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No robarás

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No estés fregando. Nomás a eso vienes. Deberías quedarte en casa de tu madre, ella sí sabe cómo atenderte —dijo la mujer y dio un portazo al salir de la vivienda que ambos ocupaban desde hacía más de ocho años.

Él se arrellanó en el sillón mugriento que los había acompañado a lo largo de su vida matrimonial. Despatarrado, sostenía un vaso con agua que, por sucio, parecía esmerilado.

 Se levantó para dirigirse a la recámara y calzarse unos huaraches desvencijados de cuero. Pasó frente a la luna del ropero y se notó con más canas y arrugas que de costumbre. Entonces fue al baño, puso un poco de agua en una jícara de plástico y frotó la pastilla de jabón entre sus manos para hacer un poco de espuma que luego untó sobre su rostro para rasurar la barba rala que le crecía dispareja.

Terminó de afeitarse y, a manera de loción astringente, tomó un poco de alcohol con el cuenco de la mano izquierda. Con ambas manos embadurnadas, primero acarició sus mejillas, luego sus orejas y, finalmente, su nuca; intentaba relajarse un poco. Últimamente la chamba no había estado muy buena. Diciembre era el mejor tiempo para robar. La época de los aguinaldos y los regalos era un obsequio del supremo, para él y para los suyos. Desde niño aprendió el oficio de su padre, y su padre del propio. No somos buenos para otra cosa. Nosotros nacimos para agarrar al bueno, nada más —se convencía a sí mismo y a los otros de las bondades y noblezas de hacerle a la uña.

Expertos en el dos de bastos, la familia emprendía engañifas a los ambiciosos que se creían afortunados por haber encontrado en la calle la cartera repleta de billetes o la caja envuelta con el papel membretado de una marca conocida. También le entraron un tiempo al juego de la bolita, hasta que llegaron otros más abusados que impusieron su ley y los desplazaron de los mercados donde “trabajaban”.

La escuela nunca fue lo suyo. De hecho, a los quince años embarazó a una compañera de grupo y el escándalo le valió ser expulsado cuando cursaba el segundo grado. El padre de la joven se rehusó a recibir a la comitiva del muchacho, que con sus mejores atuendos se dispuso a solicitar formalmente la mano —que, dicho sea de paso, ya había sido dada con todo y cuerpo— de la chica, para enmendar la afrenta y garantizar que el mozo se hiciera cargo “como hombrecito” de sus actos.

—Váyanse a la tiznada, jijos de tal por cual —fue la respuesta del padre ante los toquidos insistentes de la pandilla protocolaria que pretendía ingresar no sólo a su casa, sino a su familia: Ni Dios lo quiera, sería el infierno emparentar con esas alimañas. Nosotros nos haremos cargo de la criatura, que al cabo ninguna culpa tiene, pero cargar también con ese mozalbete sin educación, rata coluda, ni de chiste —sentenció el hombre y, al paso de los meses, se convirtió en feliz abuelo y decidió trasladar a su familia a un estado del norte del país, cuando la fiebre del amor le hubo pasado a su hija única.

Aquel episodio de notorio desprecio marcó para siempre al hombre que hoy se miraba en el espejo y acariciaba su rostro rasguñado por un rastrillo sin filo de navajas oxidadas en los extremos. Años más tarde emparentó, utilizando el mismo método, con el dueño de la tlapalería de la colonia: embarazó a la hija mayor y, ya con cierta maña, esperó a que la exigencia del casorio viniera de la parte agraviada. Las nupcias se celebraron en el terreno donde el tlapalero almacenaba la arena, la grava y el tezontle. Hasta ahí acudió el juez del registro civil que exigió le fuese pagado el taxi de ida y regreso, sus correspondientes servicios, y la tarifa establecida por el propio juzgado.

Aquel día, las lonas que cubrieron los materiales de construcción no fueron suficientes para contener el terregal que voló hasta las cazuelas de mole y arroz. Muchos invitados se quejaron de piedrecillas en los alimentos; más de uno quiso demandar por daños y perjuicios a sus piezas dentales, pero se conformaron con esparcir infundios y una crónica satírica del festejo.

La crisis que sumió al país en una miseria mayor fue la ocasión para que su suegro, dueño de la casa de materiales para construcción, otrora exitosa, quebrara; esto obligó a la familia de su mujer a recoger sus pasos hasta su estado originario: Michoacán. Allá se establecieron y probaron suerte como productores de aguacate y limón.

Pero su esposa decidió quedarse y renegar de su familia hasta perder todo contacto. Él no se lo recriminó al principio. Años más tarde, cuando ambos cobraron conciencia, se dieron cuenta de su error, pues la familia logró ponerse en pie de nueva cuenta y ahora gozaban de amplia solvencia económica. Eres una idiota, deberías buscar a tu padre y exigirle que te adelante tu herencia. Tienes tanto derecho como tus hermanos —decía él enfático.

—Qué cómodo me saliste, hijo de la tiznada. Siempre vas a ser una triste rata. Ya no te acuerdas cuando fingías estar enfermo para no presentarte a trabajar en la casa de materiales de mi padre. Cuando cínicamente ibas los sábados a cobrar tu semana y le decías a mi viejo que necesitábamos el dinero para comer. Vaya cachetón, te aprovechabas de nosotros, que somos tu familia, tu responsabilidad, para chantajearlo: ¿No querrá usted dejar sin alimento a los suyos?, le decías y estirabas la mano para recibir completa la semana que nunca desquitaste. —Esta era la discusión frecuente en aquella casa. La mujer prefería salir al mercado y, como La Patita de la canción, quejarse de lo caro que estaba todo.

Por eso, un día, cuando ciertos rumores llegaron a los oídos de él: Su mujer le pone los cuernos. Le pone Jorge al chamaco con varios carniceros de los obradores. Ya todos la conocen como El Saludo, porque no se le niega a nadie, primero se indignó y esperó a que ella regresara para ajustarle cuentas:

—Piruja jija. Te voy a matar por cusca —. Con la cólera dibujada en el rostro y las pulsaciones a mil, tomó la charrasca con la que salía a rasgar las bolsas de mano en el metro.

—Mira nada más: ahora el señor dignidad dice que abrió los ojos; pues tardaste más que los perros en abrirlos. Tienes años comiéndote lo que consigo con el sudor de mi cuerpo. ¿A poco crees que el dinero que traes a la casa nos alcanza? ¿Te has preguntado seriamente si tus mugres raterías son suficientes para carne, huevos, leche, verduras, luz, renta, medicinas? No tienes vergüenza. Para fortuna tuya te casaste con una mujer que sabe mover el abanico y mira —golpeó su nalga derecha con la palma abierta de la mano— agradecido deberías de estar con estas porque nos dan de tragar.

En un instante, toda la rabia del agravio se convirtió en silencio digno. Él sólo atinó a callarse y se refugió en el sillón amarillo floreado que ya mostraba las huellas de sus nalgas rebosantes de más de treinta años. Ella se dirigió a la cocina y puso en agua los trozos de aguayón y las verduras para cocinar un puchero de res.

A partir de entonces, la mujer no tuvo que dar más explicaciones, ni él se atrevió a exigirlas. Se transformaron en dos seres que entendieron su condición de sociedad: ninguno se atrevería a dejar al otro. Un sentimiento extraño de pertenencia, de complicidad, de conveniencia, los unió con un pegamento más sólido que el amor fingido que, uno por el otro, dijeron sentir algún día.

Por las noches, en una cama matrimonial se abandonaban al aparente sueño. Cada uno, en su rincón del lecho, repasaba el día con la memoria y descubrían que todos los días habían sido siempre iguales. Ella ocupaba su espacio y colocaba sobre la almohada sus manos juntas debajo de la barbilla; no le costaba esfuerzo conciliar el sueño. Él permanecía con los ojos abiertos soñando con las huertas de aguacate y limón que ella se negaba a reclamar a su familia. No dejaba de repetirse que era una tontería desaprovechar aquella oportunidad de rehacer los lazos familiares. Intuía que la dignidad era un término muy flexible cuando se trata de vivir cómodamente.

Entonces sucedió: un derrame cerebral lo postró en su amado sillón amarillo y floreado. Le privó del habla y del movimiento del lado derecho. Ella siguió frecuentando el mercado donde surtía su despensa. Él ya no robaba a nadie. Nadie, ni sus propios familiares, contados con los dedos de una mano, iban a visitarlo, a sabiendas de su condición de salud. Nadie podía, ni quería, siquiera imaginar los pensamientos que inundaban la mente del hombre. Él sólo la miraba fijamente con los ojos abiertos como platos, muertos como los de una serpiente. Ella iba y venía a donde le diera la gana, y terminó aceptando las visitas de sus proveedores en la propia casa. Cada encuentro con sus amantes era una forma de vengarse de aquel bulto que le había robado todo. Por eso se aseguraba de colocar estratégicamente el sillón donde reposaba “el enfermo” —así le llamaba— para que no perdiera detalle alguno de sus escarceos.

Cuando todo terminaba, aquellos hombres se despedían amistosamente del hombre que no podía contestarles y —a petición de la mujer— depositaban un billete de baja denominación en el bolsillo de la camisa del enfermo, a manera de propina. Salvo por ese momento, la mujer no le dirigía ni la mirada durante el día, aunque no dejaba de cumplir con sus cristianas obligaciones de esposa: le daba de comer, lo aseaba con una manguera cuando era insoportable el hedor de las necesidades fisiológicas que el enfermo cumplía sentado sobre el sillón, y por las noches lo acostaba en el piso sobre un trozo de alfombra despeluzado, mientras ella se acurrucaba sobre la cama, mansamente, con las manos en la barbilla hasta conciliar el sueño, como un santo que tiene la conciencia limpia. S

Sólo un gato viejo hacía compañía al enfermo que reposaba en el suelo en posición fetal, el animal aprovechaba para untársele en el vientre. Así pasaron más de cinco años, hasta que una noche el enfermo gruñó como un animal al que le falta el aire. Durante varias horas, el gato fue el único ser que contempló calladamente aquella agonía. A la mañana siguiente, la mujer despertó, estiró los brazos como un cristo perezoso y miró al hombre que yacía quieto en el piso. Esquivó aquel cuerpo inerte para calzar su par de chanclas viejas e imaginó una taza de café caliente. No robarás, dijo para sí y miró de reojo el cuerpo sobre la alfombra. Luego puso medio pocillo de agua a hervir sobre la estufa.

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Presidenta, lejos de construir nuevos liderazgos en el país

*** Por Miguel Ángel Romero

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El tablero en el que la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum, mueve sus fichas no solo es complejo, sino que ella no lo diseñó y muchas de las piezas que supuestamente debería poder usar y habilitar no responden a ella. Parece una natural consecuencia ante el elefante en la sala del cual nadie habla: para muchos actores políticos su legitimidad es de papel.

Los 36 millones de votos que obtuvo en la pasada elección son vistos como una consecuencia inercial y un reflejo del capital político que sí construyó el expresidente Andrés Manuel López Obrador. Por lo tanto, no son de ella, son prestados y el “respaldo” puede dejar de serlo o cambiar de sentido de ser necesario.

Bajo esa premisa, es totalmente entendible que la postura del partido Morena -que fue el vehículo para llevarla al poder- busque lucir con independencia al gobierno. La “institucionalización” del movimiento que fundó AMLO no pasa por respaldar incondicionalmente a quien hoy habita en Palacio Nacional, sino que corre de manera paralela con una estrategia de creación de cuadros y militancia que funcionará más como contrapeso que como soporte. Sheinbaum estará lejos de poder construir o impulsar nuevos liderazgos en todo el país.

Al menos, así lo dejó entrever Luisa María Alcalde en entrevista que le dio a El País en donde disfraza esa “sana distancia” entre el partido y la mandataria como una táctica para no caer supuestamente en los vicios que instauró el PRI cuando fue hegemónico, tal como ahora lo es Morena. El hijo del ex presidente AMLO, Andy López, (señalado por corrupción) como protagonista en las decisiones del instituto político que recibirá en 2025 más de 2 mil 500 millones de pesos de dinero público.

Otras pruebas de que el régimen se endurece sin el liderazgo de la presidenta son la reforma judicial, la incorporación de la Guardia Nacional al Ejército, la ratificación de Rosario Piedra al frente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos para complacer a los militares, así como la próxima eliminación de órganos autónomos constitucionales; a lo que se le suma que en la Ciudad de México, de donde salió y no logró imponer a Omar García Harfuch como Jefe de Gobierno y en vez de él se le instaló un dique más con Clara Brugada.

En el control de crisis y para no lucir lastimada, Sheinbaum está siendo orillada a abrazar determinaciones que están lejos de su alcance, y sobre, todo de su convicción. La próxima jugada en el tablero que podría continuar exhibiendo su poco margen maniobra será la definición del titular de la Fiscalía General de la CDMX, una posición clave, en donde todo indica será ungida Betha Alcalde Luján; es decir, se suma una figura de contención al tablero.

En el Congreso de la Unión, la presidenta tiene que lidiar con dos personajes que mantienen una franca e incluso grosera independencia de ella. Sirven al régimen (personificado en AMLO) pero no a la ahora inquilina de Palacio Nacional.

Adán Augusto en el Senado y Ricardo Monreal desde la Cámara de Diputados quienes, para cuidar y proteger su propio espectro de poder, alientan y promueven -de manera velada- la narrativa que Sheinbaum no guarda mayor capital político y que el título de presidenta es un membrete que no tiene mayor incidencia en el ámbito legislativo, un espacio en el que ellos dan continuidad a la agenda que marcó AMLO, como la eliminación de órganos autónomos, y desde donde incluso se aventuran a abrir nuevas discusiones, como lo es una reforma fiscal que, si bien luce necesaria, la presidenta se comprometió a no llevarla a cabo.

Es muy temprano para asegurar que esta tendencia continuará pero a escaso mes y medio en el poder queda claro que todos los actores políticos y piezas en el tablero que supuestamente deberían estar en sintonía con la presidenta están hoy en día funcionando como un contrapeso: una definición por sí misma problemática ya que, de momento, no parece haber incentivos para que todos esos diques y muros diseñados por AMLO para heredar su poder, quieran moverse o busquen la colaboración con Claudia Sheinbaum. Y, por el contrario, sí existen estímulos para que cada uno de ellos busque acotar y restringir a Sheinbaum: conservar su parcela de poder.

La presidenta no está feliz. Ha usado a sus voceros y propagandistas en medios de comunicación para, por lo menos, poner de manifiesto que muchas de las acciones que están endureciendo el régimen no las comparte, ya sea por la forma o por el fondo. Una proyección lógica a mediano plazo es que ambas visiones choquen: el andamiaje construido por AMLO versus el que busque instalar Sheinbaum.

Será interesante ver si el argumento que todos utilizan para maltratar a la presidenta se mantiene. ¿Hasta dónde podrá usar la legitimidad prestada para construir la propia? El problema no es menor y no se constriñe a ella, sino también a la forma en cómo los ciudadanos vamos a padecer ese natural encontronazo.

*** Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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Hoy, día clave para las relaciones México-EU. UU.

***Miguel Ángel Romero Ramírez

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La agenda binacional, de por lo menos los próximos 6 años, entre México y Estados Unidos tiene en este martes 5 de noviembre un día clave. Mientras concluyen las elecciones estadounidenses que podrían llevar de vuelta a Donald Trump a la Casa Blanca; en México, la Suprema Corte analiza el proyecto que podría frenar parcialmente el esfuerzo del oficialismo -ahora, con Claudia Sheinbaum a la cabeza- para romper el equilibrio entre poderes y así provocar una crisis constitucional sin precedentes. Sucesos históricos que traerán consigo profundas consecuencias.

A medida que ambos casos se desarrollan, vale la pena revisar cómo estos líderes, aunque desde espectros ideológicos distintos, mantienen similitudes que colocan en una franca desventaja a la región. Se trata de coincidencias enmarcadas en el manual del populismo que encuentra, cada vez más, espacio y margen de tracción derivado de un desencanto de los ciudadanos por un sistema democrático.

En lo que respecta a concentración de poder, ambos la buscan a partir de la figura del “pueblo” entendida esta como la imagen que los habilita y “autoriza” para cuestionar e ignorar las normas establecidas con la finalidad de acatar dicha “voluntad”.

Mientras Trump se presenta como una figura antisistema que “realmente” escucha al pueblo, Sheinbaum coloca como piedra angular de la reforma judicial, los 36 millones de votos obtenidos en las urnas para intentar instalar la falacia de que dicho resultado la autoriza y habilita para emprender cualquier acción, aunque estas vayan en contra de los principios democráticos.

Los líderes populistas tienden a dividir a la sociedad en “el pueblo” y “los otros”, generalmente representados como élites corruptas o adversarios. Trump se posiciona como el defensor de los “americanos reales” frente a una élite que presuntamente los menosprecia, consolidando una base leal que ve en sus enemigos los obstáculos al progreso.

Sheinbaum, también polariza al referirse a los opositores de la reforma judicial como “conservadores” que buscan frenar el cambio, estableciendo una división que genera desconfianza hacia quienes no comparten su peligroso proyecto de romper el orden constitucional mexicano.

Ambos comparten una estrategia de deslegitimación de sus detractores. Trump acusa a los medios y a los demócratas de conspirar en su contra, sugiriendo incluso que sus derrotas son producto de fraudes, lo que mina la confianza en las instituciones democráticas. Sheinbaum etiqueta a medios críticos como “conservadores” y denosta en sus conferencias a todo aquel sector o grupo de la sociedad que no comparte sus ideales autoritarios.

La oferta de soluciones simples y rápidas a problemas complejos es otra táctica común. Trump promete construir muros y negociar tratados, presentando estos temas complejos como resolubles por él solo. Sheinbaum, por su parte, promete una transformación radical en México, promoviendo la una reforma judicial que, como han admitido incluso sus propios asesores como el ex Ministro Arturo Zaldívar, no resuelve de fondo la impunidad que prevalece la sociedad mexicana porque su objetivo primordial es cooptar y eliminar un contrapeso esencial que establece un régimen democrático.

El control de la narrativa pública también distingue a los populistas. Trump empleó redes sociales, especialmente Twitter, para difundir sus mensajes sin mediadores, presentándose como el defensor de los “estadounidenses olvidados” y desacreditando a los medios como “fake news”. Sheinbaum utiliza el poderoso andamiaje de propaganda digital heredado de López Obrador para instalar como culpable de la crisis constitucional a la Suprema Corte de Justicia de la Nación que lo único que ha hecho es ejercer su natural papel de contrapeso.

Cabe destacar que la seducción de las mayorías por este tipo de liderazgos no es fortuita y no se limita a la región de Norteamérica. El virus del populismo tiene como un componente de efectividad en su propagación a sociedades desilusionadas porque no han encontrado respuestas puntuales a sus demandas. La generalizada mediocridad de la clase política gobernante ha tenido como una de las principales consecuencias el ensanchamiento de la brecha de desigualdad; y es ahí, en ese espacio en el que los líderes populistas encuentran margen de maniobra para capitalizar el resentimiento y el enojo.

La advertencia, en ambos casos, es que el poder concentrado en manos de una sola figura, en detrimento de la independencia de instituciones clave como el poder judicial, suele conducir a dinámicas autoritarias, donde la justicia se convierte en un mecanismo de persecución o protección de ciertos intereses.

La ansiedad binacional por lo que ocurra este martes en ambos lados del Río Bravo crece, y no es para menos, pues las consecuencias futuras pueden ser profundas y devastadoras tanto para la sociedad mexicana como para la estadounidense.

Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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La narrativa del miedo y cómo la violencia se convierte en control

***Alejandro Gamboa C.

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La violencia no es sólo un acto físico. En los últimos años he observado algo nada nuevo pero que vale la pena volverlo a señalar: cómo se convierte la violencia en una herramienta política, un espectáculo mediático cuyo propósito principal es sembrar el miedo.

En América Latina, los medios de comunicación y los grupos de poder han sabido jugar con este temor, manipulando la realidad para mantener sociedades controladas y sumisas.

El caso de Colombia es emblemático. Durante décadas, el conflicto armado ha dominado los titulares de los periódicos, especialmente en las zonas rurales. En el interior de esas noticias no siempre se cuenta el contexto completo. Se muestran los actos de violencia de manera aislada, creando una narrativa que, en lugar de buscar soluciones, alimenta la percepción de que la violencia es inevitable. Esta representación ha ayudado a crear una cultura donde el miedo no solo paraliza, sino que normaliza lo inaceptable​

Este enfoque fragmentado es una herramienta efectiva para evitar conversaciones profundas sobre las raíces de los conflictos.

En México, el narcotráfico ha aprovechado esta capacidad mediática para construir su propio discurso de poder. Los cárteles han adoptado la violencia como un mensaje, transformando sus crímenes en espectáculos diseñados para infundir pavor. La brutalidad, captada por las cámaras y luego transmitida masivamente, contribuye a una atmósfera de inseguridad que afecta a la población, generando el terror necesario para mantener su dominio​

Los medios, principalmente comerciales de comunicación, al difundir estas imágenes, se convierten en amplificadores de la estrategia del miedo, tal vez sin intencionalidad (o tal vez sí), pero definitivamente con consecuencias devastadoras.

Lo más alarmante es que esta misma estrategia no se limita a grupos armados. Gobiernos en la región han aprendido a manipular el miedo para justificar acciones que atentan contra las libertades civiles.

En Argentina y Chile, durante las dictaduras, los gobiernos militares utilizaron la violencia del estado como una herramienta silenciosa, apoyados en una narrativa mediática que presentaba a los opositores como enemigos peligrosos. El miedo era la llave para mantener a la sociedad bajo control y aceptar lo inaceptable​.

El uso del miedo también se ha modernizado. En la era de la información instantánea, las redes sociales han demostrado ser un campo fértil para la difusión de noticias que influyen en el comportamiento social.

Durante la pandemia de COVID-19, el miedo al virus fue exacerbado por la sobreexposición a la información, creando ansiedad y pánico en la población. Las redes, que amplifican el contenido que genera más emociones, mostraron lo peligrosas que pueden ser como vehículo del miedo​

La violencia en nuestro país ha sido amplificada y convertida en espectáculo por los medios de comunicación comerciales, donde las noticias sensacionalistas y el uso de narrativas melodramáticas capturan la atención de las audiencias y mantienen a los espectadores en un ciclo constante de entretenimiento morboso.

Un claro ejemplo de esta construcción de narrativas fue el uso de recreaciones de crímenes y eventos violentos en cine y televisión durante el México posrevolucionario. Películas como El automóvil gris (1919) y La banda del automóvil (también de 1919) dramatizaban la violencia real o la mezclaban con escenas ficcionadas, convirtiendo los crímenes en espectáculos visuales destinados a generar impacto emocional y captar el interés de la audiencia.

Estas producciones, que mezclaban documental y ficción, ayudaban a los medios a construir una visión sensacionalista de la criminalidad y el peligro en la vida cotidiana.

Actualmente, este enfoque no solo persiste, sino que se refuerza en programas de noticias, series y reality shows que explotan crímenes y actos violentos. Muchos de estos contenidos incluyen escenas re-creadas, manipuladas o narradas de manera sensacionalista para maximizar la respuesta emocional de los espectadores.

Esta exposición intensiva a imágenes y relatos violentos fomenta una percepción desproporcionada de inseguridad y una especie de fascinación morbosa, lo que contribuye a un estado de vigilancia constante en la población, atrapándola en un ciclo de consumo de violencia como entretenimiento.

Este fenómeno convierte a los espectadores en participantes involuntarios de un espectáculo que perpetúa el miedo y la desconfianza en el entorno social, manteniéndolos enganchados en un contexto donde la violencia no es solo una realidad, sino un producto de consumo continuo que define y refuerza la visión del mundo de quienes lo observan.

Debemos cuestionar el rol de los medios en nuestra percepción del miedo. ¿Hasta qué punto somos partícipes involuntarios de esta maquinaria de terror? ¿Estamos consumiendo noticias que informan o que manipulan nuestras emociones? La violencia es real, pero su representación a menudo es un reflejo distorsionado con fines oscuros.

Es momento de que dejemos de ser víctimas de estas narrativas y recuperemos nuestra capacidad crítica. No podemos permitir que el miedo siga siendo el arma favorita de quienes desean mantenernos sometidos. La violencia no solo deja marcas físicas; deja cicatrices profundas en nuestra percepción de la realidad. Pero lo más disruptivo es que el miedo, ese enemigo invisible, puede que sea más peligroso que el mismo acto violento.

***Alejandro Gamboa C. Licenciado en periodismo con estudios en Ciencia Política y Administración Pública (UNAM) Enfocado a las comunicaciones corporativas. Colaboró como co editor Diario Reforma. En temas de ciencia y comunicación en Milenio y otros medios digitales. Cuenta con 15 años dedicado a las Relaciones Públicas. Ha colaborado en la fundación de la Agencia Umbrella RP. Ha realizado trabajos como corrector de estilo, creador de contenidos y algunas colaboraciones como profesor en escuelas locales.

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