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Opinión

Entre mujeres

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Cuando el sacerdote dijo: “Lo que Dios unió que no lo separe el hombre”, seguramente los que estaban uniéndose no lo tenían muy claro. Tencha y Federico fueron los padrinos. El resto de los convidados participó de acuerdo con sus posibilidades: unos aportaron cajas de refresco o cartones de cerveza; otros facilitaron el vehículo que transportó a la feliz pareja para que llegara puntual a la parroquia. Felicitas apadrinó los anillos, y Macaria y Justiniano colocaron el lazo que simbolizaba la unión indisoluble.

Los primeros días fueron de plena melcocha. Fueron advertidos del noviciado, pero los malos augurios no caben cuando el amor es verdadero. Doloritas y Ascencio lo sabían, o creían saberlo. El caso es que, pasados los primeros meses de vivir en casa ajena, los otrora tórtolos despedían un tufo a podrido: el muerto y el arrimado a los tres días hieden. Silvina, la madre del muchacho, les pidió amablemente que ahuecaran el ala:

—Los casados casa quieren, mijo. Y yo con tu mujer no me puedo entender, ya me tiene hasta la coronilla, mejor búscale dónde puedan ustedes hacer vida porque, en definitiva, no aguanto sus humores ni ella los míos. Así que, yo en mi casa y ustedes en la suya y todos felices.

Para Chencho, aquellas palabras de la autora de sus días sonaban tan fuerte como una bofetada con la mano mojada. La mujer que le dio la vida ahora se transformaba en una arpía sin corazón que arrojaba al ruedo a su único hijo, sin capote ni espada y con un toro embravecido capaz de doblegar al más pintado.

Pero no hay problema —quiso convencerse—, y el fin de semana siguiente recorrieron todas las vecindades y casas de la colonia, y colonias circunvecinas para conseguir una vivienda en renta que se ajustara a su presupuesto. Su empleo como machetero en una casa de materiales apenas le daba para sufragar los gastos de alimentación. Enfermarse era un lujo que ni él ni Doloritas podían consentirse. Aunque frecuentemente enfermaban del estómago, los tés de hierbas amargas, con carbonato y jugo de limón hacían lo suyo, cauterizándoles el intestino cuando este aflojaba de más.

Así llegaron a ser inquilinos en la calle doce. Acordaron con la casera que le pagarían de inmediato el primer mes de renta y el depósito se lo irían abonando cada quince días, durante dos meses, sin que ello implicara el retraso del siguiente pago.

Pusieron cortinas con un cordel de trompo, lisas, de color amarillo, en la única ventana del cuarto donde se acomodaron para que la cocina, la sala y la recámara no se empalmaran. Todos los muebles eran viejos. Silvina se los proveyó como una consideración para su vástago, aunque muchos de los utensilios ya habían pasado sus mejores momentos: sillas cojas o mal reparadas de madera, colchas y cobijas agujereadas, ollas desportilladas… A nada pusieron objeción. Todo serviría para salir del paso. Total, ya después, con un poquito de suerte y la bendición de Dios podrían hacerse de lo necesario para la casa y, por qué no, de una casa propia para que los chilpayates pudieran correr gustosos por el patio y hacer travesuras sin que nadie los silencie.

Doloritas y Ascencio procuraban dar la menor de las molestias a la casera, no perdían oportunidad de granjeársela: le regalaban una naranja o un par de plátanos, cuando los domingos salían al tianguis a comer huesos de puerco —ese era su paseo semanal, la oportunidad de sentir que los esfuerzos de la semana habían valido la pena.

Pero el noviciado no perdona, la propia casera se los dijo:

—Pídanle a Dios que cuando les pase, ustedes sepan cómo sobrellevarlo, porque no todos lo superan. Conozco a muchos que a las primeras se rinden. Es más, hasta por cigarros salen y nunca vuelven —dijo la mujer, entendida en esos menesteres y con la sabiduría que le daba la experiencia de vida con tres diferentes cónyuges.

Pese a todo, Doloritas era medianamente feliz. Sus padres radicaban en un pueblo olvidado de la sierra, ella sabía que ellos existían y ellos… tal vez la recordaban —la muchacha tenía nueve hermanos—. Ella había concluido la educación primaria y, por lo menos, se instruía con El libro semanal; por eso estaba pendiente del número siguiente, era un túnel del tiempo y el espacio cuando Chencho salía a trabajar. De muy pequeña fue empleada doméstica en una casa de la Balbuena. Después de unos años, el patrón, hombre de edad, enfermó gravemente y murió. Los hijos del difunto le ofrecieron llevarla a trabajar con ellos a los Estados Unidos, pero ella se rehusó. “Qué voy a hacer tan lejos. De seguro me mata la tristeza. Qué voy a hacer con chicas chichis y tanto lodo” —justificó su decisión y recordó ese dicho de su madre, el cual nunca supo lo que significaba, pero bien que aclaraba que hay cosas que deben hacerse sin pensar y otras no, o tal vez significaba que no era el momento para tomar cierta decisión. En fin.

Una tarde, Doloritas sintió que el mundo se movía bajo sus pies; el olor de la sopa de fideos hirviendo sobre la estufa le causó un asco repentino que la obligó a correr rápidamente al cuarto de baño compartido, que para su fortuna estaba desocupado. Se hincó frente al escusado y con una mano sujetó su cabello azabache para evitar mancharlo. Arcadas convulsas le causaron dolor en las costillas. La baba escurría desde su boca como un hilo espeso y continuo. Entonces, alguien tocó a la puerta discretamente y preguntó si saldría pronto porque tenía urgencia de usar el servicio. Se puso en pie y con un poco de agua del lavamanos refrescó sus labios y se humedeció la nuca y la frente.

Cuando Ascencio llegó del trabajo, lo primero que notó fue la palidez de Doloritas y sus ojeras gigantes:

—¿Te sientes mal? —preguntó mezclando inocencia y formalismo.

—Yo creo que me hicieron daño los huesitos de puerco —respondió ella desde la cama donde yacía recostada con las manos sobre el pecho, a la manera en que se acostumbra a colocar los difuntos dentro de los ataúdes.

Ascencio intuyó que no eran los huesos de puerco los causantes de los malestares de su mujer. ¡No la friegues! —dijo el hombre, mientras intentaba quitarse el pantalón de trabajo. Se puso en pie, en calzoncillos, y se sirvió un poco de agua. Estaba seguro de que por ese mal a Doloritas le crecería el vientre, debería usar ropa cada día más holgada y, transcurridos nueve meses, aquella molestia consumiría pañales, alimento especial y lloraría todas las noches como un bendito robándoles el sueño.

Y dicho y hecho. Cuando el plazo de la siguiente regla se cumplió y nomás Andrés no se apareció, Doloritas y Chenco comprobaron felizmente que serían papás, lo que significaba que Ascencio debería redoblar escuerzos en la casa de materiales; tal vez: cargar más bultos de cemento, acarrear más arena y grava o…

—No, la verdad no me veo chambeando más duro, pero ganando lo mismo. De perico – perro no voy a pasar. Y para la miseria que me pagan. No, no me van a aumentar el sueldo, si el patrón nomás está esperando un error para correrme, que dizque porque no le conviene que haga antigüedad. Mugre viejo, si ni seguro social me da. ¿Te acuerdas cuando me derrengué una pata por cargar mal un bulto? Ándale, me mandó al centro de salud y bien que me dijo lo que yo tenía que decirle a los doctores de la clínica: que andaba yo haciendo faena en mi casa y que ahí me había descuajaringado. Lo bueno que no fue un asunto de mucho cuidado, pero bien que me hizo que fuera, cojo y todo, a trabajar.

El hombre seguía dándole vueltas al asunto de Doloritas. Él sabía que tarde o temprano iba a pasar. Nunca fueron buenos para eso de calcular las lunas y las ovulaciones y las hilachas. “Pero ¿ahorita, Señor? Nomás espérame tantito a que me aliviane. O dame un mejor trabajo y yo te respondo. Sabes que soy cumplidor. Pero un hijo. No, no, no —todas las palabras salían de su boca y Doloritas nomás lo miraba tendida sobre la cama, como una colcha más, como un adorno. Y pensaba: “Si no me lo hice yo sola. Este creía que nomás era pura diversión, pero no: primero los placeres y luego los deberes, bien decía mi tía Mati —esto no lo decía Doloritas, pero lo pensaba y le calaba fuerte que Chencho pretendiera hacerse el occiso, porque toda la pinta tenía ese teatro de sujetarse la cabeza y moverla de arriba abajo y maldecir y luego hablar con Dios y después… Se estaba haciendo guaje con el paquete—. ¿Pues no que lo que une Dios…? Pues sí, pero este ya no la quiere pelona sino hasta con trenzas. Casi le pide a Dios que lo dado también sea arrempujado. Cuánto daño le hizo Silvina a Chencho: lo tuvo todo el tiempo bajo las enaguas y le impidió convertirse en un hombre —pensó la muchacha—. El tipo que estaba lloriqueando, sentado sobre una silla vieja que su propia madre le había regalado, casi como limosna, parecía, de igual forma, un limosnero compungido que espera solo estirar la mano para coger el fruto del árbol.

—Pobre de ti, muchacha. Sí que la tienes difícil. Este nació para maceta y no pasará del corredor. Ve nomás: no conforme con tenerte sin tragar y con la barriga llena, pero con un escuincle, ahora resulta que lleva dos días sin venir a su casa. No me lo tomes como un mal consejo, pero deberías mejor irte para el rancho con tus papás; él, seguramente, bien que va a comer a casa de su mamá y, mientras, friégate tú —aconsejaba la casera a la joven y le compartía el alimento—. Me recuerdas mucho a mí. Ay, si yo te contara… Nomás con decirte que mi marido, porque estábamos bien casados, igual que ustedes, me hizo muchas triquiñuelas, y yo, tonta, lo quería mucho, lo idolatraba, y él abusaba. Pero así es el perro: mañoso, aunque le quemen el hocico. Y no es por hacerte sufrir ni desearte mal, pero nomás espérate, ojalá que no te salga conque ya tiene otra vieja, porque hasta te puede matar del puro coraje. Tú estate preparada para todo. Total, hombres van y vienen. Y mujeres con un chamaco, como tú, hay muchas; no serías la primera ni la última que se hace cargo sola del paquete y lo saca adelante. Mientras pueda ayudarte, voy a echarte la mano. Digo, hasta donde se pueda, pero tú sabes que vivo de rentar mis cuartos, no te confíes y machetéale, toma una decisión antes de que sea tiempo de parir y te agarren las prisas con los calzones abajo, otra vez —Ambas rieron estrepitosamente. La vieja sonaba empática, conocedora, maternal. Reconfortaba a la joven. El vientre le había crecido, también el deseo de tomar decisiones.

Asesorada por la casera, Doloritas vendió elotes en el zaguán de la vecindad, después, el negocio creció y se diversificó para convertirse en un puesto formal de garnachas y pozole de cabeza de puerco. Así pasaron los meses. Ascencio no se apareció ni por equivocación por la vecindad. El negocio de la muchacha le permitió pagar la renta, hacerse de la ropa del bebé y formar un guardadito para los imprevistos del parto.

Una noche, luego de recoger los utensilios de la vendimia y lavar las ollas, Doloritas sintió que la fuente se le rompía, abrió las piernas con cierta vergüenza y miró un hilo líquido que le recorría las piernas y se encaminaba hacia la coladera del patio.  

—Anda muchacha. Que ya es hora. Ahorita paramos un taxi en la esquina o que nos lleve uno de los vecinos al hospital. ¡Que te dé gusto, vas a ser mamá! —revoloteaba la vieja mientras mandaba a Trosmo su nieto, un chiquillo de cabellos rizados, a tocar a los vecinos para preguntarles quién podría llevar en su carro a Doloritas a parir al hospital. Por fortuna, el primer vecino a quien se tocó la puerta se ofreció gustoso a conducir a la futura madre al nosocomio.

La casera estuvo al pendiente de Doloritas la noche que duró su internamiento. Al día siguiente, abordaron un taxi a la salida del hospital. La joven llevaba a un pequeño entre sus brazos —un hombre —dijo la vieja cuando se enteró— estos sólo sirven para echar el chisguete como los perros y se van. Sea por Dios. De ti depende que lo traigas con el lazo cortito, que sea un hombre desde chiquito, no como ya sabes quién.

Ambas mujeres apretaron los labios conteniendo la risa. Por un tiempo, Doloritas continuó con éxito su negocio de garnachas, hasta que ahí mismo conoció al hombre con quien formó una nueva familia. La vieja le dijo: “Gallo que quiere a la gallina, la quiere con todo y pollitos, aunque no sean de él. Que no se te olvide, muchacha”. Y el gallo se hizo cargo de la gallina y del pollo, y se dio el lujo de hacer más numerosa la granja. Por lo menos hasta ahí se enteró la casera por una serie de cartas que Doloritas le enviaba regularmente, durante varios años, desde Austin, Texas, adonde la muchacha fue a radicar con su familia.

Los años pasaron, la casera se hizo vieja y enfermó. Poco duró su agonía; ella decía que “el que obra mal se le pudre el cutis”, tal vez por eso Dios le permitió una muerte piadosa, sin mayor sufrimiento que el debido, porque siempre quiso obrar bien con los demás. El día de su velorio, metida en una caja de madera y con las manos entrelazadas sobre el pecho, a la manera en que se acostumbra a colocar los difuntos dentro de los ataúdes, la casera recibió el último adiós de los suyos, de sus vecinos y de una mujer que vino con su familia desde Austin, Texas, para despedir con agradecimiento a quien fuese su consejera.

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Ébano y el periodismo cultural en México

Por: Alejandro Gamboa C.

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Hace algunos años, una amistad, Stephanie Esparza, me regaló un libro extraordinario: Ébano de Ryszard Kapuściński. Desde las primeras páginas, me atrapó su estilo único, una mezcla de periodismo fresco y casi poético que me llevó a lugares desconocidos y me enseñó nuevas formas de entender el oficio de contar historias.

Kapuściński, según la revista Gatopardo, no era un periodista cualquiera. Fue un hombre que vivió intensamente, cubriendo 27 revoluciones, sobreviviendo 40 arrestos y 4 sentencias de muerte. Su enfoque narrativo era singular; lograba fusionar la poesía con el periodismo de una manera tan natural que sus crónicas se convertían en una suerte de obra literaria.

Sus textos abordaban la descolonización en África y las tensiones de la Guerra Fría, pero siempre desde una perspectiva humana, lo que lo hizo cercano a figuras como Gabriel García Márquez y lo llevó a recibir el Premio Príncipe de Asturias en 2003.

Ébano, publicado en 1998, es un testimonio de la vida africana durante las décadas de 1950 a 1990, un periodo de descolonización lleno de contradicciones. En este libro, Kapuściński no solo narra la pobreza, la violencia y las dictaduras, sino que también captura la esencia cultural y espiritual de un continente en transición. Su estilo combina la observación detallada con una reflexión profunda sobre la humanidad, lo que me dejó, al finalizar la lectura, con una sensación de vacío y una urgente necesidad de saber más sobre él y su obra.

Hoy día, esto también me ha llevado a cuestionar el estado actual del periodismo cultural. Pareciera que hemos perdido a esos periodistas que, como Kapuściński, podían conjugar la narrativa literaria con la descripción precisa de los hechos.

Recuerdo con nostalgia aquellos suplementos culturales de El Nacional o El Financiero, que eran verdaderas joyas del periodismo. O la revista Siempre!, en su antiguo formato, que contaba con plumas envidiables que llenaban sus páginas de cultura e inteligentes análisis. Hoy, lamentablemente, muchos de estos espacios han desaparecido o se han convertido en simples plataformas propagandísticas.

En su obra Historia del periodismo cultural en México, Humberto Musacchio nos recuerda que el periodismo cultural en México tiene una rica historia que se remonta a las hojas volantes de la época colonial. Este tipo de periodismo ha sido fundamental para informar, analizar y criticar las manifestaciones artísticas e intelectuales, además de conectar generaciones de escritores y artistas. Sin embargo, en la era digital actual, el periodismo cultural enfrenta nuevos retos y transformaciones.

Con la expansión de las redes sociales, el internet y la inteligencia artificial, vemos surgir un nuevo tipo de periodismo cultural. Jóvenes creadores, motivados por el deseo de compartir sus aficiones y perspectivas, apoyados en la tecnología han comenzado a ocupar el espacio que antes pertenecía a los medios tradicionales.

Aunque este nuevo periodismo emergente ofrece una variedad de opciones y voces, también está manchado por la proliferación de fake news, un problema que esperamos se regule en favor de un periodismo documentado y veraz.

Todo esto, a propósito de Ébano y de Kapuściński, me motivó a desempolvar el libro y hojearlo de nuevo, inspirado por la relevancia de este nuevo periodismo emergente, que sigue siendo vital para conocer otras perspectivas y mantener viva la llama de la narrativa cultural.

Alejandro Gamboa C.
Licenciado en periodismo con estudios en Ciencia Política y Administración Pública (UNAM) Enfocado a las comunicaciones corporativas. Colaboró como co editor Diario Reforma. En temas de ciencia y comunicación en Milenio y otros medios digitales. Cuenta con 15 años dedicado a las Relaciones Públicas. Ha colaborado en la fundación de la Agencia Umbrella RP. Ha realizado trabajos como corrector de estilo, creador de contenidos y algunas colaboraciones como profesor en escuelas locales.

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Reforma Judicial, con premios a alineados

Por: Miguel Ángel Romero Ramírez

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Mientras miles de trabajadores del Poder Judicial de la Federación salen a las calles para reclamar el despropósito de una reforma que, además de alterar su circunstancia laboral lastima el orden constitucional al propiciar un desequilibrio entre los Poderes de la Unión, las negociaciones de alto nivel cobran relevancia.

Magistrados del Tribunal Electoral afines al oficialismo mantienen reuniones en las que Ricardo Monreal, próximo coordinador legislativo del oficialismo en la Cámara de Diputados y Arturo Zaldívar, próximo titular del Tribunal de Disciplina Judicial, les aseguran asientos en la eventual conformación de la nueva Suprema Corte.

La calificación del proceso electoral 2024 –sin mayor autocrítica– en la que ganó Claudia Sheinbaum, la permanencia de Alito Moreno al frente del Partido Revolucionario Institucional, PRI, –favorable al oficialismo por su perenne autodestrucción– así como la ratificación de la sobrerrepresentación en el Congreso de la coalición de Morena, el Partido Verde y el Partido del Trabajo en el Congreso, son algunas de las decisiones que podrían ser la moneda de cambio con la que el bloque de magistrados del Tribunal Electoral, afín al oficialismo, tengan posibilidades de transitar a ministros en la eventual nueva conformación de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Diversas fuentes consultadas aseguran que la oferta de quien se asume el próximo titular del –todavía inexistente– Tribunal de Disciplina Judicial, Arturo Zaldívar es exclusiva para los magistrados: Mónica Soto (presidenta del Tribunal Electoral), así como Felipe de la Mata Pizaña y Felipe Alfredo Fuentes Barrera, quienes conforman el bloque de tres magistrados que con sus resoluciones logran “mayoritear” a los otros dos integrantes de la Sala Superior: Janine Otálora y Reyes Rodríguez.

Una Sala Superior que, hoy por hoy, funciona con dos integrantes menos (en vez de cinco deberían de ser siete) gracias a que Morena en el Congreso se negó a nombrar en las sillas vacantes a sabiendas de que el proceso electoral del 2024 sería sumamente complejo.

Estas negociaciones, llevadas a cabo en las sombras y lejos del escrutinio público, ponen en evidencia una peligrosa tendencia de concentración del poder y el debilitamiento de las instituciones que deberían servir como contrapeso en un sistema democrático.

La posibilidad de que los magistrados afines al oficialismo sean recompensados con asientos en la nueva Corte, a cambio de decisiones que favorecen a los intereses del partido en el poder, no solo pone en duda la imparcialidad de la justicia electoral sino que además socava la confianza en el sistema judicial en su conjunto. ¿Sirve de algo que miles de trabajadores marchen cuando están lejos de los pactos que se hacen por encima de ellos?

La reforma judicial, está claro, lejos de fortalecer el Estado de Derecho, está orientada a consolidar un control político sobre el Poder Judicial, debilitando así uno de los pilares fundamentales de la democracia.

Miguel Ángel Romero Ramírez: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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SCJN, ¿cómplice pasivo de reforma judicial?

Por Miguel Ángel Romero Ramírez

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La actitud de la Suprema Corte, ante una reforma judicial tan destructiva, no sólo ha sido decepcionante, sino también alarmante.

El silencio ensordecedor le imprime un sello de complacencia al atropello del sistema judicial que podría tener consecuencias desastrosas para la democracia mexicana. Horas después de que la ministra presidenta, Norma Piña aplaudiera de pie la entrega de constancia de Claudia Sheinbaum como presidenta electa de México, cerca de 55 mil trabajadores del Poder Judicial organizaron un paro nacional… pero sin su respaldo… a su suerte.

La Corte no sólo ignora su deber de proteger a sus trabajadores sino parece haberse convertido en cómplice pasivo de su propia desmantelación. El aplauso de pie de Norma Piña a Claudia Sheinbaum sería irrelevante y podría ser considerado una mera cortesía política si meses atrás ella misma no hubiera protagonizado un momento clave en la ceremonia de celebración del 106 aniversario de la Constitución cuando no se levantó de su asiento y tampoco celebró la entrada al auditorio del presidente Andrés Manuel López Obrador. ¿Las cosas cambiaron? ¿Ahora sí se somete?

El cambio de señales constante en la Suprema Corte de Justicia en la Nación exhibe, además del poco oficio político y la candidez, el nulo compromiso con los intereses superiores de la Nación. Puede ser entendible que la ministra presidenta y su equipo encuentren en Claudia Sheinbaum un respiro después de los embates coléricos del saliente presidente Andrés Manuel López Obrador, pero en los hechos no cambia absolutamente nada.

La estrategia del oficialismo que busca cooptar el sistema judicial para evitar resistencias a la instalación de un régimen autoritario sigue en curso y con más bríos que antes.

¿De qué sirve que los empresarios, académicos, asociaciones y barras de abogados, e incluso la ONU se desgarren las vestiduras con sendos comunicados, posicionamientos y entrevistas en medios de comunicación cuando la titular del Máximo Tribunal simplemente no sale y tampoco dice nada… y cuando aparece lo hace para aplaudir al oficialismo? Sin un liderazgo fuerte ¿cuánto podrá resistir el paro nacional de trabajadores que no goza del respaldo institucional? ¿Hasta dónde podrán llegar divididos?

¿Será que influye la actualización del dictamen que discutirá el Congreso sobre dicha reforma? Ahí, entre otras cosas, el oficialismo abre la puerta para que los ministros de la SCJN que decidan no estorbar en la demolición del Poder Judicial puedan acceder a su pensión vitalicia (conocido como haber de retiro). Sí, la misma pensión de la cual gozan Arturo Zaldívar y Olga Sánchez Cordero, exministros de La Corte que hoy desde el partido en el poder acusan de “privilegios” a sus colegas… “privilegios” que siguen gozando y que a ambos les da aversión renunciar a dicha prestación. ¿Cuántos de los hoy 11 ministros van a preferir su pensión vitalicia?

Hace algunas semanas, en este mismo espacio, redacté una carta de renuncia ficticia de la ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la cual se mantiene vigente. La crítica es la misma. En ningún momento ha podido explicar por qué 36 millones de votos no significa ni tiene implícito que un gobierno legalmente constituido pueda alterar el estado constitucional. Nada ni nadie, en una democracia, puede alterar el equilibrio de poderes. Claro, a menos de que pasemos a ser un país con un régimen autoritario en el que a la ya de por sí mediocre clase política sea imposible exigirle cuentas.

Apuntes:

Ernesto Canales, destacado abogado egresado de la Escuela Libre de Derecho y primer fiscal anticorrupción en el país (Nuevo León) está por lanzar su nuevo libro: ¡Hay Justicia! Una crónica audaz sobre el rol que le ha tocado jugar dentro del sistema de justicia mexicano, particularmente en casos mediáticos.

Si no fuera real sería una entretenida novela sobre corrupción, socialités, políticos corruptos y connotados empresarios dispuestos a todo para ganar un juicio. Un estimulante texto que edita Planeta y que pronto estará en todas las librerías del país y mismo que su autor promocionará en ferias de libro y, sobre todo, en espacios académicos.

Miguel ángel Romero Ramírez: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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