Opinión
Como una llamarada
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Ricardo MedranoRosaura es madre de Belinda. Madre e hija sienten orgullo mutuo. Juntas han trabajado con denuedo y son propietarias de dos comercios de plátano en La Merced. Viven desde hace un par de años en Lago Seco.
Rosaura aprendió a desplazarse en los ambientes considerados sólo de los hombres. A falta de un varón en la familia, ella hubo de enfrentar, en soledad, las vicisitudes para criar y educar a una hija con, aparente, menoscabada autoestima.
Rosy, como la llaman sus más allegados —que son pocos—, temen su lenguaje torvo cuando se enoja —casi siempre—. Hay personas que se molestan por todo, y Rosaura pertenece a ese grupo: le enerva el zumbido de la mosca, el claxon de los autos, el comportamiento de las personas; particularmente, le remueve fibras muy sensibles el acto de poner sebo de veladora en las cuarteaduras de sus talones, todas las noches.
En contraste, es hábil negociante. Si un camión de plátanos le es ofrecido, Rosy oferta, jala, empuja y, de ser necesario, suelta un par de mentadas de madre para lograr el mejor precio. Pocos peces escapan de su característica red. Sabe ahorcar y resucitar, comprar favores, amarrar compromisos; ella siempre obtiene algo, siempre gana.
Desde su llegada a Lago Seco, Rosaura ha sido propuesta, varias ocasiones, para liderar la colonia. Siempre ha declinado la invitación de sus vecinos, arguye que esas son tarugadas: quien quiera vivir bien, que le friegue, y no busque quién le solucione sus problemas —suelta el consejo como un ladrido feroz que a muchos incomoda—.
Sabe que en el barrio no es monedita de oro y, por ende, no cae bien a todos —posiblemente a nadie—. Comprende que una mujer con sus calzones bien puestos nunca será bien vista entre los que debieran ser sus iguales; por eso se dedica con ahínco a trabajar y acumular dinero y propiedades, para que Belinda, un día tenga la vida resuelta y no sufra los desprecios que ella padeció; para que se mude de ese barrio de piojosos y forme una familia con un hombre guapo y profesionista, para que tenga hijos rubios que mejoren la raza:
—Ojalá que un día se diluya esta sangre, que el tiempo borre de nuestras caras estos rasgos prietos y jodidos —sentencia Rosaura a Belinda, para poner en claro que cada una tiene una tarea específica, pero esa aspiración —Belinda lo sabe— es más de su madre que suya.
Belinda está mejor caracterizada que Rosaura. Es delgada, menudita, de muy amplia sonrisa y ojos grandes de búho deslumbrado. Un enorme lunar en la barbilla, del lado derecho del rostro, le obsequia un aire de bruja de cuento, de bruja buena del sur, contrario a Rosaura: la bruja mala del oeste.
Belinda sabe que no es una mujer joven, de hecho, a sus treinta y cinco años, entiende que ha empezado el fin de sus mejores épocas. Pese a que su madre exige que quienes tienen tratos con su hija antecedan el apelativo señorita al nombre de Belinda.
Ella mantiene fresco el gusto de su primera experiencia sexual, con un hombre de mayor edad, al fondo de la bodega de plátanos, sobre cajas de cartón despanzurradas y extendidas como alfombra, para mitigar un poco el frío del piso que les trepaba hasta el lomo cuando intercambiaban posiciones: uno abajo y el otro arriba, y viceversa; de pie o de rodillas, empalmándose como cucharas, o él mirándola flotar encima, bajo la lámpara del techo, bajo los ganchos donde se bamboleaban las pencas de plátanos dominicos, machos, tabascos, rojos, amarillos, fálicos, cremosos, grandes, chicos, maduros y jóvenes, con su olor característico que les incentivaba la libido haciéndolos olvidar el frío, cuando se apretaban las nalgas uno al otro, hasta que se ponían rojas. Disfrutar como monos de nieve, con los ojos entrecerrados, flotando en las aguas termales del amor.
Porque esa fue la primera vez que Belinda supo de la mitigación de los calores del cuerpo. Desde aquel día entendió que sus ansias estaban más allá de los planes de su madre y de los compromisos que como hija le ceñirían una cuerda al cuello para convertirla en la eterna cuidadora de Rosaura; porque, si bien, era su madre, nadie podía atarla, mucho menos, condenarla a vivir en el infierno de resentimientos que su madre había construido en torno suyo. Le resultaba difícil proyectarse a futuro y entenderse como un maniquí de modista que sin chistar acepta los agujazos de la aprendiz. Le asqueaba sentirse objeto de los intereses ajenos, así fueran los de su propia madre. Cada día se lo cuestionaba con mayor frecuencia.
Porque el carácter de Belinda era dulce de forma natural, como un durazno jugoso en el punto exacto de acidez y azúcar, eso no era obstáculo para que una llama intensa le iluminara el corazón y le encendiera la entrepierna. Porque aprendió aquella primera vez en la bodega de plátanos, que de la variedad brotaba el gusto hasta volverse vicio, apenas limitado por la perilla de una estufa industrial que funciona perpetua en el alma. Por eso dedicaba buena parte del dinero que obtenía por su trabajo como cajera en el negocio, en comprar amantes con obsequios: relojes, cadenas de oro, zapatos, trajes, enganches para autos o motocicletas… Ella lo llamaba inversión. El tipo de regalo dependía de las habilidades del hombre. Aunque, al término de cada relación, comprobaba que ninguno había sido tan bueno como lo pregonaba; porque, en el fondo, sus amantes eran todos débiles; ella conocía bien esa especie que farfulla, cacarea y hace alarde, para ocultar sus más profundas debilidades, y sus oscuras discapacidades de macho efímero. Porque ninguno había sido capaz de repetir, ni de lejos, la experiencia de su primera vez. Porque todos habían llegado a ella por una cadena de recomendaciones. Bajos, altos, morenos, blancos, negros, alcohólicos y drogadictos de clóset pretendieron someterla con actitudes de primate. A todos, sin excepción, Belinda los sacó de inmediato de su vida.
Por eso ella aceptaba que su madre exigiera a la gente que le llamase señorita a su niña. Porque Rosaura tenía derecho a vivir en su mundo alternativo, construido con ladrillos de prejuicio y ambiciones personales. Nada de eso alteraría, bajo ningún motivo, la buena relación que madre e hija fueron forjando luego de sendas rebatingas y griterías para que Belinda terminara una carrera universitaria.
Rosaura, por su parte, sólo conoció un hombre, y sólo una vez lo tuvo para ella. Aunque haya sido de forma violenta. Aunque no lo haya vuelto a ver desde entonces porque eran de la misma sangre.
Belinda conocía fragmentos de la historia de su madre. De la misma manera, sólo conocía trozos de un libro fotográfico que su Rosaura guardaba celosamente en una caja, bajo llave, dentro del clóset de su recámara. Fotos viejas que un día capturaron las imágenes de personas que hoy lucían mutiladas por cortes de tijera, fantasmas sin rostro, condenados a ser anónimos, por siempre, para todos, excepto para Rosaura, quien todas las noches unía los pedazos de su vida y prestaba temporalmente sus caras a esos fantasmas de las fotos para hacerlos danzar a su libre antojo, como una especie de divinidad que había encontrado su propia redención en la venganza.
El otro sosiego para el alma de Rosaura era contemplar, admirada, el dinero acumulado dentro del doble fondo del piso de su recámara. Y los billetes, organizados en fajos, aprisionados por ligas, parecían encenderse como luces de fiesta de pueblo, estallar en mil colores y regalar imágenes de niños rubios jugueteando en el patio de una casa enorme de paredes altas, lejos de la maldad del mundo. Porque esas imágenes, y muchas otras, se rebelaban ante Rosaura como catálogo de deseos vívidos, multicromáticos, casi tangibles en esa realidad que de tan deseada empieza a vestirse de locura.
Aquel día, Belinda cerró la bodega a las nueve de la noche. El par de ayudantes recibieron su paga semanal, era sábado, y se alejaron gustosos por la calle semi desierta. Una pandilla juguetona de hojas de periódico hacía piruetas en el aire frío del mes de diciembre. Un grupo de perros disputaban trozos de carne podrida que extraían de una bolsa plástica, entre los enormes montones de basura que desparramaban los contenedores.
Belinda caminó hasta su auto, era un modelo compacto de color amarillo, estacionado a dos calles de distancia de la bodega. Su cuerpo esbelto reflejaba una sombra pequeña sobre el asfalto. Caminaba erguida, soplando sus manos con su aliento caliente. El vapor de su cuerpo se diseminaba como un halo, como una enorme cabellera que salía por todos sus poros y le traspasaba la ropa.
De los registros del drenaje emanaba un olor nauseabundo y un vapor intenso como el de las tintorerías. Belinda caminaba entre aquellas fumarolas, esquivándolas, con las piernas heladas, pese a las pantimedias negras que le aminoraban un poco la sensación helada de la escarcha que empezaba a meterse violentamente bajo su falda. Decidió ir a la miscelánea, cuatro calles después del estacionamiento, a comprar un paquete de pastillas para el aliento y una caja de cigarros. Rosaura, su madre, detestaba el humo del tabaco; ese minúsculo placer motivó un par de fricciones entre las mujeres que, más tarde, terminaron por desvanecerse. Desde entonces, Belinda no fumaba más delante de su madre.
Pese a que era sábado, la avenida mostraba poco tránsito vehicular. Escasas personas, tal vez empleados, regresaban caminando a sus hogares; otros se retiraban del lugar y se perdían en la lejanía, como una mancha bajo las luces del alumbrado público.
Belinda golpeó la cajetilla de cigarrillos contra la palma de su mano para compactar el tabaco. Eso le enseñó uno de sus amantes, posiblemente, el único con quien se acostó más de seis meses. Retiró la cinta de la cajetilla y el celofán que cubría la tapa, con dos dedos tomó el papel plateado y con el celofán lo hizo una sola pelota diminuta, después la introdujo en la bolsa de su abrigo corto de color negro, de marca. Aspiró la primera bocanada de humo y entrecerró los ojos mirando a lo lejos las luces neón de un hotel de paso al que la semana pasada había acudido en compañía de su más reciente inversión: un hombre a quien, por lo menos, superaba en edad por diez años.
Para Belinda, nada estaba vedado. Aunque gran parte de su vida había transcurrido en el encierro del trabajo en una bodega de plátanos, el trato rudo de su madre y su amplia experiencia en la cama le permitían ahora conocer las más ocultas intenciones de aquellos con quienes establecía cualquier tipo de trato o relación. Le bastaba observar sus expresiones corporales; también había aprendido a percibir hasta el más mínimo cambio en el tono de la voz. Así descubría, anticipadamente, los requiebros malsanos de sus aduladores, también la rabia oculta en el aparente trato diplomático. En múltiples ocasiones, ella y su madre fueron amenazadas, y siempre su madre mostró el temple enfrentando a sus acosadores:
—Para que vean que aquí hay ovarios —manifestaba la madre tocándose el vientre sobre el mandil de lona donde cargaba grandes fajos de billetes, producto de sus ventas de plátano al mayoreo.
Definitivamente, aquellas dos mujeres formaban un equipo. Ambas sabían para qué servían los machos y sus enclenques fuerzas: para cargar las pencas de plátano y para satisfacerse un rato. En ambos terrenos, estas damas eran sumamente exigentes.
En casa, esa misma noche, Rosaura había retirado la tapa del doble piso donde guardaba su dinero. Simulaba una niña pequeña rebotando, sentada, sobre el borde de la cama; abría sus ojos, deslumbrada. Múltiples fajos de billetes, perfectamente disimulados, que difícilmente hubiesen sido, siquiera, imaginados por alguno de sus vecinos en Lago Seco, quienes, penosamente, ingerían alimentos bajo la misma filosofía que un alcohólico en rehabilitación: sólo por hoy.
Belinda siguió su camino hacia el estacionamiento donde estaba su vehículo. Se dispuso a cruzar la avenida. El viento insistía en cortar la piel de los escasos transeúntes con sus finas y múltiples navajas heladas. La mujer encogió los hombros para preservar un poco sus mejillas entre las amplias solapas de su abrigo. El aire frío le impidió dar otra bocanada al resto del cigarro, y decidió arrojarlo sobre el piso, no sin antes pisarlo con la parte más ancha de la suela de sus botines negros de gamuza.
Entonces, un estruendo como de una olla hirviendo, tal vez, más parecido al de miles de papeles crepitando en un incendio monumental, apareció de pronto ante sus ojos y le impidió volver sobre sus pasos. El enorme monstruo la absorbió bajo sus aspas de alambre, como un enorme erizo, barriendo su vida con violencia.
El operador dijo en su descargo que la mujer salió, aparentemente, de la nada, como un fantasma pequeño, que voluntariamente se arrojó debajo de la gigantesca escoba mecanizada. A muchos pareció increíble que Belinda no se percatara de la peligrosa proximidad entre ella y la máquina.
Rosaura fue enterada de la muerte de su hija durante la madrugada del día siguiente por un par de agentes de la policía, a quienes la propia mujer pidió que le dejaran sola, que posteriormente iría a tramitar la entrega del cuerpo de la fallecida.
Cuando los policías se retiraron, sin la menor expresión en el rostro, con la firmeza que siempre la caracterizó, la mujer se encerró en su recámara, esparció gasolina en cada rincón de la casa, y sentada sobre la orilla de la cama miró arder su dinero, y al fuego llevarse a sus nietos rubios y a su yerno profesionista de buena familia, todos imaginarios. Se miró arder en el espejo, inexpresiva, firme, como siempre.
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Opinión
Presidenta, lejos de construir nuevos liderazgos en el país
*** Por Miguel Ángel Romero
Publicado
el
20/11/2024Por
Arzate NoticiasEl tablero en el que la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum, mueve sus fichas no solo es complejo, sino que ella no lo diseñó y muchas de las piezas que supuestamente debería poder usar y habilitar no responden a ella. Parece una natural consecuencia ante el elefante en la sala del cual nadie habla: para muchos actores políticos su legitimidad es de papel.
Los 36 millones de votos que obtuvo en la pasada elección son vistos como una consecuencia inercial y un reflejo del capital político que sí construyó el expresidente Andrés Manuel López Obrador. Por lo tanto, no son de ella, son prestados y el “respaldo” puede dejar de serlo o cambiar de sentido de ser necesario.
Bajo esa premisa, es totalmente entendible que la postura del partido Morena -que fue el vehículo para llevarla al poder- busque lucir con independencia al gobierno. La “institucionalización” del movimiento que fundó AMLO no pasa por respaldar incondicionalmente a quien hoy habita en Palacio Nacional, sino que corre de manera paralela con una estrategia de creación de cuadros y militancia que funcionará más como contrapeso que como soporte. Sheinbaum estará lejos de poder construir o impulsar nuevos liderazgos en todo el país.
Al menos, así lo dejó entrever Luisa María Alcalde en entrevista que le dio a El País en donde disfraza esa “sana distancia” entre el partido y la mandataria como una táctica para no caer supuestamente en los vicios que instauró el PRI cuando fue hegemónico, tal como ahora lo es Morena. El hijo del ex presidente AMLO, Andy López, (señalado por corrupción) como protagonista en las decisiones del instituto político que recibirá en 2025 más de 2 mil 500 millones de pesos de dinero público.
Otras pruebas de que el régimen se endurece sin el liderazgo de la presidenta son la reforma judicial, la incorporación de la Guardia Nacional al Ejército, la ratificación de Rosario Piedra al frente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos para complacer a los militares, así como la próxima eliminación de órganos autónomos constitucionales; a lo que se le suma que en la Ciudad de México, de donde salió y no logró imponer a Omar García Harfuch como Jefe de Gobierno y en vez de él se le instaló un dique más con Clara Brugada.
En el control de crisis y para no lucir lastimada, Sheinbaum está siendo orillada a abrazar determinaciones que están lejos de su alcance, y sobre, todo de su convicción. La próxima jugada en el tablero que podría continuar exhibiendo su poco margen maniobra será la definición del titular de la Fiscalía General de la CDMX, una posición clave, en donde todo indica será ungida Betha Alcalde Luján; es decir, se suma una figura de contención al tablero.
En el Congreso de la Unión, la presidenta tiene que lidiar con dos personajes que mantienen una franca e incluso grosera independencia de ella. Sirven al régimen (personificado en AMLO) pero no a la ahora inquilina de Palacio Nacional.
Adán Augusto en el Senado y Ricardo Monreal desde la Cámara de Diputados quienes, para cuidar y proteger su propio espectro de poder, alientan y promueven -de manera velada- la narrativa que Sheinbaum no guarda mayor capital político y que el título de presidenta es un membrete que no tiene mayor incidencia en el ámbito legislativo, un espacio en el que ellos dan continuidad a la agenda que marcó AMLO, como la eliminación de órganos autónomos, y desde donde incluso se aventuran a abrir nuevas discusiones, como lo es una reforma fiscal que, si bien luce necesaria, la presidenta se comprometió a no llevarla a cabo.
Es muy temprano para asegurar que esta tendencia continuará pero a escaso mes y medio en el poder queda claro que todos los actores políticos y piezas en el tablero que supuestamente deberían estar en sintonía con la presidenta están hoy en día funcionando como un contrapeso: una definición por sí misma problemática ya que, de momento, no parece haber incentivos para que todos esos diques y muros diseñados por AMLO para heredar su poder, quieran moverse o busquen la colaboración con Claudia Sheinbaum. Y, por el contrario, sí existen estímulos para que cada uno de ellos busque acotar y restringir a Sheinbaum: conservar su parcela de poder.
La presidenta no está feliz. Ha usado a sus voceros y propagandistas en medios de comunicación para, por lo menos, poner de manifiesto que muchas de las acciones que están endureciendo el régimen no las comparte, ya sea por la forma o por el fondo. Una proyección lógica a mediano plazo es que ambas visiones choquen: el andamiaje construido por AMLO versus el que busque instalar Sheinbaum.
Será interesante ver si el argumento que todos utilizan para maltratar a la presidenta se mantiene. ¿Hasta dónde podrá usar la legitimidad prestada para construir la propia? El problema no es menor y no se constriñe a ella, sino también a la forma en cómo los ciudadanos vamos a padecer ese natural encontronazo.
*** Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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Foto: Internet
Opinión
Hoy, día clave para las relaciones México-EU. UU.
***Miguel Ángel Romero Ramírez
Publicado
el
05/11/2024Por
mbXCpxkI5NLa agenda binacional, de por lo menos los próximos 6 años, entre México y Estados Unidos tiene en este martes 5 de noviembre un día clave. Mientras concluyen las elecciones estadounidenses que podrían llevar de vuelta a Donald Trump a la Casa Blanca; en México, la Suprema Corte analiza el proyecto que podría frenar parcialmente el esfuerzo del oficialismo -ahora, con Claudia Sheinbaum a la cabeza- para romper el equilibrio entre poderes y así provocar una crisis constitucional sin precedentes. Sucesos históricos que traerán consigo profundas consecuencias.
A medida que ambos casos se desarrollan, vale la pena revisar cómo estos líderes, aunque desde espectros ideológicos distintos, mantienen similitudes que colocan en una franca desventaja a la región. Se trata de coincidencias enmarcadas en el manual del populismo que encuentra, cada vez más, espacio y margen de tracción derivado de un desencanto de los ciudadanos por un sistema democrático.
En lo que respecta a concentración de poder, ambos la buscan a partir de la figura del “pueblo” entendida esta como la imagen que los habilita y “autoriza” para cuestionar e ignorar las normas establecidas con la finalidad de acatar dicha “voluntad”.
Mientras Trump se presenta como una figura antisistema que “realmente” escucha al pueblo, Sheinbaum coloca como piedra angular de la reforma judicial, los 36 millones de votos obtenidos en las urnas para intentar instalar la falacia de que dicho resultado la autoriza y habilita para emprender cualquier acción, aunque estas vayan en contra de los principios democráticos.
Los líderes populistas tienden a dividir a la sociedad en “el pueblo” y “los otros”, generalmente representados como élites corruptas o adversarios. Trump se posiciona como el defensor de los “americanos reales” frente a una élite que presuntamente los menosprecia, consolidando una base leal que ve en sus enemigos los obstáculos al progreso.
Sheinbaum, también polariza al referirse a los opositores de la reforma judicial como “conservadores” que buscan frenar el cambio, estableciendo una división que genera desconfianza hacia quienes no comparten su peligroso proyecto de romper el orden constitucional mexicano.
Ambos comparten una estrategia de deslegitimación de sus detractores. Trump acusa a los medios y a los demócratas de conspirar en su contra, sugiriendo incluso que sus derrotas son producto de fraudes, lo que mina la confianza en las instituciones democráticas. Sheinbaum etiqueta a medios críticos como “conservadores” y denosta en sus conferencias a todo aquel sector o grupo de la sociedad que no comparte sus ideales autoritarios.
La oferta de soluciones simples y rápidas a problemas complejos es otra táctica común. Trump promete construir muros y negociar tratados, presentando estos temas complejos como resolubles por él solo. Sheinbaum, por su parte, promete una transformación radical en México, promoviendo la una reforma judicial que, como han admitido incluso sus propios asesores como el ex Ministro Arturo Zaldívar, no resuelve de fondo la impunidad que prevalece la sociedad mexicana porque su objetivo primordial es cooptar y eliminar un contrapeso esencial que establece un régimen democrático.
El control de la narrativa pública también distingue a los populistas. Trump empleó redes sociales, especialmente Twitter, para difundir sus mensajes sin mediadores, presentándose como el defensor de los “estadounidenses olvidados” y desacreditando a los medios como “fake news”. Sheinbaum utiliza el poderoso andamiaje de propaganda digital heredado de López Obrador para instalar como culpable de la crisis constitucional a la Suprema Corte de Justicia de la Nación que lo único que ha hecho es ejercer su natural papel de contrapeso.
Cabe destacar que la seducción de las mayorías por este tipo de liderazgos no es fortuita y no se limita a la región de Norteamérica. El virus del populismo tiene como un componente de efectividad en su propagación a sociedades desilusionadas porque no han encontrado respuestas puntuales a sus demandas. La generalizada mediocridad de la clase política gobernante ha tenido como una de las principales consecuencias el ensanchamiento de la brecha de desigualdad; y es ahí, en ese espacio en el que los líderes populistas encuentran margen de maniobra para capitalizar el resentimiento y el enojo.
La advertencia, en ambos casos, es que el poder concentrado en manos de una sola figura, en detrimento de la independencia de instituciones clave como el poder judicial, suele conducir a dinámicas autoritarias, donde la justicia se convierte en un mecanismo de persecución o protección de ciertos intereses.
La ansiedad binacional por lo que ocurra este martes en ambos lados del Río Bravo crece, y no es para menos, pues las consecuencias futuras pueden ser profundas y devastadoras tanto para la sociedad mexicana como para la estadounidense.
Miguel Ángel Romero: Analista y consultor político. Por más de 12 años, creador de estrategias de comunicación para el sector público y privado. Licenciado en comunicación y periodismo por la UNAM y maestro en gobierno por el Instituto Ortega y Gasset. Observador del uso de las nuevas tecnologías y su impacto en la democracia.
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Opinión
La narrativa del miedo y cómo la violencia se convierte en control
***Alejandro Gamboa C.
Publicado
el
04/11/2024Por
Arzate NoticiasLa violencia no es sólo un acto físico. En los últimos años he observado algo nada nuevo pero que vale la pena volverlo a señalar: cómo se convierte la violencia en una herramienta política, un espectáculo mediático cuyo propósito principal es sembrar el miedo.
En América Latina, los medios de comunicación y los grupos de poder han sabido jugar con este temor, manipulando la realidad para mantener sociedades controladas y sumisas.
El caso de Colombia es emblemático. Durante décadas, el conflicto armado ha dominado los titulares de los periódicos, especialmente en las zonas rurales. En el interior de esas noticias no siempre se cuenta el contexto completo. Se muestran los actos de violencia de manera aislada, creando una narrativa que, en lugar de buscar soluciones, alimenta la percepción de que la violencia es inevitable. Esta representación ha ayudado a crear una cultura donde el miedo no solo paraliza, sino que normaliza lo inaceptable
Este enfoque fragmentado es una herramienta efectiva para evitar conversaciones profundas sobre las raíces de los conflictos.
En México, el narcotráfico ha aprovechado esta capacidad mediática para construir su propio discurso de poder. Los cárteles han adoptado la violencia como un mensaje, transformando sus crímenes en espectáculos diseñados para infundir pavor. La brutalidad, captada por las cámaras y luego transmitida masivamente, contribuye a una atmósfera de inseguridad que afecta a la población, generando el terror necesario para mantener su dominio
Los medios, principalmente comerciales de comunicación, al difundir estas imágenes, se convierten en amplificadores de la estrategia del miedo, tal vez sin intencionalidad (o tal vez sí), pero definitivamente con consecuencias devastadoras.
Lo más alarmante es que esta misma estrategia no se limita a grupos armados. Gobiernos en la región han aprendido a manipular el miedo para justificar acciones que atentan contra las libertades civiles.
En Argentina y Chile, durante las dictaduras, los gobiernos militares utilizaron la violencia del estado como una herramienta silenciosa, apoyados en una narrativa mediática que presentaba a los opositores como enemigos peligrosos. El miedo era la llave para mantener a la sociedad bajo control y aceptar lo inaceptable.
El uso del miedo también se ha modernizado. En la era de la información instantánea, las redes sociales han demostrado ser un campo fértil para la difusión de noticias que influyen en el comportamiento social.
Durante la pandemia de COVID-19, el miedo al virus fue exacerbado por la sobreexposición a la información, creando ansiedad y pánico en la población. Las redes, que amplifican el contenido que genera más emociones, mostraron lo peligrosas que pueden ser como vehículo del miedo
La violencia en nuestro país ha sido amplificada y convertida en espectáculo por los medios de comunicación comerciales, donde las noticias sensacionalistas y el uso de narrativas melodramáticas capturan la atención de las audiencias y mantienen a los espectadores en un ciclo constante de entretenimiento morboso.
Un claro ejemplo de esta construcción de narrativas fue el uso de recreaciones de crímenes y eventos violentos en cine y televisión durante el México posrevolucionario. Películas como El automóvil gris (1919) y La banda del automóvil (también de 1919) dramatizaban la violencia real o la mezclaban con escenas ficcionadas, convirtiendo los crímenes en espectáculos visuales destinados a generar impacto emocional y captar el interés de la audiencia.
Estas producciones, que mezclaban documental y ficción, ayudaban a los medios a construir una visión sensacionalista de la criminalidad y el peligro en la vida cotidiana.
Actualmente, este enfoque no solo persiste, sino que se refuerza en programas de noticias, series y reality shows que explotan crímenes y actos violentos. Muchos de estos contenidos incluyen escenas re-creadas, manipuladas o narradas de manera sensacionalista para maximizar la respuesta emocional de los espectadores.
Esta exposición intensiva a imágenes y relatos violentos fomenta una percepción desproporcionada de inseguridad y una especie de fascinación morbosa, lo que contribuye a un estado de vigilancia constante en la población, atrapándola en un ciclo de consumo de violencia como entretenimiento.
Este fenómeno convierte a los espectadores en participantes involuntarios de un espectáculo que perpetúa el miedo y la desconfianza en el entorno social, manteniéndolos enganchados en un contexto donde la violencia no es solo una realidad, sino un producto de consumo continuo que define y refuerza la visión del mundo de quienes lo observan.
Debemos cuestionar el rol de los medios en nuestra percepción del miedo. ¿Hasta qué punto somos partícipes involuntarios de esta maquinaria de terror? ¿Estamos consumiendo noticias que informan o que manipulan nuestras emociones? La violencia es real, pero su representación a menudo es un reflejo distorsionado con fines oscuros.
Es momento de que dejemos de ser víctimas de estas narrativas y recuperemos nuestra capacidad crítica. No podemos permitir que el miedo siga siendo el arma favorita de quienes desean mantenernos sometidos. La violencia no solo deja marcas físicas; deja cicatrices profundas en nuestra percepción de la realidad. Pero lo más disruptivo es que el miedo, ese enemigo invisible, puede que sea más peligroso que el mismo acto violento.
***Alejandro Gamboa C. Licenciado en periodismo con estudios en Ciencia Política y Administración Pública (UNAM) Enfocado a las comunicaciones corporativas. Colaboró como co editor Diario Reforma. En temas de ciencia y comunicación en Milenio y otros medios digitales. Cuenta con 15 años dedicado a las Relaciones Públicas. Ha colaborado en la fundación de la Agencia Umbrella RP. Ha realizado trabajos como corrector de estilo, creador de contenidos y algunas colaboraciones como profesor en escuelas locales.
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