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Opinión

La Asamblea

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Son las siete horas más veinticinco minutos de la mañana. Oficinistas, comerciantes, víctimas de la resaca y vecinos atraviesan la Plaza de Santo Domingo y el Portal de los Evangelistas.

Del otro extremo de la acera un saludo emerge estruendoso, todos lo escuchan, pero nadie presta atención. Es un recordatorio familiar para Canalla. El aludido responde mostrando el codo para corresponder en la misma medida con un saludo para la progenitora de su interlocutor.

Un aire frío que despelleja recorre las calles. Los vendedores circulan en sus vehículos integrados: anafre, tamales, atole y rocola, todo en combo. Los parroquianos se abastecen con los de verde, los de rojo, los de rajas y los de dulce; otros piden su guajolota, para que el cuerpo sienta lo que recibe y las reservas calóricas alcancen para la jornada laboral que se avecina.

Durante el mes de julio de cada año, se celebra la encerrona en casa de El Sastre. Todos están convocados. Cada miembro del club puede llevar, máximo, un invitado. Entre los más notables, los que nunca fallan, están: Patotas, Salem, Maya, Esther, Roche, Canalla y Concha La Charra. Aunque La Asamblea ha llegado a conformarse por más de treinta participantes, entre asiduos e invitados. Sólo dejan de asistir los que mueren: se les recuerda con anécdotas, siguen formando parte de la mesa, en la memoria.

Hay reglas básicas no escritas: cada uno puede acudir con la bebida alcohólica de su preferencia. No hay obligación de compartir, aún la solidaridad se destaca como gesto de generosidad. Las enormes bolsas van llenando sus panzas negras con botellas vacías de todo tipo de bebidas de los dioses. Cada uno elige su propio veneno y decide cuándo detenerse. No es obligación permanecer hasta el final de la reunión. Tampoco es competencia. Todo es voluntario. Todos tienen oficio u ocupación, hay comerciantes, ladrones, coyotes de la casa de empeño, empleados de imprentas, meseros, prostitutas y el propio Sastre, que es el anfitrión. No hay cuota. La cortesía aprovisiona a los seguidores de Baco que desinteresadamente comparten viandas variadas que sirven para recuperar un poco las fuerzas: pollos rostizados, tortas de pierna y jamón, tamales, tacos de carnitas, quesadillas, sopes…

Todos salen a cumplir con sus labores y, cuando vuelven, siempre regresan con alguna aportación alimenticia. Un buen número de ellos se mantiene firme y atento durante los momentos más críticos de la batalla, hasta que la sesión se levanta. Duermen a ratos, el resto del tiempo lo dedican a beber, a escuchar o emitir algún comentario ocasional. También hay momentos de introspección colectiva, ahí el silencio manda: cada uno escudriña en su interior y convive con sus demonios.

Canalla abandona un momento La Asamblea, llama a su madre por teléfono y argumenta que está detenido; no menciona el delito, pero Doña se inquieta y manda al Trosmoya, su nieto, a rescatar a Canalla que dio señas de estar en la delegación de El Carmen. Doña arma caballero a Trosmo, le da una bolsa de papel atiborrada con tortas de huevo con Jamón, también le da varios billetes y le insiste que los debe guardar muy bien en la pretina del pantalón, entre el resorte del calzón y la incipiente lonja del regordete.

—Tú llegas a la delegación y preguntas por tu tío, les mencionas su nombre. Preguntas de cuánto es la multa, la pagas y te fijas que lo dejen salir —dice inocente Doña. Ella se gana la vida en una ventanita revendiendo pan que merca en la panadería La Macarena de la colonia Maravillas.

Trosmoya aborda el camión que lo lleva al metro y luego de una serie de caminatas se apersona frente al secretario de actas que lo saca del error y le dice que nadie con el nombre mencionado ha sido remitido a esa delegación durante las horas recientes.

El muchacho da media vuelta y camina hacia la calle; desde ahí, Canalla, quien lo ha estado observando acompañado por su camarada Patotas, lo toma del brazo y le pregunta ansioso por el dinero. Trosmoya le extiende la bolsa de tortas.

—No, wey. El dinero. Cómete las tortugas o tíralas —dice fastidiado.

Canalla extiende la mano y da un zape en la choya a Trosmo. El muchacho se soba la mollera y se aleja con su bolsa de tortas. Aún están calientes y decide comerse una. El recorrido hasta la delegación le provocó apetito.

Camina por las calles repletas de comercios establecidos y callejeros. Buzo con la rata —le ha insistido su tío Canalla—. Uno se la sabe porque es rata coluda de ojos rojos y cola pelada, pero tú tienes cara de wey y llamas la atención para barquearte — Insiste Canalla a quien ya lo agarraron dos veces por mano larga y, en ambas ocasiones, su santa jefecita lo ha librado de ir parar a la grande. Hasta los judas insisten en darle calendario por ser cliente frecuente.

Trosmoya camina alerta entre los puestos de ropa, de fayuca, de fritangas, pero mantiene el temple. Total, si la rata lo atrapa, sólo le birlará cuatro tortas de jamón con huevo y chile en vinagre, y algunos pesos que le dio la abuela para el camión de regreso.

En la calle Soledad, Trosmo hace como que no mira, pero echa ojo a las muchachas de mega cinturón. Mira la fila de mirones que apretujan sus chamarras contra el estómago intentando cubrir su excitación. Se conforman con entretenerse como el perro del carnicero: mirando la carne y haciéndose las ilusiones. Dos diableros se enfrentan, charrasca en mano, para arreglar diferencias. El respetable ni se inmuta, sólo abre cancha: no vaya a ser que se les vaya un fierrazo y uno sin deberla ni temerla termine con la panza dividida. Canastas de limones amarillos son ofertados por kilo, los verdes son más caros porque el tiempo que les falta por madurar permite al cliente que pueda almacenarlos un tiempo mayor. El ambiente huele a canela, clavo, comino, chile piquín, chile de árbol, guajillo, pasilla, morita; flota el olor a cartón, madera, fruta, sudor rancio y lodazal.

Trosmoya pone especial atención en una mulata, una Rarotonga de la jungla de asfalto con peinado afro y enormes arracadas doradas que le besan sus cachetes brillantes como de aceituna negra. A sus quince años, el chiquillo imagina cosas y prefiere alejarse a toda prisa del demonio de la tentación.

En casa de El Sastre, Canalla ocupa su lugar: hay parque para seguir la batalla, cortesía de su jefecita. Roche trabaja en una farmacia, propiedad de su tío, hurta las drogas controladas y las vende entre los adictos del barrio. El Sastre sólo toma descansos entre proyecto y proyecto, su mayor orgullo es vestir artistas. En su sala tiene una enorme foto autografiada de la cantante Lucha Villa, enmarcada en bronce. Al pie de la foto, una lámpara eléctrica se mantiene encendida, día y noche, devotamente. La única licencia que se toma El Sastre en su propia casa es la interpretación, hace play back a las canciones de Lucha, se hace acompañar por el mariachi tocacintas:

Ya te pedí perdón/ y no me quieres perdonar/ qué quieres que yo haga/ que me quede o que me vaya/ porque no puedes evitar/ que lo quiera/ es más, lo amo…

—Dices que me quieres y hasta la madre me mientas —grita la concurrencia que festeja los ademanes y gesticulaciones de El Sastre, quien repite cada noche el espectáculo.

De vuelta en casa, Trosmoya es acosado por la abuela que insistente pregunta: ¿Qué pasó? ¿Cómo está? ¿Pagaste la fianza? ¿Lo dejaron salir? ¿Ya había comido? ¿Estaba flaco? ¿Lo golpearon? ¿Qué hizo? …

Ágilmente, el muchacho responde las preguntas con respuestas más piadosas que objetivas. ¿Cómo responder que el asunto de la delegación se trataba sólo de un burdo chantaje sentimental? Pero Trosmo no era quién, o, por lo menos, así lo entendía, para erigirse en juez de los involucrados: Doña, dispuesta al chantaje y al sacrificio por el vástago, muy al estilo de Sarita García; Canalla, convencido de que sacar ventaja de la disposición de Doña no significaba más que darle al público consumidor lo que sus propias pretensiones requerían.

Trosmoya recién ha presentado el examen de admisión al bachillerato. El cartero se ha convertido en el personaje más esperado de la colonia, una especie de ángel o demonio, dependiendo del tamaño del sobre que entregue.

Si el envoltorio es grande, los documentos del interesado le están siendo devueltos junto con una carta de agradecimiento por su interés por pertenecer a la Universidad Nacional. La llegada de un sobre pequeño significa que el interesado debe llenar una serie de formatos y presentarse al plantel universitario que le ha sido asignado.

En casa de El Sastre, están por cumplirse dos semanas de encerrona. Un gato callejero, a quien le gusta colarse por la ventana abierta del taller, disfruta del pellejo adherido a las sobras de pollo rostizado dentro del bote de desperdicios. Nadie hace caso del peludo, le han tomado cierto aprecio por su desparpajo a la hora de tirarse panza arriba sobre la alfombra persa que sirve de camino entre la sala y la cocina.

La alfombra es regalo de un cliente agradecido de El Sastre: cada año lo visita desde el Medio Oriente para que le confeccionen quince trajes con telas finas diferentes que él mismo ha comprado en sus viajes por el mundo.

De vez en cuando, cada uno, atento a sus propios tiempos, responsabilidades y exigencias, sale a trabajar o hacer negocios, o bien, a llamar por teléfono a sus respectivas familias para avisar que están bien y cerciorarse de que la familia también lo está. Después vuelven a La Asamblea con su respectiva bebida y su bolsa de viandas para compartir.

El Sastre, ocasionalmente, sale de su taller que está contiguo a la sala, vuelve al pleno, y bebe un par de copas. Agita nerviosamente las manos, como expulsando, a borbotones, cargas eléctricas invisibles hacia el techo. Después regresa al trabajo, mientras cada uno en La Asamblea regurgita sus propios pensamientos, distribuidos sobre la amplia mesa del comedor y los amplios sillones de la sala.

Han pasado trece días desde que inició La Asamblea de este año. Las bajas han sido numerosas. Sólo quedan varones. El ruido de las máquinas de coser, en el taller contiguo, apuntalando telas y forros semejan una sinfonía de metales ardiendo en el purgatorio. Es tan constante, que en cierto momento del día y de la noche, el oído termina por acostumbrarse, por volverse un amasijo de espíritus exaltados y máquinas adheridas a las almas de todos los integrantes del pleno.

En casa de Canalla, Trosmoya espera con ansia la llegada del sobre con su carta de aceptación al bachillerato. Calma un poco las ansias acuchillando los bultos de frijol en la incipiente bodega de la tienda de Doña. Hay cajas de cerveza apiladas, rejas de refresco, bultos de frijol y maíz quebrado para alimentar a las gallinas. El cartero hace sus entregas a bordo de una bicicleta. Su uniforme decolorado por el sol muestra que tuvo mejores épocas: los botones de su chaqueta, cosidos y recosidos amenazan con crisparse debido a la contención extrema de su rechoncho vientre.

Así han transcurrido ocho días de espera del sobre, también de acuchillamientos al costal de frijol. Cualquier pitido acelera el pulso de Trosmo cuando se confunde con el silbato del cartero. Hasta el afilador de cuchillos puede inquietar un alma que espera noticias. La abuela lo sentencia:

—Si no te aceptan en la escuela, vas a trabajar en la tienda. Ni que fuéramos ricos para inscribirte en una escuela particular.

El propio tío Canalla también propuso empleo para Trosmoya, en caso de no ser aceptado en el bachillerato:

—Tengo amigos que chambean coyoteando en el Monte de Piedad; también puede irse de machetero con el don de la casa de materiales, también de chalán con los Pechochos.

Los Pechochos son un par de albañiles contratados por la abuela para construir formalmente el primer nivel de su casa. Gustan del pulque mañanero y después duermen la mona en el interior del tinaco vacío. Se dicen “pechocho”, con cariño, uno al otro, por eso el mote que les acompaña y no les incomoda. Trosmoya trabajó como chalán, durante una semana con los Pechochos, ahí decidió que lo suyo no era la asoleada ni amarrar tendidos de varillas para la losa.

En casa de El Sastre se hizo de noche. Aunque en este sitio es indistinto conocer la hora por la luz natural del sol: las pesadas cortinas de terciopelo rojo obstruyen cualquier contacto con el exterior.

El gato, con su pelaje esponjado, hurga en el bote de los desperdicios. Otra bolsa negra, grande, desborda botellas vacías. Pese al nutrido número de días que La Asamblea ha sesionado, el mínimo orden se ha mantenido: la mesa sin moronas ni desperdicios y el baño ha sido lavado un par de veces.

La mesa nunca ha quedado totalmente vacía y El Sastre sigue trabajando de forma continua, sólo recurre a momentos de descanso esporádicos. Ocasionalmente se retira a su recámara, durante un par de horas, después regresa a La Asamblea, a las telas y a las máquinas de coser.

Son las siete de la mañana. El Sastre luce desmejorado. Mira el gato amodorrado en un cojín que yace sobre el piso. Todos en La Asamblea lucen como el gato. Hay silencio. Sólo el gorgoteo de los vasos llenados, de vez en cuando, regalan a los oídos del respetable su anhelado tintineo. El Sastre apaga la luz de la sala y enciende el mariachi tocacintas, la lámpara eterna que rinde tributo a Lucha Villa obsequia sombras chinescas. El gato parece poner atención a la melodía. El hombre canta:

Amanecí otra vez entre tus brazos/ y desperté llorando de alegría/ Me cobijé la cara con tus manos/ Para seguirte amando todavía…

El Sastre desanuda su corbata —siempre ha sido un partidario de la elegancia—. Mueve los labios e intenta seguir la letra, pero la voz de Lucha parece ir más rápido. En perfecta sincronía, la canción termina, el artista cae de rodillas y un estruendoso aplauso espanta el gato que huye por la ventana abierta del taller. El Sastre sigue de rodillas sobre su alfombra persa. La Asamblea guardó silencio unos minutos. El artista vive del aplauso y recibe el baño de las palmas que al ego bien le sienta en todo momento.

. Los miembros de La Asamblea se disponen a ordenar el lugar. No hay prisa. Canalla se ofrece a sacar la bolsa repleta de botellas, arrastra la bolsa por la Plaza de Santo Domingo.

El camión recolector de basura está al otro extremo de la plancha. Piensa en llamar a su madre para aplicar la del chantaje y obtener unos billetes. Del otro lado de la línea, Trosmoya levanta el auricular y reconoce la voz de su tío. Aunque es temprano, finge que el cartero toca la puerta y deja descolgada la bocina. Recargado en la caseta telefónica, Canalla se cansa de esperar en la línea. Cuelga el teléfono.

Un saludo estruendoso emerge del Portal de los Evangelistas. Canalla enseña el codo mostrando los debidos respetos para la progenitora de su interlocutor.

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Opinión

Presidenta, lejos de construir nuevos liderazgos en el país

*** Por Miguel Ángel Romero

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El tablero en el que la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum, mueve sus fichas no solo es complejo, sino que ella no lo diseñó y muchas de las piezas que supuestamente debería poder usar y habilitar no responden a ella. Parece una natural consecuencia ante el elefante en la sala del cual nadie habla: para muchos actores políticos su legitimidad es de papel.

Los 36 millones de votos que obtuvo en la pasada elección son vistos como una consecuencia inercial y un reflejo del capital político que sí construyó el expresidente Andrés Manuel López Obrador. Por lo tanto, no son de ella, son prestados y el “respaldo” puede dejar de serlo o cambiar de sentido de ser necesario.

Bajo esa premisa, es totalmente entendible que la postura del partido Morena -que fue el vehículo para llevarla al poder- busque lucir con independencia al gobierno. La “institucionalización” del movimiento que fundó AMLO no pasa por respaldar incondicionalmente a quien hoy habita en Palacio Nacional, sino que corre de manera paralela con una estrategia de creación de cuadros y militancia que funcionará más como contrapeso que como soporte. Sheinbaum estará lejos de poder construir o impulsar nuevos liderazgos en todo el país.

Al menos, así lo dejó entrever Luisa María Alcalde en entrevista que le dio a El País en donde disfraza esa “sana distancia” entre el partido y la mandataria como una táctica para no caer supuestamente en los vicios que instauró el PRI cuando fue hegemónico, tal como ahora lo es Morena. El hijo del ex presidente AMLO, Andy López, (señalado por corrupción) como protagonista en las decisiones del instituto político que recibirá en 2025 más de 2 mil 500 millones de pesos de dinero público.

Otras pruebas de que el régimen se endurece sin el liderazgo de la presidenta son la reforma judicial, la incorporación de la Guardia Nacional al Ejército, la ratificación de Rosario Piedra al frente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos para complacer a los militares, así como la próxima eliminación de órganos autónomos constitucionales; a lo que se le suma que en la Ciudad de México, de donde salió y no logró imponer a Omar García Harfuch como Jefe de Gobierno y en vez de él se le instaló un dique más con Clara Brugada.

En el control de crisis y para no lucir lastimada, Sheinbaum está siendo orillada a abrazar determinaciones que están lejos de su alcance, y sobre, todo de su convicción. La próxima jugada en el tablero que podría continuar exhibiendo su poco margen maniobra será la definición del titular de la Fiscalía General de la CDMX, una posición clave, en donde todo indica será ungida Betha Alcalde Luján; es decir, se suma una figura de contención al tablero.

En el Congreso de la Unión, la presidenta tiene que lidiar con dos personajes que mantienen una franca e incluso grosera independencia de ella. Sirven al régimen (personificado en AMLO) pero no a la ahora inquilina de Palacio Nacional.

Adán Augusto en el Senado y Ricardo Monreal desde la Cámara de Diputados quienes, para cuidar y proteger su propio espectro de poder, alientan y promueven -de manera velada- la narrativa que Sheinbaum no guarda mayor capital político y que el título de presidenta es un membrete que no tiene mayor incidencia en el ámbito legislativo, un espacio en el que ellos dan continuidad a la agenda que marcó AMLO, como la eliminación de órganos autónomos, y desde donde incluso se aventuran a abrir nuevas discusiones, como lo es una reforma fiscal que, si bien luce necesaria, la presidenta se comprometió a no llevarla a cabo.

Es muy temprano para asegurar que esta tendencia continuará pero a escaso mes y medio en el poder queda claro que todos los actores políticos y piezas en el tablero que supuestamente deberían estar en sintonía con la presidenta están hoy en día funcionando como un contrapeso: una definición por sí misma problemática ya que, de momento, no parece haber incentivos para que todos esos diques y muros diseñados por AMLO para heredar su poder, quieran moverse o busquen la colaboración con Claudia Sheinbaum. Y, por el contrario, sí existen estímulos para que cada uno de ellos busque acotar y restringir a Sheinbaum: conservar su parcela de poder.

La presidenta no está feliz. Ha usado a sus voceros y propagandistas en medios de comunicación para, por lo menos, poner de manifiesto que muchas de las acciones que están endureciendo el régimen no las comparte, ya sea por la forma o por el fondo. Una proyección lógica a mediano plazo es que ambas visiones choquen: el andamiaje construido por AMLO versus el que busque instalar Sheinbaum.

Será interesante ver si el argumento que todos utilizan para maltratar a la presidenta se mantiene. ¿Hasta dónde podrá usar la legitimidad prestada para construir la propia? El problema no es menor y no se constriñe a ella, sino también a la forma en cómo los ciudadanos vamos a padecer ese natural encontronazo.

*** Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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Opinión

Hoy, día clave para las relaciones México-EU. UU.

***Miguel Ángel Romero Ramírez

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La agenda binacional, de por lo menos los próximos 6 años, entre México y Estados Unidos tiene en este martes 5 de noviembre un día clave. Mientras concluyen las elecciones estadounidenses que podrían llevar de vuelta a Donald Trump a la Casa Blanca; en México, la Suprema Corte analiza el proyecto que podría frenar parcialmente el esfuerzo del oficialismo -ahora, con Claudia Sheinbaum a la cabeza- para romper el equilibrio entre poderes y así provocar una crisis constitucional sin precedentes. Sucesos históricos que traerán consigo profundas consecuencias.

A medida que ambos casos se desarrollan, vale la pena revisar cómo estos líderes, aunque desde espectros ideológicos distintos, mantienen similitudes que colocan en una franca desventaja a la región. Se trata de coincidencias enmarcadas en el manual del populismo que encuentra, cada vez más, espacio y margen de tracción derivado de un desencanto de los ciudadanos por un sistema democrático.

En lo que respecta a concentración de poder, ambos la buscan a partir de la figura del “pueblo” entendida esta como la imagen que los habilita y “autoriza” para cuestionar e ignorar las normas establecidas con la finalidad de acatar dicha “voluntad”.

Mientras Trump se presenta como una figura antisistema que “realmente” escucha al pueblo, Sheinbaum coloca como piedra angular de la reforma judicial, los 36 millones de votos obtenidos en las urnas para intentar instalar la falacia de que dicho resultado la autoriza y habilita para emprender cualquier acción, aunque estas vayan en contra de los principios democráticos.

Los líderes populistas tienden a dividir a la sociedad en “el pueblo” y “los otros”, generalmente representados como élites corruptas o adversarios. Trump se posiciona como el defensor de los “americanos reales” frente a una élite que presuntamente los menosprecia, consolidando una base leal que ve en sus enemigos los obstáculos al progreso.

Sheinbaum, también polariza al referirse a los opositores de la reforma judicial como “conservadores” que buscan frenar el cambio, estableciendo una división que genera desconfianza hacia quienes no comparten su peligroso proyecto de romper el orden constitucional mexicano.

Ambos comparten una estrategia de deslegitimación de sus detractores. Trump acusa a los medios y a los demócratas de conspirar en su contra, sugiriendo incluso que sus derrotas son producto de fraudes, lo que mina la confianza en las instituciones democráticas. Sheinbaum etiqueta a medios críticos como “conservadores” y denosta en sus conferencias a todo aquel sector o grupo de la sociedad que no comparte sus ideales autoritarios.

La oferta de soluciones simples y rápidas a problemas complejos es otra táctica común. Trump promete construir muros y negociar tratados, presentando estos temas complejos como resolubles por él solo. Sheinbaum, por su parte, promete una transformación radical en México, promoviendo la una reforma judicial que, como han admitido incluso sus propios asesores como el ex Ministro Arturo Zaldívar, no resuelve de fondo la impunidad que prevalece la sociedad mexicana porque su objetivo primordial es cooptar y eliminar un contrapeso esencial que establece un régimen democrático.

El control de la narrativa pública también distingue a los populistas. Trump empleó redes sociales, especialmente Twitter, para difundir sus mensajes sin mediadores, presentándose como el defensor de los “estadounidenses olvidados” y desacreditando a los medios como “fake news”. Sheinbaum utiliza el poderoso andamiaje de propaganda digital heredado de López Obrador para instalar como culpable de la crisis constitucional a la Suprema Corte de Justicia de la Nación que lo único que ha hecho es ejercer su natural papel de contrapeso.

Cabe destacar que la seducción de las mayorías por este tipo de liderazgos no es fortuita y no se limita a la región de Norteamérica. El virus del populismo tiene como un componente de efectividad en su propagación a sociedades desilusionadas porque no han encontrado respuestas puntuales a sus demandas. La generalizada mediocridad de la clase política gobernante ha tenido como una de las principales consecuencias el ensanchamiento de la brecha de desigualdad; y es ahí, en ese espacio en el que los líderes populistas encuentran margen de maniobra para capitalizar el resentimiento y el enojo.

La advertencia, en ambos casos, es que el poder concentrado en manos de una sola figura, en detrimento de la independencia de instituciones clave como el poder judicial, suele conducir a dinámicas autoritarias, donde la justicia se convierte en un mecanismo de persecución o protección de ciertos intereses.

La ansiedad binacional por lo que ocurra este martes en ambos lados del Río Bravo crece, y no es para menos, pues las consecuencias futuras pueden ser profundas y devastadoras tanto para la sociedad mexicana como para la estadounidense.

Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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Opinión

La narrativa del miedo y cómo la violencia se convierte en control

***Alejandro Gamboa C.

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La violencia no es sólo un acto físico. En los últimos años he observado algo nada nuevo pero que vale la pena volverlo a señalar: cómo se convierte la violencia en una herramienta política, un espectáculo mediático cuyo propósito principal es sembrar el miedo.

En América Latina, los medios de comunicación y los grupos de poder han sabido jugar con este temor, manipulando la realidad para mantener sociedades controladas y sumisas.

El caso de Colombia es emblemático. Durante décadas, el conflicto armado ha dominado los titulares de los periódicos, especialmente en las zonas rurales. En el interior de esas noticias no siempre se cuenta el contexto completo. Se muestran los actos de violencia de manera aislada, creando una narrativa que, en lugar de buscar soluciones, alimenta la percepción de que la violencia es inevitable. Esta representación ha ayudado a crear una cultura donde el miedo no solo paraliza, sino que normaliza lo inaceptable​

Este enfoque fragmentado es una herramienta efectiva para evitar conversaciones profundas sobre las raíces de los conflictos.

En México, el narcotráfico ha aprovechado esta capacidad mediática para construir su propio discurso de poder. Los cárteles han adoptado la violencia como un mensaje, transformando sus crímenes en espectáculos diseñados para infundir pavor. La brutalidad, captada por las cámaras y luego transmitida masivamente, contribuye a una atmósfera de inseguridad que afecta a la población, generando el terror necesario para mantener su dominio​

Los medios, principalmente comerciales de comunicación, al difundir estas imágenes, se convierten en amplificadores de la estrategia del miedo, tal vez sin intencionalidad (o tal vez sí), pero definitivamente con consecuencias devastadoras.

Lo más alarmante es que esta misma estrategia no se limita a grupos armados. Gobiernos en la región han aprendido a manipular el miedo para justificar acciones que atentan contra las libertades civiles.

En Argentina y Chile, durante las dictaduras, los gobiernos militares utilizaron la violencia del estado como una herramienta silenciosa, apoyados en una narrativa mediática que presentaba a los opositores como enemigos peligrosos. El miedo era la llave para mantener a la sociedad bajo control y aceptar lo inaceptable​.

El uso del miedo también se ha modernizado. En la era de la información instantánea, las redes sociales han demostrado ser un campo fértil para la difusión de noticias que influyen en el comportamiento social.

Durante la pandemia de COVID-19, el miedo al virus fue exacerbado por la sobreexposición a la información, creando ansiedad y pánico en la población. Las redes, que amplifican el contenido que genera más emociones, mostraron lo peligrosas que pueden ser como vehículo del miedo​

La violencia en nuestro país ha sido amplificada y convertida en espectáculo por los medios de comunicación comerciales, donde las noticias sensacionalistas y el uso de narrativas melodramáticas capturan la atención de las audiencias y mantienen a los espectadores en un ciclo constante de entretenimiento morboso.

Un claro ejemplo de esta construcción de narrativas fue el uso de recreaciones de crímenes y eventos violentos en cine y televisión durante el México posrevolucionario. Películas como El automóvil gris (1919) y La banda del automóvil (también de 1919) dramatizaban la violencia real o la mezclaban con escenas ficcionadas, convirtiendo los crímenes en espectáculos visuales destinados a generar impacto emocional y captar el interés de la audiencia.

Estas producciones, que mezclaban documental y ficción, ayudaban a los medios a construir una visión sensacionalista de la criminalidad y el peligro en la vida cotidiana.

Actualmente, este enfoque no solo persiste, sino que se refuerza en programas de noticias, series y reality shows que explotan crímenes y actos violentos. Muchos de estos contenidos incluyen escenas re-creadas, manipuladas o narradas de manera sensacionalista para maximizar la respuesta emocional de los espectadores.

Esta exposición intensiva a imágenes y relatos violentos fomenta una percepción desproporcionada de inseguridad y una especie de fascinación morbosa, lo que contribuye a un estado de vigilancia constante en la población, atrapándola en un ciclo de consumo de violencia como entretenimiento.

Este fenómeno convierte a los espectadores en participantes involuntarios de un espectáculo que perpetúa el miedo y la desconfianza en el entorno social, manteniéndolos enganchados en un contexto donde la violencia no es solo una realidad, sino un producto de consumo continuo que define y refuerza la visión del mundo de quienes lo observan.

Debemos cuestionar el rol de los medios en nuestra percepción del miedo. ¿Hasta qué punto somos partícipes involuntarios de esta maquinaria de terror? ¿Estamos consumiendo noticias que informan o que manipulan nuestras emociones? La violencia es real, pero su representación a menudo es un reflejo distorsionado con fines oscuros.

Es momento de que dejemos de ser víctimas de estas narrativas y recuperemos nuestra capacidad crítica. No podemos permitir que el miedo siga siendo el arma favorita de quienes desean mantenernos sometidos. La violencia no solo deja marcas físicas; deja cicatrices profundas en nuestra percepción de la realidad. Pero lo más disruptivo es que el miedo, ese enemigo invisible, puede que sea más peligroso que el mismo acto violento.

***Alejandro Gamboa C. Licenciado en periodismo con estudios en Ciencia Política y Administración Pública (UNAM) Enfocado a las comunicaciones corporativas. Colaboró como co editor Diario Reforma. En temas de ciencia y comunicación en Milenio y otros medios digitales. Cuenta con 15 años dedicado a las Relaciones Públicas. Ha colaborado en la fundación de la Agencia Umbrella RP. Ha realizado trabajos como corrector de estilo, creador de contenidos y algunas colaboraciones como profesor en escuelas locales.

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