Opinión
De las almas inocentes
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Por
Ricardo MedranoParte II
Estos y muchos otros recuerdos rondaban la mente de Muerto, como volutas de humo de cigarro, a cada paletada de tierra que salía del agujero que él y Guapa habían cavado desde hacía tres días. Las manos callosas sostenían las herramientas con mayor seguridad.
A veces se preguntaba cómo era posible seguir viviendo a costa de las migajas del pasado, asido como a un cordón umbilical que alimentaba su costal de desventuras. Porque Muerto no dejaba de culpar a otros por sus desdichas, se había convertido en una ambulancia aulladora que transporta a un paciente agónico, ese carro donde viajan la muerte y la vida sujetas por el mismo cinturón de seguridad, en el que, paradójicamente, nada es seguro.
Eran casi las dos de la tarde, el sol había alcanzado su cénit y empezaba a dispersarse en astillas que se distribuían sobre las casas en permanente construcción, fabricando sombras caprichosas que aminoraban un poco el sofoco de los maestros albañiles.
Muerto y Guapa se dispusieron a tomar los sagrados alimentos e improvisaron una mesa sobre dos botes salpicados con mezcla de cemento seco y una tarima, la menos polvosa, cubierta con aceite requemado. Extendieron una capa de papel, la menos sucia, extraída de un bulto de cemento recién vaciado y colocaron encima un kilo de tortillas, diez pesos de queso de puerco y una bolsa de plástico con cuatro chiles navegantes en vinagre caldoso.
En silencio, cada uno hizo un taco hasta con tres tortillas y dos rebanadas de queso de cochino. En cada mordida al taco, se sucedía otra tarascada al picante en vinagre que se destripaba en gustosos estallidos. Bebieron un par de vasos de refresco de cola en vasos desechables y permanecieron quietos unos instantes. Mudos. Cada uno extraviado en sus propios laberintos.
Guapa miró sus zapatos costrosos con múltiples capas de cemento reseco y deseó unos zapatos limpios de dos colores, de charol y agujeta. Él y Muerto tenían la misma edad. Les pasaba con cierta frecuencia que no era necesario decir nada y en contadas ocasiones rompían el silencio. Era como si cada uno de ellos conociera desde siempre los pensamientos del otro. Como si ambos hubiesen sido arrebatados del mismo vientre, el mismo día, a la misma hora, por la misma comadrona y en el mismo lugar. Como si ambos hubiesen nacidos muertos y luego hubiesen empezado a vivir.
A Guapa le pareció que todos los hombres tienen el mismo derecho a tener unos zapatos limpios, los que les plazcan, los que les gusten, los que se amolden mejor a sus pies, un calzado que les haga sentir cómodos al caminar hacia el trabajo, o recorriendo la Alameda Central, tirando rostro. Eso pensaba Guapa. A veces temía ser el lado opuesto de su socio, como la cara “B” de un disco que a nadie interesa; opacado por el éxito del lado “A”, el más atractivo, el que termina por dañarse antes, debido al uso.
Las personalidades de cada uno coincidían, se complementaban, como si una sola, por sí misma, no tuviera la mínima posibilidad de existir, de ser, sin que la otra estuviera presente, a la manera de dos siameses, inevitablemente unidos por el mismo cráneo, pero con diferente visión y, por ende, perspectiva de las cosas.
Era evidente en los asuntos cotidianos del trabajo: mientras uno tomaba el pico, el otro asía la pala; en tanto, uno sacaba el agua que manaba del subsuelo, el otro recortaba a punta de barreta los bordes de la futura cisterna, como quien rebana un enorme pastel de lodo y se introduce en él, desbastando un poco ese poro de la tierra, buscando penetrarle la entraña. Así eran ellos, indisolubles, como un misterio religioso que cuesta explicar; porque sustancias y esencias formaban parte del todo, y, al mismo tiempo, cada parte revelaba su propia función, su propia fuerza, una naturaleza en común.
Muerto colocó el cubo bajo la llave de agua: un chorro débil, exasperante escurrió hasta el recipiente, como un hilo de baba continua. Como de costumbre, Guapa partió sin despedirse, sin decir palabra. Enganchó el morral a su hombro derecho y salió silbando la tonada del danzón Nereidas. Muerto se concentró, sin prisa, en el hilo de agua que llenaba la cubeta, y su mente, de nueva cuenta, empezó a elevarse como un papalote al que se le ha roto el hilo que lo sostiene.
Una noche, en aquel antro donde a fuerza de novatadas le hicieron despertar de su letargo, Muerto se esmeraba en lavar vasos y utensilios. Varias cortadas semi profundas en sus palmas y en el dorso de sus manos mostraban varios grados de cauterización. El jabón y el agua actuaban sobre las grietas otrora sanguinolentas hasta volverlas un conjunto de surcos blancuzcos, mortecinos.
Hacía dos años que cumplía con aquellos trabajos de ayudante. El sueldo y el moje le habían permitido sobrevivir y aportar un poco de lo ganado para beneficio de los suyos. Iban quedando atrás, casi olvidados, los desaguisados familiares: Muerto estaba experimentando la satisfacción de sentirse útil. Sentía el orgullo de traer unos pesos en la bolsa y pedirles permiso, sólo a ellos, para escaparse los domingos a conquistar sirvientas en la Alameda Central.
Las desveladas le habían ganado unas ojeras que contrastaban con el tono de su piel: ahora dormía de día y trabajaba de noche, cuatro días a la semana, el resto del tiempo lo ocupaba en practicar su deporte favorito: ensoñarse con sus revistas y jactarse de tener, casi completo, el total de números publicados.
A veces soñaba que una enorme nave tripulada por seres de otra galaxia lo abducía a través de una luz blanca; empezaba a elevarse desde la cama donde dormía, y cruzaba el techo de su cuarto sin encontrar oposición, desmaterializándose. Una luz espesa lo hacía levitar y lo aspiraba hasta el interior de un plato suspendido en el aire por una tecnología desconocida. Luego, con los ojos aún cerrados, escuchaba voces que le hablaban: en traducción simultánea, comprendía los mensajes de aquellos seres de otro mundo, ellos le revelaron profecías que debían darse a conocer, en su momento, a los seres humanos. Muerto quedaba en espera de nuevas instrucciones.
Una mañana, después de cumplir con sus labores en el antro, Muerto se dispuso a partir rumbo a su casa. En su pequeña mochila donde transportaba su uniforme de trabajo, había guardado, celosamente, entre los pliegues del cierre y la costura, el dinero ganado por toda una noche de lavar vasos y utensilios. Algunas cortaduras en sus manos habían cerrado por completo y ahora se figuraban en larvas adheridas a la piel, petrificadas y gruesas. Las manos del muchacho empezaban a ser toscas debido a esos jeroglíficos que sólo el trabajo esculpe en los cuerpos que se prestan a tan peculiar manifestación artística.
Adormilado, luchaba por caminar con aplomo. Con una mano metida en el bolsillo derecho y la otra sosteniendo la mochila sobre su hombro, alcanzó a percibir la luz de sus sueños; escuchó las voces de otro mundo diciéndole que estaba por cumplirse la profecía. También sintió un golpe seco y contundente, y un sonido, como el crujido de un melón arrojado contra el piso, una y otra vez, y múltiples resplandores que le enceguecieron, mientras las voces repetían, una y otra vez, en un lenguaje de otra galaxia, que le era traducido de forma simultánea:
—Ya te la sabes, hijo de la tiznada. ¿Dónde traes la feria?
—Si no afloja, pícalo. Dale en las costillas —dijeron los seres espaciales.
Después de la primera descarga de luz blanca, el muchacho sintió que la lengua se le hacía nudo, que un puñado de galaxias le produjeron un tapón de la dimensión de un agujero negro, hacia donde era tragado, abducido, con todo y sus palabras y recuerdos. Todo era luminoso. Entonces escuchó una sinfonía que identificó como la música de las estrellas. Estaba cumpliéndose la profecía, sin duda. Se preguntaba: ¿cómo será la nueva vida en la tierra? ¿Habré cumplido mi papel como profeta de los nuevos tiempos?
La nave que lo abdujo, otrora silenciosa, ahora recorría las galaxias abriéndose paso con el aullido inconfundible de las sirenas que transportan un herido. Las voces eran otras, tal vez más terrenales, menos interestelares. Un gran vacío, como una implosión galáctica arrasó con todo, absorbiéndolo. Muerto sintió cómo cada una de sus células se desmaterializaba hasta formar parte del éter cósmico. La música de las estrellas continuaba sonando, inmaterial, espiritual, en la calma que precede al nacimiento, en la frontera del todo y de la nada. En el vaivén de la vigilia al sueño, columpiándose entre las cuerdas de un contrabajo divino que cantaba con su voz grave, casi monstruosa, próxima al sonido universal que dio origen a la vida.
Entonces vino de nueva cuenta el estallido, la vibración continua, la cuerda que se tensa bajo las manos expertas de la divinidad que conoce todas las infinitas tonalidades, la música específica de cada alma que empalma su grito furioso cuando es desprendido de la madre, para después abandonarse en la cuna de los olvidos.
Cuatro meses duró la recuperación de Muerto en el hospital público. A su madre se le pidió, en varias ocasiones, otorgar el consentimiento para desconectar aquella vida de la fuente artificial que le mantenía en el limbo, como un cadáver insepulto en espera de la hora nona. Cuando Muerto abrió los ojos, en una segunda oportunidad para su alma inocente, sólo quedaban cicatrices, múltiples marcas en todo su cuerpo, como las huellas de gusano que tenía estampadas en sus manos, producidas por los cortes de los vasos rotos durante su estadía en el antro.
Ahora todo era cicatriz, todo era vacío. El cráneo del muchacho se recuperaba de las múltiples fracturas. Pero quedaron huellas más profundas:
—El joven perderá el habla —dijo el médico a los familiares. Y se apresuró para atender a un nuevo paciente en aquel hospital público que todas las noches se convertía en un documental terrorífico de la vulnerabilidad humana.
Muerto volvió a su casa. Apenas emitía una especie de gruñidos, parecidos a los de los perros que seguían teniendo su corral a un costado del suyo. Gradualmente fue recuperando la movilidad del brazo y de la pierna izquierdos. En su cara se petrificó la mueca desquiciada del asombro, de quien pretende recordar algo, pero no lo consigue. Pequeños fragmentos, como esquirlas de un pasado que vuelve a la memoria, le permitieron reconfigurar un universo de luces diminutas donde todo era profético.
En ocasiones, el joven machacaba desesperado su lengua intentando decir algo a quienes le rodeaban. Por varios meses sintió la caricia del sol, encerrado entre las cuatro paredes que encajonaban perimetralmente su casa. Tomaba asiento sobre una piedra negra a mitad del patio, como un monolito ancestral que no encuentra quién le adore. Después, el sol se marchaba y los atardeceres llevaban la mirada del muchacho hasta el cielo, donde todo es infinito y suele ser oscuro en la más grande angustia.
Quiso escapar, brincar aquellas bardas. Algo en su mente maduraba y con el tiempo se pudría, como una fruta ennegrecida que termina por volverse nada apetecible.
Algo deseaba y no sabía qué era. Su mente se llenaba de vacío. Le dio por aullar y su grito angustiaba a los perros, hasta que los vecinos se quejaron y la familia optó por amordazarlo durante las noches. Inmensas lágrimas corrían por sus mejillas cuando, quienes le amaban, le aplicaban aquella doble mordaza. Pese a todo, la esencia del espíritu seguía viva, latiendo como un pulso.
Entonces su madre lo descubrió cavando en mitad del patio, haciendo esfuerzos por malabarear, primero la pala, después el pico. Ella no descifraba ese mensaje, le parecía más la voluntad perniciosa de un desquiciado que busca algo sin saber qué, alguien que termina agotando sus fuerzas por el mero deseo, alejado de cualquier sentimiento de impotencia que su infame y absurda tarea pudiese acarrearle, alguien que no tiene conciencia de su fútil esfuerzo.
A pesar de los reclamos de sus otros hijos, la madre consintió que Muerto cavara aquella fosa en mitad del patio. El dinero ahorrado para ampliar la casa se esfumó en las atenciones hospitalarias del enfermo. Ahora, sólo quedaba aquel insepulto que tal vez se afanaba en labrarse una tumba con sus propias manos. Pero, para los otros, era más un misterio parecido a los que publicaba la revista Pregunta, que ahora se amarillaba bajo las láminas del cuartucho donde Muerto durmió durante un par de años, en donde gozó de privacidad e independencia relativas.
Viendo a su hijo cavando con dificultad aquel foso, la madre descubrió la eficiencia terapéutica del silencio aparente; vio a su hijo recuperar, poco a poco, la movilidad de sus extremidades. La boca fue adaptándose al rostro, hasta casi ocupar el sitio que tuvo antes del asalto. Algunas palabras, las básicas, retornaron a sus labios: Dios, comida, agua, calor, mamá, amor …
Una mañana de domingo, Muerto dio a entender a su madre que su deseo era salir a la calle. Una especie de traducción simultánea se había establecido entre aquellos seres que, ya sin cables de por medio, permanecían conectados por hilos de otros materiales, más resistentes, más eternos.
Caminaron un par de calles y los vecinos los miraron sorprendidos. Tomados de la mano, como dos seres extraños para los demás, de otro planeta, que se leen la mente y sienten en las propias sienes el pulso del otro, llegaron hasta la parroquia del Señor de Lago Seco. Muerto llevó a su madre hasta donde San Antonio cargaba a su muchacho. Tomó asiento en el piso y mantuvo su atención en el mantel de terciopelo rojo que cubría la mesa donde despachaba el Santo, y lo acarició, como si ello le trajera recuerdos de otra dimensión. Después se puso en pie, tomó a su madre, nuevamente, de la mano y emprendieron el camino de vuelta hacia su casa.
Construir una cisterna, un cubo de tres por tres metros, le llevaría, aproximadamente, quince días a cualquier maestro albañil. Los veinticinco años que lleva Muerto cavando ese foso se redujeron a tres días, sin que el cuarto día llegara nunca, perdido en una espiral continua que no desciende ni asciende, interminable.
En su mente, Guapa es el que viene de las estrellas, quien le ayuda a cavar, quien come con él los deliciosos tacos de queso de puerco con chiles en vinagre, quien le dice sin hablar que son los mejores albañiles de la colonia, los de mejor reputación; también es quien se va con la tarde y se pierde en las bien trazadas calles de Lago Seco, andando bajo las modernas lámparas led del alumbrado público, sin temores. El que regresa al día siguiente para continuar la rutina. Es quien no dice nada, a quien nadie ve, sólo Muerto. El amigo que desea ser bailarín porque tiene un hermano en Nueva York, el amigo que todos piensan imaginario, y para Muerto es realidad, su realidad, su deseo, él y el otro, uno solo, indivisibles. El que desea unos zapatos de charol de dos colores, porque todos deberíamos tener unos zapatos así, unos zapatos limpios, los que nos plazcan, los que nos gusten, los que se amolden mejor a nuestros pies. Los pulcros zapatos de charol y agujeta para bailar la música de las estrellas.
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Opinión
Presidenta, lejos de construir nuevos liderazgos en el país
*** Por Miguel Ángel Romero
Publicado
el
20/11/2024Por
Arzate NoticiasEl tablero en el que la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum, mueve sus fichas no solo es complejo, sino que ella no lo diseñó y muchas de las piezas que supuestamente debería poder usar y habilitar no responden a ella. Parece una natural consecuencia ante el elefante en la sala del cual nadie habla: para muchos actores políticos su legitimidad es de papel.
Los 36 millones de votos que obtuvo en la pasada elección son vistos como una consecuencia inercial y un reflejo del capital político que sí construyó el expresidente Andrés Manuel López Obrador. Por lo tanto, no son de ella, son prestados y el “respaldo” puede dejar de serlo o cambiar de sentido de ser necesario.
Bajo esa premisa, es totalmente entendible que la postura del partido Morena -que fue el vehículo para llevarla al poder- busque lucir con independencia al gobierno. La “institucionalización” del movimiento que fundó AMLO no pasa por respaldar incondicionalmente a quien hoy habita en Palacio Nacional, sino que corre de manera paralela con una estrategia de creación de cuadros y militancia que funcionará más como contrapeso que como soporte. Sheinbaum estará lejos de poder construir o impulsar nuevos liderazgos en todo el país.
Al menos, así lo dejó entrever Luisa María Alcalde en entrevista que le dio a El País en donde disfraza esa “sana distancia” entre el partido y la mandataria como una táctica para no caer supuestamente en los vicios que instauró el PRI cuando fue hegemónico, tal como ahora lo es Morena. El hijo del ex presidente AMLO, Andy López, (señalado por corrupción) como protagonista en las decisiones del instituto político que recibirá en 2025 más de 2 mil 500 millones de pesos de dinero público.
Otras pruebas de que el régimen se endurece sin el liderazgo de la presidenta son la reforma judicial, la incorporación de la Guardia Nacional al Ejército, la ratificación de Rosario Piedra al frente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos para complacer a los militares, así como la próxima eliminación de órganos autónomos constitucionales; a lo que se le suma que en la Ciudad de México, de donde salió y no logró imponer a Omar García Harfuch como Jefe de Gobierno y en vez de él se le instaló un dique más con Clara Brugada.
En el control de crisis y para no lucir lastimada, Sheinbaum está siendo orillada a abrazar determinaciones que están lejos de su alcance, y sobre, todo de su convicción. La próxima jugada en el tablero que podría continuar exhibiendo su poco margen maniobra será la definición del titular de la Fiscalía General de la CDMX, una posición clave, en donde todo indica será ungida Betha Alcalde Luján; es decir, se suma una figura de contención al tablero.
En el Congreso de la Unión, la presidenta tiene que lidiar con dos personajes que mantienen una franca e incluso grosera independencia de ella. Sirven al régimen (personificado en AMLO) pero no a la ahora inquilina de Palacio Nacional.
Adán Augusto en el Senado y Ricardo Monreal desde la Cámara de Diputados quienes, para cuidar y proteger su propio espectro de poder, alientan y promueven -de manera velada- la narrativa que Sheinbaum no guarda mayor capital político y que el título de presidenta es un membrete que no tiene mayor incidencia en el ámbito legislativo, un espacio en el que ellos dan continuidad a la agenda que marcó AMLO, como la eliminación de órganos autónomos, y desde donde incluso se aventuran a abrir nuevas discusiones, como lo es una reforma fiscal que, si bien luce necesaria, la presidenta se comprometió a no llevarla a cabo.
Es muy temprano para asegurar que esta tendencia continuará pero a escaso mes y medio en el poder queda claro que todos los actores políticos y piezas en el tablero que supuestamente deberían estar en sintonía con la presidenta están hoy en día funcionando como un contrapeso: una definición por sí misma problemática ya que, de momento, no parece haber incentivos para que todos esos diques y muros diseñados por AMLO para heredar su poder, quieran moverse o busquen la colaboración con Claudia Sheinbaum. Y, por el contrario, sí existen estímulos para que cada uno de ellos busque acotar y restringir a Sheinbaum: conservar su parcela de poder.
La presidenta no está feliz. Ha usado a sus voceros y propagandistas en medios de comunicación para, por lo menos, poner de manifiesto que muchas de las acciones que están endureciendo el régimen no las comparte, ya sea por la forma o por el fondo. Una proyección lógica a mediano plazo es que ambas visiones choquen: el andamiaje construido por AMLO versus el que busque instalar Sheinbaum.
Será interesante ver si el argumento que todos utilizan para maltratar a la presidenta se mantiene. ¿Hasta dónde podrá usar la legitimidad prestada para construir la propia? El problema no es menor y no se constriñe a ella, sino también a la forma en cómo los ciudadanos vamos a padecer ese natural encontronazo.
*** Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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Foto: Internet
Opinión
Hoy, día clave para las relaciones México-EU. UU.
***Miguel Ángel Romero Ramírez
Publicado
el
05/11/2024Por
mbXCpxkI5NLa agenda binacional, de por lo menos los próximos 6 años, entre México y Estados Unidos tiene en este martes 5 de noviembre un día clave. Mientras concluyen las elecciones estadounidenses que podrían llevar de vuelta a Donald Trump a la Casa Blanca; en México, la Suprema Corte analiza el proyecto que podría frenar parcialmente el esfuerzo del oficialismo -ahora, con Claudia Sheinbaum a la cabeza- para romper el equilibrio entre poderes y así provocar una crisis constitucional sin precedentes. Sucesos históricos que traerán consigo profundas consecuencias.
A medida que ambos casos se desarrollan, vale la pena revisar cómo estos líderes, aunque desde espectros ideológicos distintos, mantienen similitudes que colocan en una franca desventaja a la región. Se trata de coincidencias enmarcadas en el manual del populismo que encuentra, cada vez más, espacio y margen de tracción derivado de un desencanto de los ciudadanos por un sistema democrático.
En lo que respecta a concentración de poder, ambos la buscan a partir de la figura del “pueblo” entendida esta como la imagen que los habilita y “autoriza” para cuestionar e ignorar las normas establecidas con la finalidad de acatar dicha “voluntad”.
Mientras Trump se presenta como una figura antisistema que “realmente” escucha al pueblo, Sheinbaum coloca como piedra angular de la reforma judicial, los 36 millones de votos obtenidos en las urnas para intentar instalar la falacia de que dicho resultado la autoriza y habilita para emprender cualquier acción, aunque estas vayan en contra de los principios democráticos.
Los líderes populistas tienden a dividir a la sociedad en “el pueblo” y “los otros”, generalmente representados como élites corruptas o adversarios. Trump se posiciona como el defensor de los “americanos reales” frente a una élite que presuntamente los menosprecia, consolidando una base leal que ve en sus enemigos los obstáculos al progreso.
Sheinbaum, también polariza al referirse a los opositores de la reforma judicial como “conservadores” que buscan frenar el cambio, estableciendo una división que genera desconfianza hacia quienes no comparten su peligroso proyecto de romper el orden constitucional mexicano.
Ambos comparten una estrategia de deslegitimación de sus detractores. Trump acusa a los medios y a los demócratas de conspirar en su contra, sugiriendo incluso que sus derrotas son producto de fraudes, lo que mina la confianza en las instituciones democráticas. Sheinbaum etiqueta a medios críticos como “conservadores” y denosta en sus conferencias a todo aquel sector o grupo de la sociedad que no comparte sus ideales autoritarios.
La oferta de soluciones simples y rápidas a problemas complejos es otra táctica común. Trump promete construir muros y negociar tratados, presentando estos temas complejos como resolubles por él solo. Sheinbaum, por su parte, promete una transformación radical en México, promoviendo la una reforma judicial que, como han admitido incluso sus propios asesores como el ex Ministro Arturo Zaldívar, no resuelve de fondo la impunidad que prevalece la sociedad mexicana porque su objetivo primordial es cooptar y eliminar un contrapeso esencial que establece un régimen democrático.
El control de la narrativa pública también distingue a los populistas. Trump empleó redes sociales, especialmente Twitter, para difundir sus mensajes sin mediadores, presentándose como el defensor de los “estadounidenses olvidados” y desacreditando a los medios como “fake news”. Sheinbaum utiliza el poderoso andamiaje de propaganda digital heredado de López Obrador para instalar como culpable de la crisis constitucional a la Suprema Corte de Justicia de la Nación que lo único que ha hecho es ejercer su natural papel de contrapeso.
Cabe destacar que la seducción de las mayorías por este tipo de liderazgos no es fortuita y no se limita a la región de Norteamérica. El virus del populismo tiene como un componente de efectividad en su propagación a sociedades desilusionadas porque no han encontrado respuestas puntuales a sus demandas. La generalizada mediocridad de la clase política gobernante ha tenido como una de las principales consecuencias el ensanchamiento de la brecha de desigualdad; y es ahí, en ese espacio en el que los líderes populistas encuentran margen de maniobra para capitalizar el resentimiento y el enojo.
La advertencia, en ambos casos, es que el poder concentrado en manos de una sola figura, en detrimento de la independencia de instituciones clave como el poder judicial, suele conducir a dinámicas autoritarias, donde la justicia se convierte en un mecanismo de persecución o protección de ciertos intereses.
La ansiedad binacional por lo que ocurra este martes en ambos lados del Río Bravo crece, y no es para menos, pues las consecuencias futuras pueden ser profundas y devastadoras tanto para la sociedad mexicana como para la estadounidense.
Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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Opinión
La narrativa del miedo y cómo la violencia se convierte en control
***Alejandro Gamboa C.
Publicado
el
04/11/2024Por
Arzate NoticiasLa violencia no es sólo un acto físico. En los últimos años he observado algo nada nuevo pero que vale la pena volverlo a señalar: cómo se convierte la violencia en una herramienta política, un espectáculo mediático cuyo propósito principal es sembrar el miedo.
En América Latina, los medios de comunicación y los grupos de poder han sabido jugar con este temor, manipulando la realidad para mantener sociedades controladas y sumisas.
El caso de Colombia es emblemático. Durante décadas, el conflicto armado ha dominado los titulares de los periódicos, especialmente en las zonas rurales. En el interior de esas noticias no siempre se cuenta el contexto completo. Se muestran los actos de violencia de manera aislada, creando una narrativa que, en lugar de buscar soluciones, alimenta la percepción de que la violencia es inevitable. Esta representación ha ayudado a crear una cultura donde el miedo no solo paraliza, sino que normaliza lo inaceptable
Este enfoque fragmentado es una herramienta efectiva para evitar conversaciones profundas sobre las raíces de los conflictos.
En México, el narcotráfico ha aprovechado esta capacidad mediática para construir su propio discurso de poder. Los cárteles han adoptado la violencia como un mensaje, transformando sus crímenes en espectáculos diseñados para infundir pavor. La brutalidad, captada por las cámaras y luego transmitida masivamente, contribuye a una atmósfera de inseguridad que afecta a la población, generando el terror necesario para mantener su dominio
Los medios, principalmente comerciales de comunicación, al difundir estas imágenes, se convierten en amplificadores de la estrategia del miedo, tal vez sin intencionalidad (o tal vez sí), pero definitivamente con consecuencias devastadoras.
Lo más alarmante es que esta misma estrategia no se limita a grupos armados. Gobiernos en la región han aprendido a manipular el miedo para justificar acciones que atentan contra las libertades civiles.
En Argentina y Chile, durante las dictaduras, los gobiernos militares utilizaron la violencia del estado como una herramienta silenciosa, apoyados en una narrativa mediática que presentaba a los opositores como enemigos peligrosos. El miedo era la llave para mantener a la sociedad bajo control y aceptar lo inaceptable.
El uso del miedo también se ha modernizado. En la era de la información instantánea, las redes sociales han demostrado ser un campo fértil para la difusión de noticias que influyen en el comportamiento social.
Durante la pandemia de COVID-19, el miedo al virus fue exacerbado por la sobreexposición a la información, creando ansiedad y pánico en la población. Las redes, que amplifican el contenido que genera más emociones, mostraron lo peligrosas que pueden ser como vehículo del miedo
La violencia en nuestro país ha sido amplificada y convertida en espectáculo por los medios de comunicación comerciales, donde las noticias sensacionalistas y el uso de narrativas melodramáticas capturan la atención de las audiencias y mantienen a los espectadores en un ciclo constante de entretenimiento morboso.
Un claro ejemplo de esta construcción de narrativas fue el uso de recreaciones de crímenes y eventos violentos en cine y televisión durante el México posrevolucionario. Películas como El automóvil gris (1919) y La banda del automóvil (también de 1919) dramatizaban la violencia real o la mezclaban con escenas ficcionadas, convirtiendo los crímenes en espectáculos visuales destinados a generar impacto emocional y captar el interés de la audiencia.
Estas producciones, que mezclaban documental y ficción, ayudaban a los medios a construir una visión sensacionalista de la criminalidad y el peligro en la vida cotidiana.
Actualmente, este enfoque no solo persiste, sino que se refuerza en programas de noticias, series y reality shows que explotan crímenes y actos violentos. Muchos de estos contenidos incluyen escenas re-creadas, manipuladas o narradas de manera sensacionalista para maximizar la respuesta emocional de los espectadores.
Esta exposición intensiva a imágenes y relatos violentos fomenta una percepción desproporcionada de inseguridad y una especie de fascinación morbosa, lo que contribuye a un estado de vigilancia constante en la población, atrapándola en un ciclo de consumo de violencia como entretenimiento.
Este fenómeno convierte a los espectadores en participantes involuntarios de un espectáculo que perpetúa el miedo y la desconfianza en el entorno social, manteniéndolos enganchados en un contexto donde la violencia no es solo una realidad, sino un producto de consumo continuo que define y refuerza la visión del mundo de quienes lo observan.
Debemos cuestionar el rol de los medios en nuestra percepción del miedo. ¿Hasta qué punto somos partícipes involuntarios de esta maquinaria de terror? ¿Estamos consumiendo noticias que informan o que manipulan nuestras emociones? La violencia es real, pero su representación a menudo es un reflejo distorsionado con fines oscuros.
Es momento de que dejemos de ser víctimas de estas narrativas y recuperemos nuestra capacidad crítica. No podemos permitir que el miedo siga siendo el arma favorita de quienes desean mantenernos sometidos. La violencia no solo deja marcas físicas; deja cicatrices profundas en nuestra percepción de la realidad. Pero lo más disruptivo es que el miedo, ese enemigo invisible, puede que sea más peligroso que el mismo acto violento.
***Alejandro Gamboa C. Licenciado en periodismo con estudios en Ciencia Política y Administración Pública (UNAM) Enfocado a las comunicaciones corporativas. Colaboró como co editor Diario Reforma. En temas de ciencia y comunicación en Milenio y otros medios digitales. Cuenta con 15 años dedicado a las Relaciones Públicas. Ha colaborado en la fundación de la Agencia Umbrella RP. Ha realizado trabajos como corrector de estilo, creador de contenidos y algunas colaboraciones como profesor en escuelas locales.
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