Opinión
Sólo la muerte
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Ricardo MedranoRecargados en la valla de metal contemplábamos el paso de las muchachas bellas y no tan bellas. Ellas, al igual que los varones no escapábamos a la insana costumbre de recibir un sobrenombre. Había especialistas en el fino arte de encontrar características físicas o de carácter, esos rasgos nos definían, y determinaban, por lo menos durante tres años de educación secundaria, la forma en que los compañeros iban a comunicarse con nosotros y nosotros con ellos.
Aunque no todos tenían sobrenombre, había también quienes se oponían a recibir un apelativo que no fuera, por lo menos, su apellido paterno. En el primero B destacaban, entre las mujeres: Mosca, Topoyiya y Wolf. Entre los varones estaban Come salchichas, Sapo, Abre cocos, León negro, Mafafo y Flaco.
Este último había recibido su mote debido a su constitución física: era menudo, delgado, de ojos saltones y redondos, y piel tostada, casi verdosa: como las lagartijas, justamente. Mafafo era reservado, podría decirse que era un estudiante promedio, nada extraordinario. Primo hermano de Flaco, galán del plantel, pretendido por féminas hasta cuyos oídos habían llegado las virtudes del doncel, notables a simple vista: abultada entrepierna, capaz de promover los mejores escarceos al amparo de las bardas altas, detrás de los talleres de cocina y belleza.
En resumen, Mafafo y Flaco sólo compartían apellido, de ninguna forma su constitución física estaba emparentada.
Como en toda buena clase que se jacte de un mínimo prestigio, estaba Maya, otro galán de la clase, pedante y agresivo. El patán, provocador de conflictos y cobarde, cual víctima de espectro ultraterreno a la hora de los golpes. Maya era su apellido paterno, por lo tanto, pertenecía al selecto, reducido grupo que no contaba con una credencial de afiliación a la penitenciaría en la que estaríamos recluidos durante tres años.
Maya, contrario a Mafafo, había rebasado la línea que divide al estudiante promedio del mediocre. Era, en términos prácticos, el personaje que se colaba en el costal de la concesión de los profesores, aquella que busca cumplir con una cuota establecida de alumnos que deben aprobar, y, al mismo tiempo, impulsa la mediocridad de quienes no debieron. Maya poseía ciertas galanterías y habilidades rastreras que le permitían aprobar con la mínima calificación y el mínimo esfuerzo. Qué importaban los seis y los siete en la boleta, si podía navegar suave, libre y pretensioso en un mundo sin exigencias.
Durante tres años, cada personalidad fue tomando su propio derrotero. Aprendimos a conocernos y a evitarnos. A pensar que nos enamorábamos y, de inmediato, a desenamorarnos. Era tanta la variedad, la oferta y la demanda que las hormonas brincoteaban jubilosas dentro de nuestros cuerpos en constante transformación. Aprendimos a mirarnos con otros ojos, a desear, a sufrir. Por primera vez experimentamos la frustración y el desamor. El odio y el arrepentimiento. Los sentidos alterados que nuestros tutores enfriaban con cubos de realidad congelante.
Fue en el tercer año escolar que esa realidad empezó a alcanzarnos. Debíamos decidir hacia dónde continuaríamos. Éramos hijos de una generación que no tuvo la oportunidad de recibir una educación media superior. De hecho, buen número de quienes integrábamos el tercero B y del resto de los grupos, no pudieron continuar preparándose, muchos se emplearon en el negocio u oficio familiar: carpinteros, costureros, albañiles, empleados de limpieza en oficinas de gobierno, tenderos, herreros, plomeros, cocineros…
Cuando faltaban menos de tres meses para que concluyéramos el tercer grado, y con ello nuestra educación secundaria, nuestras hormonas comenzaron a estallar como una fábrica de pirotecnia descontrolada. Las faldas de las compañeras se acortaron —lo que recibimos con gran beneplácito—, mostrando diferentes tipos de piernas, las había delgadas, bien torneadas, de rodillas percudidas; las había de una perfecta composición entre muslos, rodillas y pantorrillas; también había finas y estilizadas como de bailarina clásica, anchas y macizas como piernas ahumadas de jamón serrano. Descubrimos tonos de piel que por casi tres años estuvieron vedados a las miradas curiosas.
—¿Dónde tuviste escondido ese color tan bonito que te sube de las rodillas con rumbo hacia el ombliguito? —era el piropo que todos parecíamos compartir, pero sólo nos atrevíamos a pensar. En este rubro, las mujeres empezaron su despertar con antelación mayor a los varones. No sólo se trataba de reducir la falda hasta su mínima y permitida, socialmente, expresión, sino que las jóvenes mujeres habían ido más allá en su arreglo personal, eran conscientes de sus dotes seductoras, y se daban el lujo de optar entre una gran variedad de simios rabiosos que transpirábamos testosterona. Habían descubierto que el control social puede empezar por el control sexual, que jalan más dos… en fin, que ellas ordenaban el mundo, que bastaba guiñar un ojo, menear una pestaña, hacerse las desentendidas, para que los Ilusos Paris cayeran, una y otra vez, y por toda la eternidad, en la tentación de raptar Helenas de Esparta para desencadenar verdaderos conflictos.
Y aunque usted que está leyendo esta historia, pudo haber pensado que la narrativa empezaba a tomar rumbo hacia la tragedia griega que cito, le ruego dispense mis desvaríos. Mi intención primera fue ofrecer a usted un panorama breve pero sustantivo del entorno. Pero mis ingenios fueron presa de recuerdos, arrebatos y comezones que el cuerpo, al fin cuerpo, siempre recordará, pese a las condiciones en que la zalea se encuentre.
Dicho lo anterior, procedo a retomar el cauce: una tarde en que me empeñaba en acomodar las rubias superiores en el refrigerador, se presentó, del otro lado del mostrador donde me desempeñaba como dependiente en el negocio de mi abuela, un tipo alto de figura espigada y voz de barítono que, a pesar de los años transcurridos, identifiqué prontamente como la voz de mi compañero de escuela secundaria: Mafafo.
Cosa no fácil de explicar, en tanto, procesos diversos pretendieron acomodo en mi cabeza. Era más fácil pensar en la distribución de latas y cajas sobre los anaqueles, hacer las cuentas por tal o cual pedido o disponer el efectivo para liquidar saldos de proveedores refresqueros, fritureros o cerveceros. El asunto es que sentí contento por encontrarme con mi compañero de grupo, ahora digno elemento de las fuerzas armadas e ingeniero en ciernes. No obstante, sólo el pantalón delataba el pulcro uniforme con el que pudiese identificársele como marino, excepto por el comentario salido de boca suya:
—Me da mucho gusto verte. Tengo este fin de semana franco y quise volver al barrio un rato. Vine a ver unos amigos que son tus vecinos. Quién diría que te iba a encontrar, que tendría la oportunidad de saludarte. ¿cómo te ha ido? ¿Seguiste estudiando? —preguntó con mirada de interés, no sin antes soltar un disimulado exabrupto, consecuencia de una posible ingestión de bebidas etílicas, adivinable por la simple expresión gustosa del borracho que transita por el estado eufórico.
Procedí a responder sus cuestionamientos. Una especie de orgullo recorrió mi lengua que se espabiló y cual alfombra nueva se desenrolló en historias varias, empezando por aquella en la que mencioné mis estudios casi concluidos de periodismo en la UNAM. También le comenté sobre la prosperidad alcanzada con la tienda de abarrotes de mi abuela, y no pasé por alto mi beneplácito de compartirle, como un viejo amigo que trae gratos recuerdos, un par de bebidas (yo refresco, él cerveza) cortesía de la casa.
Así transcurrieron los minutos de plática en torno de un mostrador de tienda de abarrotes, donde, cual dos alegres bohemios que desentierran recuerdos y anécdotas aparentemente olvidadas, él y yo, dos jóvenes-viejos conocidos se reencontraban. Ese día comprobé que nuestra historia, en particular, la historia de nuestra adolescencia revive la cadavérica memoria, rescatándonos de nuestra vejez prematura forzada por olvidos, aquella que se acostumbra a contabilizar sólo desdichas.
—Quiero matar al Maya —me dijo aquel hombre que se decía mi amigo. En un micro instante recordé la mirada de Maya, aquel tipo pedante, agresivo y cobarde con quien tuve algún desaguisado que derivaron en una efímera, pero no menos estruendosa, bronca donde ambos salimos lastimados en el rostro, pero que sirvió para marcar distancias y respetos.
—¿Por qué lo quieres mandar al mundo de las calacas pelonas? —pregunté, no sin mostrarle mi asombro, considerando que un tipo con una carrera prometedora en las fuerzas armadas, según mis criterios, no debería andar por ahí pretendiéndose un Lee Van Cleef de barrio. Di un sorbo a mi refresco y me sentí atragantado por unos segundos. Luego intenté sostener mi mirada en la suya, a fin de escudriñar profundamente las verdaderas intenciones de este moderno Hermann Göring. Pero no quise adelantar juicios y me dispuse a escuchar sus argumentos:
—Faltaban unos meses para que termináramos la secundaria. Había empezado ya mis trámites para ingresar a las fuerzas armadas. Pensé que por mi estatura no me iban a admitir. Recordarás que yo era un tipo bajo, más bien chaparro. De hecho, me decían Mafafo como la lagartija fotógrafa del programa de televisión Odisea burbujas, no sé si lo recuerdes —fingí demencia juvenil y dije que no recordaba su sobrenombre. ¿Quién en su sano juicio se pone a las trompadas con un militar zafado que habla de matar a alguien? ¿Quién me garantizaba que, de haber recordado su apelativo estudiantil, no me hubiese condenado a ser el nuevo blanco de su mira asesina?
Maya nos tenía hartos a muchos —coincidimos—. Decidimos llevar un arma a la escuela. La pistola era de mi tío, el papá de Flaco. León negro llevó las balas, cuatro. Antes del descanso fuimos al baño; ahí, en un cubículo, Abre cocos cargó el arma con las balas. León negro la guardó en una mochila y regresó al salón para entregarla a Flaco. Entonces, cuando el arma estaba lista y contábamos con un plan improvisado, nos dimos cuenta de que nadie tendríamos el valor de acabar con Maya, de dispararle con el arma. Ahí estaba, en medio de nosotros, una pistola cargada dentro de una mochila escolar. La matona parecía mirarnos a través del cierre entreabierto. Parecía decirnos “bola de cobardes”, “pocas bolas”. Éramos cuatro muchachos intentando acabar con las vejaciones matando a nuestro verdugo. —Guardé silencio por un momento, no se antojaba otro trago de bebida. Mafafo estaba diciendo otras cosas con otras palabras, no eran cosas de borrachos. Estaba hablando desde la rabia, desde el dolor que no se olvida, desde el infierno permanente del rencor. Sólo era asunto de escucharlo, de guardar silencio, de leer el cuaderno boca abajo o de espaldas, hasta que su alma se vaciara. Él retomó su historia:
—Maya tenía rabia porque Flaco tenía suerte con las chavas. Mi primo Flaco era enamorado, le gustaba cachondear con sus ninfas detrás del taller de cocina. Que yo sepa, ninguna de las chicas se sintió agredida, por el contrario, la fama de Flaco rebasó fronteras y de los otros grupos le llegó clientela. Un día que Flaco entró al baño, ahí estaban Maya y sus cuates: Marrana y Loco. Cada uno en lo suyo en los mingitorios. Entonces Maya intentó provocar a Flaco diciéndole que, si a poco era cierto que calzaba grande, que puros cuentos, que nomás era un diez de canela. Mi primo no le hizo caso: se subió el cierre del pantalón y fue hasta el lavamanos. Maya siguió su intento de provocarlo. Total, que Flaco le dijo algo así como que “tu mamá está contenta con mis servicios y si ella es feliz, yo también”. Esto enfureció a Maya, quien pidió a sus compinches que cerraran la puerta y sujetaran a Flaco. —Mi amigo hizo una pausa. Tragó una gran bocanada de aire y continuó:
— Maya violó a Flaco con la ayuda de sus cuates. Cuando acabó le dijo: “A ver si eres capaz de decirle a todas tus novias que ya perdiste la virginidad”. Maldito cobarde degenerado. Dos años después, Flaco se suicidó. Nunca le dijo a nadie. No siguió estudiando, no pudo continuar. Los chochos antidepresivos le alivianaban, pero no pudo superarlo. Antes de quitarse la vida me pidió que mandara a Maya al infierno. Yo se lo prometí. Tú me vas a decir, hermano, dónde vive Maya, el mayatón. Lo voy a matar y nadie tiene el poder de impedírmelo. Te lo juro, así como se lo juré a Flaco.
Quedé en silencio. Eran demasiados sentimientos en una sola historia. Escuchar la voz del dolor me había apretujado el corazón, sentí dentro del pecho un periódico hecho bola. También sentí empatía por mi amigo, y por Flaco, por los últimos días de su vida. Vinieron hasta mi mente los recuerdos de aquellas épocas cuando queríamos abandonar, a grandes zancadas, la infancia. Miré a Mafafo. Destapé otra cerveza para él y una para mí. En silencio, ambos levantamos los envases. Él esperaba una respuesta. Yo se la di:
— Mira, hermano. Agradezco tu confianza, esto es tan personal, tan duro. Te juro que sólo escuchar tus palabras me provocó sentir un agravio personal, impotencia. Hasta podría decirte que en otro momento te hubiera acompañado y ambos hubiéramos acabado con Maya de la peor forma posible, como una rata rabiosa, como la maldita alimaña que fue durante su vida. Veo hacia el pasado y sólo quiero recordar cosas agradables. Me enferma el dolor de los otros. Hoy te voy a pedir que olvidemos juntos —él me miró extrañado—. Te explico, le dije: la casa de Maya quedaba por la misma ruta que tomaba mi transporte cuando iba rumbo a la escuela en el bachillerato. Frecuentemente, tomaba asiento del lado de la ventana del transporte. Soy un curioso natural, me encanta ver a las personas, las cosas, las casas… Una tarde, mientras me embelesaba poniendo mi atención en una joven guapa que caminaba sobre la acera, me pareció distinguir un rostro conocido: era Maya. Casi indigente, nuestro compañero de escuela, el maldito de quien has venido a pedirme información para matarlo, inhalaba el solvente de una estopa. Con la mirada perdida, vestido con harapos, debo decirte, sentí pena por él. Nada quedaba de aquel tipo pedante, agresivo y abusivo, era una sombra triste que arrastraba los pies dentro de unos hilachos que, en otro tiempo, tal vez, fueron zapatos, vestía ropas recubiertas con innumerables capas de mugre. Sin embargo, ahí estaban esos ojos, inconfundibles, tristes hasta cuando intentaban hacer el mal.
—No me importa si se lo está llevando la tiznada —me interrumpió—. Ya te dije que lo voy a matar y que nadie tiene el poder para impedírmelo. —Volví a dar un sorbo a mi cerveza y atendí un par de clientes. Entonces le dije: no he terminado:
—Durante varios meses, tal vez un par de años, coincidí con aquella sombra gris en mi camino rumbo a la escuela. Una tarde, cuando para variar iba retrasado, mientras el autobús hacía la enésima parada para subir pasaje, yo imploraba que el tiempo no transcurriera porque mi profesor de literatura era un tipo mamón y sumamente exigente que consideraba los retrasos como inasistencias, y con tres inasistencias reprobabas el curso. Yo había acumulado dos faltas, estaba a un paso de perder el semestre de esa materia. Realmente estaba angustiado.
Entonces reparé en un grupo de indigentes que manoteaban entre sí como monos rabiosos. El autobús no avanzaba. Yo continuaba rezando y mirando con cierto desdén. Tres hombres increpaban a uno, a Maya, lo reconocí cuando avanzó un poco más el camión. La visión desde mi ventana quedaba justo enfrente del grupo de hombres. Uno de ellos hacía señas sobre la cara de Maya. Éste, con la mirada extraviada, tal vez con el cerebro desecho por el solvente, parecía no darse cuenta, parecía haberse fugado de la realidad. Entonces, uno de los hombres, el que estaba a la izquierda de nuestro conocido, sacó de entre sus ropas una punta de fierro, larga, enmugrada, y sin mayor argumento la clavó en el pecho de Maya, quien sólo abrió los ojos y cayó de rodillas sobre la banqueta, a unos pasos del arrollo vehicular. El hombre repitió la agresión, una y otra vez. Hasta que el cuerpo inerte del caído quedó enmarcado en un espejo extraño de sangre y el hombre exhausto sobre él. Hermano: la misma sangre con la que pretendes ensuciar tus manos, aquel día fue devorada por el mismo suelo con singular deleite. Yo fui testigo. No tengo por qué mentirte.
Aquel amigo me pidió que saliera del negocio, que superáramos la distancia que mediaba entre el mostrador y nosotros. Un fuerte abrazo selló nuestra amistad. Se despidió con un saludo militar y dio media vuelta. En poco tiempo, durante una corta pero emotiva charla, supimos que el tiempo había transcurrido en nuestras vidas. Después de que él se fue, tengo la seguridad de que ambos teníamos, por fin, la certeza de ser hombres.
*Imagen: Alfredo Arcos, artista de Neza.
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Opinión
Gobierno sin respeto a la pluralidad y al equilibrio de poderes
*** Miguel Ángel Romero Ramírez
Publicado
el
24/10/2024Por
Arzate NoticiasUn gobierno que se fundamenta en el sometimiento, en lugar del consenso, erosiona su propia legitimidad. El uso de la fuerza para imponer decisiones y el desprecio por los contrapesos institucionales no es democracia. La estabilidad basada en el control autoritario es una ilusión destinada a desmoronarse. En lugar de asegurar un orden sólido, lo que se construye es una estructura frágil, cimentada en el miedo y la incertidumbre.
El caso de la presidenta Sheinbaum, desobedeciendo las resoluciones del Poder Judicial, ejemplifica cómo el afán de imponer autoridad se distorsiona y termina en autoritarismo cuando un gobernante busca instalarse por encima de la ley. Su victoria en las urnas no la habilitó para romper el equilibrio entre poderes. Al contrario, el mandato electoral -si es que en realidad nos asumimos en una democracia- es reforzar el respeto a las instituciones, pues eso da pauta a la estabilidad y verdadera legitimidad.
La legitimidad, en una democracia sana, no proviene exclusivamente de los votos, sino del respeto a la pluralidad y del equilibrio de poderes. Gobernar sin reconocer la existencia de otras voces y sin someterse al sistema de contrapesos es traicionar los principios y reglas del juego del propio sistema que usó para abrirse camino y llegar al poder. Un gobierno fuerte no es el que controla sin oposición, sino el que acepta la fiscalización y responde a los cuestionamientos.
Es aquí donde se revela la fragilidad de la llamada Cuarta Transformación, que rechaza los límites y rompe el orden constitucional para imponerse. En ese afán, la propaganda gubernamental, adoptada por nuevos intelectuales orgánicos, intentan instalar en el imaginario colectivo la idea de que el equilibrio de poderes es un obstáculo, cuando en realidad es un requisito fundamental de un sistema democrático. A menos de que estén listos para nombrar al régimen de otra forma.
La independencia del Poder Judicial no es solo un freno natural para los gobernantes, sino una garantía para todos los ciudadanos. Romper este equilibrio, como lo sugiere el comportamiento de la nueva presidenta, equivale a abandonar las reglas del juego democrático y encaminarse hacia un régimen donde las decisiones unilaterales reemplazan al diálogo y el respeto por las instituciones.
Uno de los mayores peligros de este enfoque autoritario es que, al concentrar el poder en una sola figura o grupo, se elude la rendición de cuentas. No es que el poder judicial sea intocable o que no exista la necesidad de una reforma que se adapte y mejore la impartición de justicia, sino que en este caso, todos los actores que participan tienen claro que ese no es el objetivo primario. Cooptar y eliminar un contrapeso es la meta actual.
Mientras la conversación pública se convierte en un precario espectáculo mediático, los verdaderos problemas pasan desapercibidos. El show en el que el Poder Judicial es llevado al patíbulo ha alcanzado un rating inmejorable entre las masas, quienes -como en un reality show- son partícipes de los métodos, amenazas y consignas que enfrentan esos “otros” mexicanos que por pertenecer a un contrapeso institucional natural han perdido cualquier derecho: observar la tómbola que determina el fin de la carrera judicial como fin recreativo.
La impartición de justicia en su más amplio sentido, podría mejorar si la presidenta Sheinbaum modifica la hoja de ruta que se le impuso. Si la mayoría del territorio dejara de estar bajo control del crimen organizado; si el Ejército dejara de tener participación en tareas de seguridad pública en las que -por error o por consigna- asesina; si los megaproyectos de infraestructura fueran más transparentes respecto al uso de miles de millones de recursos públicos; si los señalamientos de corrupción a los hijos del expresidente AMLO y sus amigos fueran aclarados por una investigación seria; y si las personas enfermas tuvieran atención digna y abasto de medicamentos; la justicia mejoraría significativamente.
La coerción, el desprecio por la pluralidad y la ausencia de rendición de cuentas son señales claras de un gobierno que está perdiendo su legitimidad. Un poder basado en la fuerza, sin respeto por las instituciones democráticas ni la responsabilidad ante la ciudadanía, es un poder frágil.
La legitimidad proviene de la aceptación de límites, de la construcción de consensos, el fortalecimiento de las instituciones y sobre todo, la rendición de cuentas, que permiten a la democracia sobrevivir a largo plazo. Sin estos principios, el gobierno se convierte en víctima de su propia inestabilidad, atrapado en una espiral de imposición y desconfianza.
Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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Opinión
Silencio incómodo: el sionismo en Occidente
*** J. Alejandro Gamboa C.
Publicado
el
18/10/2024Por
Arzate NoticiasEn los últimos meses, he sentido la necesidad de comprender mejor el concepto de sionismo, un tema que ha ganado relevancia en los debates políticos y sociales globales, especialmente en el contexto del conflicto entre Israel y Palestina.
Con este artículo, no sólo busco despejar el origen y la evolución de este movimiento, sino también entender cómo se ha transformado en un punto central de controversia y teorías de conspiración. Además, retomo el incómodo silencio de muchas figuras públicas, artistas e influencers en torno al tema.
El sionismo surgió en el siglo XIX como respuesta a la persecución y violencia que enfrentaban los judíos en Europa, particularmente en el Este, donde los pogromos eran comunes. Fue en este contexto que Theodor Herzl organizó el Primer Congreso Sionista en 1897, cuyo objetivo era establecer un hogar nacional judío en Palestina.
Este movimiento, en sus inicios, no fue respaldado por todos los judíos; algunos, especialmente los liberales y ortodoxos, lo consideraban una amenaza a la integración o una violación de las creencias religiosas que indicaban que el regreso a la Tierra Prometida debía ser un acto divino
Según la información, a medida que el sionismo ganó fuerza, especialmente después de la Declaración Balfour de 1917 y las sucesivas olas de inmigración judía a Palestina, comenzó a consolidarse como un movimiento con implicaciones políticas y sociales globales.
La creación del Estado de Israel en 1948 marcó un hito importante, pero también el inicio de una serie de conflictos con los palestinos que continúan hasta el día de hoy.
La perspectiva religiosa y el apoyo occidental
El sionismo, originalmente visto con escepticismo por los sectores religiosos, ha encontrado su lugar en una corriente llamada sionismo religioso, que ve la creación de Israel como parte de un plan divino. Esta versión del sionismo ha sido respaldada no sólo por sectores religiosos judíos, sino también por grupos cristianos evangélicos, especialmente en Estados Unidos, quienes interpretan la existencia de Israel como el cumplimiento de una profecía bíblica. Este apoyo ha tenido un impacto considerable en la política exterior de Estados Unidos hacia Israel.
Al mismo tiempo, los grupos de influencia como AIPAC (American Israel Public Affairs Committee) han desempeñado un papel fundamental en moldear la percepción pública y las políticas hacia Israel en Occidente. Sin embargo, en medio del actual conflicto con Palestina, es difícil ignorar las crecientes críticas hacia la aparente inmunidad de Israel ante la condena internacional por las acciones militares en Gaza y Cisjordania
El silencio incómodo…
Un tema que me ha llamado mucho la atención es el silencio de muchas figuras públicas respecto al conflicto. Desde artistas hasta influencers, pocos se atreven a criticar abiertamente las políticas israelíes.
Según diversos informes, esto se debe en gran medida al temor a represalias en la industria del entretenimiento. Ejemplos como el despido de Maha Dakhil, quien criticó a Israel en redes sociales, o la cancelación de eventos de autores que hablaron a favor de Palestina, ilustran cómo la libertad de expresión está siendo reprimida en muchos espacios públicos
Este silencio no sólo afecta a las personas públicas, sino que también es parte de un debate más amplio sobre las teorías de conspiración que rodean al sionismo. Uno de los mitos más extendidos es el de la “Zionist Occupied Government” (ZOG), que alega, sin fundamentos, que los gobiernos occidentales están controlados por intereses sionistas.
Dicha teoría, asociada a grupos neonazis, ha sido ampliamente desacreditada, pero sigue siendo utilizada para justificar el antisemitismo en muchas partes del mundo
¿Se puede dialogar?
Al final del día, la situación me lleva a reflexionar sobre la importancia de poder hablar abiertamente sobre estos temas sin miedo a represalias. Aunque es vital distinguir entre la crítica legítima a las políticas de un Estado y el antisemitismo, actualmente parece que este debate está siendo sofocado.
La crítica a las acciones militares de Israel contra los palestinos, que ha provocado la muerte de miles de civiles, se enfrenta a una censura velada en muchas plataformas y sectores.
El sionismo es un tema complejo, lleno de matices históricos, religiosos y políticos que siguen siendo relevantes. Desde su origen, como un movimiento para proteger al pueblo judío, hasta su papel central en el conflicto israelo-palestino, es imposible entender el presente sin considerar las múltiples capas de este movimiento.
Puede parecer utópico, pero a medida que el conflicto continúa, es urgente fomentar un diálogo honesto y abierto que permita abordar las verdaderas causas de la violencia sin caer en teorías conspirativas o en la censura de voces críticas. Estamos en el momento de cuestionar, investigar y, sobre todo, hablar, porque el silencio también es una forma de participación y complicidad. Pienso.
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Foto: Internet
Opinión
Sheinbaum y la fragilidad del poder absoluto
*** Miguel Ángel Romero Ramírez
Publicado
el
18/10/2024Por
Arzate NoticiasMientras el oficialismo consolida su control con una reforma judicial devastadora, Claudia Sheinbaum será una de las principales perjudicadas por las secuelas que esta medida tóxica traerá consigo.
A escasas dos semanas de asumir el poder, el destino de su sexenio parece condenado a seguir el rígido molde autoritario que le diseñó e instaló su predecesor, Andrés Manuel López Obrador. Esta reforma judicial, más que una simple reestructuración del sistema de justicia, es un golpe directo al equilibrio de poderes, cuyo significado implícito es un grave retroceso para la democracia mexicana.
La ruta que se impone a partir de esta medida no es de estabilidad ni de moderación, sino de radicalización, diferenciando claramente entre el “movimiento” y su “liderazgo”, en donde Sheinbaum, como figura política, se vuelve sacrificable en nombre de la continuidad del proyecto. Rápidamente se hace evidente que ella no domina la Cuarta Transformación, sino que esa figura, generada simbólicamente por AMLO, la mantiene secuestrada.
La elección de jueces por tómbola no sólo es un atentado contra la imparcialidad judicial, sino una estrategia para concentrar más poder en manos del oficialismo, lo cual no implica necesariamente que dicho poder esté en las manos de la nueva presidenta. Bajo este nuevo esquema, la justicia deja de ser un contrapeso y se convierte en una herramienta de obediencia política. Una simple extensión de la maquinaria. Sin embargo, esta acumulación de poder, paradójicamente, no refuerza a Sheinbaum, sino que la debilita.
Si Sheinbaum continúa abrazando esta dañina reforma, también estará colocándose en la ruta para configurarse como un personaje desechable. El tablero que López Obrador diseñó no tiene como uno de sus objetivos sostenerla a largo plazo, sino perpetuar la estructura de poder. En este sentido, quien hoy ocupa la presidencia parece tan reemplazable como cualquier otro actor político que no se alinee perfectamente con los intereses del sistema implantado.
Esta concentración de poder por parte del oficialismo empuja a Sheinbaum hacia una inevitable radicalización. Sin la legitimidad que podría proporcionarle imprimir su propio sello, la administración que recién comienza dependerá de métodos cada vez más coercitivos para mantener el control. Cada vez que un juez esté alineado con los preceptos y deseos del Poder Ejecutivo en lugar de la ley -beneficiando a los círculos cercanos al poder-, se erosionará la confianza de los ciudadanos, no solo en las instituciones, sino también en Sheinbaum.
Quedan pendientes por resolver los señalamientos contra los hijos del expresidente y sus amigos por corrupción, así como un sinfín de casos relacionados principalmente con los megaproyectos como la refinería de Dos Bocas, el aeropuerto Felipe Ángeles y el desarrollo del corredor transístmico que busca conectar el Océano. Pacífico con el Golfo de México. A esto se suman los nuevos delitos cometidos por la renovada Guardia Nacional, ahora bajo el mando del Ejército, que en tan solo dos semanas se estrenó con una masacre de migrantes y violaciones a los derechos humanos en distintos puntos del país.
La imagen de un gobierno que respeta la legalidad queda comprometida, mientras que la distancia entre Sheinbaum y sectores de la sociedad, con expectativas totalmente diferentes a lo que está ocurriendo, se agranda. Es falso que el mandato de los 36 millones de votos obtenidos fuera para destruir el equilibrio entre poderes. Con el tiempo, la acumulación de errores y el desgaste que acompaña a la radicalización provocarán que Sheinbaum se convierta en una figura política cada vez más frágil.
El laberinto en el que la presidenta navega sin brújula, siguiendo un guion que no escribió, traerá consigo una pérdida de legitimidad tanto al interior de su gobierno como en el exterior. Mal arranca la nueva presidenta de México, quien rápidamente se encuentra en franca desventaja frente al aparato oficialista que, en el mejor de los casos, buscará someterla y aplastarla, mientras que, en el peor, la culpará del fracaso casi inminente ante una herencia tan devastadora como la dejada por López Obrador.
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