Ciudad de México, 07 de abril, 2022.- Pandemias como la COVID-19, el cambio climático y el detrimento del planeta se fueron entendiendo de manera fragmentaria y conjetural, para dar paso a una serie de cambios que combinan cadenas de convivencia y contacto entre las diversas especies, vegetales, mamíferos y microorganismos (bacterias y virus), que ponen en contexto la dimensión de una salud integral, tanto de los seres humanos como la del planeta, que luchan codo a codo por su sobrevivencia, en codependencia y subordinación mutua.
Lo anterior lo señaló Luis Enrique López Cardiel, Coordinador Ejecutivo del Comité Mexicano para la Práctica internacional de la Arquitectura (COMPIAR), al referirse al día mundial de la Salud y agregó que, como cada año, la Organización Mundial de la Salud (OMS) realiza una campaña de carácter global sobre aquellos temas que inciden en el mejoramiento de la salud pública mundial.
En este año 2022, la campaña se centra bajo el lema “Nuestro planeta, nuestra salud”, un señalamiento indispensable que abre la puerta hacia la asociación de ideas y reflexiones entre la única nave cósmica en la que todos viajamos y la condición completa de bienestar social, mental y física del ser humano.
López Cardiel destacó que, en este contexto, actualmente entendemos que la pérdida de una especie conlleva también la desaparición de su biodiversidad, degradando los ecosistemas y colocando en una inercia de evolución negativa las fuentes alimentarias de todas las especies. De acuerdo a la Plataforma Intergubernamental sobre la Biodiversidad y los Servicios Ecosistémicos de Naciones Unidas (IPBES), de los 8 millones de especies que habitan el planeta, un millón se encuentran en peligro de extinción, siendo un número alarmante y de dimensiones catastróficas para el propio planeta y para el ser humano, además de la extinción en los últimos 20 años de siete especies de animales mamíferos, algunos de ellos por caza indiscriminada y planes tardíos de conservación, otros por tráfico e inadaptación a nuevo hábitat y por introducción de especies invasoras (nuevas enfermedades), destacando aquellos animales de hábitat local que desaparecieron por la actividad industrial del ser humano.
En tanto, el planeta (o la Madre Tierra), continúa expresando su malestar e inconformidad (tsunamis, sequías, huracanes, incendios, etc.) por la manera y las vías en la que el ser humano trata de mejorar sus condiciones de salud y por el acumulamiento desmedido e inequitativo de beneficios en su estilo de vida, ambas a costa de la bonhomía de la naturaleza y de su Capacidad de Soporte.
La sobreexplotación de recursos naturales como el agua se encuentran para el común de la gente en sitios invisibles, planos ciegos o cajas negras. Recordemos que actualmente más del 55% de la población mundial habita en las ciudades; en México es casi el 80%, representando una visión urbana que es ajena a la conciencia rural que se transmite de generación en generación. Estas comunidades concentradas en megalópolis y macro-ciudades que solo atienden dinámicas de muy corto plazo, han perdido de vista el bosque y solo toman en cuenta el árbol.
Por tanto, como ejemplo tenemos que la desaparición de los ríos, la desecación de los mantos freáticos y la sobreexplotación de las cuencas no se encuentra en el horizonte de los riesgos para la salud de las comunidades urbanas y cosmopolitas, no advierten el problema y por tanto no se ubica en la toma de decisión de sus prioridades. Así, la conciencia social del reto sobre el que la extracción de los acuíferos es mucho más rápida que su capacidad de reabastecerse, es inentendible, incomprensible e inadmisible.
En este mismo umbral se encuentran otros importantes nichos de riesgo a la salud, como la deforestación, la ganadería y la agricultura intensiva, pasando también por la pesca y otros no menos importantes como la degradación de los suelos. Tan solo la deforestación implica una gran pérdida del hábitat de las especies y su extinción, creando, sobre todo en las zonas tropicales, los ambientes idóneos para la multiplicación de plagas que producen enfermedades como la malaria y el dengue. Y no solo eso, también la deforestación implica una pérdida de microambientes que regulan las temperaturas de los ecosistemas, pulverizando la base del control térmico planetario.
La contaminación por basura, residuos industriales y ahora los desechos electrónicos generan sustancias tóxicas que en no pocos casos se continúan vaciando indiscriminadamente a los ríos, lagunas o cuerpos húmedos y que de una u otra manera se filtran o terminan en las presas o en los mantos freáticos.
A lo anterior tendríamos que añadir la explotación de los recursos energéticos no renovables y el daño que su gasto y utilización generan.
En México, de acuerdo al Estudio de Impactos en la Salud del INECC de SEMARNAT, en 2015, cerca de 29 mil muertes serían atribuibles a la mala calidad del aire, mientras que 5 años más adelante los índices crecieron, ya que el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) señaló que 48 mil mexicanos murieron prematuramente en el año 2020 por problemas de salud relacionados con la contaminación del aire, representando el 6.8 % del total de decesos a nivel nacional, el noveno factor de riesgo de muerte y discapacidad combinadas, representando un costo en la degradación ambiental del 2.8% del PIB.
A principios de este año 2022 se presentó el informe del Relator de las obligaciones de derechos humanos relacionadas con el disfrute de un medio saludable de Naciones Unidas, señalando que “la intoxicación de la Tierra se intensifica sin que ello sea motivo de atención por parte de la opinión pública”. Bajo las anteriores sintomatologías, actualmente la salud del planeta es mucho más frágil que ayer, y día a día se va complicando, estableciendo un pronóstico muy negativo y nada deseable, la enfermedad mortal madre de todas las enfermedades, que parece irreversible, a la que los seres humanos a hemos llamado “cambio climático” y que continuamos acelerando”, afirmó López Cardiel, Coordinador Ejecutivo del Comité Mexicano para la Práctica internacional de la Arquitectura (COMPIAR) y director General del Centro de Investigación y Desarrollo de Futuros (CEIDFU).