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De las almas inocentes

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Parte I

Habían cavado más de dos metros en el fango y no paraba de brotar agua del subsuelo. Estaban exhaustos. Por tercer día consecutivo hacían turnos y se esforzaban con el pico, la pala y un par de botes de lámina con un asa de madera en un costado de la boca del recipiente.

La construcción de una cisterna de tres por tres metros, a manera de un cubo de concreto enterrado, no es empresa fácil. La urbanización de la colonia ha sido paulatina. El drenaje y el agua son los primeros pasos para cambiar la fisonomía de cualquier entorno.

Muerto y Guapachoso —mejor conocido como Guapa—, habían hecho buena reputación como constructores. Muerto, sobra decirlo, era delgado de tipo cadavérico, de color amarillo, casi calvo; casi como un efectivo cadáver insepulto; excepto por su inagotable apetito. Guapa era experto en la guaracha, la cumbia y el danzón. Puede decirse que para eso nací y para eso vivo —decía sobre su afición—. Usaba el bigote al estilo Pedro Infante, y vestía un pantalón holgado, sostenido por un par de tirantes rojos deslavados, que eran más un adorno que un verdadero sostén.

Por varios meses, había ahorrado —unas “lucas”, decía él— en un marrano de barro negro, de los sentaditos, que ya casi no se consiguen, de los que uno se ganaba jugando en las caniqueras de las ferias de pueblo y en los barrios.

El sueño de Guapa era perfeccionarse en el arte del baile. Por eso estaba juntando unas lucas en el cochino, para reunirse con su hermano mayor en Nueva York, en los Estados Unidos. Habían quedado huérfanos desde muy pequeños y quedaron a cargo de una tía, una mujer de religiosidad estricta, a prueba de cualquier tentación del maligno.

Muerto, por su parte, era el vago de su familia. Obligado, concluyó la educación primaria, bajo la supervisión de su madre: ama de casa dedicada en cuerpo y alma a procurarles una buena educación y valores morales a sus tres vástagos. Cuando el primero de ellos terminó la escuela y se empleó en una fábrica de parabrisas, la familia tuvo mejores oportunidades: había comida en la mesa todos los días, y los domingos se daban el gusto de jamar barbacoa y consomé en el mercado de San Juan: un túnel sombrío cubierto por láminas variopintas, debajo de ellas caminaban los marchantes entre los lodazales causados por las intensas temporadas de lluvia.

Dicen que Muerto nació difunto. No era del todo metafórico el señalamiento, su madre aseguraba que la partera, angustiada, le mostró al recién nacido, envuelto en una toalla blanca, ennegrecida, manchada con salpicaduras rojas. Lo siento, Anita, nació muerto, pero estos niños son angelitos que Dios necesita para su coro celestial —dijo la comadrona con un tono de justificación y consuelo para la madre—. Ambas mujeres, sin quitar los ojos del infante, cada una, en medio de sus propios pensamientos, disponían a su modo de los servicios que serían utilizados para darle cristiana sepultura al niño (en todo sepelio, el muerto pasa a ser propiedad colectiva).

Entonces, como un resuello atorado en el gaznate, o una radio mal sintonizada a la que se gira la perilla para aumentar el volumen de una sola vez, aquella alma que se daba por ida regresó a poblar ese pequeño cuerpo desnutrido y con furia jaló hacia sus pulmones el aire que por varios minutos le fuese negado. Chilló tan fuerte, como una rata gigante que sufre los estertores agónicos del veneno que le derrite los órganos, que hasta hizo sangrar los tímpanos de su madre, quien ese día perdió el oído derecho.

Muerto creció gozando de relativas comodidades. El trabajo de su hermano en la fábrica y el posterior empleo de su hermana como enfermera auxiliar en el Centro de Salud de la colonia, auguraba mejores tiempos de prosperidad para la familia. En conjunto, ideaban los domingos, entre tacos de consomé, formalizar la construcción de la casa en la parte trasera del terreno, heredado por la abuela —muerta cinco años antes y una de las primeras pobladoras de los páramos de Lago Seco.

Muerto era el único que se exentaba, por voluntad, de los planes familiares. No tenía ambiciones personales ni participaba de las ideas colectivas (ni fu ni fa). Todos habían decidido respetar su silencio, atribuible, tal vez, a su falta de oxígeno al nacer. El Difunto era ferviente lector de la revista Pregunta, donde lo increíble es la neta —según el eslogan de la publicación—; a leer ésta y otras revistas dedicaba sus horas muertas —por naturaleza, eran las veinticuatro que componían su día—. El muchacho comenzó a ausentarse de las clases en la secundaria. De lunes a viernes, salía de su casa a tiempo para ir a la escuela, pero, tomando las debidas precauciones, llegaba hasta la escultura de San Antonio, en la Parroquia del Señor de Lago Seco, y escondía los útiles escolares bajo el mantel de terciopelo que hacía las veces de faldón largo que cubría la mesa de madera donde despachaba el santo a los feligreses.

Esa fue la vida de Muerto, hasta que llegó el momento de ajustar cuentas (a toda capillita le llega su fiestecita): una mañana, la orientadora de la escuela secundaria tocó la desvencijada puerta de la casa familiar. En pocas palabras, informó a la madre que Muerto —Rufino llevaba por nombre— hacía dos meses que dejó de acudir a clases. Mi presencia es para hacer de su conocimiento esta situación y para comentarle que puede acudir a la oficina escolar para que le sean devueltos los documentos del joven, pues su ausencia reiterada causó su baja. —dijo la mujer, acostumbrada a ese tipo de penosos trámites donde el mensajero era el culpable de las pifias ajenas. Por eso se limitó a comentar lo dicho, a extender una pluma de tinta negra y a dar una copia de la notificación escrita, donde se manifestaba por enterada, a la madre de familia, acerca de la situación. Después partió a bordo de su automóvil Barracuda color aceituna, levantando una enorme polvareda en la sinuosa calle de terracería, hasta perderse en la lejanía caliente, en la que la gente llamaba el “vaho del diablo”.

Es por demás —dijo la madre resignada—. A este nadie lo endereza. Y acto seguido comenzó a culparse: que si por sus temores lo retuvo de más y no nació a tiempo para pegar resuello, que si los genes del padre… En fin, durante varios días estuvo consternada, cavilando, fuera del mundo, cumpliendo con sus tareas cotidianas.

Liberado del peso de las apariencias y de la hipocresía, Muerto se entregaba, a pata tirante, a los placeres de ser hijo de familia y apestado social: ya no tenía que fingir ir a la escuela ni dar grandes rodeos por la colonia. No más engaños ni regaños. Porque, eso sí, hasta los hermanos mayores creían tener la autoridad para meter mano en su vida y darle consejos no solicitados. Está bien que ahora aportaban el gasto familiar, pero eso no les daba derecho alguno, no: creen que por matarme el hambre también pueden matarme el espíritu. No. De ninguna manera. Porque Muerto tenía su dignidad. Es más, hasta San Antonio y su chilpayate ya empezaban a caerle mal; cuántas veces no le encargó su morral con los útiles escolares, bajo el mantel rojo de terciopelo que cubría la mesa donde tenía sus oficinas centrales el santo.

También tenía presente que le solicitó un milagrito de más caché, algo más pomposo, digamos, algo que valiera la vergüenza del pedimento, la humillación y el socavamiento de la dignidad; algo como un dinerito no pedido que bajara del cielo, de allá donde sólo se codean los de arriba con el mero mero, con el que hizo las leyes de la naturaleza y, por ende, el único que las hace, las tuerce y las deshace.

Muerto estaba seguro de que los santos y su patrón tenían mucha responsabilidad en aquello de repartir sesos con cucharas distintas. Por eso se sentía despojado. Cuánta tristeza le causaba suponer que le habían surtido la de pensar con una medida miserable que sólo le servía para fanfarronear con sus lecturas de la revista Pregunta. Siendo que, hasta para ser alguien en el barrio, debía presumir a sus hermanos, que eran los que sí habían estudiado. Cuánta humillación le causaba vestirse de plumas ajenas, aunque fuesen de los gallos del mismo corral.

Pese a todo, Muerto disfrutaba de su colección de revistas, encerrado a piedra y lodo en una covacha para él solo, al fondo del terreno, vecino del corral de los perros: Sarnas y Viruta. De esa cueva salía, únicamente, un par de minutos al día para tomar, con dignidad, la charola con comida que su madre le confeccionaba amorosamente, tres veces al día. Porque una cosa es decir que cometió un error y otra muy diferente quererlo matar de hambre —se justificaba su madre, tratando de resarcir familiarmente, aunque fuese en lo mínimo, la reputación mal entendida de su polluelo.

Pero Muerto tampoco olvidaba que lo habían descubierto en la maroma de la escuela y sus ausencias de ésta, y que ahora estaba preso, y no de la cárcel de los besos de nadie (como diría El Príncipe), sino en su propia casa y que sus carceleros eran sus propios hermanos y su jefecita santa quien parecía voltearle bandera, y todo a causa del cochino dinero que nada vale, pero cómo sirve; todos gozaban recalcándole que eran los que apoquinaban el capital para que él pudiera darse el lujo de comer tres veces al día, los siete de días de la semana de los trescientos sesenta y cinco días del año, de todos los años que habían transcurrido hasta la fecha, es decir, desde hace quince primaveras las flores de mayo serán para ti, entrado en los dieciséis abriles: que era la edad del muchacho, asentada en el acta de nacimiento expedida por un juzgado estatal en donde se recalcaba en letras mayúsculas de mayor puntaje, que el niño era HIJO NATURAL de la señora fulana de tal.

Cuánto oprobio empezó a causarle esa distinción, cuando, en la escuela, los primeros que le colgaron el San Benito fueron los profesores, quienes lo hicieron del conocimiento de la población escolar y, después de la colonia y, más tarde, del país; tal vez eso pensó, o si no lo pensó, pudo considerarlo, porque le molestaba terriblemente saberse en esa situación. Porque si de cuestiones naturales se habla, la naturaleza establece que para concebir se necesitan dos, como en los pleitos, y que fue necesario el ayuntamiento de un hombre y de una mujer, en este caso, de su madre con un hombre, sea quien fuese —para los efectos: su padre biológico— a fin de que pudiese ser concebido, engendrado. Porque, según leyendas urbanas, Muerto estaba en el éter de las almas esperando que le asignaran turno para ocupar un mueble llamado cuerpo y, así, transformarse de la idea del Creador en un embrión, después en un feto, y, más tarde, en una promesa que, tristemente, se quedó sólo en eso: una promesa.

Porque no se puede ser de otra forma, si el muchacho sólo había recibido promesas de su entorno: promesas de conocer a su padre, quien ni siquiera fue por cigarros a la tienda una noche y jamás regresó; no, Muerto era el más joven de los hermanos y a quien más le dolía la ausencia del progenitor. Aunque Anita, su madre, se deshiciera en garantizarle al muchacho: un día de estos te voy a llevar a conocer a tu padre; es un hombre muy ocupado; no desesperes, ya estoy en contacto con él… Todas eran simples y llanas promesas: de conocer al padre, de una mejor vida, aunque eso de mejor vida hasta resultaba ofensivo para ese apetitoso cadáver que deambulaba por la oscura, negra, perpetua realidad que abraza, escuece y liquida a cualquiera, trátese de quien se trate, así sea del inanimado —reiteración— Muerto. Porque aquello de pasar a mejor vida se lo había escuchado a las beatas de la iglesia en múltiples ocasiones. La mejor vida significaba morirse para vivir mejor, y, la verdad, eso de la sufridera por vocación no le acomodaba, en absoluto. Y en su caso, haber nacido muerto y luego reencontrarse con la vida no era cosa mínima, ni algo que pudiese dejarse de lado. La cosa está en empezar a vivir bien desde aquí, y luego pasar a mejor vida (nadie lo pone en duda), pero ya acostumbrado a lo bueno, para que a nadie le caiga de peso.

Pero, como dice la canción: Al cabo no he de ser los pilares de la cárcel/ Al cabo no he de ser los candados de las puertas… Y es que a nadie convenía que continuara esa situación de encierro que, a todas luces, era más parecida a un premio que a un castigo. Así que, no más de un mes y medio después, se abrieron las rejas de la cárcel en la que Muerto se había auto confinado, con la tolerancia de su madre y de sus hermanos. Como animal liberado, primero tanteó el terreno, un tanto medroso; eso sucedió el día en que el desayuno dejó de acudir puntual a la cita, montado en su charola de la rubia superior, a eso de las once de la mañana. Porque, definitivamente, al muchacho le molestaba ser despertado durante las horas previas.

Acostumbrado a desvelarse hojeando la revista Pregunta, se hacía las ilusiones de viajar a otros mundos para conocer el origen de las culturas humanas. Ya se veía refutando la ciencia con teorías sesudas, nacidas de los inquietantes planteamientos que cuestionasen todo lo establecido; porque Muerto estaba convencido de que los humanos vivían en una realidad construida, diseñada por una mente maestra cuyo único propósito era el sometimiento de las razas inferiores, esclavos programados para obedecer, quienes, sin duda, habían colaborado con su fuerza de trabajo en la construcción de las pirámides principales de Giza, en Egipto y en las de Teotihuacan, en México.

Aún, algo en su interior le desvelaba cierta nostalgia por un pasado glorioso en una tierra donde sólo quedaban ruinas. Y él, Muerto (Doctor Rufino, en el futuro) sería admirado por sus aportaciones científicas… Todos esos pensamientos fueron borrados de golpe y la furia de la realidad lo golpeó en el rostro de forma imperativa:

—Irás a buscar trabajo y hasta que consigas algo vas a regresar. Porque tus hermanos ya se cansaron de que no hagas nada: ni la escuela, ni el trabajo, ni nada. Todo para ti es catre, tragazón y dormidera —dijo la madre con claridad nunca vista—. Mientras la mujer hablaba, secaba sus manos enjabonadas en la tela del mandil de cuadrillé, de donde extrajo un billete de cien pesos y lo extendió hacia el muchacho. Éste lo tomó con cuidado, como quien toma una serpiente envuelta en un pañuelo de seda. Comprendió que estaba siendo expulsado del paraíso terrenal, que una fuerza oscura y manipuladora, producto de una mente maestra que quería controlar el mundo, estaba apresando las conciencias de sus familiares, quienes ahora manifestaban rasgos violentos que amenazaban la integridad mental de un ser desvalido como él.

Porque, ¿quién tuvo la ocurrencia de que un pensador de su magnitud, lector asiduo de la revista Pregunta, futuro liberador del pensamiento, debía preocuparse por asuntos tan banales como conseguir dinero para comer y pagar las cuentas de la elemental sobrevivencia? No cabía duda de que estaba dando inicio la batalla contra el verdadero maligno, el ser manipulador y engañoso que buscaba la perdición del mundo. Y ahora estaba de lleno ocupado en mal vibrarle la existencia a él, a Rufino, mejor conocido como Muerto en los círculos estudiantiles de una secundaria ubicada en una colonia en Lago Seco.

Pobres de aquellos que no distinguen el rastrojo del fruto, pensó. Y sintió de refilón la llamarada de la divinidad iluminándole la mollera. Quiso devolverle el billete a su madre, por pura dignidad, pero algo en su interior le dijo que la dignidad era un concepto muy flexible, así que lo tomó con dos dedos, como quien toma por las patas a un insecto repugnante. Dio media vuelta y volvió a su cuchitril enseñoreado, empujado por la maldita realidad que acorrala hasta a los iluminados, a los redentores del mundo. Pero si el mundo necesitaba pruebas, las tendría. Qué San Antonio ni qué nada; en el futuro, con todo y chilpayate, el santo sería sustituido de su mesa con mantel de terciopelo rojo, y, en su lugar, colocarían una escultura del propio Muerto, de no menor altura, y con la expresión de crucificado y ardido, que tienen las esculturas de las iglesias. Estaba convencido, como lo estaba de todo aquello que imaginaba (sólo imaginaba). Porque la vida, si bien, es sueño, y los sueños, sueños son, él estaba para devolverles el sueño y la esperanza a los seres humanos.

Muerto tomó su sudadera negra de capucha y calzó sus botas industriales de casquillo. Salió determinado del cuartucho que lo había acogido durante los últimos días, y dejó atrás el olor a humano que se aferraba a su pellejo corporal, acompañándole siempre y en todo lugar, como una estela fantasmal, como una aureola de santidad mugrosa.

Solicitó trabajo en una imprenta, y, durante la primera semana, sus compañeros se dedicaron a hacerle bromas: le pusieron una cola de estopa con thinner y la encendieron, apenas el muchacho les dio la espalda. La misma estopa le fue arrojada a través del vidrio roto de la puerta del baño, mientras se concentraba en lo propio, obligándolo a salir del pequeño rectángulo aún con los pantalones debajo de la rodilla. El maestro impresor le pidió, urgentemente, que tomara un garrafón de cuatro litros, vacío, para que comprara, en la tlapalería, aire libre de ozono para la compresora; no sin antes, aclararle que pusiera atención, porque el aire libre de ozono era más blanco que el aire con ozono, que era más azul, y que debía ponerse atento, porque esos de la tlapalería eran unos abusivos a la hora de despachar el aire y, con frecuencia, robaban a la gente. También le pidió que, de paso, se llevara una bolsa grande para comprar veinte pesos de cebo de león; con este no debía tener problema, en tanto, que es esponjoso y, generalmente, lo despachan envuelto en papel periódico —hizo hincapié el maestro impresor.

 Sobra decir que, cuando regresó del mandado, la fauna de la imprenta se desgañitó al mirar el rostro desencajado del muchacho, quien apretaba las mandíbulas y evitaba hacer contacto visual con cualquiera de ellos. Dedujo que se trataba de una broma.

Pese a la experiencia, la inocencia del muchacho siguió actuando de víctima propicia de la malignidad de cábulas y sátrapas que se reían de la vida, afilando sus garras en los más débiles, como él, avispándolos hasta sacarlos de sus cómodos huevos confortables, colocados tibiamente bajo las enaguas de su mamá gallina.

Harto de las burlas, Muerto cobró su quincena, la única, la última, en esa imprenta ubicada en la calle de Perú, en el Centro Histórico de la ciudad. De nada valieron las palabras de aliento con las que sus patrones, Irma y Roberto, intentaron convencerlo de que debía soportar un poco más para adaptarse: Con el tiempo te acostumbrarás, verás que te gustará trabajar aquí. Pero nada surtió efecto.

Por anuncios colocados en las cabinas telefónicas, consiguió empleo, esa misma noche, como ayudante en un antro al sur de la ciudad. Pero Muerto, como ya era común, volvió al pozo de sus inseguridades, mientras los vivos se entregaban al gozo con singular alegría. Durante la primera semana en su nuevo empleo, el muchacho fue enviado por el jefe de barra a comprar licor de sombra de árbol, y, de no haberlo en existencia, sustituirlo por licor de hueso de jícama; y comprar, de pasada, un escarchador de popotes y una caja de aros de sal para los bordes de los vasos; pero el muchacho navegaba entre el estrés, la desvelada y la ignorancia en un mundo que sólo ofrecía burlarse de él. Por eso fue necesario que le enviaran un par de veces más a comprar tres frascos de clamato de guayaba y un colador de hielos; en cada ocasión, la dependienta de la tienda de conveniencia resistió la carcajada hasta ponerse roja, llorosa y tirarse un sonoro y estridente flato que la liberó de la vergüenza y le permitió desternillarse hasta encharcar el área de las cajas con una marea incontenible de líquido con olor a amoniaco y a burla, cortesía de la inocencia de Muerto.

Sin embargo, cuando aquel mar que le manaba del cuerpo a la muchacha cesó, pudo explicarle al muchacho, pacientemente, que, seguramente, se trataba de una broma, una especie de novatada que le estaban jugando sus compañeros de trabajo. Por eso, cuando pidieron a Muerto buscar al gerente para pedirle las llaves y proceder a “abrir” la pista de baile, el joven sonrió y los envió sin escalas, sólo con un par de timbres postales, directos a la tiznada. Era más que evidente de que se trataba de un gran día, el día en que Muerto estaba volviendo, de nueva cuenta, a la vida.

Continuará…

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Opinión

Presidenta, lejos de construir nuevos liderazgos en el país

*** Por Miguel Ángel Romero

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El tablero en el que la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum, mueve sus fichas no solo es complejo, sino que ella no lo diseñó y muchas de las piezas que supuestamente debería poder usar y habilitar no responden a ella. Parece una natural consecuencia ante el elefante en la sala del cual nadie habla: para muchos actores políticos su legitimidad es de papel.

Los 36 millones de votos que obtuvo en la pasada elección son vistos como una consecuencia inercial y un reflejo del capital político que sí construyó el expresidente Andrés Manuel López Obrador. Por lo tanto, no son de ella, son prestados y el “respaldo” puede dejar de serlo o cambiar de sentido de ser necesario.

Bajo esa premisa, es totalmente entendible que la postura del partido Morena -que fue el vehículo para llevarla al poder- busque lucir con independencia al gobierno. La “institucionalización” del movimiento que fundó AMLO no pasa por respaldar incondicionalmente a quien hoy habita en Palacio Nacional, sino que corre de manera paralela con una estrategia de creación de cuadros y militancia que funcionará más como contrapeso que como soporte. Sheinbaum estará lejos de poder construir o impulsar nuevos liderazgos en todo el país.

Al menos, así lo dejó entrever Luisa María Alcalde en entrevista que le dio a El País en donde disfraza esa “sana distancia” entre el partido y la mandataria como una táctica para no caer supuestamente en los vicios que instauró el PRI cuando fue hegemónico, tal como ahora lo es Morena. El hijo del ex presidente AMLO, Andy López, (señalado por corrupción) como protagonista en las decisiones del instituto político que recibirá en 2025 más de 2 mil 500 millones de pesos de dinero público.

Otras pruebas de que el régimen se endurece sin el liderazgo de la presidenta son la reforma judicial, la incorporación de la Guardia Nacional al Ejército, la ratificación de Rosario Piedra al frente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos para complacer a los militares, así como la próxima eliminación de órganos autónomos constitucionales; a lo que se le suma que en la Ciudad de México, de donde salió y no logró imponer a Omar García Harfuch como Jefe de Gobierno y en vez de él se le instaló un dique más con Clara Brugada.

En el control de crisis y para no lucir lastimada, Sheinbaum está siendo orillada a abrazar determinaciones que están lejos de su alcance, y sobre, todo de su convicción. La próxima jugada en el tablero que podría continuar exhibiendo su poco margen maniobra será la definición del titular de la Fiscalía General de la CDMX, una posición clave, en donde todo indica será ungida Betha Alcalde Luján; es decir, se suma una figura de contención al tablero.

En el Congreso de la Unión, la presidenta tiene que lidiar con dos personajes que mantienen una franca e incluso grosera independencia de ella. Sirven al régimen (personificado en AMLO) pero no a la ahora inquilina de Palacio Nacional.

Adán Augusto en el Senado y Ricardo Monreal desde la Cámara de Diputados quienes, para cuidar y proteger su propio espectro de poder, alientan y promueven -de manera velada- la narrativa que Sheinbaum no guarda mayor capital político y que el título de presidenta es un membrete que no tiene mayor incidencia en el ámbito legislativo, un espacio en el que ellos dan continuidad a la agenda que marcó AMLO, como la eliminación de órganos autónomos, y desde donde incluso se aventuran a abrir nuevas discusiones, como lo es una reforma fiscal que, si bien luce necesaria, la presidenta se comprometió a no llevarla a cabo.

Es muy temprano para asegurar que esta tendencia continuará pero a escaso mes y medio en el poder queda claro que todos los actores políticos y piezas en el tablero que supuestamente deberían estar en sintonía con la presidenta están hoy en día funcionando como un contrapeso: una definición por sí misma problemática ya que, de momento, no parece haber incentivos para que todos esos diques y muros diseñados por AMLO para heredar su poder, quieran moverse o busquen la colaboración con Claudia Sheinbaum. Y, por el contrario, sí existen estímulos para que cada uno de ellos busque acotar y restringir a Sheinbaum: conservar su parcela de poder.

La presidenta no está feliz. Ha usado a sus voceros y propagandistas en medios de comunicación para, por lo menos, poner de manifiesto que muchas de las acciones que están endureciendo el régimen no las comparte, ya sea por la forma o por el fondo. Una proyección lógica a mediano plazo es que ambas visiones choquen: el andamiaje construido por AMLO versus el que busque instalar Sheinbaum.

Será interesante ver si el argumento que todos utilizan para maltratar a la presidenta se mantiene. ¿Hasta dónde podrá usar la legitimidad prestada para construir la propia? El problema no es menor y no se constriñe a ella, sino también a la forma en cómo los ciudadanos vamos a padecer ese natural encontronazo.

*** Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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Hoy, día clave para las relaciones México-EU. UU.

***Miguel Ángel Romero Ramírez

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La agenda binacional, de por lo menos los próximos 6 años, entre México y Estados Unidos tiene en este martes 5 de noviembre un día clave. Mientras concluyen las elecciones estadounidenses que podrían llevar de vuelta a Donald Trump a la Casa Blanca; en México, la Suprema Corte analiza el proyecto que podría frenar parcialmente el esfuerzo del oficialismo -ahora, con Claudia Sheinbaum a la cabeza- para romper el equilibrio entre poderes y así provocar una crisis constitucional sin precedentes. Sucesos históricos que traerán consigo profundas consecuencias.

A medida que ambos casos se desarrollan, vale la pena revisar cómo estos líderes, aunque desde espectros ideológicos distintos, mantienen similitudes que colocan en una franca desventaja a la región. Se trata de coincidencias enmarcadas en el manual del populismo que encuentra, cada vez más, espacio y margen de tracción derivado de un desencanto de los ciudadanos por un sistema democrático.

En lo que respecta a concentración de poder, ambos la buscan a partir de la figura del “pueblo” entendida esta como la imagen que los habilita y “autoriza” para cuestionar e ignorar las normas establecidas con la finalidad de acatar dicha “voluntad”.

Mientras Trump se presenta como una figura antisistema que “realmente” escucha al pueblo, Sheinbaum coloca como piedra angular de la reforma judicial, los 36 millones de votos obtenidos en las urnas para intentar instalar la falacia de que dicho resultado la autoriza y habilita para emprender cualquier acción, aunque estas vayan en contra de los principios democráticos.

Los líderes populistas tienden a dividir a la sociedad en “el pueblo” y “los otros”, generalmente representados como élites corruptas o adversarios. Trump se posiciona como el defensor de los “americanos reales” frente a una élite que presuntamente los menosprecia, consolidando una base leal que ve en sus enemigos los obstáculos al progreso.

Sheinbaum, también polariza al referirse a los opositores de la reforma judicial como “conservadores” que buscan frenar el cambio, estableciendo una división que genera desconfianza hacia quienes no comparten su peligroso proyecto de romper el orden constitucional mexicano.

Ambos comparten una estrategia de deslegitimación de sus detractores. Trump acusa a los medios y a los demócratas de conspirar en su contra, sugiriendo incluso que sus derrotas son producto de fraudes, lo que mina la confianza en las instituciones democráticas. Sheinbaum etiqueta a medios críticos como “conservadores” y denosta en sus conferencias a todo aquel sector o grupo de la sociedad que no comparte sus ideales autoritarios.

La oferta de soluciones simples y rápidas a problemas complejos es otra táctica común. Trump promete construir muros y negociar tratados, presentando estos temas complejos como resolubles por él solo. Sheinbaum, por su parte, promete una transformación radical en México, promoviendo la una reforma judicial que, como han admitido incluso sus propios asesores como el ex Ministro Arturo Zaldívar, no resuelve de fondo la impunidad que prevalece la sociedad mexicana porque su objetivo primordial es cooptar y eliminar un contrapeso esencial que establece un régimen democrático.

El control de la narrativa pública también distingue a los populistas. Trump empleó redes sociales, especialmente Twitter, para difundir sus mensajes sin mediadores, presentándose como el defensor de los “estadounidenses olvidados” y desacreditando a los medios como “fake news”. Sheinbaum utiliza el poderoso andamiaje de propaganda digital heredado de López Obrador para instalar como culpable de la crisis constitucional a la Suprema Corte de Justicia de la Nación que lo único que ha hecho es ejercer su natural papel de contrapeso.

Cabe destacar que la seducción de las mayorías por este tipo de liderazgos no es fortuita y no se limita a la región de Norteamérica. El virus del populismo tiene como un componente de efectividad en su propagación a sociedades desilusionadas porque no han encontrado respuestas puntuales a sus demandas. La generalizada mediocridad de la clase política gobernante ha tenido como una de las principales consecuencias el ensanchamiento de la brecha de desigualdad; y es ahí, en ese espacio en el que los líderes populistas encuentran margen de maniobra para capitalizar el resentimiento y el enojo.

La advertencia, en ambos casos, es que el poder concentrado en manos de una sola figura, en detrimento de la independencia de instituciones clave como el poder judicial, suele conducir a dinámicas autoritarias, donde la justicia se convierte en un mecanismo de persecución o protección de ciertos intereses.

La ansiedad binacional por lo que ocurra este martes en ambos lados del Río Bravo crece, y no es para menos, pues las consecuencias futuras pueden ser profundas y devastadoras tanto para la sociedad mexicana como para la estadounidense.

Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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Opinión

La narrativa del miedo y cómo la violencia se convierte en control

***Alejandro Gamboa C.

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La violencia no es sólo un acto físico. En los últimos años he observado algo nada nuevo pero que vale la pena volverlo a señalar: cómo se convierte la violencia en una herramienta política, un espectáculo mediático cuyo propósito principal es sembrar el miedo.

En América Latina, los medios de comunicación y los grupos de poder han sabido jugar con este temor, manipulando la realidad para mantener sociedades controladas y sumisas.

El caso de Colombia es emblemático. Durante décadas, el conflicto armado ha dominado los titulares de los periódicos, especialmente en las zonas rurales. En el interior de esas noticias no siempre se cuenta el contexto completo. Se muestran los actos de violencia de manera aislada, creando una narrativa que, en lugar de buscar soluciones, alimenta la percepción de que la violencia es inevitable. Esta representación ha ayudado a crear una cultura donde el miedo no solo paraliza, sino que normaliza lo inaceptable​

Este enfoque fragmentado es una herramienta efectiva para evitar conversaciones profundas sobre las raíces de los conflictos.

En México, el narcotráfico ha aprovechado esta capacidad mediática para construir su propio discurso de poder. Los cárteles han adoptado la violencia como un mensaje, transformando sus crímenes en espectáculos diseñados para infundir pavor. La brutalidad, captada por las cámaras y luego transmitida masivamente, contribuye a una atmósfera de inseguridad que afecta a la población, generando el terror necesario para mantener su dominio​

Los medios, principalmente comerciales de comunicación, al difundir estas imágenes, se convierten en amplificadores de la estrategia del miedo, tal vez sin intencionalidad (o tal vez sí), pero definitivamente con consecuencias devastadoras.

Lo más alarmante es que esta misma estrategia no se limita a grupos armados. Gobiernos en la región han aprendido a manipular el miedo para justificar acciones que atentan contra las libertades civiles.

En Argentina y Chile, durante las dictaduras, los gobiernos militares utilizaron la violencia del estado como una herramienta silenciosa, apoyados en una narrativa mediática que presentaba a los opositores como enemigos peligrosos. El miedo era la llave para mantener a la sociedad bajo control y aceptar lo inaceptable​.

El uso del miedo también se ha modernizado. En la era de la información instantánea, las redes sociales han demostrado ser un campo fértil para la difusión de noticias que influyen en el comportamiento social.

Durante la pandemia de COVID-19, el miedo al virus fue exacerbado por la sobreexposición a la información, creando ansiedad y pánico en la población. Las redes, que amplifican el contenido que genera más emociones, mostraron lo peligrosas que pueden ser como vehículo del miedo​

La violencia en nuestro país ha sido amplificada y convertida en espectáculo por los medios de comunicación comerciales, donde las noticias sensacionalistas y el uso de narrativas melodramáticas capturan la atención de las audiencias y mantienen a los espectadores en un ciclo constante de entretenimiento morboso.

Un claro ejemplo de esta construcción de narrativas fue el uso de recreaciones de crímenes y eventos violentos en cine y televisión durante el México posrevolucionario. Películas como El automóvil gris (1919) y La banda del automóvil (también de 1919) dramatizaban la violencia real o la mezclaban con escenas ficcionadas, convirtiendo los crímenes en espectáculos visuales destinados a generar impacto emocional y captar el interés de la audiencia.

Estas producciones, que mezclaban documental y ficción, ayudaban a los medios a construir una visión sensacionalista de la criminalidad y el peligro en la vida cotidiana.

Actualmente, este enfoque no solo persiste, sino que se refuerza en programas de noticias, series y reality shows que explotan crímenes y actos violentos. Muchos de estos contenidos incluyen escenas re-creadas, manipuladas o narradas de manera sensacionalista para maximizar la respuesta emocional de los espectadores.

Esta exposición intensiva a imágenes y relatos violentos fomenta una percepción desproporcionada de inseguridad y una especie de fascinación morbosa, lo que contribuye a un estado de vigilancia constante en la población, atrapándola en un ciclo de consumo de violencia como entretenimiento.

Este fenómeno convierte a los espectadores en participantes involuntarios de un espectáculo que perpetúa el miedo y la desconfianza en el entorno social, manteniéndolos enganchados en un contexto donde la violencia no es solo una realidad, sino un producto de consumo continuo que define y refuerza la visión del mundo de quienes lo observan.

Debemos cuestionar el rol de los medios en nuestra percepción del miedo. ¿Hasta qué punto somos partícipes involuntarios de esta maquinaria de terror? ¿Estamos consumiendo noticias que informan o que manipulan nuestras emociones? La violencia es real, pero su representación a menudo es un reflejo distorsionado con fines oscuros.

Es momento de que dejemos de ser víctimas de estas narrativas y recuperemos nuestra capacidad crítica. No podemos permitir que el miedo siga siendo el arma favorita de quienes desean mantenernos sometidos. La violencia no solo deja marcas físicas; deja cicatrices profundas en nuestra percepción de la realidad. Pero lo más disruptivo es que el miedo, ese enemigo invisible, puede que sea más peligroso que el mismo acto violento.

***Alejandro Gamboa C. Licenciado en periodismo con estudios en Ciencia Política y Administración Pública (UNAM) Enfocado a las comunicaciones corporativas. Colaboró como co editor Diario Reforma. En temas de ciencia y comunicación en Milenio y otros medios digitales. Cuenta con 15 años dedicado a las Relaciones Públicas. Ha colaborado en la fundación de la Agencia Umbrella RP. Ha realizado trabajos como corrector de estilo, creador de contenidos y algunas colaboraciones como profesor en escuelas locales.

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