Opinión
Como una llamarada
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Ricardo MedranoRosaura es madre de Belinda. Madre e hija sienten orgullo mutuo. Juntas han trabajado con denuedo y son propietarias de dos comercios de plátano en La Merced. Viven desde hace un par de años en Lago Seco.
Rosaura aprendió a desplazarse en los ambientes considerados sólo de los hombres. A falta de un varón en la familia, ella hubo de enfrentar, en soledad, las vicisitudes para criar y educar a una hija con, aparente, menoscabada autoestima.
Rosy, como la llaman sus más allegados —que son pocos—, temen su lenguaje torvo cuando se enoja —casi siempre—. Hay personas que se molestan por todo, y Rosaura pertenece a ese grupo: le enerva el zumbido de la mosca, el claxon de los autos, el comportamiento de las personas; particularmente, le remueve fibras muy sensibles el acto de poner sebo de veladora en las cuarteaduras de sus talones, todas las noches.
En contraste, es hábil negociante. Si un camión de plátanos le es ofrecido, Rosy oferta, jala, empuja y, de ser necesario, suelta un par de mentadas de madre para lograr el mejor precio. Pocos peces escapan de su característica red. Sabe ahorcar y resucitar, comprar favores, amarrar compromisos; ella siempre obtiene algo, siempre gana.
Desde su llegada a Lago Seco, Rosaura ha sido propuesta, varias ocasiones, para liderar la colonia. Siempre ha declinado la invitación de sus vecinos, arguye que esas son tarugadas: quien quiera vivir bien, que le friegue, y no busque quién le solucione sus problemas —suelta el consejo como un ladrido feroz que a muchos incomoda—.
Sabe que en el barrio no es monedita de oro y, por ende, no cae bien a todos —posiblemente a nadie—. Comprende que una mujer con sus calzones bien puestos nunca será bien vista entre los que debieran ser sus iguales; por eso se dedica con ahínco a trabajar y acumular dinero y propiedades, para que Belinda, un día tenga la vida resuelta y no sufra los desprecios que ella padeció; para que se mude de ese barrio de piojosos y forme una familia con un hombre guapo y profesionista, para que tenga hijos rubios que mejoren la raza:
—Ojalá que un día se diluya esta sangre, que el tiempo borre de nuestras caras estos rasgos prietos y jodidos —sentencia Rosaura a Belinda, para poner en claro que cada una tiene una tarea específica, pero esa aspiración —Belinda lo sabe— es más de su madre que suya.
Belinda está mejor caracterizada que Rosaura. Es delgada, menudita, de muy amplia sonrisa y ojos grandes de búho deslumbrado. Un enorme lunar en la barbilla, del lado derecho del rostro, le obsequia un aire de bruja de cuento, de bruja buena del sur, contrario a Rosaura: la bruja mala del oeste.
Belinda sabe que no es una mujer joven, de hecho, a sus treinta y cinco años, entiende que ha empezado el fin de sus mejores épocas. Pese a que su madre exige que quienes tienen tratos con su hija antecedan el apelativo señorita al nombre de Belinda.
Ella mantiene fresco el gusto de su primera experiencia sexual, con un hombre de mayor edad, al fondo de la bodega de plátanos, sobre cajas de cartón despanzurradas y extendidas como alfombra, para mitigar un poco el frío del piso que les trepaba hasta el lomo cuando intercambiaban posiciones: uno abajo y el otro arriba, y viceversa; de pie o de rodillas, empalmándose como cucharas, o él mirándola flotar encima, bajo la lámpara del techo, bajo los ganchos donde se bamboleaban las pencas de plátanos dominicos, machos, tabascos, rojos, amarillos, fálicos, cremosos, grandes, chicos, maduros y jóvenes, con su olor característico que les incentivaba la libido haciéndolos olvidar el frío, cuando se apretaban las nalgas uno al otro, hasta que se ponían rojas. Disfrutar como monos de nieve, con los ojos entrecerrados, flotando en las aguas termales del amor.
Porque esa fue la primera vez que Belinda supo de la mitigación de los calores del cuerpo. Desde aquel día entendió que sus ansias estaban más allá de los planes de su madre y de los compromisos que como hija le ceñirían una cuerda al cuello para convertirla en la eterna cuidadora de Rosaura; porque, si bien, era su madre, nadie podía atarla, mucho menos, condenarla a vivir en el infierno de resentimientos que su madre había construido en torno suyo. Le resultaba difícil proyectarse a futuro y entenderse como un maniquí de modista que sin chistar acepta los agujazos de la aprendiz. Le asqueaba sentirse objeto de los intereses ajenos, así fueran los de su propia madre. Cada día se lo cuestionaba con mayor frecuencia.
Porque el carácter de Belinda era dulce de forma natural, como un durazno jugoso en el punto exacto de acidez y azúcar, eso no era obstáculo para que una llama intensa le iluminara el corazón y le encendiera la entrepierna. Porque aprendió aquella primera vez en la bodega de plátanos, que de la variedad brotaba el gusto hasta volverse vicio, apenas limitado por la perilla de una estufa industrial que funciona perpetua en el alma. Por eso dedicaba buena parte del dinero que obtenía por su trabajo como cajera en el negocio, en comprar amantes con obsequios: relojes, cadenas de oro, zapatos, trajes, enganches para autos o motocicletas… Ella lo llamaba inversión. El tipo de regalo dependía de las habilidades del hombre. Aunque, al término de cada relación, comprobaba que ninguno había sido tan bueno como lo pregonaba; porque, en el fondo, sus amantes eran todos débiles; ella conocía bien esa especie que farfulla, cacarea y hace alarde, para ocultar sus más profundas debilidades, y sus oscuras discapacidades de macho efímero. Porque ninguno había sido capaz de repetir, ni de lejos, la experiencia de su primera vez. Porque todos habían llegado a ella por una cadena de recomendaciones. Bajos, altos, morenos, blancos, negros, alcohólicos y drogadictos de clóset pretendieron someterla con actitudes de primate. A todos, sin excepción, Belinda los sacó de inmediato de su vida.
Por eso ella aceptaba que su madre exigiera a la gente que le llamase señorita a su niña. Porque Rosaura tenía derecho a vivir en su mundo alternativo, construido con ladrillos de prejuicio y ambiciones personales. Nada de eso alteraría, bajo ningún motivo, la buena relación que madre e hija fueron forjando luego de sendas rebatingas y griterías para que Belinda terminara una carrera universitaria.
Rosaura, por su parte, sólo conoció un hombre, y sólo una vez lo tuvo para ella. Aunque haya sido de forma violenta. Aunque no lo haya vuelto a ver desde entonces porque eran de la misma sangre.
Belinda conocía fragmentos de la historia de su madre. De la misma manera, sólo conocía trozos de un libro fotográfico que su Rosaura guardaba celosamente en una caja, bajo llave, dentro del clóset de su recámara. Fotos viejas que un día capturaron las imágenes de personas que hoy lucían mutiladas por cortes de tijera, fantasmas sin rostro, condenados a ser anónimos, por siempre, para todos, excepto para Rosaura, quien todas las noches unía los pedazos de su vida y prestaba temporalmente sus caras a esos fantasmas de las fotos para hacerlos danzar a su libre antojo, como una especie de divinidad que había encontrado su propia redención en la venganza.
El otro sosiego para el alma de Rosaura era contemplar, admirada, el dinero acumulado dentro del doble fondo del piso de su recámara. Y los billetes, organizados en fajos, aprisionados por ligas, parecían encenderse como luces de fiesta de pueblo, estallar en mil colores y regalar imágenes de niños rubios jugueteando en el patio de una casa enorme de paredes altas, lejos de la maldad del mundo. Porque esas imágenes, y muchas otras, se rebelaban ante Rosaura como catálogo de deseos vívidos, multicromáticos, casi tangibles en esa realidad que de tan deseada empieza a vestirse de locura.
Aquel día, Belinda cerró la bodega a las nueve de la noche. El par de ayudantes recibieron su paga semanal, era sábado, y se alejaron gustosos por la calle semi desierta. Una pandilla juguetona de hojas de periódico hacía piruetas en el aire frío del mes de diciembre. Un grupo de perros disputaban trozos de carne podrida que extraían de una bolsa plástica, entre los enormes montones de basura que desparramaban los contenedores.
Belinda caminó hasta su auto, era un modelo compacto de color amarillo, estacionado a dos calles de distancia de la bodega. Su cuerpo esbelto reflejaba una sombra pequeña sobre el asfalto. Caminaba erguida, soplando sus manos con su aliento caliente. El vapor de su cuerpo se diseminaba como un halo, como una enorme cabellera que salía por todos sus poros y le traspasaba la ropa.
De los registros del drenaje emanaba un olor nauseabundo y un vapor intenso como el de las tintorerías. Belinda caminaba entre aquellas fumarolas, esquivándolas, con las piernas heladas, pese a las pantimedias negras que le aminoraban un poco la sensación helada de la escarcha que empezaba a meterse violentamente bajo su falda. Decidió ir a la miscelánea, cuatro calles después del estacionamiento, a comprar un paquete de pastillas para el aliento y una caja de cigarros. Rosaura, su madre, detestaba el humo del tabaco; ese minúsculo placer motivó un par de fricciones entre las mujeres que, más tarde, terminaron por desvanecerse. Desde entonces, Belinda no fumaba más delante de su madre.
Pese a que era sábado, la avenida mostraba poco tránsito vehicular. Escasas personas, tal vez empleados, regresaban caminando a sus hogares; otros se retiraban del lugar y se perdían en la lejanía, como una mancha bajo las luces del alumbrado público.
Belinda golpeó la cajetilla de cigarrillos contra la palma de su mano para compactar el tabaco. Eso le enseñó uno de sus amantes, posiblemente, el único con quien se acostó más de seis meses. Retiró la cinta de la cajetilla y el celofán que cubría la tapa, con dos dedos tomó el papel plateado y con el celofán lo hizo una sola pelota diminuta, después la introdujo en la bolsa de su abrigo corto de color negro, de marca. Aspiró la primera bocanada de humo y entrecerró los ojos mirando a lo lejos las luces neón de un hotel de paso al que la semana pasada había acudido en compañía de su más reciente inversión: un hombre a quien, por lo menos, superaba en edad por diez años.
Para Belinda, nada estaba vedado. Aunque gran parte de su vida había transcurrido en el encierro del trabajo en una bodega de plátanos, el trato rudo de su madre y su amplia experiencia en la cama le permitían ahora conocer las más ocultas intenciones de aquellos con quienes establecía cualquier tipo de trato o relación. Le bastaba observar sus expresiones corporales; también había aprendido a percibir hasta el más mínimo cambio en el tono de la voz. Así descubría, anticipadamente, los requiebros malsanos de sus aduladores, también la rabia oculta en el aparente trato diplomático. En múltiples ocasiones, ella y su madre fueron amenazadas, y siempre su madre mostró el temple enfrentando a sus acosadores:
—Para que vean que aquí hay ovarios —manifestaba la madre tocándose el vientre sobre el mandil de lona donde cargaba grandes fajos de billetes, producto de sus ventas de plátano al mayoreo.
Definitivamente, aquellas dos mujeres formaban un equipo. Ambas sabían para qué servían los machos y sus enclenques fuerzas: para cargar las pencas de plátano y para satisfacerse un rato. En ambos terrenos, estas damas eran sumamente exigentes.
En casa, esa misma noche, Rosaura había retirado la tapa del doble piso donde guardaba su dinero. Simulaba una niña pequeña rebotando, sentada, sobre el borde de la cama; abría sus ojos, deslumbrada. Múltiples fajos de billetes, perfectamente disimulados, que difícilmente hubiesen sido, siquiera, imaginados por alguno de sus vecinos en Lago Seco, quienes, penosamente, ingerían alimentos bajo la misma filosofía que un alcohólico en rehabilitación: sólo por hoy.
Belinda siguió su camino hacia el estacionamiento donde estaba su vehículo. Se dispuso a cruzar la avenida. El viento insistía en cortar la piel de los escasos transeúntes con sus finas y múltiples navajas heladas. La mujer encogió los hombros para preservar un poco sus mejillas entre las amplias solapas de su abrigo. El aire frío le impidió dar otra bocanada al resto del cigarro, y decidió arrojarlo sobre el piso, no sin antes pisarlo con la parte más ancha de la suela de sus botines negros de gamuza.
Entonces, un estruendo como de una olla hirviendo, tal vez, más parecido al de miles de papeles crepitando en un incendio monumental, apareció de pronto ante sus ojos y le impidió volver sobre sus pasos. El enorme monstruo la absorbió bajo sus aspas de alambre, como un enorme erizo, barriendo su vida con violencia.
El operador dijo en su descargo que la mujer salió, aparentemente, de la nada, como un fantasma pequeño, que voluntariamente se arrojó debajo de la gigantesca escoba mecanizada. A muchos pareció increíble que Belinda no se percatara de la peligrosa proximidad entre ella y la máquina.
Rosaura fue enterada de la muerte de su hija durante la madrugada del día siguiente por un par de agentes de la policía, a quienes la propia mujer pidió que le dejaran sola, que posteriormente iría a tramitar la entrega del cuerpo de la fallecida.
Cuando los policías se retiraron, sin la menor expresión en el rostro, con la firmeza que siempre la caracterizó, la mujer se encerró en su recámara, esparció gasolina en cada rincón de la casa, y sentada sobre la orilla de la cama miró arder su dinero, y al fuego llevarse a sus nietos rubios y a su yerno profesionista de buena familia, todos imaginarios. Se miró arder en el espejo, inexpresiva, firme, como siempre.
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Opinión
Gobierno sin respeto a la pluralidad y al equilibrio de poderes
*** Miguel Ángel Romero Ramírez
Publicado
el
24/10/2024Por
Arzate NoticiasUn gobierno que se fundamenta en el sometimiento, en lugar del consenso, erosiona su propia legitimidad. El uso de la fuerza para imponer decisiones y el desprecio por los contrapesos institucionales no es democracia. La estabilidad basada en el control autoritario es una ilusión destinada a desmoronarse. En lugar de asegurar un orden sólido, lo que se construye es una estructura frágil, cimentada en el miedo y la incertidumbre.
El caso de la presidenta Sheinbaum, desobedeciendo las resoluciones del Poder Judicial, ejemplifica cómo el afán de imponer autoridad se distorsiona y termina en autoritarismo cuando un gobernante busca instalarse por encima de la ley. Su victoria en las urnas no la habilitó para romper el equilibrio entre poderes. Al contrario, el mandato electoral -si es que en realidad nos asumimos en una democracia- es reforzar el respeto a las instituciones, pues eso da pauta a la estabilidad y verdadera legitimidad.
La legitimidad, en una democracia sana, no proviene exclusivamente de los votos, sino del respeto a la pluralidad y del equilibrio de poderes. Gobernar sin reconocer la existencia de otras voces y sin someterse al sistema de contrapesos es traicionar los principios y reglas del juego del propio sistema que usó para abrirse camino y llegar al poder. Un gobierno fuerte no es el que controla sin oposición, sino el que acepta la fiscalización y responde a los cuestionamientos.
Es aquí donde se revela la fragilidad de la llamada Cuarta Transformación, que rechaza los límites y rompe el orden constitucional para imponerse. En ese afán, la propaganda gubernamental, adoptada por nuevos intelectuales orgánicos, intentan instalar en el imaginario colectivo la idea de que el equilibrio de poderes es un obstáculo, cuando en realidad es un requisito fundamental de un sistema democrático. A menos de que estén listos para nombrar al régimen de otra forma.
La independencia del Poder Judicial no es solo un freno natural para los gobernantes, sino una garantía para todos los ciudadanos. Romper este equilibrio, como lo sugiere el comportamiento de la nueva presidenta, equivale a abandonar las reglas del juego democrático y encaminarse hacia un régimen donde las decisiones unilaterales reemplazan al diálogo y el respeto por las instituciones.
Uno de los mayores peligros de este enfoque autoritario es que, al concentrar el poder en una sola figura o grupo, se elude la rendición de cuentas. No es que el poder judicial sea intocable o que no exista la necesidad de una reforma que se adapte y mejore la impartición de justicia, sino que en este caso, todos los actores que participan tienen claro que ese no es el objetivo primario. Cooptar y eliminar un contrapeso es la meta actual.
Mientras la conversación pública se convierte en un precario espectáculo mediático, los verdaderos problemas pasan desapercibidos. El show en el que el Poder Judicial es llevado al patíbulo ha alcanzado un rating inmejorable entre las masas, quienes -como en un reality show- son partícipes de los métodos, amenazas y consignas que enfrentan esos “otros” mexicanos que por pertenecer a un contrapeso institucional natural han perdido cualquier derecho: observar la tómbola que determina el fin de la carrera judicial como fin recreativo.
La impartición de justicia en su más amplio sentido, podría mejorar si la presidenta Sheinbaum modifica la hoja de ruta que se le impuso. Si la mayoría del territorio dejara de estar bajo control del crimen organizado; si el Ejército dejara de tener participación en tareas de seguridad pública en las que -por error o por consigna- asesina; si los megaproyectos de infraestructura fueran más transparentes respecto al uso de miles de millones de recursos públicos; si los señalamientos de corrupción a los hijos del expresidente AMLO y sus amigos fueran aclarados por una investigación seria; y si las personas enfermas tuvieran atención digna y abasto de medicamentos; la justicia mejoraría significativamente.
La coerción, el desprecio por la pluralidad y la ausencia de rendición de cuentas son señales claras de un gobierno que está perdiendo su legitimidad. Un poder basado en la fuerza, sin respeto por las instituciones democráticas ni la responsabilidad ante la ciudadanía, es un poder frágil.
La legitimidad proviene de la aceptación de límites, de la construcción de consensos, el fortalecimiento de las instituciones y sobre todo, la rendición de cuentas, que permiten a la democracia sobrevivir a largo plazo. Sin estos principios, el gobierno se convierte en víctima de su propia inestabilidad, atrapado en una espiral de imposición y desconfianza.
Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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Opinión
Silencio incómodo: el sionismo en Occidente
*** J. Alejandro Gamboa C.
Publicado
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18/10/2024Por
Arzate NoticiasEn los últimos meses, he sentido la necesidad de comprender mejor el concepto de sionismo, un tema que ha ganado relevancia en los debates políticos y sociales globales, especialmente en el contexto del conflicto entre Israel y Palestina.
Con este artículo, no sólo busco despejar el origen y la evolución de este movimiento, sino también entender cómo se ha transformado en un punto central de controversia y teorías de conspiración. Además, retomo el incómodo silencio de muchas figuras públicas, artistas e influencers en torno al tema.
El sionismo surgió en el siglo XIX como respuesta a la persecución y violencia que enfrentaban los judíos en Europa, particularmente en el Este, donde los pogromos eran comunes. Fue en este contexto que Theodor Herzl organizó el Primer Congreso Sionista en 1897, cuyo objetivo era establecer un hogar nacional judío en Palestina.
Este movimiento, en sus inicios, no fue respaldado por todos los judíos; algunos, especialmente los liberales y ortodoxos, lo consideraban una amenaza a la integración o una violación de las creencias religiosas que indicaban que el regreso a la Tierra Prometida debía ser un acto divino
Según la información, a medida que el sionismo ganó fuerza, especialmente después de la Declaración Balfour de 1917 y las sucesivas olas de inmigración judía a Palestina, comenzó a consolidarse como un movimiento con implicaciones políticas y sociales globales.
La creación del Estado de Israel en 1948 marcó un hito importante, pero también el inicio de una serie de conflictos con los palestinos que continúan hasta el día de hoy.
La perspectiva religiosa y el apoyo occidental
El sionismo, originalmente visto con escepticismo por los sectores religiosos, ha encontrado su lugar en una corriente llamada sionismo religioso, que ve la creación de Israel como parte de un plan divino. Esta versión del sionismo ha sido respaldada no sólo por sectores religiosos judíos, sino también por grupos cristianos evangélicos, especialmente en Estados Unidos, quienes interpretan la existencia de Israel como el cumplimiento de una profecía bíblica. Este apoyo ha tenido un impacto considerable en la política exterior de Estados Unidos hacia Israel.
Al mismo tiempo, los grupos de influencia como AIPAC (American Israel Public Affairs Committee) han desempeñado un papel fundamental en moldear la percepción pública y las políticas hacia Israel en Occidente. Sin embargo, en medio del actual conflicto con Palestina, es difícil ignorar las crecientes críticas hacia la aparente inmunidad de Israel ante la condena internacional por las acciones militares en Gaza y Cisjordania
El silencio incómodo…
Un tema que me ha llamado mucho la atención es el silencio de muchas figuras públicas respecto al conflicto. Desde artistas hasta influencers, pocos se atreven a criticar abiertamente las políticas israelíes.
Según diversos informes, esto se debe en gran medida al temor a represalias en la industria del entretenimiento. Ejemplos como el despido de Maha Dakhil, quien criticó a Israel en redes sociales, o la cancelación de eventos de autores que hablaron a favor de Palestina, ilustran cómo la libertad de expresión está siendo reprimida en muchos espacios públicos
Este silencio no sólo afecta a las personas públicas, sino que también es parte de un debate más amplio sobre las teorías de conspiración que rodean al sionismo. Uno de los mitos más extendidos es el de la “Zionist Occupied Government” (ZOG), que alega, sin fundamentos, que los gobiernos occidentales están controlados por intereses sionistas.
Dicha teoría, asociada a grupos neonazis, ha sido ampliamente desacreditada, pero sigue siendo utilizada para justificar el antisemitismo en muchas partes del mundo
¿Se puede dialogar?
Al final del día, la situación me lleva a reflexionar sobre la importancia de poder hablar abiertamente sobre estos temas sin miedo a represalias. Aunque es vital distinguir entre la crítica legítima a las políticas de un Estado y el antisemitismo, actualmente parece que este debate está siendo sofocado.
La crítica a las acciones militares de Israel contra los palestinos, que ha provocado la muerte de miles de civiles, se enfrenta a una censura velada en muchas plataformas y sectores.
El sionismo es un tema complejo, lleno de matices históricos, religiosos y políticos que siguen siendo relevantes. Desde su origen, como un movimiento para proteger al pueblo judío, hasta su papel central en el conflicto israelo-palestino, es imposible entender el presente sin considerar las múltiples capas de este movimiento.
Puede parecer utópico, pero a medida que el conflicto continúa, es urgente fomentar un diálogo honesto y abierto que permita abordar las verdaderas causas de la violencia sin caer en teorías conspirativas o en la censura de voces críticas. Estamos en el momento de cuestionar, investigar y, sobre todo, hablar, porque el silencio también es una forma de participación y complicidad. Pienso.
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Opinión
Sheinbaum y la fragilidad del poder absoluto
*** Miguel Ángel Romero Ramírez
Publicado
el
18/10/2024Por
Arzate NoticiasMientras el oficialismo consolida su control con una reforma judicial devastadora, Claudia Sheinbaum será una de las principales perjudicadas por las secuelas que esta medida tóxica traerá consigo.
A escasas dos semanas de asumir el poder, el destino de su sexenio parece condenado a seguir el rígido molde autoritario que le diseñó e instaló su predecesor, Andrés Manuel López Obrador. Esta reforma judicial, más que una simple reestructuración del sistema de justicia, es un golpe directo al equilibrio de poderes, cuyo significado implícito es un grave retroceso para la democracia mexicana.
La ruta que se impone a partir de esta medida no es de estabilidad ni de moderación, sino de radicalización, diferenciando claramente entre el “movimiento” y su “liderazgo”, en donde Sheinbaum, como figura política, se vuelve sacrificable en nombre de la continuidad del proyecto. Rápidamente se hace evidente que ella no domina la Cuarta Transformación, sino que esa figura, generada simbólicamente por AMLO, la mantiene secuestrada.
La elección de jueces por tómbola no sólo es un atentado contra la imparcialidad judicial, sino una estrategia para concentrar más poder en manos del oficialismo, lo cual no implica necesariamente que dicho poder esté en las manos de la nueva presidenta. Bajo este nuevo esquema, la justicia deja de ser un contrapeso y se convierte en una herramienta de obediencia política. Una simple extensión de la maquinaria. Sin embargo, esta acumulación de poder, paradójicamente, no refuerza a Sheinbaum, sino que la debilita.
Si Sheinbaum continúa abrazando esta dañina reforma, también estará colocándose en la ruta para configurarse como un personaje desechable. El tablero que López Obrador diseñó no tiene como uno de sus objetivos sostenerla a largo plazo, sino perpetuar la estructura de poder. En este sentido, quien hoy ocupa la presidencia parece tan reemplazable como cualquier otro actor político que no se alinee perfectamente con los intereses del sistema implantado.
Esta concentración de poder por parte del oficialismo empuja a Sheinbaum hacia una inevitable radicalización. Sin la legitimidad que podría proporcionarle imprimir su propio sello, la administración que recién comienza dependerá de métodos cada vez más coercitivos para mantener el control. Cada vez que un juez esté alineado con los preceptos y deseos del Poder Ejecutivo en lugar de la ley -beneficiando a los círculos cercanos al poder-, se erosionará la confianza de los ciudadanos, no solo en las instituciones, sino también en Sheinbaum.
Quedan pendientes por resolver los señalamientos contra los hijos del expresidente y sus amigos por corrupción, así como un sinfín de casos relacionados principalmente con los megaproyectos como la refinería de Dos Bocas, el aeropuerto Felipe Ángeles y el desarrollo del corredor transístmico que busca conectar el Océano. Pacífico con el Golfo de México. A esto se suman los nuevos delitos cometidos por la renovada Guardia Nacional, ahora bajo el mando del Ejército, que en tan solo dos semanas se estrenó con una masacre de migrantes y violaciones a los derechos humanos en distintos puntos del país.
La imagen de un gobierno que respeta la legalidad queda comprometida, mientras que la distancia entre Sheinbaum y sectores de la sociedad, con expectativas totalmente diferentes a lo que está ocurriendo, se agranda. Es falso que el mandato de los 36 millones de votos obtenidos fuera para destruir el equilibrio entre poderes. Con el tiempo, la acumulación de errores y el desgaste que acompaña a la radicalización provocarán que Sheinbaum se convierta en una figura política cada vez más frágil.
El laberinto en el que la presidenta navega sin brújula, siguiendo un guion que no escribió, traerá consigo una pérdida de legitimidad tanto al interior de su gobierno como en el exterior. Mal arranca la nueva presidenta de México, quien rápidamente se encuentra en franca desventaja frente al aparato oficialista que, en el mejor de los casos, buscará someterla y aplastarla, mientras que, en el peor, la culpará del fracaso casi inminente ante una herencia tan devastadora como la dejada por López Obrador.
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