -al menos formalmente- el vacío es total.

Y en política, los vacíos no duran: se llenan. Lo que ha ocupado el espacio que dejó su liderazgo es un caos gobernado por nadie y controlado por todos.

Sheinbaum está atrapada. No tiene el carisma de su antecesor ni el margen de acción para imponer orden. Su presidencia, lejos de consolidar un nuevo modelo de poder, parece destinada a administrar su fragmentación. Un juego peligroso donde cada uno toma lo que puede, mientras la jefa del Estado observa cómo su gobierno se le diluye entre los dedos.

La mística se ha desvanecido o está reducida a cinismo. Ya nadie habla de regeneración moral. Hoy se celebra la operación política, la eficacia electoral, la capacidad de “resolver”.

Morena, rápidamente, ya no es el instrumento de un movimiento. Es el reflejo de su fracaso. Un partido sin ética, sin control y sin futuro, gobernando un país que empieza a darse cuenta de que la esperanza no era un proyecto: era un espejismo fundado en una figura que hoy ya no está. No hubo institucionalización y el natural vacío de AMLO se convirtió en un peligro porque él asimismo lo diseñó.

*** Miguel Ángel Romero Ramírez: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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El Rincón del Giróvago/“Que decidan otros”: ¿cáncer de la democracia mexicana?

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Por J. Alejandro Gamboa C

No deja de provocarme una inquietud profunda el anuncio de las próximas elecciones para el Poder Judicial en México. No por el hecho en sí —que es, sin duda, un hecho inédito y con implicaciones profundas para la división de poderes—, sino por la apatía que lo rodea.

Nadie está hablando de ello en las calles, nadie parece comprenderlo del todo y, lo más grave, nadie parece interesado en entenderlo. Pero así somos en México: nos enseñaron a odiar la política desde la cuna, a repetir como loros que es “una porquería” y que “todos los políticos son iguales”, sin detenernos un segundo a pensar lo que esa indiferencia nos está costando.

Y nos cuesta mucho. Nos cuesta justicia, nos cuesta derechos, nos cuesta vidas.

No exagero.

Lo dijo Norberto Bobbio en su Teoría General de la Política: la democracia no es simplemente un régimen electoral, sino un sistema que exige vigilancia constante de los ciudadanos. Sin ciudadanía activa, no hay democracia; hay fachada. Pero aquí, cada vez que se propone una nueva forma de participación, como estas elecciones judiciales, la respuesta social es desinterés o burla. Como si estuviéramos condenados a repetir el ciclo de la dominación y la resignación.

Aristóteles definía al ser humano como zoón politikón, un animal político, no porque todos quieran ser funcionarios o gobernar, sino porque vivir en sociedad implica tomar decisiones en común, discutir, disentir, argumentar y, sobre todo, participar.

La política nació para evitar la violencia entre los grupos humanos, para construir acuerdos sin sangre. Pero aquí preferimos memes que artículos, influencers que ideas, chismes que deliberación.

Por eso me preocupa esta elección del Poder Judicial. No por la complejidad de los cargos, no por los nombres que se barajan, sino porque si seguimos actuando como súbditos en lugar de ciudadanos, otros decidirán por nosotros… como siempre.

Hannah Arendt lo advirtió con lucidez: la política es el espacio de aparición del individuo ante los otros, es el ámbito donde nos volvemos visibles como actores sociales. Pero en México, la invisibilidad se ha vuelto cómoda.

No nos duele que nos gobiernen jueces cercanos al poder, lo que nos duele es que nos pidan entender cómo funciona el sistema. Eso, creemos, es una carga excesiva.

¿Pero cómo se aprende a ser ciudadano? Pues, participando. Así de simple. El ejercicio democrático no se aprende en los libros de texto ni en los spots del INE: se aprende decidiendo, equivocándose, exigiendo, opinando, votando, cuestionando.

La participación crea ciudadanía. Y sin ciudadanía, la democracia es solo un teatro vacío.

Hoy estamos frente a una oportunidad histórica. Podemos empezar a hablar de la justicia que queremos, de los jueces que necesitamos, de las reglas del juego que no deben estar escritas a espaldas del pueblo. Pero necesitamos quitarnos de encima ese fardo cultural que nos enseñó que la política es para otros, que es sucia, que no sirve.

Esa narrativa no es inocente: fue construida para que dejáramos de participar, para que el poder quedara en manos de estos tipejos de siempre.

Lo dijo Giovanni Sartori que la democracia se vacía cuando el ciudadano se convierte en espectador. Y México está lleno de espectadores, de gente que se queja de la función, pero nunca pisa el escenario.

Por eso, aunque esta elección judicial sea compleja, aunque no entendamos todo al principio, lo que verdaderamente importa es que empecemos a participar, las elecciones de gobiernos o de presidentas, o presidentes, no debe ser el único acto de participación, dicho sea de paso.

Porque solo así, poco a poco, dejaremos de ser masa manipulable para convertirnos en un pueblo digno. Porque solo así aprenderemos que la crítica no es suficiente si no va acompañada de acción. Porque solo así dejaremos de entregar el futuro en manos ajenas.

La democracia no se defiende sola. La justicia no se construye sola. Y el ciudadano no nace, se hace. Participemos: ve a la página del INE- candidaturas poder judicial.

***Alejandro Gamboa C. Licenciado en periodismo con estudios en Ciencia Política y Administración Pública (UNAM) Enfocado a las comunicaciones corporativas. Colaboró como co editor Diario Reforma. En temas de Ciencia y Comunicación en Milenio y otros medios digitales. Cuenta con 15 años dedicado a las Relaciones Públicas. Ha colaborado en la fundación de la Agencia Umbrella RP. Ha realizado trabajos como corrector de estilo, creador de contenidos y algunas colaboraciones como profesor en escuelas locales.

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TelevisaLeaks, ¿en timing para ejecutar el technoautoritarismo?

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*** Miguel Ángel Romero La irrupción de TelevisaLeaks, justo cuando se debate una nueva legislación para regular las telecomunicaciones, incluido el ecosistema digital mexicano, ilustra una coincidencia que resulta difícil considerar fortuita. La filtración a Aristegui Noticias que documenta prácticas por parte de Televisa de manipulación mediática, entre otros delitos, ha desatado una indignación legítima. Sin embargo, también ha servido para que el oficialismo impulse un marco legal orientado a ampliar el control sobre el flujo de información.

La dinámica es conocida. Episodios de crisis suelen ofrecer la oportunidad de impulsar reformas que, bajo circunstancias normales, enfrentarían mayor resistencia pública. La lógica es simple: ante la percepción de un sistema de medios corrupto y campañas negras, se presenta la expansión y “rectoría” del Estado como una medida necesaria de protección. Se desliza la idea de que, para preservar la integridad de la democracia, se requiere una supervisión más estricta del ecosistema de medios y de los contenidos que se producen.

La propuesta de ley que impulsa el oficialismo y que introduce criterios meramente políticos para definir riesgos informativos encuentra una bocanada de aire fresco con el escándalo de TelevisaLeaks. Todo ello en un entorno en el que los contrapesos institucionales son débiles y en donde la independencia de los organismos reguladores ha sido persistentemente erosionada. Nada es coincidencia.

El riesgo no reside únicamente en el contenido de la ley, sino en el modelo de gobernanza que promueve. En un ecosistema donde la discusión de lo público se ha trasladado a las plataformas digitales, controlar los flujos de información equivale a controlar las condiciones mismas del debate democrático. Quedar sin servicio de Twitter, Facebook o TikTok o alguna otra plataforma será posible.

TelevisaLeaks renovará, visibilizará y ahondará la crisis de credibilidad y confianza sobre los conglomerados de medios mexicanos. El oficialismo está de plácemes pues encuentra el pretexto para avanzar en la consolidación por el control de las narrativas.

La respuesta oficial no parece que será enfocada en fortalecer las condiciones de transparencia y pluralidad, sino en ampliar las capacidades de control del Estado. Bajo el pretexto de corregir un sistema corrompido, se avanza hacia una arquitectura legal que puede consolidar dinámicas de technoautoritarismo.

La experiencia internacional advierte que leyes destinadas a combatir la desinformación tienden a ser utilizadas, en contextos de alta concentración de poder, para restringir la libertad de expresión y castigar la disidencia. Una vez instaurados, los marcos legales que habilitan la censura tienden a expandirse más allá de sus propósitos declarados, volviéndose herramientas permanentes de control.

El desafío que plantea este momento no consiste únicamente en cuestionar la legislación propuesta, sino en reconocer las transformaciones estructurales que están en juego. La defensa de la libertad de expresión en la era digital exige entender que la censura ya no se presenta como una prohibición explícita, sino como una regulación razonable; que el control no siempre se impone con violencia, sino que se administra desde la gestión algorítmica y la arquitectura de incentivos.

Preservar un espacio público plural no dependerá solamente de resistir una ley en particular, sino de construir mecanismos de supervisión ciudadana, fortalecer medios independientes y exigir una gobernanza digital orientada al interés público y no al interés político.

En tiempos de crisis, resulta más fácil sacrificar libertades en nombre de la protección. Reconocer ese riesgo es el primer paso para evitar que el technoautoritarismo avance bajo la apariencia de una solución inevitable.

*** Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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