Aunque el presidente AMLO está “muy contento” con resultados de la consulta popular, debemos entender que entiende el fracaso, aunque los subalternos como Mario Delgado y otros, festinan un falso regocijo, porque ganó el sí.
Veamos: la meta eran 37 millones de votos, para vincular el proceso contra los ex presidentes y el padrón electoral es superior a los 94 millones de ciudadanos, al obtener únicamente unos siete millones en la consulta, es un fracaso desde cualquier ángulo que se le busque. Pregunta ¿Y, los 30 millones de votos?
Todo lo que ocurre tiene explicaciones y el caso que se trata no puede ser excepción alguna y debemos opinar que hay fallas preponderantes el gobierno de la 4T por el inadecuado comportamiento de quien representa el país:
a). – Desde su arribo al poder inició una política separatista al dividir a la sociedad en fifís y seguidores y destinar sus mensajes únicamente a quienes simpatizan incondicionalmente como si el resto no existiera en sus ánimos.
b). – Desde el púlpito de La Mañanera, se ha dedicado en los casi tres años a atacar, infamar, señalar, ofender y rechazar y otros sinónimos a los que llama sus adversarios de México y del mundo. Somos más de 120 millones…
c). – Su carta de presentación fue atacar la corrupción que funcionó en campaña, pero se desvaneció al proteger a los suyos señalados con fundamento y ha sido impío contra los opositores, incluyendo lo que luce como una venganza a Rosario Robles. Para los amigos, justicia y gracia; para los enemigos, la ley a secas, admitiendo que tomó lo malo de Benito Juárez.
d). – El “Culiacanazo” lo dejó marcado, por más explique su presencia en terreno narco, el saludo familiar a la madre en el festejo del cumple de Ovidio “El Chapito”, sólo le creyeron sus fans.
e). – Sus mentiras han signo otro signo: un estudio de Luis Estrada, director de la consultora política SPIN, analizó los datos no verificables a los que alude el presidente en su mañaneras, contabilizan 56 mil mentiras. Todo un récord.
f) . – Sus hijos con vida de reyes, sus hermanos recibiendo dinero dudoso, sus familiares con jugosos contratos, en fin, el nepotismo a todas luces, que siempre tienen disculpa ya aceptación presidencial. Primer anunció el 6 de junio.
Bien, el resultado de la Consulta del domingo, es un ajuste de cuentas ciudadano, un rechazo al gobierno, inconformidad manifiesta y el grito exigente del mismo descontento que se produjo por los gobiernos panistas y con mayor enojo contra Enrique Peña Nieto y se volcaron por quien fue un bien candidato, pero resultó un pésimo gobernante.
Hoy, como desde hace 15 días se culpa al INE del resultado, cuando el mismo mandatario, invitó con frecuencia a votar, sus allegados igual y las redes sociales se inundaron motivadores a emitir el sufragio que la mayoría les negó. Viene en marzo 2022, Revocación de Mandato.
La agenda binacional, de por lo menos los próximos 6 años, entre México y Estados Unidos tiene en este martes 5 de noviembre un día clave. Mientras concluyen las elecciones estadounidenses que podrían llevar de vuelta a Donald Trump a la Casa Blanca; en México, la Suprema Corte analiza el proyecto que podría frenar parcialmente el esfuerzo del oficialismo -ahora, con Claudia Sheinbaum a la cabeza- para romper el equilibrio entre poderes y así provocar una crisis constitucional sin precedentes. Sucesos históricos que traerán consigo profundas consecuencias.
A medida que ambos casos se desarrollan, vale la pena revisar cómo estos líderes, aunque desde espectros ideológicos distintos, mantienen similitudes que colocan en una franca desventaja a la región. Se trata de coincidencias enmarcadas en el manual del populismo que encuentra, cada vez más, espacio y margen de tracción derivado de un desencanto de los ciudadanos por un sistema democrático.
En lo que respecta a concentración de poder, ambos la buscan a partir de la figura del “pueblo” entendida esta como la imagen que los habilita y “autoriza” para cuestionar e ignorar las normas establecidas con la finalidad de acatar dicha “voluntad”.
Mientras Trump se presenta como una figura antisistema que “realmente” escucha al pueblo, Sheinbaum coloca como piedra angular de la reforma judicial, los 36 millones de votos obtenidos en las urnas para intentar instalar la falacia de que dicho resultado la autoriza y habilita para emprender cualquier acción, aunque estas vayan en contra de los principios democráticos.
Los líderes populistas tienden a dividir a la sociedad en “el pueblo” y “los otros”, generalmente representados como élites corruptas o adversarios. Trump se posiciona como el defensor de los “americanos reales” frente a una élite que presuntamente los menosprecia, consolidando una base leal que ve en sus enemigos los obstáculos al progreso.
Sheinbaum, también polariza al referirse a los opositores de la reforma judicial como “conservadores” que buscan frenar el cambio, estableciendo una división que genera desconfianza hacia quienes no comparten su peligroso proyecto de romper el orden constitucional mexicano.
Ambos comparten una estrategia de deslegitimación de sus detractores. Trump acusa a los medios y a los demócratas de conspirar en su contra, sugiriendo incluso que sus derrotas son producto de fraudes, lo que mina la confianza en las instituciones democráticas. Sheinbaum etiqueta a medios críticos como “conservadores” y denosta en sus conferencias a todo aquel sector o grupo de la sociedad que no comparte sus ideales autoritarios.
La oferta de soluciones simples y rápidas a problemas complejos es otra táctica común. Trump promete construir muros y negociar tratados, presentando estos temas complejos como resolubles por él solo. Sheinbaum, por su parte, promete una transformación radical en México, promoviendo la una reforma judicial que, como han admitido incluso sus propios asesores como el ex Ministro Arturo Zaldívar, no resuelve de fondo la impunidad que prevalece la sociedad mexicana porque su objetivo primordial es cooptar y eliminar un contrapeso esencial que establece un régimen democrático.
El control de la narrativa pública también distingue a los populistas. Trump empleó redes sociales, especialmente Twitter, para difundir sus mensajes sin mediadores, presentándose como el defensor de los “estadounidenses olvidados” y desacreditando a los medios como “fake news”. Sheinbaum utiliza el poderoso andamiaje de propaganda digital heredado de López Obrador para instalar como culpable de la crisis constitucional a la Suprema Corte de Justicia de la Nación que lo único que ha hecho es ejercer su natural papel de contrapeso.
Cabe destacar que la seducción de las mayorías por este tipo de liderazgos no es fortuita y no se limita a la región de Norteamérica. El virus del populismo tiene como un componente de efectividad en su propagación a sociedades desilusionadas porque no han encontrado respuestas puntuales a sus demandas. La generalizada mediocridad de la clase política gobernante ha tenido como una de las principales consecuencias el ensanchamiento de la brecha de desigualdad; y es ahí, en ese espacio en el que los líderes populistas encuentran margen de maniobra para capitalizar el resentimiento y el enojo.
La advertencia, en ambos casos, es que el poder concentrado en manos de una sola figura, en detrimento de la independencia de instituciones clave como el poder judicial, suele conducir a dinámicas autoritarias, donde la justicia se convierte en un mecanismo de persecución o protección de ciertos intereses.
La ansiedad binacional por lo que ocurra este martes en ambos lados del Río Bravo crece, y no es para menos, pues las consecuencias futuras pueden ser profundas y devastadoras tanto para la sociedad mexicana como para la estadounidense.
Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia. X: @MRomero_z
La violencia no es sólo un acto físico. En los últimos años he observado algo nada nuevo pero que vale la pena volverlo a señalar: cómo se convierte la violencia en una herramienta política, un espectáculo mediático cuyo propósito principal es sembrar el miedo.
En América Latina, los medios de comunicación y los grupos de poder han sabido jugar con este temor, manipulando la realidad para mantener sociedades controladas y sumisas.
El caso de Colombia es emblemático. Durante décadas, el conflicto armado ha dominado los titulares de los periódicos, especialmente en las zonas rurales. En el interior de esas noticias no siempre se cuenta el contexto completo. Se muestran los actos de violencia de manera aislada, creando una narrativa que, en lugar de buscar soluciones, alimenta la percepción de que la violencia es inevitable. Esta representación ha ayudado a crear una cultura donde el miedo no solo paraliza, sino que normaliza lo inaceptable
Este enfoque fragmentado es una herramienta efectiva para evitar conversaciones profundas sobre las raíces de los conflictos.
En México, el narcotráfico ha aprovechado esta capacidad mediática para construir su propio discurso de poder. Los cárteles han adoptado la violencia como un mensaje, transformando sus crímenes en espectáculos diseñados para infundir pavor. La brutalidad, captada por las cámaras y luego transmitida masivamente, contribuye a una atmósfera de inseguridad que afecta a la población, generando el terror necesario para mantener su dominio
Los medios, principalmente comerciales de comunicación, al difundir estas imágenes, se convierten en amplificadores de la estrategia del miedo, tal vez sin intencionalidad (o tal vez sí), pero definitivamente con consecuencias devastadoras.
Lo más alarmante es que esta misma estrategia no se limita a grupos armados. Gobiernos en la región han aprendido a manipular el miedo para justificar acciones que atentan contra las libertades civiles.
En Argentina y Chile, durante las dictaduras, los gobiernos militares utilizaron la violencia del estado como una herramienta silenciosa, apoyados en una narrativa mediática que presentaba a los opositores como enemigos peligrosos. El miedo era la llave para mantener a la sociedad bajo control y aceptar lo inaceptable.
El uso del miedo también se ha modernizado. En la era de la información instantánea, las redes sociales han demostrado ser un campo fértil para la difusión de noticias que influyen en el comportamiento social.
Durante la pandemia de COVID-19, el miedo al virus fue exacerbado por la sobreexposición a la información, creando ansiedad y pánico en la población. Las redes, que amplifican el contenido que genera más emociones, mostraron lo peligrosas que pueden ser como vehículo del miedo
La violencia en nuestro país ha sido amplificada y convertida en espectáculo por los medios de comunicación comerciales, donde las noticias sensacionalistas y el uso de narrativas melodramáticas capturan la atención de las audiencias y mantienen a los espectadores en un ciclo constante de entretenimiento morboso.
Un claro ejemplo de esta construcción de narrativas fue el uso de recreaciones de crímenes y eventos violentos en cine y televisión durante el México posrevolucionario. Películas como El automóvil gris (1919) y La banda del automóvil (también de 1919) dramatizaban la violencia real o la mezclaban con escenas ficcionadas, convirtiendo los crímenes en espectáculos visuales destinados a generar impacto emocional y captar el interés de la audiencia.
Estas producciones, que mezclaban documental y ficción, ayudaban a los medios a construir una visión sensacionalista de la criminalidad y el peligro en la vida cotidiana.
Actualmente, este enfoque no solo persiste, sino que se refuerza en programas de noticias, series y reality shows que explotan crímenes y actos violentos. Muchos de estos contenidos incluyen escenas re-creadas, manipuladas o narradas de manera sensacionalista para maximizar la respuesta emocional de los espectadores.
Esta exposición intensiva a imágenes y relatos violentos fomenta una percepción desproporcionada de inseguridad y una especie de fascinación morbosa, lo que contribuye a un estado de vigilancia constante en la población, atrapándola en un ciclo de consumo de violencia como entretenimiento.
Este fenómeno convierte a los espectadores en participantes involuntarios de un espectáculo que perpetúa el miedo y la desconfianza en el entorno social, manteniéndolos enganchados en un contexto donde la violencia no es solo una realidad, sino un producto de consumo continuo que define y refuerza la visión del mundo de quienes lo observan.
Debemos cuestionar el rol de los medios en nuestra percepción del miedo. ¿Hasta qué punto somos partícipes involuntarios de esta maquinaria de terror? ¿Estamos consumiendo noticias que informan o que manipulan nuestras emociones? La violencia es real, pero su representación a menudo es un reflejo distorsionado con fines oscuros.
Es momento de que dejemos de ser víctimas de estas narrativas y recuperemos nuestra capacidad crítica. No podemos permitir que el miedo siga siendo el arma favorita de quienes desean mantenernos sometidos. La violencia no solo deja marcas físicas; deja cicatrices profundas en nuestra percepción de la realidad. Pero lo más disruptivo es que el miedo, ese enemigo invisible, puede que sea más peligroso que el mismo acto violento.
***Alejandro Gamboa C. Licenciado en periodismo con estudios en Ciencia Política y Administración Pública (UNAM) Enfocado a las comunicaciones corporativas. Colaboró como co editor Diario Reforma. En temas de ciencia y comunicación en Milenio y otros medios digitales. Cuenta con 15 años dedicado a las Relaciones Públicas. Ha colaborado en la fundación de la Agencia Umbrella RP. Ha realizado trabajos como corrector de estilo, creador de contenidos y algunas colaboraciones como profesor en escuelas locales.
El posible regreso de Donald Trump a la Casa Blanca le ofrece a Claudia Sheinbaum una oportunidad de oro para consolidarse como la gran “protectora” de México frente a un vecino hostil. Sin embargo, detrás de esta aparente defensa de soberanía, se podría esconder la estrategia que dicta el manual populista que ha venido siguiendo en su veloz decepción como nueva mandataria: consolidar su autoritarismo bajo el disfraz del nacionalismo.
Trump se convierte en el enemigo perfecto para que Sheinbaum refuerce su control, centralice el poder y aplaste cualquier crítica bajo la excusa de que un “peligro externo” exige unidad del pueblo y consenso de sus acciones.
Sheinbaum ha construido buena parte de su discurso en torno a la “protección de la soberanía” mexicana. Vimos cómo ahondó la crisis diplomática con España derivada de la solicitud de disculpas por La Conquista, con todo lo patético que pudo significar. Con el regreso de Trump, esta narrativa podría afianzarse y crecer: se presentaría como la única capaz de “contener” al líder estadounidense, justificando así una centralización del poder bajo la excusa de salvar a México de la amenaza externa.
Este enfoque le podría ayudar a desviar la atención de problemas internos y ocultar la falta de transparencia y rendición de cuentas en su gobierno, ya que cualquier crítica se convierte en un ataque “a la patria”. Este uso del nacionalismo no tiene como objetivo fortalecer a México, sino consolidar su control. El discurso de “soberanía” facilita la erosión de los contrapesos democráticos y limita la independencia de las instituciones bajo el pretexto de que la unidad es esencial para enfrentar la presión de un Trump hostil. El nacionalismo distorsionado y convertido en un patrioterismo infantil que para lo único que sirve es manipular y polarizar.
Trump, como figura antagonista, le ofrece a la mandataria mexicana un conveniente enemigo externo para dividir a México en dos bandos: los patriotas (quienes la apoyan) y los “traidores” que cuestionan sus políticas. Esta narrativa de “nosotros contra ellos” que usa y adapta para todos y cada uno de los conflictos que atraviesa, le permitirá acusar de alineación con Estados Unidos a quienes se oponen a su liderazgo, sofocando la disidencia y restringiendo el espacio para el debate público.
Este tipo de polarización, clásico de regímenes autoritarios, permitiría a Sheinbaum manipular el sentimiento nacionalista para promover una lealtad ciega, en la que cualquier forma de cuestionamiento a su gobierno es percibida como un acto de traición. Trump se convierte en el enemigo que le permite justificar un régimen de control y represión hacia sectores críticos, consolidando su poder sin obstáculos significativos.
La evidencia, hasta ahora -que no se limita al escaso mes en la silla presidencial, sino a su paso como jefa de gobierno y su sumisión doctrinaria al legado de AMLO- permite advertir que el regreso del monstruo naranja a la Casa Blanca podría ser más rentable para el régimen mexicano que si ganara Kamala Harris, a quien la distingue un pragmatismo más orientado a la protección los intereses económicos y de seguridad de Estados Unidos que la búsqueda de acciones mediáticas e impulsivas que caracterizan a Donald Trump.
A 7 días de las elecciones (5 de noviembre), los demócratas enfrentan la posibilidad real de perder. Mientras los gigantes tecnológicos, después de financiar a Kamala Harris, empiezan a buscar tender puentes de último momento con el equipo de Donald Trump, las encuestas ubican a la candidata demócrata con el 49% de preferencias y al republicano con 48%. Un empate técnico que, de momento, sabe más a derrota entre los demócratas por la evolución de la propia contienda. Los 7 estados indecisos que parece que terminarán por inclinar la balanza del Colegio Electoral son Pensilvania, Nevada, Wisconsin, Carolina del Norte, Michigan, Georgia y Arizona.
A pesar de sus diferencias ideológicas, Donald Trump y Claudia Sheinbaum comparten un conjunto de similitudes que pueden intensificar la polarización y debilitar el tejido social en cada uno de sus respectivos países. Su liderazgo populista, su inclinación hacia la centralización del poder, su uso estratégico del nacionalismo y su retórica polarizadora tienen como efecto una mayor división social y una tensión constante entre sectores.
Para el mundo, no será una buena noticia que regrese Trump a la Casa Blanca pero si ello llega a ocurrir, se antoja altamente probable que, desde Palacio Nacional, se procure y exalte el rancio patrioterismo mexicano.
Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia. X: @MRomero_z