Opinión
Mis calcetines nuevos
Publicado
el
Por
Ricardo MedranoSeguro, alguna vez, habrás pensado que alguien ajeno habita tu cuerpo; que está en permanente lucha por salir, como si se tratara de un parásito nacido en el intestino de tus sueños. ¿Tú sueñas en color? ¿Verdad que no? Y sin embargo percibes el rojo de la sangre durante tus pesadillas, su olor a hierro, tan intenso.
Entonces piensa un momento en esos nichos blanco y negro que acumulas en la memoria, que escondes como tu mayor vergüenza, sin haber definido el tipo de monstruo que enfrentas. Te contaré algo.
Las cárceles son como túneles inacabables, subterráneos de dimensiones eternas; carreteras difíciles de transitar. Aunque a menudo ciertas pequeñas cosas las exceptúan de convertirse en uno de los peores lugares del mundo: bolillos recién hechos, música de cumbia, familias en torno de las mesas de concreto…
Cuando niño, disfrutaba cerrando los ojos. A veces miraba al cielo e imaginaba el borde del precipicio. Me gusta la sensación del vértigo, el dolor en el vientre, como cuando se tienen ganas de orinar.
Hoy, siendo un adulto, hablo dormido de chichotas y nalgotas, y mi mujer me golpea las costillas con el codo, me pide explicaciones, se afana en demostrar sus celos, irremediablemente insostenibles a las dos de la mañana: los dos terminamos dormidos con la discusión inconclusa. A menudo, mis sueños me arrastran hasta la cárcel. Mi cabeza da vueltas como en un carrusel de imágenes y frases.
Una mañana de febrero, mi tío ingresó al penal de Lecumberri acusado de homicidio imprudencial. Aquel sitio no tenía color. Sus muros llegaban hasta el cielo. Sigo creyendo que quien entra a la cárcel, acusado de un delito, arrastra consigo a todos los que en apariencia se quedan afuera, atrapados en una densa y engañosa libertad.
De los cinco a los nueve años, los domingos de mi vida transcurrieron entre revisiones, auscultaciones y toqueteos sobre mi ropa. Obedecía órdenes y respondía las preguntas de los hombres uniformados que cumplían con su labor: abre la boca, bájate el pantalón, separa las piernas, saca lo que traigas en las bolsas y déjalo sobre aquella mesa. ¿Con quién vienes? ¿A quién vienes a ver?…
Yo desconocía que había personas que introducían droga al penal “escondida en las verijas” —como diría José Revueltas en El Apando— o utilizaban a los familiares para hacerlo. Una vez superada la aduana me reunía con mi abuela. Me abrazaba a su falda y miraba sus ojos fastidiados por el “dedeo” al que era infamemente sometida.
Pinches viejas, hasta manfloras han de ser, decía, y discretamente ponía su mano izquierda sobre su vientre, intentando arrancarse la ofensa con sus uñas gruesas de pintura roja descascarada. Ponía su enorme mano sobre mi cabeza y en el pasillo nos transformábamos en ángeles con salvoconducto para el infierno.
Conocí Lecumberri, el Reclusorio Norte y el penal de Santa Martha Acatitla. En cada uno de esos lugares sentí el sol cerrar su ojo luminoso sobre el cielo. En El Palacio Negro, mi tío nos recibió con la cabeza rapada, el pantalón roto hasta los testículos —sin ropa interior— y las espinillas violáceas a causa de las patadas que le propinaran otros reclusos que le dieron “la bienvenida”. Liendrecillas y piojos caminaban sobre sus hombros y hervían en sus orejas.
Aquel día, mi abuela abrazó a su hijo como abrazara una mujer de nombre María al que bajaron de un madero en forma de cruz. Acarició sin asco aquella cabeza tasajeada por una navaja sin filo.
Con paciencia quitó las liendres que afeaban a su niño de 22 años. Desde aquella celda de barrotes oxidados miramos al guardia en el pasillo que fingía no mirarnos, pero que se mantenía con el oído atento y enfocado hacia donde mis seres queridos apenas susurraban preguntas cortas y respuestas en monosílabos.
Supe entonces que, en ese lugar proclive a la mentira, todos, aún los “libres” estábamos condenados a compartir sentencia: unos por el delito cometido, otros por solidaridad con el familiar, finalmente, estábamos aquellos que no conocíamos nuestro papel en la tragedia del encierro.
—Jefa, no vengas bien vestida: querrán cobrarme la fajina. Ayer me patearon y me raparon la greña porque no traía dinero —dijo mi tío a la abuela.
Yo miraba sus piernas amoratadas, del color de los sellos sanitarios que tienen las reses colgadas en los ganchos de la carnicería.
Tras dos horas de visita, la abuela y yo salimos a la calle con la sensación de haber abandonado una parte nuestra. Como aquella ocasión en que dejamos a su suerte a nuestro perro Chocolate sobre la calle Siete por haber mordido a la abuela. Pobre perro, pobre tío, solos en un lugar extraño donde perros contra perros luchan por un lugar en el mundo, muerden para ganar respeto, ladran por comida, y eligen ser bravos para sobrevivir.
Aquella tarde no quise comer. Recordaba su cabeza cubierta de bichos blancos y minúsculos. Me dolió dejarlo. La abuela exprimió interminablemente sus ojos como dos limones. Aquel día su cuerpo se secó por dentro como se mueren los ríos.
En la casa, el único lugar que guardaba algo de mi tío era su cuarto. A través del cristal roto de la puerta pude admirar por última vez los posters de la pared: pubis depilados y semi lampiños, rubios, pelirrojos, azabaches y castaños. Senos redondos de pezones rosados, morenos, negros como el chocolate. Senos caídos, alzados, firmes y puntiagudos.
Mis ojos penetraron en la oscuridad del cuarto hasta que me quedé dormido de pie, con mis manos aferradas a los barrotes de la puerta, aspirando el humor de sus cobijas revueltas, mirando sus calcetines tirados a un costado de la cama y su botella de orines —bacinica nocturna—.
Lo recordé como seguro se recuerda el miembro mutilado del cojo, del manco. Algo me faltó durante esos años, alguien me faltó y a pesar de las visitas domingueras a su “nueva casa”, nunca en la familia volvimos a ser los mismos, los de antes.
La tarde del sábado, durante varios años, la abuela preparó la comida que llevaríamos el domingo muy temprano a Santa Martha —lugar al que trasladaron a mi tío cuando la cárcel de Lecumberri fue cerrada—. Ahí, después de transitar por el túnel, tendíamos una cobija sobre el pasto ralo y comíamos el infaltable arroz, cereal que ya no disfruto, quizá por la sonoridad de la letra “r” que guardan las palabras arroz y encierro, tal vez porque era el platillo constante, permanente.
Esperábamos pacientes que mi tío saliera acompañado por dos amigos apandados en el olvido de sus familias. Sobre nuestro mantel-cobija hubo siempre un lugar para los invitados, fueran cuates o no. Porque en la cárcel no se le niega el taco a nadie. Es el chance para ser plenamente ojete y plenamente sincero y agradecido. Es el lugar donde mucho se valora una atención, una deferencia.
La tarde del domingo, el pan con su aroma a recién hecho me robaba la voluntad y me llevaba hasta los hornos del penal. Tipos descamisados y sudorosos amasaban, cortaban, formaban y colocaban sobre enormes paletas de madera las charolas repletas de bolillos, conchas, moños, ojos de pancha, hojaldras y chilindrinas. Aquellas tardes salía a toda prisa de ese lugar, agradecido con los hombres que vivían aquel encierro. Tal vez me regalaban unas piezas de pan porque a través de mis ojos se fugaban unos instantes de su catacumba o porque en mí veían al hijo, al sobrino, al hermano que tenían o deseaban tener.
Mis domingos de infancia no los disfruté caminando por el bosque de Chapultepec de la mano de mis padres. Los domingos de mi infancia jugué con corcholatas de refresco Sangría sobre el pasto de la peni de Santa Martha.
La abuela y yo sabíamos que ninguno de los dos nos habíamos ganado aquel encierro, pero confiábamos en el inexorable paso del tiempo que todo lo borra —qué gran mentira—. Sabíamos que, algún día, mi tío saldría a la calle y dormiría sobre su cama, disfrutaría de “sus viejas encueradas” —decía mi abuela— en los carteles de la pared.
El pueblo era la visita familiar en la plaza de la cárcel. Le llamaban rancho a la comida. Un cacharro era un traste para servir alimentos y los “chispolitos” eran los frijoles. Había misa y baile en franca comunión:
Dios te salve María
Perdóname si te digo negro, José
Llena eres de gracia
ere el diablo pero amigo negro José
El Señor es contigo
tú, tú, tú no va conmigo, negro José…
Bendita eres entre todas las mujeres…
Yo me agenciaba un billete de cinco pesos bailando el Negro José para beneplácito de la concurrencia del mantel dominguero en Santa Martha. Cinco pesos bien valían la pena y la vergüenza de agitar el bote al ritmo del negro aquel.
Una tarde al llegar a la casa, exigí a Dios que aquello terminara. Estaba cansado de ceder mi libertad del domingo. Un mes después, justo cuando maquinaba la forma de hablarle claro a la abuela y declararle mi deseo ferviente de pasar un domingo de fútbol con los cuates de la calle doce, de comerme unos tacos de bistec, y beber una jarra de agua de piña —prohibida en la peni—, olvidarnos por un momento de las cárceles y los delitos, de los muertos persiguiendo vivos, como culpas ajenas adheridas al pellejo. Justo un mes después de mi exigencia a Dios —era viernes—, mientras garabateaba sobre mi cuaderno, llegó mi tío y me preguntó cómo iba en la escuela. Después construimos juntos un pequeño librero con cuadros de madera. Era, más que un librero, un nido para las palomas porque no cabía ni un cuaderno. Pero era mío y lo amé hasta que el destino lo condujo al boiler de leña.
Ayer, mientras caminaba rumbo al mercado, de la mano con mi esposa, miré hacia atrás y la nostalgia me atenazó el cuello. A veces las tardes del sábado se repiten como una fotografía color sepia y nos golpean puntos sensibles: resortes olvidados en alguna parte del cuerpo. Sentí el deseo ferviente de llorar, como ahora mientras escribo. Mis hijos me vuelven loco cuando insisten en salir a la calle a comerse el fin de semana. Ayer quise dedicarme el sagrado día, brindarlo como se brinda un toro en la plaza. No pude evitar pensar en aquellos que se quedaron “allá dentro”.
Por la noche, murió en mí un espíritu de aquellos años carcelarios, un alma que habitaba mi cuerpo, que me utilizó para burlar su encierro. Ayer tuve la certeza de ser un viejo agonizante en la enfermería del penal de Santa Martha Acatitla.
Cerré los ojos y repasé con el pensamiento imágenes desconocidas. Un intenso dolor abdominal me llevó al cuarto de baño a vomitar. Me quedé quieto unos segundos, tal vez fueron minutos, con la mente en blanco. Después, una paz infinita me invadió.
Logré llegar hasta mi cama y con un par de besos prolongados le dije a mi mujer cuánto la amaba. Sentí el amor por mis hijos flotando en el ambiente. Amé la vida. Di gracias a Dios por todo. Al día siguiente, domingo al mediodía, saludé a mi tío con sus sesenta años encima y su bolsa de calcetines que vende para completar el gasto de su casa.
Nunca ha sido bueno para los negocios, pero, como decía la abuela: “si la familia no te apoya, entonces quién”. Le compré un par de calcetines, mismos que me puse de inmediato. Déjame decirte que es impresionantemente placentero caminar en libertad, el domingo, con un par de calcetines nuevo.
Tal vez te guste
Opinión
Sheinbaum y la dificultad de hacer efectivo el poder de la silla
Publicado
el
05/12/2024Por
Arzate NoticiasLa sutileza con la que la presidenta Claudia Sheinbaum ha venido alterando el tablero político que le fue heredado es relevante. No ha sido fácil. Ha sido posible pulsar su inconformidad a través de sus voceros y propagandistas que, disfrazados de periodistas, critican en los principales medios de comunicación las desaseadas formas en las que se edifica el llamado segundo piso de la Cuarta Transformación.
No es que busque una ruptura de los ideales y el proyecto establecido por su antecesor Andrés Manuel López Obrador, sin embargo, lo que sí quiere es dejar de tener sólo el membrete de mandataria y hacer efectivo el poder de la silla presidencial.
La designación del nuevo titular de la Fiscalía de la Ciudad de México no sólo representa una prueba para Claudia Sheinbaum en términos de control político, sino también una oportunidad para reposicionarse frente a las tribus que colonizan y conviven al interior del movimiento que fundó AMLO.
En particular, una corriente significativa dentro de la clase política ha comenzado a expresar, cada vez con mayor volumen, su incomodidad ante las maniobras para imponer a Bertha Alcalde como nueva fiscal. Un movimiento orientado a seguir la estrategia que impulsan “los duros” para mantener acotada la influencia de Sheinbaum en la capital, lugar del cual fue gobernante.
La decisión del Consejo Judicial Ciudadano de aplazar la definición de la terna de candidatos prevista para su anuncio este 2 de diciembre es un síntoma de ello. Si bien la presidenta se enfrenta a la necesidad de consolidar su liderazgo y demostrar que no es sólo una extensión del mandato de López Obrador, también debe gestionar con cautela para evitar la fragmentación de las bases que sostienen a la autodeterminada Cuarta Transformación. La familia Alcalde, con un poder consolidado, es percibida por algunos como un aliado necesario, pero, también, es vista por otros como una camisa de fuerza que la mandataria debe empezar a desabrocharse.
La Fiscalía no es sólo un asunto técnico o de política local, sino una posición estratégica en donde se juega el equilibrio de poder entre las distintas facciones de la Cuarta Transformación. Desde que salió de Ciudad de México para convertirse en candidata presidencial, Sheinbaum ha recibido agravios significativos: el descarrilamiento de Omar García Harfuch como su sucesor; la Reforma Judicial como una bomba de tiempo; la abierta y desafiante independencia de los líderes de Morena en el Congreso con Adán Augusto en el Senado y Ricardo Monreal en Diputados; así como la captura del partido Morena con Luisa María Alcalde y el hijo de AMLO, que si bien fue el vehículo que la llevó al poder, corre de manera paralela a ella, quien se supone es la máxima autoridad.
A eso se suma la renovación del periodo de Rosario Piedra en la Comisión Nacional de Derechos Humanos, CNDH, contraviniendo a su candidata Nashieli Ramírez; la desaparición de los órganos autónomos constitucionales que tuvo que abrazar de manera forzada; así como una Fiscalía General inoperante con una Gertz Manero de adorno. Sin embargo, para cada muro y dique que le instalaron la mandataria ha empezado a diseñar mecanismos para sortearlos sin un abierto choque.
Por ejemplo, la Ley Harfuch que dio facultades que por diseño institucional sólo le competen a la Fiscalía General. Es decir, si Gertz Manero no es funcional y se mantiene en su perenne letargo, la Secretaría de Seguridad Pública a cargo de su persona de confianza tomará el control de la estrategia contra el crimen organizado. Harfuch estrenó su nuevo halo político con la operación Enjambre en el Estado de México que, además de dejar disminuidos a grupos criminales, también lastimó a ciertos sectores políticos en una entidad que operativamente y por diseño electoral está bajo supervisión de Andy Junior, el hijo del expresidente.
Lo mismo está ocurriendo con el vínculo entre el gobierno y el sector empresarial que tienen como instrucción, a nivel doméstico e internacional, arropar a Altagracia Gómez por encima del secretario de Economía, Marcelo Ebrard, quien en su sistemático y franco entreguismo apuesta a su sobrevivencia en el gabinete a partir de su cercanía con Jared Kushner, yerno de Donald Trump.
En ese mismo sentido, se inscribe la lucha por la titularidad de la Fiscalía de CDMX, decisión que Sheinbaum estaría por buscar arrebatarle a la dupla de Clara Brugada/Martí Batres quienes de momento no tienen ningún contrapeso en la capital y quienes planean hacer de la ciudad una plataforma electoral que funcione como contrapeso a Sheinbaum en los procesos electorales venideros y contribuya al amurallamiento de su influencia.
Sin necesariamente ser culpable, Bertha Alcalde Luján podría ser, otra vez, víctima de este tipo de tensiones que la han dejado fuera en otros momentos como cuando intentó ser Consejera del INE o Ministra de la Corte, entre otros cargos. En el proceso para Fiscal de CDMX se mantienen, junto con la hermana de la presidenta del partido Morena, otros seis aspirantes: Anaid Elena Valero Manzano, Mario Alberto Martell Gómez, Ulrich Richter Morales, Fernando Moreno Caballero, José Alejandro García Ramírez, Francisco Javier Rodríguez Espejel.
Los perfiles son menores e irrelevantes, salvo un par de casos que cumplen con la ciudadanización de la justicia en la capital.
Será interesante ver cuáles son los nuevos tiempos que se establecen para diseñar la terna final sobre la cual Clara Brugada elija -con anuencia o no de la presidenta Sheinbaum- la propuesta final que eventualmente deberá ser votada en el Congreso de CDMX; espacio en el que la confrontación entre tribus salga a relucir.
*** Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
X: @MRomero_z
Síguenos en nuestras redes sociales.
Opinión
Rosacrucismo y masonería: misterio y transformación
Publicado
el
05/12/2024Por
Arzate NoticiasEl Rincón de Giróvago, por J. Alejandro Gamboa.
Me intriga cómo ciertos movimientos logran trascender el tiempo, influyendo en disciplinas como la espiritualidad, el arte y la ciencia. El rosacrucismo y la masonería son dos de ellos. Estos movimientos esotéricos han dejado una huella profunda en la historia, aunque para muchos siguen envueltos en un halo de misterio, ignorancia o desconocimiento.
Adentrémonos un poco en su legado para comprender por qué aún generan fascinación y controversia.
Entre la rosa y la cruz.
El rosacrucismo surgió en Europa a principios del siglo XVII. Este movimiento proclamaba una reforma universal basada en el conocimiento místico y científico. Lo que más me llamó la atención fue el simbolismo detrás de su nombre: la rosa y la cruz. Estos no son solo adornos, sino representaciones de la unión entre lo espiritual y lo material, un equilibrio que sus miembros buscaban en su camino hacia la transformación personal.
El rosacrucismo es representado en la actualidad por organizaciones como la Antigua y Mística Orden Rosae Crucis (AMORC), fundada en 1915 en Estados Unidos, con presencia en múltiples países, aunque no se dispone de cifras exactas de membresía.
En México, su influencia parece remontarse al siglo XVIII, aunque se conoce más de ella a principios del siglo XX; su Gran Logia de Habla Hispana para América, establecida en León, Guanajuato en 1999, cuenta con miembros en 22 países del continente. Estas logias promueven la búsqueda del conocimiento espiritual y la transformación personal.
Su influencia ha sido notable. Desde la literatura hasta la filosofía, el rosacrucismo ha inspirado a artistas y pensadores. Sin embargo, no todos comparten esta admiración. Algunos críticos lo ven como un movimiento excesivamente hermético, cuya naturaleza secreta ha dado pie a malinterpretaciones y teorías conspirativas.
La masonería: construyendo valores simbólicos.
La masonería, con raíces en las guildas medievales (asociaciones de artesanos, mercaderes o comerciantes que se organizaban mediante el pago de una cuota) de constructores, va más allá de las logias que solemos imaginar. Este grupo busca el perfeccionamiento moral y espiritual de sus miembros a través de rituales y símbolos que evocan enseñanzas ancestrales.
Lo más interesante fue cómo la masonería, al igual que el rosacrucismo, comparte intereses en tradiciones como la alquimia y la cábala, formando un puente entre lo práctico y lo espiritual.
La masonería está organizada en logias que se agrupan bajo Grandes Logias o Grandes Orientes. Por ejemplo, la Gran Logia Unida de Inglaterra, fundada en 1717, es una de las más antiguas y cuenta con más de 200 mil miembros.
En México, según la información disponible al profano la masonería se estableció formalmente en 1825, y en 2019 se estimó que había alrededor de 1,750,000 masones en el país. Dentro de estas logias, existen diversos ritos como el Rito Escocés Antiguo y Aceptado, el Rito Yorkino y el Rito Francés o Moderno, cada uno con particularidades rituales y estructurales.
Sin embargo, también está lejos de ser un movimiento exento de críticas. Su carácter reservado ha generado desconfianza. Algunos detractores los acusan de promover ideas gnósticas alejadas de las tradiciones religiosas ortodoxas, mientras que otros defienden su papel como guardianes de conocimientos que integran ciencia, arte y espiritualidad.
Después de explorar ambos movimientos, me quedó claro que tanto el rosacrucismo como la masonería han contribuido significativamente al pensamiento esotérico occidental. Sus enseñanzas buscan algo que creo todos anhelamos en cierta medida: la transformación personal y la búsqueda de un propósito superior. Pero su hermetismo, paradójicamente, ha sido también su mayor desafío, generando tanto admiración como rechazo.
En un mundo cada vez más abierto y tecnológico, me pregunto cómo estas fraternidades podrán adaptarse y mantener su relevancia. Qué acciones están realizando para mantener a sus miembros interesados o de qué manera pueden continuar su labor apoyadas en una membresía ilustrada y humanista.
Para mí, su legado es un recordatorio de que la búsqueda de conocimiento ya sea a través de símbolos, ciencia o espiritualidad, es un camino que nos define como humanos. Quizá, al final, el verdadero misterio no está en sus rituales, sino en lo que podemos aprender de ellos sobre nosotros mismos.
***Alejandro Gamboa C. Licenciado en periodismo con estudios en Ciencia Política y Administración Pública (UNAM) Enfocado a las comunicaciones corporativas. Colaboró como co editor Diario Reforma. En temas de ciencia y comunicación en Milenio y otros medios digitales. Cuenta con 15 años dedicado a las Relaciones Públicas. Ha colaborado en la fundación de la Agencia Umbrella RP. Ha realizado trabajos como corrector de estilo, creador de contenidos y algunas colaboraciones como profesor en escuelas locales.
Síguenos en nuestras redes sociales.
No es raro que, al leer las noticias, surja la pregunta: ¿estamos más cerca de una Tercera Guerra Mundial? Como observador diletante de los eventos internacionales, me gustaría compartirles algunas reflexiones sobre las tensiones que actualmente sacuden el tablero global.
El punto de inflexión. Desde 2022, cuando Rusia invadió Ucrania, el mundo ha estado observando cómo este conflicto escala en intensidad y alcance. Pero no es solo una guerra regional; es el epicentro de una disputa mucho más grande entre las potencias occidentales y Rusia.
La incorporación de Finlandia y Suecia a la OTAN en 2023 encendió aún más las alarmas en Moscú. Rusia ve la expansión de la OTAN como una amenaza directa a su seguridad, un factor que alimenta su narrativa de defensa nacional. Me he preguntado, como muchos, si esta expansión es una estrategia preventiva o, paradójicamente, un catalizador de mayores conflictos.
Misiles de largo alcance, el juego de EUA. Antes de que Biden se vaya nos ha dejado un regalo: dio luz verde a Ucrania para usar misiles de largo alcance contra objetivos dentro de Rusia. Para algunos, esta medida representa un apoyo decisivo; para otros, una provocación que podría llevarnos al borde del abismo.
Rusia ha respondido con advertencias directas, considerando esta acción como una implicación de la OTAN en el conflicto. Esto me lleva a pensar: ¿cuánto más puede estirarse la liga antes de que se rompa?
IA y el papel de las armas nucleares. Los investigadores han planteado escenarios alarmantes sobre lo que una guerra a gran escala podría significar. En 2022, un estudio de Nature advertía que un conflicto nuclear entre Estados Unidos y Rusia podría desencadenar un “invierno nuclear”, con consecuencias catastróficas para la humanidad. Es un recordatorio crudo de que no hay ganadores.
Además, está el tema de la inteligencia artificial (IA), que ahora juega un papel clave en la seguridad global. Según la RAND Corporation, estas tecnologías tienen el potencial de cambiar radicalmente cómo se manejan las tensiones nucleares, pero también pueden aumentar el riesgo de malentendidos o respuestas automáticas peligrosas. Este es un punto que personalmente encuentro escalofriante: el futuro de la guerra podría depender de algoritmos.
¿Cooperación o confrontación? Al hablar con especialistas y leer informes, una idea persiste: el conflicto en Ucrania, la expansión de la OTAN y las decisiones estratégicas como el uso de misiles de largo alcance son piezas de un rompecabezas geopolítico que aún no sabemos cómo encajará.
Ante los bárbaros del siglo XXI, como decía el Dr. Enrique Dussel, algo queda claro: la diplomacia, la cooperación internacional y un enfoque en la paz son más necesarios que nunca.
Creo que el desafío no solo está en evitar un conflicto a gran escala, sino en redefinir cómo las naciones pueden coexistir en un mundo donde las tensiones parecen multiplicarse. Si algo nos ha enseñado la historia, es que el diálogo siempre será la mejor herramienta para prevenir el desastre.
¿Estamos al borde de una Tercera Guerra Mundial? Es difícil decirlo. Pero lo que sí podemos afirmar es que la humanidad tiene mucho que perder si no tomamos en serio las lecciones del pasado.
***Alejandro Gamboa C. Licenciado en periodismo con estudios en Ciencia Política y Administración Pública (UNAM) Enfocado a las comunicaciones corporativas. Colaboró como co editor Diario Reforma. En temas de ciencia y comunicación en Milenio y otros medios digitales. Cuenta con 15 años dedicado a las Relaciones Públicas. Ha colaborado en la fundación de la Agencia Umbrella RP. Ha realizado trabajos como corrector de estilo, creador de contenidos y algunas colaboraciones como profesor en escuelas locales.
Síguenos en nuestras redes sociales.
www.facebook.com/ArzateNoticias
www.twitter.com/ArzateNoticias
-
Negocios
Tiene generación distribuida boom de contratos en 2024
-
Negocios
8 consejos para cuidar un automóvil clásico y mantenerlo en perfectas condiciones
-
Negocios
Anuncia Creditea Pay su campaña XMAS para comprar a plazos y con descuento de 25%
-
Negocios
Incrementa 20% el consumo de productos cárnicos de pavo y cerdo en fiestas decembrinas: ANETIF