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Donde duermen las palomas

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Estábamos cansados de las golpizas que le daba Mauro a nuestra madre. Había perdido, prácticamente, todas las piezas frontales, excepto los colmillos. Tiempo después, cuando se embarazó de Rita, nuestra hermana menor, perdería las muelas también.

Cuando Mauro llegaba borracho a los cuartos que rentábamos en la calle once de Lago Seco, un cúmulo de pensamientos oscuros nos invadía. Pensé que un día habríamos de vencer nuestro miedo y lo enfrentaríamos, sólo pude comprobar que ese tipo de deseos rebasan su frontera y se convierten en obsesiones asesinas.

— Voy a envenenarte la comida si vuelves a pegarnos -amenazó en cierta ocasión mi madre, sólo obtuvo una nueva golpiza que la postró durante tres días.

Tomás es el mayor de mis tres hermanos. Le seguimos: yo y José -en ese orden-; este último era el más pequeño, con quien Mauro se encariñó y lo quiso como si fuera propio. Después nació Rita -hija de Mauro- a quien apodábamos la calaca.

Mi madre se hizo novia de Mauro en la fonda donde trabajaba como mesera. En principio, él nunca manifestó inconformidad por hacer vida con una mujer que huyó de León, Guanajuato, acompañada por sus tres hijos y se estableció en casa de su hermana mayor, hasta que llegó su momento de “pagar la renta” y fue acosada por su cuñado:

—Tú decides: nos acostamos o te largas de mi casa con tus chamacos -fue la condición de Francisco, esposo de su hermana.

Por respuesta, mi madre tomó sus cosas y a sus hijos y decidió rendirse ante una ciudad que parecía obsequiarle un odio gratuito. Esa misma noche en la fonda, Mauro, quien ya había intentado entablar plática con ella, le pidió “sin malicia”, que le permitiera rentarle un cuarto en la incipiente Lago Seco, donde pudiera atender a sus hijos. Es evidente que la convenció, y que pasaron de la amistad desinteresada al agradecimiento y a lo que le sigue.

A mi madre le gusta platicar sobre el esfuerzo que le implicó ascender de galopina a cocinera. Gustaba almidonar sus mandiles, que siempre estaban muy blancos, para estar presentable. Guarda con orgullo, en latas de galletas, la morralla de sus propinas. Se precia de preparar cazuelas enormes de alimentos en tiempos breves. Pero se queja, siempre, del fuego “mirruño” que emiten las estufas caseras; cocina sobre dos grandes quemadores que compiten con sus habilidades adquiridas bajo presión.

Ella entiende que, en la cocina, cualquier omisión o descuido repercute, en el mejor de los casos, en un arroz quemado, en una sopa cruda, o bien, salada; en el peor, se torna en una quemadura grave que te recordará, toda la vida, tu falta de pericia para utilizar el fuego y mantenerlo a distancia.

Pese a que ella conocía este secreto, pasaron muchos años para que lo aplicara de forma igual en su vida. Siempre estuvo bajo fuego y bajo presión.

Mis hermanos y yo teníamos la obligación de cuidarnos unos a otros. Tomás era el encargado de comprar la comida para todos en el mercado de Las Maravillas. Vivíamos en una aparente libertad, bajo el techo de lámina de una vivienda rentada, con tres camas donde nos distribuíamos para pasar la noche. Cada día por la mañana, durante muchos años, nos lavábamos la cara y corríamos presurosos a la escuela del mismo barrio.

Mi madre dejaba las monedas suficientes para los alimentos sobre la mesa de madera cubierta con un mantel de plástico floreado. Fueron muchas las ocasiones que Tomás nos dejó sin comer: le gustaba jugar a las canicas y al trompo, y, frecuentemente, perdía el dinero. Otras veces, intentaba revendernos la comida o los panes. Otro de sus placeres, además de escatimarnos la comida, era quitarse los zapatos al volver de la escuela y andar descalzo sobre el piso de tierra.

Mi hermano José es del tipo de personas que la necesidad impulsa a buscar oportunidades para sobrevivir: vendía paletas de hielo en los camiones, acarreaba agua para los vecinos y hacía negocio revendiendo baratijas entre los muchachos del barrio.

Rita era la más pequeña y, por ende, la más vulnerable. De cuerpo delgado y sonrisa fácil, quedaba al cuidado de nosotros. Para ella siempre había un poco de leche.

Para José y para mí, que no podíamos darnos el lujo de comer fruta, era un placer comprar al vendedor las cáscaras que bien podrían considerarse desperdicio. En una olla de peltre las transportábamos hasta nuestra vivienda para arrancarles a mordidas la escasa carne que aún conservaban. En cierta ocasión, pude ver la alegría de José, mi hermano, al recoger una manzana apenas mordida, tirada segundos antes por otro niño que caminaba por el mercado, tomado de la mano de su madre: “no la levantes, te doy otra”, dijo la mujer al pequeño y avanzaron unos metros; entonces, José la tomó del piso y la frotó sobre su playera roída para quitarle, en apariencia, cualquier suciedad. “Órale negra. Está bien buena”, me dijo y extendió la fruta hasta mis manos.

Comer cáscaras era uno de los pocos placeres que podíamos disfrutar durante el día, porque al llegar la noche, también venían los insultos y los golpes por parte de la pareja de mi madre.

A menudo escuchábamos bajo una de las camas el chillido de un perro. Tomás era el más cobarde y prefería decirnos que estábamos locos y evitaba echar un vistazo para cerciorarse y confirmarnos que ahí no había nada. Por lo regular, ese sonido empezaba cerca de las nueve de la noche y duraba menos de una hora. Sigilosos, nos acostábamos todos en una sola cama sin atrevernos a mirar siquiera en dirección al sitio donde el perro se lamentaba.

Éramos niños presa del espanto. Tanto el perro como el ebrio eran algo aterrador. En más de una ocasión, intentamos convencer a mi madre de dejarlo, de abandonar aquel lugar de zozobra. Ella se limitaba a decir que Mauro era el padre de Rita, la más pequeña, y que necesitábamos un hombre en la casa. Que no podíamos negarle a nuestra hermana la posibilidad de crecer con su padre y, con suerte, hasta él nos aceptaría como si fuéramos sus propios hijos.

Una noche de gritos y golpes, cuando la presión llegó a su punto máximo, Tomás se armó de valor y tomó un envase de cerveza y se plantó frente a Mauro:

—Usted no le vuelve a pegar a mi madre -dijo y levantó el objeto por encima de su propia estatura-, se declaró listo para asestar un golpe que, de una vez y para siempre, terminara con la historia de abusos de su padrastro.

El ebrio, al ver menoscabada su autoridad, tomó un cuchillo de un plato con migajas y lo empuñó con el aplomo de la defensa propia, sonrió seguro de sí, sintiéndose dueño del monopolio del uso de la fuerza. Fue entonces que mi madre debió decidir, en fracciones de segundo, de qué lado estaba. Tomó, a su vez, un trozo de varilla que servía para trancar la puerta y se plantó junto a Tomás, para enfrentar juntos a Mauro.

—Tú decides. No eres tan tarugo como para no saber que dos es más que uno. Se acabó, hijo de la tiznada. Vete y déjanos.

Pese al alcohol en la sangre, en Mauro se cumplió la máxima que dice: “no hay borracho que coma lumbre”. Dio media vuelta y con cinismo sentenció:

—Volveré cuando se les haya bajado el coraje -y como si no hubiese sucedido nada, se perdió en la noche, entonando aquella canción que nos sigue provocando escalofríos: “Más hermosa eres que el sol. Y más blanca que la espuma…”.

Mauro no dio señales de vida durante varios meses. Continuamos con nuestra rutina: atender a Rita, negociar con Tomás los bolillos y la comida, ir a la escuela, comprar desperdicios de fruta para comerlos y ver a mi madre, ocasionalmente, cuando llegaba del trabajo y cuando partía, de lunes a domingo.

Entonces, por comentarios de una vecina, nos enteramos de un terreno en venta ubicado en el mismo barrio. A fuerza de insistirle, mi madre accedió a verlo y platicar con la propietaria. La oferta era atractiva, aunque requería de un esfuerzo grande para pagar el enganche y comprometerse con mensualidades fijas durante varios años. A cambio, la vendedora nos pidió estar pendientes de los cuartos que arrendaba, contiguos al terreno que adquirimos.

De esa manera, llegamos a la calle doce con nuestras escasas pertenencias. Sólo dejamos el colchón de Mauro; tal vez, en un intento por abandonar el miedo, como una cruel metáfora de aquellas pesadillas que estábamos dispuestos a olvidar.  

Apenas empezaba a trazarse la cuadrícula de las calles de Lago Seco. Las víboras dibujaban letras “ese” en el trozo de laguna que mi madre adquirió. Compramos un par de camiones de cascajo para rellenar, y un millar de tabiques para sobreponerlos, en un intento de habilitar dos cuartos, más propios de animales que de personas. Pero eso no importaba, en absoluto, era nuestro aquel trozo de país.

La propiedad ya contaba con la barda frontal y una lateral. La escuadra restante estaba formada por las bardas perimetrales de las casas vecinas. De cierta forma, estábamos resguardados en un rectángulo a más de trescientos cincuenta kilómetros del lugar donde nacimos mi madre, mis hermanos y yo. Desde ese momento, la nostalgia por el origen empezó a difuminarse.

“No vale nada la vida, la vida no vale nada. Comienza siempre llorando y así, llorando, se acaba…”, escribió el poeta. Tuvimos la oportunidad de vivir en un terreno propio; a partir de ella, cada uno de nosotros escribió una historia personal.

Tres semanas después, mientras dábamos maíz quebrado a las palomas, en un corral improvisado donde dormían acurrucadas y se arrullaban, mi hermano José gritó gustoso:

— ¡Ahí viene mi papá!

Eran más de las nueve de la noche. Un foco de sesenta watts sobre la barda frontal hacía intentos por espantar la oscuridad de aquel páramo semi poblado. Mauro, con su colchón sobre la espalda, asemejaba un tameme de pesadillas, el Pípila maldito que se oculta de la luz de las estrellas.  

Entonces, desde la oscuridad, la voz de mi madre resonó segura, firme:

—En esta casa no vas a entrar. Lárgate y déjanos vivir.

Esperamos más de cinco años aquella frase. Éramos nuevos terratenientes; mi madre dijo, por vez primera, la palabra “casa” y se atrevió a negarle la entrada, definitivamente, al hombre que le estaba marcando la piel y el alma. Rita, con su fragilidad, llegó hasta donde escuchó las voces y dijo:

—Mi papá tiene frío – mi madre no respondió. Sólo miró a Mauro y apretó los puños.

Tal vez esta declaración de realidad obligó al hombre a internarse con su colchón a cuestas en la parte más oscura de aquella boca negra, hasta confundirse con la penumbra.

Lo cierto es que, en poco tiempo, Mauro empezó a morir: la cirrosis lo condujo a la cama de un hospital público, desde ahí pidió a la trabajadora social un último deseo: despedirse de su familia. Con mi vientre abultado por un embarazo de seis meses, acudí al llamado del moribundo con mi madre y mis hermanos.

Mi padrastro era otro hombre, hasta puedo decir que su postración casi nos hizo olvidar aquellos días de terror a su lado en la vivienda de la calle once. Más blanco que las sábanas que lo envolvían, pidió que me acercara hasta él. Por un segundo pude sentir el asco que me provocó la ocasión en que me tocó maliciosamente el pecho y dijo “anda, hija, vamos a hacer la tarea”.

Pero una nueva vida estaba en mí, él se dirigió a mi enorme panza como quien platica con un viejo amigo y dijo: “ya no voy a conocerte”. Y así fue: Mauro murió el mes de mayo en aquella cama, me convertí en madre en el mes de julio, casi tres meses después. Mi hijo pudo conocer una abuela, una madre y tres tíos diferentes del todo a los de esta historia. Transformados, pero marcados por ese fuego que sirve para cocinar los alimentos y también nos cuece el alma en la cocina de la vida.

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Opinión

¿Estamos cerca de una Tercera Guerra Mundial?

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No es raro que, al leer las noticias, surja la pregunta: ¿estamos más cerca de una Tercera Guerra Mundial? Como observador diletante de los eventos internacionales, me gustaría compartirles algunas reflexiones sobre las tensiones que actualmente sacuden el tablero global.

El punto de inflexión. Desde 2022, cuando Rusia invadió Ucrania, el mundo ha estado observando cómo este conflicto escala en intensidad y alcance. Pero no es solo una guerra regional; es el epicentro de una disputa mucho más grande entre las potencias occidentales y Rusia.

La incorporación de Finlandia y Suecia a la OTAN en 2023 encendió aún más las alarmas en Moscú. Rusia ve la expansión de la OTAN como una amenaza directa a su seguridad, un factor que alimenta su narrativa de defensa nacional. Me he preguntado, como muchos, si esta expansión es una estrategia preventiva o, paradójicamente, un catalizador de mayores conflictos.

Misiles de largo alcance, el juego de EUA. Antes de que Biden se vaya nos ha dejado un regalo: dio luz verde a Ucrania para usar misiles de largo alcance contra objetivos dentro de Rusia. Para algunos, esta medida representa un apoyo decisivo; para otros, una provocación que podría llevarnos al borde del abismo.

Rusia ha respondido con advertencias directas, considerando esta acción como una implicación de la OTAN en el conflicto. Esto me lleva a pensar: ¿cuánto más puede estirarse la liga antes de que se rompa?

IA y el papel de las armas nucleares. Los investigadores han planteado escenarios alarmantes sobre lo que una guerra a gran escala podría significar. En 2022, un estudio de Nature advertía que un conflicto nuclear entre Estados Unidos y Rusia podría desencadenar un “invierno nuclear”, con consecuencias catastróficas para la humanidad. Es un recordatorio crudo de que no hay ganadores.

Además, está el tema de la inteligencia artificial (IA), que ahora juega un papel clave en la seguridad global. Según la RAND Corporation, estas tecnologías tienen el potencial de cambiar radicalmente cómo se manejan las tensiones nucleares, pero también pueden aumentar el riesgo de malentendidos o respuestas automáticas peligrosas. Este es un punto que personalmente encuentro escalofriante: el futuro de la guerra podría depender de algoritmos.

¿Cooperación o confrontación? Al hablar con especialistas y leer informes, una idea persiste: el conflicto en Ucrania, la expansión de la OTAN y las decisiones estratégicas como el uso de misiles de largo alcance son piezas de un rompecabezas geopolítico que aún no sabemos cómo encajará.

Ante los bárbaros del siglo XXI, como decía el Dr. Enrique Dussel, algo queda claro: la diplomacia, la cooperación internacional y un enfoque en la paz son más necesarios que nunca.

Creo que el desafío no solo está en evitar un conflicto a gran escala, sino en redefinir cómo las naciones pueden coexistir en un mundo donde las tensiones parecen multiplicarse. Si algo nos ha enseñado la historia, es que el diálogo siempre será la mejor herramienta para prevenir el desastre.

¿Estamos al borde de una Tercera Guerra Mundial? Es difícil decirlo. Pero lo que sí podemos afirmar es que la humanidad tiene mucho que perder si no tomamos en serio las lecciones del pasado.

***Alejandro Gamboa C. Licenciado en periodismo con estudios en Ciencia Política y Administración Pública (UNAM) Enfocado a las comunicaciones corporativas. Colaboró como co editor Diario Reforma. En temas de ciencia y comunicación en Milenio y otros medios digitales. Cuenta con 15 años dedicado a las Relaciones Públicas. Ha colaborado en la fundación de la Agencia Umbrella RP. Ha realizado trabajos como corrector de estilo, creador de contenidos y algunas colaboraciones como profesor en escuelas locales.

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Presidenta, lejos de construir nuevos liderazgos en el país

*** Por Miguel Ángel Romero

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El tablero en el que la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum, mueve sus fichas no solo es complejo, sino que ella no lo diseñó y muchas de las piezas que supuestamente debería poder usar y habilitar no responden a ella. Parece una natural consecuencia ante el elefante en la sala del cual nadie habla: para muchos actores políticos su legitimidad es de papel.

Los 36 millones de votos que obtuvo en la pasada elección son vistos como una consecuencia inercial y un reflejo del capital político que sí construyó el expresidente Andrés Manuel López Obrador. Por lo tanto, no son de ella, son prestados y el “respaldo” puede dejar de serlo o cambiar de sentido de ser necesario.

Bajo esa premisa, es totalmente entendible que la postura del partido Morena -que fue el vehículo para llevarla al poder- busque lucir con independencia al gobierno. La “institucionalización” del movimiento que fundó AMLO no pasa por respaldar incondicionalmente a quien hoy habita en Palacio Nacional, sino que corre de manera paralela con una estrategia de creación de cuadros y militancia que funcionará más como contrapeso que como soporte. Sheinbaum estará lejos de poder construir o impulsar nuevos liderazgos en todo el país.

Al menos, así lo dejó entrever Luisa María Alcalde en entrevista que le dio a El País en donde disfraza esa “sana distancia” entre el partido y la mandataria como una táctica para no caer supuestamente en los vicios que instauró el PRI cuando fue hegemónico, tal como ahora lo es Morena. El hijo del ex presidente AMLO, Andy López, (señalado por corrupción) como protagonista en las decisiones del instituto político que recibirá en 2025 más de 2 mil 500 millones de pesos de dinero público.

Otras pruebas de que el régimen se endurece sin el liderazgo de la presidenta son la reforma judicial, la incorporación de la Guardia Nacional al Ejército, la ratificación de Rosario Piedra al frente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos para complacer a los militares, así como la próxima eliminación de órganos autónomos constitucionales; a lo que se le suma que en la Ciudad de México, de donde salió y no logró imponer a Omar García Harfuch como Jefe de Gobierno y en vez de él se le instaló un dique más con Clara Brugada.

En el control de crisis y para no lucir lastimada, Sheinbaum está siendo orillada a abrazar determinaciones que están lejos de su alcance, y sobre, todo de su convicción. La próxima jugada en el tablero que podría continuar exhibiendo su poco margen maniobra será la definición del titular de la Fiscalía General de la CDMX, una posición clave, en donde todo indica será ungida Betha Alcalde Luján; es decir, se suma una figura de contención al tablero.

En el Congreso de la Unión, la presidenta tiene que lidiar con dos personajes que mantienen una franca e incluso grosera independencia de ella. Sirven al régimen (personificado en AMLO) pero no a la ahora inquilina de Palacio Nacional.

Adán Augusto en el Senado y Ricardo Monreal desde la Cámara de Diputados quienes, para cuidar y proteger su propio espectro de poder, alientan y promueven -de manera velada- la narrativa que Sheinbaum no guarda mayor capital político y que el título de presidenta es un membrete que no tiene mayor incidencia en el ámbito legislativo, un espacio en el que ellos dan continuidad a la agenda que marcó AMLO, como la eliminación de órganos autónomos, y desde donde incluso se aventuran a abrir nuevas discusiones, como lo es una reforma fiscal que, si bien luce necesaria, la presidenta se comprometió a no llevarla a cabo.

Es muy temprano para asegurar que esta tendencia continuará pero a escaso mes y medio en el poder queda claro que todos los actores políticos y piezas en el tablero que supuestamente deberían estar en sintonía con la presidenta están hoy en día funcionando como un contrapeso: una definición por sí misma problemática ya que, de momento, no parece haber incentivos para que todos esos diques y muros diseñados por AMLO para heredar su poder, quieran moverse o busquen la colaboración con Claudia Sheinbaum. Y, por el contrario, sí existen estímulos para que cada uno de ellos busque acotar y restringir a Sheinbaum: conservar su parcela de poder.

La presidenta no está feliz. Ha usado a sus voceros y propagandistas en medios de comunicación para, por lo menos, poner de manifiesto que muchas de las acciones que están endureciendo el régimen no las comparte, ya sea por la forma o por el fondo. Una proyección lógica a mediano plazo es que ambas visiones choquen: el andamiaje construido por AMLO versus el que busque instalar Sheinbaum.

Será interesante ver si el argumento que todos utilizan para maltratar a la presidenta se mantiene. ¿Hasta dónde podrá usar la legitimidad prestada para construir la propia? El problema no es menor y no se constriñe a ella, sino también a la forma en cómo los ciudadanos vamos a padecer ese natural encontronazo.

*** Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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Hoy, día clave para las relaciones México-EU. UU.

***Miguel Ángel Romero Ramírez

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La agenda binacional, de por lo menos los próximos 6 años, entre México y Estados Unidos tiene en este martes 5 de noviembre un día clave. Mientras concluyen las elecciones estadounidenses que podrían llevar de vuelta a Donald Trump a la Casa Blanca; en México, la Suprema Corte analiza el proyecto que podría frenar parcialmente el esfuerzo del oficialismo -ahora, con Claudia Sheinbaum a la cabeza- para romper el equilibrio entre poderes y así provocar una crisis constitucional sin precedentes. Sucesos históricos que traerán consigo profundas consecuencias.

A medida que ambos casos se desarrollan, vale la pena revisar cómo estos líderes, aunque desde espectros ideológicos distintos, mantienen similitudes que colocan en una franca desventaja a la región. Se trata de coincidencias enmarcadas en el manual del populismo que encuentra, cada vez más, espacio y margen de tracción derivado de un desencanto de los ciudadanos por un sistema democrático.

En lo que respecta a concentración de poder, ambos la buscan a partir de la figura del “pueblo” entendida esta como la imagen que los habilita y “autoriza” para cuestionar e ignorar las normas establecidas con la finalidad de acatar dicha “voluntad”.

Mientras Trump se presenta como una figura antisistema que “realmente” escucha al pueblo, Sheinbaum coloca como piedra angular de la reforma judicial, los 36 millones de votos obtenidos en las urnas para intentar instalar la falacia de que dicho resultado la autoriza y habilita para emprender cualquier acción, aunque estas vayan en contra de los principios democráticos.

Los líderes populistas tienden a dividir a la sociedad en “el pueblo” y “los otros”, generalmente representados como élites corruptas o adversarios. Trump se posiciona como el defensor de los “americanos reales” frente a una élite que presuntamente los menosprecia, consolidando una base leal que ve en sus enemigos los obstáculos al progreso.

Sheinbaum, también polariza al referirse a los opositores de la reforma judicial como “conservadores” que buscan frenar el cambio, estableciendo una división que genera desconfianza hacia quienes no comparten su peligroso proyecto de romper el orden constitucional mexicano.

Ambos comparten una estrategia de deslegitimación de sus detractores. Trump acusa a los medios y a los demócratas de conspirar en su contra, sugiriendo incluso que sus derrotas son producto de fraudes, lo que mina la confianza en las instituciones democráticas. Sheinbaum etiqueta a medios críticos como “conservadores” y denosta en sus conferencias a todo aquel sector o grupo de la sociedad que no comparte sus ideales autoritarios.

La oferta de soluciones simples y rápidas a problemas complejos es otra táctica común. Trump promete construir muros y negociar tratados, presentando estos temas complejos como resolubles por él solo. Sheinbaum, por su parte, promete una transformación radical en México, promoviendo la una reforma judicial que, como han admitido incluso sus propios asesores como el ex Ministro Arturo Zaldívar, no resuelve de fondo la impunidad que prevalece la sociedad mexicana porque su objetivo primordial es cooptar y eliminar un contrapeso esencial que establece un régimen democrático.

El control de la narrativa pública también distingue a los populistas. Trump empleó redes sociales, especialmente Twitter, para difundir sus mensajes sin mediadores, presentándose como el defensor de los “estadounidenses olvidados” y desacreditando a los medios como “fake news”. Sheinbaum utiliza el poderoso andamiaje de propaganda digital heredado de López Obrador para instalar como culpable de la crisis constitucional a la Suprema Corte de Justicia de la Nación que lo único que ha hecho es ejercer su natural papel de contrapeso.

Cabe destacar que la seducción de las mayorías por este tipo de liderazgos no es fortuita y no se limita a la región de Norteamérica. El virus del populismo tiene como un componente de efectividad en su propagación a sociedades desilusionadas porque no han encontrado respuestas puntuales a sus demandas. La generalizada mediocridad de la clase política gobernante ha tenido como una de las principales consecuencias el ensanchamiento de la brecha de desigualdad; y es ahí, en ese espacio en el que los líderes populistas encuentran margen de maniobra para capitalizar el resentimiento y el enojo.

La advertencia, en ambos casos, es que el poder concentrado en manos de una sola figura, en detrimento de la independencia de instituciones clave como el poder judicial, suele conducir a dinámicas autoritarias, donde la justicia se convierte en un mecanismo de persecución o protección de ciertos intereses.

La ansiedad binacional por lo que ocurra este martes en ambos lados del Río Bravo crece, y no es para menos, pues las consecuencias futuras pueden ser profundas y devastadoras tanto para la sociedad mexicana como para la estadounidense.

Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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