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Entre mujeres

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Cuando el sacerdote dijo: “Lo que Dios unió que no lo separe el hombre”, seguramente los que estaban uniéndose no lo tenían muy claro. Tencha y Federico fueron los padrinos. El resto de los convidados participó de acuerdo con sus posibilidades: unos aportaron cajas de refresco o cartones de cerveza; otros facilitaron el vehículo que transportó a la feliz pareja para que llegara puntual a la parroquia. Felicitas apadrinó los anillos, y Macaria y Justiniano colocaron el lazo que simbolizaba la unión indisoluble.

Los primeros días fueron de plena melcocha. Fueron advertidos del noviciado, pero los malos augurios no caben cuando el amor es verdadero. Doloritas y Ascencio lo sabían, o creían saberlo. El caso es que, pasados los primeros meses de vivir en casa ajena, los otrora tórtolos despedían un tufo a podrido: el muerto y el arrimado a los tres días hieden. Silvina, la madre del muchacho, les pidió amablemente que ahuecaran el ala:

—Los casados casa quieren, mijo. Y yo con tu mujer no me puedo entender, ya me tiene hasta la coronilla, mejor búscale dónde puedan ustedes hacer vida porque, en definitiva, no aguanto sus humores ni ella los míos. Así que, yo en mi casa y ustedes en la suya y todos felices.

Para Chencho, aquellas palabras de la autora de sus días sonaban tan fuerte como una bofetada con la mano mojada. La mujer que le dio la vida ahora se transformaba en una arpía sin corazón que arrojaba al ruedo a su único hijo, sin capote ni espada y con un toro embravecido capaz de doblegar al más pintado.

Pero no hay problema —quiso convencerse—, y el fin de semana siguiente recorrieron todas las vecindades y casas de la colonia, y colonias circunvecinas para conseguir una vivienda en renta que se ajustara a su presupuesto. Su empleo como machetero en una casa de materiales apenas le daba para sufragar los gastos de alimentación. Enfermarse era un lujo que ni él ni Doloritas podían consentirse. Aunque frecuentemente enfermaban del estómago, los tés de hierbas amargas, con carbonato y jugo de limón hacían lo suyo, cauterizándoles el intestino cuando este aflojaba de más.

Así llegaron a ser inquilinos en la calle doce. Acordaron con la casera que le pagarían de inmediato el primer mes de renta y el depósito se lo irían abonando cada quince días, durante dos meses, sin que ello implicara el retraso del siguiente pago.

Pusieron cortinas con un cordel de trompo, lisas, de color amarillo, en la única ventana del cuarto donde se acomodaron para que la cocina, la sala y la recámara no se empalmaran. Todos los muebles eran viejos. Silvina se los proveyó como una consideración para su vástago, aunque muchos de los utensilios ya habían pasado sus mejores momentos: sillas cojas o mal reparadas de madera, colchas y cobijas agujereadas, ollas desportilladas… A nada pusieron objeción. Todo serviría para salir del paso. Total, ya después, con un poquito de suerte y la bendición de Dios podrían hacerse de lo necesario para la casa y, por qué no, de una casa propia para que los chilpayates pudieran correr gustosos por el patio y hacer travesuras sin que nadie los silencie.

Doloritas y Ascencio procuraban dar la menor de las molestias a la casera, no perdían oportunidad de granjeársela: le regalaban una naranja o un par de plátanos, cuando los domingos salían al tianguis a comer huesos de puerco —ese era su paseo semanal, la oportunidad de sentir que los esfuerzos de la semana habían valido la pena.

Pero el noviciado no perdona, la propia casera se los dijo:

—Pídanle a Dios que cuando les pase, ustedes sepan cómo sobrellevarlo, porque no todos lo superan. Conozco a muchos que a las primeras se rinden. Es más, hasta por cigarros salen y nunca vuelven —dijo la mujer, entendida en esos menesteres y con la sabiduría que le daba la experiencia de vida con tres diferentes cónyuges.

Pese a todo, Doloritas era medianamente feliz. Sus padres radicaban en un pueblo olvidado de la sierra, ella sabía que ellos existían y ellos… tal vez la recordaban —la muchacha tenía nueve hermanos—. Ella había concluido la educación primaria y, por lo menos, se instruía con El libro semanal; por eso estaba pendiente del número siguiente, era un túnel del tiempo y el espacio cuando Chencho salía a trabajar. De muy pequeña fue empleada doméstica en una casa de la Balbuena. Después de unos años, el patrón, hombre de edad, enfermó gravemente y murió. Los hijos del difunto le ofrecieron llevarla a trabajar con ellos a los Estados Unidos, pero ella se rehusó. “Qué voy a hacer tan lejos. De seguro me mata la tristeza. Qué voy a hacer con chicas chichis y tanto lodo” —justificó su decisión y recordó ese dicho de su madre, el cual nunca supo lo que significaba, pero bien que aclaraba que hay cosas que deben hacerse sin pensar y otras no, o tal vez significaba que no era el momento para tomar cierta decisión. En fin.

Una tarde, Doloritas sintió que el mundo se movía bajo sus pies; el olor de la sopa de fideos hirviendo sobre la estufa le causó un asco repentino que la obligó a correr rápidamente al cuarto de baño compartido, que para su fortuna estaba desocupado. Se hincó frente al escusado y con una mano sujetó su cabello azabache para evitar mancharlo. Arcadas convulsas le causaron dolor en las costillas. La baba escurría desde su boca como un hilo espeso y continuo. Entonces, alguien tocó a la puerta discretamente y preguntó si saldría pronto porque tenía urgencia de usar el servicio. Se puso en pie y con un poco de agua del lavamanos refrescó sus labios y se humedeció la nuca y la frente.

Cuando Ascencio llegó del trabajo, lo primero que notó fue la palidez de Doloritas y sus ojeras gigantes:

—¿Te sientes mal? —preguntó mezclando inocencia y formalismo.

—Yo creo que me hicieron daño los huesitos de puerco —respondió ella desde la cama donde yacía recostada con las manos sobre el pecho, a la manera en que se acostumbra a colocar los difuntos dentro de los ataúdes.

Ascencio intuyó que no eran los huesos de puerco los causantes de los malestares de su mujer. ¡No la friegues! —dijo el hombre, mientras intentaba quitarse el pantalón de trabajo. Se puso en pie, en calzoncillos, y se sirvió un poco de agua. Estaba seguro de que por ese mal a Doloritas le crecería el vientre, debería usar ropa cada día más holgada y, transcurridos nueve meses, aquella molestia consumiría pañales, alimento especial y lloraría todas las noches como un bendito robándoles el sueño.

Y dicho y hecho. Cuando el plazo de la siguiente regla se cumplió y nomás Andrés no se apareció, Doloritas y Chenco comprobaron felizmente que serían papás, lo que significaba que Ascencio debería redoblar escuerzos en la casa de materiales; tal vez: cargar más bultos de cemento, acarrear más arena y grava o…

—No, la verdad no me veo chambeando más duro, pero ganando lo mismo. De perico – perro no voy a pasar. Y para la miseria que me pagan. No, no me van a aumentar el sueldo, si el patrón nomás está esperando un error para correrme, que dizque porque no le conviene que haga antigüedad. Mugre viejo, si ni seguro social me da. ¿Te acuerdas cuando me derrengué una pata por cargar mal un bulto? Ándale, me mandó al centro de salud y bien que me dijo lo que yo tenía que decirle a los doctores de la clínica: que andaba yo haciendo faena en mi casa y que ahí me había descuajaringado. Lo bueno que no fue un asunto de mucho cuidado, pero bien que me hizo que fuera, cojo y todo, a trabajar.

El hombre seguía dándole vueltas al asunto de Doloritas. Él sabía que tarde o temprano iba a pasar. Nunca fueron buenos para eso de calcular las lunas y las ovulaciones y las hilachas. “Pero ¿ahorita, Señor? Nomás espérame tantito a que me aliviane. O dame un mejor trabajo y yo te respondo. Sabes que soy cumplidor. Pero un hijo. No, no, no —todas las palabras salían de su boca y Doloritas nomás lo miraba tendida sobre la cama, como una colcha más, como un adorno. Y pensaba: “Si no me lo hice yo sola. Este creía que nomás era pura diversión, pero no: primero los placeres y luego los deberes, bien decía mi tía Mati —esto no lo decía Doloritas, pero lo pensaba y le calaba fuerte que Chencho pretendiera hacerse el occiso, porque toda la pinta tenía ese teatro de sujetarse la cabeza y moverla de arriba abajo y maldecir y luego hablar con Dios y después… Se estaba haciendo guaje con el paquete—. ¿Pues no que lo que une Dios…? Pues sí, pero este ya no la quiere pelona sino hasta con trenzas. Casi le pide a Dios que lo dado también sea arrempujado. Cuánto daño le hizo Silvina a Chencho: lo tuvo todo el tiempo bajo las enaguas y le impidió convertirse en un hombre —pensó la muchacha—. El tipo que estaba lloriqueando, sentado sobre una silla vieja que su propia madre le había regalado, casi como limosna, parecía, de igual forma, un limosnero compungido que espera solo estirar la mano para coger el fruto del árbol.

—Pobre de ti, muchacha. Sí que la tienes difícil. Este nació para maceta y no pasará del corredor. Ve nomás: no conforme con tenerte sin tragar y con la barriga llena, pero con un escuincle, ahora resulta que lleva dos días sin venir a su casa. No me lo tomes como un mal consejo, pero deberías mejor irte para el rancho con tus papás; él, seguramente, bien que va a comer a casa de su mamá y, mientras, friégate tú —aconsejaba la casera a la joven y le compartía el alimento—. Me recuerdas mucho a mí. Ay, si yo te contara… Nomás con decirte que mi marido, porque estábamos bien casados, igual que ustedes, me hizo muchas triquiñuelas, y yo, tonta, lo quería mucho, lo idolatraba, y él abusaba. Pero así es el perro: mañoso, aunque le quemen el hocico. Y no es por hacerte sufrir ni desearte mal, pero nomás espérate, ojalá que no te salga conque ya tiene otra vieja, porque hasta te puede matar del puro coraje. Tú estate preparada para todo. Total, hombres van y vienen. Y mujeres con un chamaco, como tú, hay muchas; no serías la primera ni la última que se hace cargo sola del paquete y lo saca adelante. Mientras pueda ayudarte, voy a echarte la mano. Digo, hasta donde se pueda, pero tú sabes que vivo de rentar mis cuartos, no te confíes y machetéale, toma una decisión antes de que sea tiempo de parir y te agarren las prisas con los calzones abajo, otra vez —Ambas rieron estrepitosamente. La vieja sonaba empática, conocedora, maternal. Reconfortaba a la joven. El vientre le había crecido, también el deseo de tomar decisiones.

Asesorada por la casera, Doloritas vendió elotes en el zaguán de la vecindad, después, el negocio creció y se diversificó para convertirse en un puesto formal de garnachas y pozole de cabeza de puerco. Así pasaron los meses. Ascencio no se apareció ni por equivocación por la vecindad. El negocio de la muchacha le permitió pagar la renta, hacerse de la ropa del bebé y formar un guardadito para los imprevistos del parto.

Una noche, luego de recoger los utensilios de la vendimia y lavar las ollas, Doloritas sintió que la fuente se le rompía, abrió las piernas con cierta vergüenza y miró un hilo líquido que le recorría las piernas y se encaminaba hacia la coladera del patio.  

—Anda muchacha. Que ya es hora. Ahorita paramos un taxi en la esquina o que nos lleve uno de los vecinos al hospital. ¡Que te dé gusto, vas a ser mamá! —revoloteaba la vieja mientras mandaba a Trosmo su nieto, un chiquillo de cabellos rizados, a tocar a los vecinos para preguntarles quién podría llevar en su carro a Doloritas a parir al hospital. Por fortuna, el primer vecino a quien se tocó la puerta se ofreció gustoso a conducir a la futura madre al nosocomio.

La casera estuvo al pendiente de Doloritas la noche que duró su internamiento. Al día siguiente, abordaron un taxi a la salida del hospital. La joven llevaba a un pequeño entre sus brazos —un hombre —dijo la vieja cuando se enteró— estos sólo sirven para echar el chisguete como los perros y se van. Sea por Dios. De ti depende que lo traigas con el lazo cortito, que sea un hombre desde chiquito, no como ya sabes quién.

Ambas mujeres apretaron los labios conteniendo la risa. Por un tiempo, Doloritas continuó con éxito su negocio de garnachas, hasta que ahí mismo conoció al hombre con quien formó una nueva familia. La vieja le dijo: “Gallo que quiere a la gallina, la quiere con todo y pollitos, aunque no sean de él. Que no se te olvide, muchacha”. Y el gallo se hizo cargo de la gallina y del pollo, y se dio el lujo de hacer más numerosa la granja. Por lo menos hasta ahí se enteró la casera por una serie de cartas que Doloritas le enviaba regularmente, durante varios años, desde Austin, Texas, adonde la muchacha fue a radicar con su familia.

Los años pasaron, la casera se hizo vieja y enfermó. Poco duró su agonía; ella decía que “el que obra mal se le pudre el cutis”, tal vez por eso Dios le permitió una muerte piadosa, sin mayor sufrimiento que el debido, porque siempre quiso obrar bien con los demás. El día de su velorio, metida en una caja de madera y con las manos entrelazadas sobre el pecho, a la manera en que se acostumbra a colocar los difuntos dentro de los ataúdes, la casera recibió el último adiós de los suyos, de sus vecinos y de una mujer que vino con su familia desde Austin, Texas, para despedir con agradecimiento a quien fuese su consejera.

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Opinión

Presidenta, lejos de construir nuevos liderazgos en el país

*** Por Miguel Ángel Romero

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El tablero en el que la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum, mueve sus fichas no solo es complejo, sino que ella no lo diseñó y muchas de las piezas que supuestamente debería poder usar y habilitar no responden a ella. Parece una natural consecuencia ante el elefante en la sala del cual nadie habla: para muchos actores políticos su legitimidad es de papel.

Los 36 millones de votos que obtuvo en la pasada elección son vistos como una consecuencia inercial y un reflejo del capital político que sí construyó el expresidente Andrés Manuel López Obrador. Por lo tanto, no son de ella, son prestados y el “respaldo” puede dejar de serlo o cambiar de sentido de ser necesario.

Bajo esa premisa, es totalmente entendible que la postura del partido Morena -que fue el vehículo para llevarla al poder- busque lucir con independencia al gobierno. La “institucionalización” del movimiento que fundó AMLO no pasa por respaldar incondicionalmente a quien hoy habita en Palacio Nacional, sino que corre de manera paralela con una estrategia de creación de cuadros y militancia que funcionará más como contrapeso que como soporte. Sheinbaum estará lejos de poder construir o impulsar nuevos liderazgos en todo el país.

Al menos, así lo dejó entrever Luisa María Alcalde en entrevista que le dio a El País en donde disfraza esa “sana distancia” entre el partido y la mandataria como una táctica para no caer supuestamente en los vicios que instauró el PRI cuando fue hegemónico, tal como ahora lo es Morena. El hijo del ex presidente AMLO, Andy López, (señalado por corrupción) como protagonista en las decisiones del instituto político que recibirá en 2025 más de 2 mil 500 millones de pesos de dinero público.

Otras pruebas de que el régimen se endurece sin el liderazgo de la presidenta son la reforma judicial, la incorporación de la Guardia Nacional al Ejército, la ratificación de Rosario Piedra al frente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos para complacer a los militares, así como la próxima eliminación de órganos autónomos constitucionales; a lo que se le suma que en la Ciudad de México, de donde salió y no logró imponer a Omar García Harfuch como Jefe de Gobierno y en vez de él se le instaló un dique más con Clara Brugada.

En el control de crisis y para no lucir lastimada, Sheinbaum está siendo orillada a abrazar determinaciones que están lejos de su alcance, y sobre, todo de su convicción. La próxima jugada en el tablero que podría continuar exhibiendo su poco margen maniobra será la definición del titular de la Fiscalía General de la CDMX, una posición clave, en donde todo indica será ungida Betha Alcalde Luján; es decir, se suma una figura de contención al tablero.

En el Congreso de la Unión, la presidenta tiene que lidiar con dos personajes que mantienen una franca e incluso grosera independencia de ella. Sirven al régimen (personificado en AMLO) pero no a la ahora inquilina de Palacio Nacional.

Adán Augusto en el Senado y Ricardo Monreal desde la Cámara de Diputados quienes, para cuidar y proteger su propio espectro de poder, alientan y promueven -de manera velada- la narrativa que Sheinbaum no guarda mayor capital político y que el título de presidenta es un membrete que no tiene mayor incidencia en el ámbito legislativo, un espacio en el que ellos dan continuidad a la agenda que marcó AMLO, como la eliminación de órganos autónomos, y desde donde incluso se aventuran a abrir nuevas discusiones, como lo es una reforma fiscal que, si bien luce necesaria, la presidenta se comprometió a no llevarla a cabo.

Es muy temprano para asegurar que esta tendencia continuará pero a escaso mes y medio en el poder queda claro que todos los actores políticos y piezas en el tablero que supuestamente deberían estar en sintonía con la presidenta están hoy en día funcionando como un contrapeso: una definición por sí misma problemática ya que, de momento, no parece haber incentivos para que todos esos diques y muros diseñados por AMLO para heredar su poder, quieran moverse o busquen la colaboración con Claudia Sheinbaum. Y, por el contrario, sí existen estímulos para que cada uno de ellos busque acotar y restringir a Sheinbaum: conservar su parcela de poder.

La presidenta no está feliz. Ha usado a sus voceros y propagandistas en medios de comunicación para, por lo menos, poner de manifiesto que muchas de las acciones que están endureciendo el régimen no las comparte, ya sea por la forma o por el fondo. Una proyección lógica a mediano plazo es que ambas visiones choquen: el andamiaje construido por AMLO versus el que busque instalar Sheinbaum.

Será interesante ver si el argumento que todos utilizan para maltratar a la presidenta se mantiene. ¿Hasta dónde podrá usar la legitimidad prestada para construir la propia? El problema no es menor y no se constriñe a ella, sino también a la forma en cómo los ciudadanos vamos a padecer ese natural encontronazo.

*** Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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Hoy, día clave para las relaciones México-EU. UU.

***Miguel Ángel Romero Ramírez

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La agenda binacional, de por lo menos los próximos 6 años, entre México y Estados Unidos tiene en este martes 5 de noviembre un día clave. Mientras concluyen las elecciones estadounidenses que podrían llevar de vuelta a Donald Trump a la Casa Blanca; en México, la Suprema Corte analiza el proyecto que podría frenar parcialmente el esfuerzo del oficialismo -ahora, con Claudia Sheinbaum a la cabeza- para romper el equilibrio entre poderes y así provocar una crisis constitucional sin precedentes. Sucesos históricos que traerán consigo profundas consecuencias.

A medida que ambos casos se desarrollan, vale la pena revisar cómo estos líderes, aunque desde espectros ideológicos distintos, mantienen similitudes que colocan en una franca desventaja a la región. Se trata de coincidencias enmarcadas en el manual del populismo que encuentra, cada vez más, espacio y margen de tracción derivado de un desencanto de los ciudadanos por un sistema democrático.

En lo que respecta a concentración de poder, ambos la buscan a partir de la figura del “pueblo” entendida esta como la imagen que los habilita y “autoriza” para cuestionar e ignorar las normas establecidas con la finalidad de acatar dicha “voluntad”.

Mientras Trump se presenta como una figura antisistema que “realmente” escucha al pueblo, Sheinbaum coloca como piedra angular de la reforma judicial, los 36 millones de votos obtenidos en las urnas para intentar instalar la falacia de que dicho resultado la autoriza y habilita para emprender cualquier acción, aunque estas vayan en contra de los principios democráticos.

Los líderes populistas tienden a dividir a la sociedad en “el pueblo” y “los otros”, generalmente representados como élites corruptas o adversarios. Trump se posiciona como el defensor de los “americanos reales” frente a una élite que presuntamente los menosprecia, consolidando una base leal que ve en sus enemigos los obstáculos al progreso.

Sheinbaum, también polariza al referirse a los opositores de la reforma judicial como “conservadores” que buscan frenar el cambio, estableciendo una división que genera desconfianza hacia quienes no comparten su peligroso proyecto de romper el orden constitucional mexicano.

Ambos comparten una estrategia de deslegitimación de sus detractores. Trump acusa a los medios y a los demócratas de conspirar en su contra, sugiriendo incluso que sus derrotas son producto de fraudes, lo que mina la confianza en las instituciones democráticas. Sheinbaum etiqueta a medios críticos como “conservadores” y denosta en sus conferencias a todo aquel sector o grupo de la sociedad que no comparte sus ideales autoritarios.

La oferta de soluciones simples y rápidas a problemas complejos es otra táctica común. Trump promete construir muros y negociar tratados, presentando estos temas complejos como resolubles por él solo. Sheinbaum, por su parte, promete una transformación radical en México, promoviendo la una reforma judicial que, como han admitido incluso sus propios asesores como el ex Ministro Arturo Zaldívar, no resuelve de fondo la impunidad que prevalece la sociedad mexicana porque su objetivo primordial es cooptar y eliminar un contrapeso esencial que establece un régimen democrático.

El control de la narrativa pública también distingue a los populistas. Trump empleó redes sociales, especialmente Twitter, para difundir sus mensajes sin mediadores, presentándose como el defensor de los “estadounidenses olvidados” y desacreditando a los medios como “fake news”. Sheinbaum utiliza el poderoso andamiaje de propaganda digital heredado de López Obrador para instalar como culpable de la crisis constitucional a la Suprema Corte de Justicia de la Nación que lo único que ha hecho es ejercer su natural papel de contrapeso.

Cabe destacar que la seducción de las mayorías por este tipo de liderazgos no es fortuita y no se limita a la región de Norteamérica. El virus del populismo tiene como un componente de efectividad en su propagación a sociedades desilusionadas porque no han encontrado respuestas puntuales a sus demandas. La generalizada mediocridad de la clase política gobernante ha tenido como una de las principales consecuencias el ensanchamiento de la brecha de desigualdad; y es ahí, en ese espacio en el que los líderes populistas encuentran margen de maniobra para capitalizar el resentimiento y el enojo.

La advertencia, en ambos casos, es que el poder concentrado en manos de una sola figura, en detrimento de la independencia de instituciones clave como el poder judicial, suele conducir a dinámicas autoritarias, donde la justicia se convierte en un mecanismo de persecución o protección de ciertos intereses.

La ansiedad binacional por lo que ocurra este martes en ambos lados del Río Bravo crece, y no es para menos, pues las consecuencias futuras pueden ser profundas y devastadoras tanto para la sociedad mexicana como para la estadounidense.

Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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La narrativa del miedo y cómo la violencia se convierte en control

***Alejandro Gamboa C.

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La violencia no es sólo un acto físico. En los últimos años he observado algo nada nuevo pero que vale la pena volverlo a señalar: cómo se convierte la violencia en una herramienta política, un espectáculo mediático cuyo propósito principal es sembrar el miedo.

En América Latina, los medios de comunicación y los grupos de poder han sabido jugar con este temor, manipulando la realidad para mantener sociedades controladas y sumisas.

El caso de Colombia es emblemático. Durante décadas, el conflicto armado ha dominado los titulares de los periódicos, especialmente en las zonas rurales. En el interior de esas noticias no siempre se cuenta el contexto completo. Se muestran los actos de violencia de manera aislada, creando una narrativa que, en lugar de buscar soluciones, alimenta la percepción de que la violencia es inevitable. Esta representación ha ayudado a crear una cultura donde el miedo no solo paraliza, sino que normaliza lo inaceptable​

Este enfoque fragmentado es una herramienta efectiva para evitar conversaciones profundas sobre las raíces de los conflictos.

En México, el narcotráfico ha aprovechado esta capacidad mediática para construir su propio discurso de poder. Los cárteles han adoptado la violencia como un mensaje, transformando sus crímenes en espectáculos diseñados para infundir pavor. La brutalidad, captada por las cámaras y luego transmitida masivamente, contribuye a una atmósfera de inseguridad que afecta a la población, generando el terror necesario para mantener su dominio​

Los medios, principalmente comerciales de comunicación, al difundir estas imágenes, se convierten en amplificadores de la estrategia del miedo, tal vez sin intencionalidad (o tal vez sí), pero definitivamente con consecuencias devastadoras.

Lo más alarmante es que esta misma estrategia no se limita a grupos armados. Gobiernos en la región han aprendido a manipular el miedo para justificar acciones que atentan contra las libertades civiles.

En Argentina y Chile, durante las dictaduras, los gobiernos militares utilizaron la violencia del estado como una herramienta silenciosa, apoyados en una narrativa mediática que presentaba a los opositores como enemigos peligrosos. El miedo era la llave para mantener a la sociedad bajo control y aceptar lo inaceptable​.

El uso del miedo también se ha modernizado. En la era de la información instantánea, las redes sociales han demostrado ser un campo fértil para la difusión de noticias que influyen en el comportamiento social.

Durante la pandemia de COVID-19, el miedo al virus fue exacerbado por la sobreexposición a la información, creando ansiedad y pánico en la población. Las redes, que amplifican el contenido que genera más emociones, mostraron lo peligrosas que pueden ser como vehículo del miedo​

La violencia en nuestro país ha sido amplificada y convertida en espectáculo por los medios de comunicación comerciales, donde las noticias sensacionalistas y el uso de narrativas melodramáticas capturan la atención de las audiencias y mantienen a los espectadores en un ciclo constante de entretenimiento morboso.

Un claro ejemplo de esta construcción de narrativas fue el uso de recreaciones de crímenes y eventos violentos en cine y televisión durante el México posrevolucionario. Películas como El automóvil gris (1919) y La banda del automóvil (también de 1919) dramatizaban la violencia real o la mezclaban con escenas ficcionadas, convirtiendo los crímenes en espectáculos visuales destinados a generar impacto emocional y captar el interés de la audiencia.

Estas producciones, que mezclaban documental y ficción, ayudaban a los medios a construir una visión sensacionalista de la criminalidad y el peligro en la vida cotidiana.

Actualmente, este enfoque no solo persiste, sino que se refuerza en programas de noticias, series y reality shows que explotan crímenes y actos violentos. Muchos de estos contenidos incluyen escenas re-creadas, manipuladas o narradas de manera sensacionalista para maximizar la respuesta emocional de los espectadores.

Esta exposición intensiva a imágenes y relatos violentos fomenta una percepción desproporcionada de inseguridad y una especie de fascinación morbosa, lo que contribuye a un estado de vigilancia constante en la población, atrapándola en un ciclo de consumo de violencia como entretenimiento.

Este fenómeno convierte a los espectadores en participantes involuntarios de un espectáculo que perpetúa el miedo y la desconfianza en el entorno social, manteniéndolos enganchados en un contexto donde la violencia no es solo una realidad, sino un producto de consumo continuo que define y refuerza la visión del mundo de quienes lo observan.

Debemos cuestionar el rol de los medios en nuestra percepción del miedo. ¿Hasta qué punto somos partícipes involuntarios de esta maquinaria de terror? ¿Estamos consumiendo noticias que informan o que manipulan nuestras emociones? La violencia es real, pero su representación a menudo es un reflejo distorsionado con fines oscuros.

Es momento de que dejemos de ser víctimas de estas narrativas y recuperemos nuestra capacidad crítica. No podemos permitir que el miedo siga siendo el arma favorita de quienes desean mantenernos sometidos. La violencia no solo deja marcas físicas; deja cicatrices profundas en nuestra percepción de la realidad. Pero lo más disruptivo es que el miedo, ese enemigo invisible, puede que sea más peligroso que el mismo acto violento.

***Alejandro Gamboa C. Licenciado en periodismo con estudios en Ciencia Política y Administración Pública (UNAM) Enfocado a las comunicaciones corporativas. Colaboró como co editor Diario Reforma. En temas de ciencia y comunicación en Milenio y otros medios digitales. Cuenta con 15 años dedicado a las Relaciones Públicas. Ha colaborado en la fundación de la Agencia Umbrella RP. Ha realizado trabajos como corrector de estilo, creador de contenidos y algunas colaboraciones como profesor en escuelas locales.

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